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El archivo de Gabriel Amiama

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Durante el verano y el otoño de 1941 las tropas alemanas avanzaron sobre Rusia, rompiendo el tratado de no agresión entre el Tercer Reich y la Unión Soviética, más conocido como Pacto Ribbentrop-Mólotov. A principios de octubre comenzó la mayor ofensiva sobre la capital soviética, la operación Tifón. La evacuación de Moscú fue un caos. Los miembros españoles de la Comintern contemplaron sorprendidos las histriónicas escenas de insolidaridad protagonizadas por los cargos más eminentes de la Internacional Comunista. La retirada de los republicanos de Barcelona, cuando la ciudad estaba siendo cercada por las tropas franquistas, había sido un ejemplo de desorden y de confusión, pero nada comparable a lo que se contemplaba en la capital soviética.

Estaciones abarrotadas, baúles y maletas por todas partes (aunque la orden había sido la de llevar un bulto por persona, sólo la obedecieron algunos españoles), trenes atestados y horas y horas de lento viaje en dirección al Este, en deplorables condiciones higiénicas. Muchos de ellos partieron hacia la ciudad de Ufá, en la actual región de Baskiria, a unos mil doscientos kilómetros de Moscú. Otros lo hicieron hacia Kúibyshev, ciudad donde se instaló el gobierno soviético, situada a una distancia similar. Llegaban refugiados de todas las zonas occidentales rusas. A Kúibyshev fueron evacuados varios comunistas españoles pertenecientes al colectivo de Krematorsk, en la actual Ucrania. Tardaron setenta días en recorrer los mil quinientos kilómetros que separan ambas ciudades. Viajaban en vagones y plataformas descubiertas. Jesús Hernández, miembro del Comité Central del Partido Comunista de España y antiguo ministro de Instrucción Pública durante la Guerra Civil, le comentaba por carta a Dolores Ibarruri que en ese viaje murieron diecisiete españoles. Entre ellos, la madre de José Antonio Uribes (diputado a Cortes por Valencia durante el Frente Popular), que viajaba en una de las plataformas descubiertas. Por lo que he podido averiguar, su nombre era Mónica Moreno del Barco, y no consta en el censo publicado por el hispanista Andréi Elpátievski, el más completo que existe sobre los españoles republicanos en Rusia y basado fundamentalmente en documentos del PCE.

Los libros de memorias de otros comunistas españoles emigrados al «paraíso bolchevique» dan detalles de desgracias semejantes. Enrique Castro Delgado, fundador del 5º Regimiento de Milicias Populares, habla de la mujer de uno de sus camaradas. Bajó del convoy para buscar alimentos para sus hijos, se demoró y no pudo alcanzar de nuevo el tren cuando este partió. Caminó durante horas por las vías hasta que murió congelada. José Antonio Rico, un aviador republicano enrolado más tarde en la NKVD, habla de la muerte de un hijo de Santiago Álvarez Santiago –uno de los jefes de las brigadas que organizaron la masacre de Paracuellos–, a causa de las penurias sufridas durante esos primeros meses de guerra. Víctimas sin nombre, apenas una porción en las estadísticas. A quienes denunciaron esas desgracias se les ha relegado a las escombreras de la Historia. Son los renegados, los apóstatas; traidores para sus antiguos camaradas, se les consideró desertores al servicio de la dictadura o del capitalismo. Sus libros, publicados casi todos ellos en España bajo la tutela de Franco, han sido hasta ahora despreciados por los historiadores, sin que apenas alguno de ellos haya sido analizado minuciosamente, tratando de cribar los datos sobre los emigrados españoles en Rusia, en busca de la verdad.

Aun tratándose de fuentes secundarias, esos libros son valiosos como relato de testigos directos de las penurias de los exiliados. Las informaciones que puedan ofrecer han de ser contrastadas con los documentos de archivo. El del PCE, en Madrid, es de visita obligada; más complicados son los archivos rusos, aunque el de la Comintern sea más o menos accesible a distancia y permita el envío de copias a domicilio. En otros países se han publicado monografías y diccionarios biográficos sobre sus revolucionarios comunistas. Los hubo pioneros, de carácter general, como el Biographical dictionary of the Comintern, de Branko M. Lazi? y Milorad M. Drachkovitch, publicado en 1973 y revisado y ampliado en 1986. La apertura de los archivos soviéticos durante los años noventa permitió que numerosos investigadores de todo el mundo pudieran acceder a sus fondos para estudiar la incidencia comunista en sus países.

En Francia, por ejemplo, se publicó en 2001 el libro Komintern: l’histoire et les hommes. Dictionnaire biographique de l’Internationale Communiste en France, en Belgique, au Luxembourg, en Suisse et à Moscou (1919-1943), bajo la dirección de José Gotovitch. Muy anteriores, de 1994, son dos estudios sobre los comunistas suizos, de Brigitte Studer y de Peter Huber. En Irlanda apareció en 2004 el de Emmet O’Connor; En Bulgaria se publicó en de una monografía de Luiza V. Revjakina; en China aparecieron en 2006 los trabajos de Alfio Aloisi y en 2009 el de la historiadora alemana Karin-Irene Eiermann; Austria, en 2009, contó con su propia historia de sus miembros de la Comintern, publicada por Barry McLoughlin, Hannes Leidinger y Verena Moritz; Rumanía, con el libro de Costin Fene?an publicado en 2011, Sub steag str?in: comuni?tii ?i Partidul Comunist din România în arhiva Kominternului (1919 – 1924); sobre los miembros coreanos y japoneses de la Comintern, aparecieron en 2007 sendos trabajos firmados por Haruki Wada y Josephine Fowler.

De 2007 es también el imprescindible trabajo compilado por Michael Buckmiller y Klaus Meschkat, Biographisches Handbuch zur Geschichte der Kommunistischen Internationale: ein deutsch-russisches Forschungsprojekt [Manual biográfico para la historia de la Internacional Comunista: un proyecto de investigación germano-ruso]. Además de los capítulos dedicados a la investigación de la Comintern por países o regiones, el libro incluye un CD-Rom con una base de datos bibliográfica y biográfica de enorme interés para los investigadores, también para los españoles. Miles de nombres y miles de datos sobre los exiliados españoles en la Unión Soviética, nombres que hasta ahora habían permanecido ocultos, sin vida, susurros en el tiempo, ecos apagados.

América Latina tiene su propio diccionario biográfico, una obra excelente de 2004, publicada en Suiza: La Internacional Comunista y América Latina 1919-1943. Diccionario biográfico, de Lazar y Victor Jeifets y Peter Huber. Muchas de sus entradas hacen referencia a comunistas españoles o relacionados con España. Lamentablemente, en nuestro país aún no contamos con ningún trabajo similar. No me consta que ninguno de los cuarenta y siete departamentos de Historia Contemporánea de nuestras universidades se hayan puesto manos a la obra. El trabajo no es fácil, sin duda, pero además de plantearse como una emocionante investigación es, sin lugar a dudas, de mucho interés.

Lo que queda del archivo del PCE está a disposición de los investigadores en la Fundación de Investigaciones Marxistas, aunque parte de la documentación original fue destruida en algún momento: «En el año 1985, el Secretario General del PCE en la Unión Soviética me mostró un interesante archivo secreto donde se contenía documentación relativa a las purgas contra miembros de la emi¬gración española y militantes del PCE que fueron enviados a los campos de concentración del GULAG en Siberia y a diferentes fábricas de diversas ciudades de la Unión Soviética, como represalia contra ellos. También había bastante información sobre la actuación de Fernando Claudín en todo este proceso, desde el momento en que sustituyó a Uribes al frente de la organización del PCE en la Unión Soviética. Lamentablemente, este interesantísimo archivo fue que¬mado posteriormente por los dirigentes del PCE en la Unión Soviética y su información se ha perdido para siempre» (Ángel Luis Encinas Moral, en Andréi Elpátievski, La emigración española en la U.R.S.S. Historiografía y Fuentes, intento de interpretación, Madrid, Asociación Exterior XXI, 2008). No obstante, una publicación reciente parece desmentirlo. Este año se han publicado las interesantísimas memorias de Ramón Barros, dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas. En ellas cuenta cómo, al ser interrogado tras su retorno a España, le enseñaron su solicitud de ingreso en el PCE y su ficha con sus datos personales. «Y los amigos del Comité Provincial de Madrid me aseguraban en Rusia que habían quemado los archivos».

Queda otro archivo de interés para el estudio de los españoles en la Unión Soviética. Se trata del que reunió Gabriel Amiama. Amiama fue uno de los «niños de Rusia», adonde fue trasladado junto a su hermano José en la primavera de 1937. Se licenció en Filosofía y Letras y en Periodismo en la Universidad de Moscú. Regresó a España, como tantos otros exiliados en el paraíso bolchevique, y trabajó en Radio Nacional de España y en el Ministerio de Información y Turismo. Publicó regularmente la publicación Carta del Este, a modo de «confidencial», que recogía noticias sobre la Unión Soviética, sobre su influencia en la guerra y sobre los refugiados españoles. En el archivo de Amiama podía encontrarse la autobiografía de José Díaz, el secretario general del PCE, aquejado durante años de un cáncer. José Díaz se suicidó en la ciudad de Tiflis en 1942. La autobiografía no era más que el puñado de papeles que todo emigrado político en la Unión Soviética debía presentar ante la Comintern. ¿Cuántas más había en el archivo Amiama? También se encontraban en él las copias de los documentos del disidente Piotr Grigorievich Grigorenko, antiguo comandante del Ejército Rojo; según la necrológica que le dedicó La Vanguardia a Gabriel Amiama, fallecido en 1982, el archivo incluía, además, numerosos expedientes sobre la iglesia ortodoxa y sobre cualquier otro tema relacionado con la Unión Soviética. Y documentos excepcionales, como los archivos de Ian Berzin, responsable de la inteligencia militar soviética durante la Guerra Civil; al parecer, entre sus papeles, estaba su pasaporte español, con el número 49362. La necrológica dice que hay una anotación personal de Berzin en la que habla de la muerte de su hijo Andréi frente a los divisionarios españoles en el frente del Voljov. Imposible asunto, habida cuenta de que Berzin fue fusilado en 1938 por orden de Stalin. Se casó con una española mucho más joven que él, Aurora Sánchez, entrevistada años después por el historiador O. Gorchakov. Por supuesto, no hay traducción española de la entrevista… De nuevo, nombres que quedan en nada, reducidos a cenizas, historias perdidas en el sumidero del olvido. Antonio Machado habló de los «atónitos palurdos sin danzas ni canciones», y casi podríamos remedarle diciendo que hemos sido atónitos palurdos sin historia y sin intrahistoria.

El obituario de Amiama terminaba de esta manera: «¿Desaparecerá esta valiosa documentación? Esperemos que no sea así». Le seguí el rastro en su día. Escribí correos, tiré de varios hilos, pedí favores y conseguí finalmente hablar con la viuda de Gabriel Amiama. Ella se mantuvo a la defensiva, como es normal en quien se enfrenta a un curioso impertinente, aunque educado y armado de paciencia. Fuera debido a su dignidad y su discreción, fuera debido mi torpeza, lo cierto es que solamente pude saber que el archivo había sido entregado a un tercero cuyo nombre me fue imposible sonsacar. Sépanlo: quizás en España, quizás en otro país, alguien almacena parte del valioso tesoro de nuestra memoria, de la que tanto se habla y a la que tanto se alaba, pero que nadie está dispuesto aún a aventarla, a echarla a los vientos del pueblo. Termino remedando ahora a Miguel Hernández: ¿qué pueblo es este que, sí, termina por doblar la frente, impotentemente mansa, delante del castigo de la amnesia?

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