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Ensueños

YA VERÁS

Pedro Sorela

Alfaguara, Madrid

264 pp.

17 €

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La literatura de Pedro Sorela procede y se nutre de la magia que reside en los viajes, en ese extrañamiento que produce descubrir lugares recónditos, paraísos vírgenes y rincones oscuros. Sus personajes suelen ser viajeros solitarios y enigmáticos, atractivos como los lugares que visitan y cuya experiencia se cifra en un constante regreso a Ítaca. El mismo novelista, hijo de español y colombiana, nacido en Bogotá en 1951, sólo residió en su país natal durante seis meses; su pertenencia a «dos dispersas familias de viajeros» lo lleva a vivir en diferentes países y conocer las más diversas culturas, hasta tal punto que hoy en día se considera a sí mismo «mitad español, colombiano, chino, italiano, francés y un montón de cosas más». Ello no hace, sin embargo, que las obras de Sorela sean meras guías turísticas, en las que tal o cual sitio aparecen retratados de manera tópica o donde los emplazamientos sólo actúan de telón de fondo. El grado de comunión que se establece entre los personajes y su entorno, la sugerente vida que éste cobra en contacto con aquéllos (o al revés), así como el halo de misterio y exotismo que impregna el lenguaje, aleja sus narraciones de lo convencional y las sitúa en un lugar privilegiado, donde el autor da forma a su peculiar realismo mágico.
 

Ya verás, su última novela hasta la fecha, no es una excepción a lo apuntado. De hecho, repite, de manera significativa, algunos de los temas y técnicas ya abordados en obras anteriores, añadiendo nuevo terreno a su geografía imaginaria. Así, la historia vuelve a dividirse en tres partes casi autónomas y no excesivamente de­sarrolladas, lo cual le da a la novela un aire fragmentario, como de obra ina­cabada. Lo que se pretende no es tanto contar como sugerir, suscitar el interés del lector y hacerle sentir la magia, pero no revelarle todos los detalles. Ya verás, como otras crea­ciones del autor, se mueve en un universo de ensueño, en el que la realidad no se cuela sino de manera oblicua, siempre sublimada, dando lugar a situaciones de una sutileza y erotismo inu­sitados. La anécdota, pues, se reduce a la mínima expresión y no actúa más que de fino hilo conductor de unas pocas –pero atractivas– ideas. Un proceder que acerca la novela de Sorela al universo del italiano Alessandro Baricco, maestro indiscutible de la sugerencia y la contención, autor de joyas como Seda u Océano mar.

Pero Sorela no es Baricco y Ya verás nos lo demuestra en más de una ocasión, enseñándonos lo que ocurre cuando se tensa demasiado la cuerda. Cualquiera que haya leído las novelas del italiano, estará de acuerdo en que casi todas ellas logran un perfecto y raro equilibrio poético, dificilísimo de conseguir, sin caer nunca en la cursilería o la afectación. Sin duda, es en lances como éste donde un escritor mide realmente su valía: cuando es capaz de escribir exactamente lo que se propone y sostener el tono de su voz en un registro finísimo, para relajarlo justo cuando parecía que iba a malograrse. En cambio, Sorela, que se aventura en un juego parecido en su obra, flaquea en ocasiones, y de lo sublime se pasa inopinadamente a lo pretencioso y artificioso.

Por otro lado, tal es el misterio, el halo mágico y extraordinario que envuelve a los personajes, que se corre el riesgo de que acabemos distanciándonos de sus historias y contemplándolos como criaturas completamente ajenas a nosotros; cosa que, en principio, no tendría por qué ser, necesariamente, una desventaja o una tara, pero que en Ya verás llega a afectar al mismo narrador, quien, arrobado ante la virtud de sus personajes, no llega nunca a concretar prácticamente nada sobre ellos (cosa comprensible, en cierto modo) y, a la postre, acaba declarándose ignorante de los derroteros que han tomado sus diferentes historias. Eso, en mi opinión, es un truco demasiado sospechoso, cuya utilización en la novela deja perplejo al lector y con la sensación de que se le ha hurtado algo delante de las narices.

Aun así, Ya verás es una obra con momentos realmente excelentes, remansos de quietud y poesía que rara vez se encuentran, no ya en la vida, sino en la literatura de nuestros días. En un mundo dominado por la comercialidad, los libros de fácil digestión y la cada vez más preocupante depauperación del estilo, se agradecen aportaciones como las de Sorela, que no sólo nos hablan de otro mundo posible, sino que lo hacen con un lenguaje nuevo. 

 

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