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Una vida errabunda

Walt Whitman. El canto a sí mismo

JEROME LOVING

Paidós, Barcelona, 506 págs.

Trad. de Carles Roche

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Cuando en la primavera del año 1876, en un paraje de las Colinas Negras llamado Little Big Horn, el famoso «general niño» de la guerra civil norteamericana, George A. Custer, y los 264 oficiales y soldados de su regimiento fueron masacrados por 2.500 guerreros indios dirigidos por Sitting Bull, el libro Hojas de hierba, escrito por el poeta y periodista neoyorquino Walt Whitman, y publicado por vez primera en 1855, llevaba vendidas varias ediciones y estaba en camino de convertirse en el «antes y después» del lenguaje poético norteamericano, en el centro de su canon literario nacional, lugar en que lo ha situado la crítica anglosajona del siglo XX , viniéndome ahora a la memoria, como mero ejemplo de esta afirmación, todo el capítulo que Harold Bloom le dedica en su polémico canon occidental.

La gestación, edición e inmediata historia de Hojas de hierba sólo es uno de los muchos y variados asuntos de los que se ocupa Jerome Loving en su libro, obra de una ambición y complejidad extraordinarias que encuentra precisamente en la suma de estos dos elementos su mayor mérito, pero también su más destacable inconveniente, dado que una de las sensaciones que me ha producido esta lectura es la de que el autor ha dejado planteados sin resolver un excesivo número de asuntos.

En este sentido, Jerome Loving aborda a lo largo de las más de quinientas páginas de su trabajo una variopinta cantidad de temas relacionados directa o indirectamente con Whitman y su obra, dando como resultado, en mi opinión, no tanto un meticuloso acercamiento a la vida del poeta, como un compendio sintético y atractivo de historia norteamericana del siglo XIX , y más concretamente de historia de la ciudad de Nueva York, algo semejante a lo hecho por Scorsese con ese magnífico díptico neoyorquino formado por las películas Laedad de la inocencia y Gangs ofNew York . Por cierto, si existe un oportuno complemento a la lectura de esta biografía de Whitman es, desde luego, la visión del hasta ahora último trabajo del gran director americano.

Así, Loving aprovecha el yo y las circunstancias de Whitman para escribir con conocimiento sobre asuntos tales como el periodismo americano de la época, la política de partidos, la guerra civil, el racismo, el capitalismo, la maquinaria democrática, Emerson y el trascendentalismo, la conquista de nuevos territorios en el oeste del país…, y otras muchas cuestiones imbricadas directamente en la construcción del «ser norteamericano». Un «ser norteamericano» que en el libro de Loving se presenta construido básicamente sobre los siguientes elementos: la violencia materializada en su máxima expresión, la guerra; la celebración contundente de la naturaleza; el yo que se canta a sí mismo para subrayarse individuo; los compatriotas, el resto de americanos, auténticos valedores de la democracia; y Dios, fundamento último de todos los dones, incluida la propia naturaleza. Elementos que también configuran para Loving lo mejor de la poesía de Whitman, llegando así a establecer un directo paralelismo temporal y de acción entre el desarrollo de ésta y la construcción política, social, económica y cultural de los Estados Unidos.

Es más, Loving llega a afirmar que «Whitman experimentó con la lengua vernácula americana tal y como ésta acompañó y reveló directamente a la experiencia americana antes, durante y después de la guerra civil». Según Loving la guerra civil americana supuso para Whitman una «ceremonia matrimonial» entre él y su país, un compromiso y una revelación espiritual que transformaron al poeta, quien en la versión definitiva de Hojas de hierba (1881) escribió: «Mi libro y la guerra son una sola cosa».

El yo poético y personal de Whitman anterior a la guerra era, sí, representativo del pueblo americano, pero lo era en la tradición de Ralph Waldo Emerson, tradición más esforzada en el cultivo del individualismo que en el del sentido democrático de la existencia y, por supuesto, más apegada a una constreñida y polvorienta herencia británica. La experiencia de la guerra adquirida en el puesto de enfermero, el ver morir a sus compatriotas delante de sus ojos, o el conocer a los mecánicos, granjeros y jóvenes del Oeste convertidos en soldados heridos y enfermos, hicieron del poeta menos «un aislado universo propio» y más un demócrata apasionado amante de la humanidad, amante devoto de todo el pueblo americano.

La revelación que obtuvo el poeta Walt Whitman de sus años en el frente fue, como apunta William Carlos Williams, «una verdad escandalosa: que el terreno de lo común es en sí una fuente para la poesía». Tal revelación y convencimiento obligaron a Whitman a esforzarse en hallar un nuevo uso del lenguaje poético heredado de la tradición inglesa, y así, tras escribir «poesía convencional» en la década de 1840, Whitman rompió a cantar en verso libre, inspirándose en temas rescatados de los cementerios, de la celebración de la naturaleza, de los caminos rurales, y trabajó dichos temas dentro de una métrica nueva, siendo la consecuencia final de todo ese esfuerzo el alumbramiento de una verdadera «poesía americana», la reconfiguración del canon literario estadounidense, y la erección de Hojas de hierba como paradigma primero y central de dicho canon.

Uno de los elementos de influencia e inspiración más importantes señalados por Loving en este esfuerzo whitmaniano por hacer pedazos los viejos moldes poéticos americanos fue la ópera italiana, constatación que me ha llenado de sorpresa. La ópera italiana es para Loving «el motivo de que Hojas de hierba deba leerse en voz alta para apreciar plenamente su potencial», ya que el verso revolucionario de Whitman, al igual que las óperas de Rossini, Bellini o Verdi (los compositores preferidos del poeta), además de la belleza, busca comunicar emoción, convertirse en símbolo dramático de la condición humana, expresión de sus pasiones, anhelos y sueños.

No sólo fue la pureza tonal del canto operístico italiano, o la tremenda eficacia dramática que, desde el escenario, atrapaba por igual a los aristócratas y a los «tipos rudos» neoyorquinos, lo que entusiasmaba a Whitman de la ópera hasta hacerle decir que «de no ser por la ópera yo no hubiera escrito Hojas de hierba »; era el propio ritmo operístico, el recitativo, la declamación acompañada en la que los personajes cantan las palabras simulando un discurso hablado, lo que definitivamente sedujo al poeta y le sugirió que en su poesía las palabras tenían que sonar con el ritmo natural del habla humana, y no con el ritmo cadencioso de la decorosa poesía tradicional.

Pero insisto: el de la ópera es sólo un tema más de los muchos abordados por Jerome Loving en este complejo trabajo que reconoce no poder ofrecer respuestas ni cerradas ni contundentes a muchas de las cuestiones biográficas esenciales en torno a la vida de Whitman. Cuestiones planteadas incluso antes de la propia desaparición del poeta, y que él mismo se encargó de enturbiar practicando una muy cuidada ambigüedad plagada de mentiras, elipsis y supresiones, y apostando con tozudez por presentar a los «otros» una organizada puesta en escena tendente a convertirlo para la posteridad en un mito, el más grande poeta del pueblo americano, objetivo que, por cierto, ha logrado con gran éxito. Problemas a los que hay que sumar, como reconoce Loving, la «freudianización» e «historización» de los hechos de Walt Whitman para adaptarlos mejor a la conveniencia de las distintas ideologías políticas y literarias que en el mundo han sido a lo largo del último siglo.

Por ejemplo, nunca tendremos certezas irrefutables con respecto a la voceada homosexualidad del poeta, o sobre su supuesto racismo y misoginia, o sobre quién fue la enigmática «Ellen Eyre» que le declaró por carta su amor, o sobre lo que pasó realmente en los encuentros Whitman-Oscar Wilde de 1882, o sobre el valor de los poemas de Whitman anteriores a la guerra civil o la importancia pasada, presente y futura de Hojas de hierba .

Lo que parece claro tras la lectura del libro de Loving es que Walt Whitman vivió una vida errabunda, apasionada, apasionante, y que sin duda disfrutaría con esta alambicada discusión sobre su personalidad y su obra, aceptando con buen humor y regocijo todos los calificativos que queramos administrarle, todas las categorías con las que deseemos explicarlo. No en vano nos dejó dicho al final de su poema el «Canto a mí mismo»: «Soy amplio, contengo multitudes».

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Ficha técnica

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