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Los nombres de Modiano

UN PEDIGRÍ

Patrick Modiano

Anagrama, Barcelona

136 pp.

12 €

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El nombre de Modiano se inscribe en ese subgénero de la literatura francesa moderna que es la escritura «parisina», inaugurada estilísticamente por Marcel Proust. Es difícil delimitar sus contornos, y quizá lo único que puede decirse de ella es que se alimenta a sí misma y de sí misma como la mejor y la peor literatura de provincias. Otro rasgo es que es muy manierista (en el sentido de que se rige tiránicamente por una «manera» de escribir), además de emocionalmente desapegada e intelectualmente borrosa, pues acostumbra a reírse de sí misma de una manera muy seria, lo que la hace amorfa, vacua y con escasa resonancia. Acaba siendo eso que Julien Gracq denominaba «escritura de champán», lo que Francia ha producido mayormente después del cuarteto imbatible Balzac-Stendhal-Flaubert-Zola: ver cómo las burbujas suben interminablemente mientras la mano maestra que sostiene la copa señala la escena esnob, sin ventilación, que le rodea. Lo cual no quiere decir que en ocasiones todo ello, como los efectos del champán francés, no sea euforizante, narcotizante, e incluso por algún tiempo fascinante.

Breve autobiografía de infancia y juventud: así podría definirse este libro, Un pedigrí, cuyo título nos remite al origen, filiación, en definitiva, «credenciales» de un perro de raza. Y eso quiere ser, aparentemente, aunque sea o quiera ser también otras cosas, entre ellas, una historia «ejemplar» inserta en la ocupación alemana de París a principios de los años cuarenta, así como en la posguerra y en los primeros años sesenta. En ocasiones se desliza hacia una confesión guiada por las emociones retrospectivas de, primero, un niño, después un adolescente y, por fin, un joven escritor que no es querido por sus padres. Padres a quienes declara en la primera página «ilegítimos», dadas las circunstancias especiales en que se produjo su breve relación y la posterior venida al mundo del narrador. En otras, el lector tiene la sensación de que toda esa «confesión» es simplemente el pretexto para intercalar nombres de lugares, calles, personas y ciudades. Como si de esos veintiún años de vida sólo pudiese Patrick Modiano ofrecernos la exactitud y precisión de esos nombres que pueblan las páginas como almas en pena, como muertos que no han recibido sepultura.
 

Un pedigrí, que añade el artículo a la palabra perruna con que Georges Simenon tituló su autobiografía, carece de verdadera estructura y su intencionalidad, entendida aquí como «necesidad», resulta difusa. La habilidad y paciencia de Modiano para rastrear la vida de sus padres es extraordinaria, como extraordinaria es su incapacidad para transmitir emociones acerca de su propia vida. Sin embargo, el libro se lee bien y, a pesar del minimalismo deliberado del autor, acaba siendo interesante. La razón de ello no es la escritura de Modiano ni lo que cuenta, sino la «atmósfera». En realidad, la atmósfera es lo único original en las novelas de Modiano, al contrario que en las de Simenon, donde la atmósfera sólo es un «plus» de la estructura narrativa, la historia que se cuenta y la realidad de los personajes.

Dando por supuesto que describe escenas «reales», Modiano no escatima anécdotas que vienen a esbozar un retrato robot de su doble. Es decir, no de quien se encuentra en su piel, sino de quien quiere aparentar: el escritor instalado en su búnker parisino, con sus acólitos y sus impagables enemigos, destilando champán muy selecto. Y, por supuesto, la moraleja es obvia y, sí, pone la carne de gallina: de cómo uno es lo que es y desde dónde escribe; de cómo él, el narrador, salió adelante a pesar de toda esa maraña de personajes proustianos, de sombras.

Al final el lector siente que le han transmitido algo, poco, sobre la angustia de crecer, y mucho sobre el arte proustiano de la compresión, de reducir la vida a territorios difusos (la Resistencia, Guermantes), a títulos y nombres, a perreras parisinas. Modiano, que nació en 1945, deja que su libro termine una noche de junio de 1967, libro en el que subrayo estas dos frases: «Cuanto más oscuras y misteriosas seguían siendo las cosas, más me interesaban. E intentaba incluso hallarle un misterio a aquello que no tenía ninguno».

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Ficha técnica

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