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Thriller exangüe

El arma en el hombre

HORACIO CASTELLANOS MOYA

Tusquets, Barcelona, 136 págs.

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Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, El Salvador, 1957) lleva publicando desde 1981 novelas y libros de relatos que le han otorgado una importante notoriedad en el panorama actual de las letras centroamericanas, llegando a ser considerado por algunos salvadoreños como el novelista de culto del momento, si bien es cierto también que esta fama se ha nutrido en buena medida de efectos colaterales a los estrictamente literarios. De hecho, ha debido exiliarse en más de una ocasión a causa de las amenazas de muerte recibidas tras alguna de sus publicaciones, portadoras de un contundente mensaje revulsivo contra la política y la sociedad de su país, como testimonia su –hasta ahora-novela más audaz y conocida: El asco (1997).

Buena parte de su obra ha demostrado ser tan valiente y explícita en los contenidos críticos como arriesgada en su discurso narrativo.

Así lo demuestra, por ejemplo, la citada novela corta El asco, que además de ser la expresión del profundo desaliento provocado por la sórdida situación moral y política de El Salvador es, sobre todo, un inteligente ejercicio de estilo que parodia ciertas obras de Bernhard. Se trata, diríamos, de un realismo sucio de guante blanco, el mismo que se percibe en La diabla en el espejo. Elarma en el hombre es la última novela de Castellanos, novela que no consigue superar el calificativo de exiguo thriller al uso. Las causas son diversas y, en cierto modo, paradójicas. De hecho, la primera de ellas atañe al aspecto más eficaz y recurrente, como anticipábamos antes, de la prosa de Horacio Castellanos: la construcción de la voz narrativa. En este sentido, desde las primeras páginas de la novela queda clara, a través de varios recursos, la configuración del protagonista (y narrador): el epígrafe de la novela (un poema de Arquíloco de Paros: Un mercenario), los atributos del héroe (tanto sus posesiones como su semblante), su apodo (homenaje al superhombre posmoderno de Paul Verhoeven: Robocop) y, en especial, la ausencia de culpabilidad en su «conciencia» parecen estar destinados a actualizar en este asesino a sueldo ciertos rasgos del carácter de los héroes épicos. De este modo, Robocop se presenta como la elaboración literaria del mercenario moderno, condenado, como los personajes homéricos, a actualizar su epíteto cada día. Ahora bien, lo que esta propuesta puede tener de ambicioso o de atractivo no es capaz de ocultar los problemas que impiden su adecuado desarrollo. Y es que el patetismo, por ejemplo, que prometían convocar el carácter indolente y la actuación sanguinaria del sicario se sostiene más en la desmesura de la peripecia que nos narra –casi un muerto por página– que en los motivos (explícitos o no) que le obligan a ser esclavo de un oscuro destino. Es cierto, podría pensarse, que esta renuncia a la explicación psicológica del narrador es coherente con su propio carácter distante y endurecido, pero esta coherencia no debería conducir, creemos, a los extremos a los que llega en la novela, pues, por efecto de la distancia y la superficialidad del punto de vista, la trama se va volviendo cada vez más inverosímil y caprichosa.

a previsibilidad de su esquema argumental, en definitiva, impide profundizar en la crítica (apenas esbozada en los mejores momentos de la novela) a la corrupción que sostiene la transición política del país, de modo que bajo el reguero de cadáveres que atraviesa El arma en elhombre sólo se oculta una narración exangüe.

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