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Tender puentes, abrir ventanas

El hombre, la escritura y la muerte. Conversación con Pierre-Emmanuel Dauzat

JAC GOODY

Península, Barcelona, 1998

Trad. de Mingus B. Formentor

176 págs.

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Jack Goody pertenece a la generación y al elenco de quienes consolidaron el importante cambio de rumbo que se había producido en el ámbito antropológico británico entre las dos guerras mundiales. Su figura carece del halo que rodea a la de los pioneros (Malinowski y RadcliffeBrown) e incluso a sus inmediatos discípulos (entre ellos está Meyer Fortes, maestro a su vez de Goody). Desventaja, si lo es, ampliamente compensada con una obra más rigurosa y densa que la de los iniciadores y con unos planteamientos mucho más críticos y autocríticos. La generación de Goody abandonó las mayúsculas decimonónicas al estilo de Hombre y Cultura (Malinowski) y renunció a elaborar una Ciencia Natural de la Sociedad (Radcliffe-Brown). Pero, por fortuna, conservó la parte más sólida del nuevo credo antropológico: embarcarse en la aventura de buscar en lo concreto y en lo diferente la base de muy ulteriores generalizaciones.

Con destreza, Dauzat anima al autor a un ameno recorrido por su ya larga vida y su muy fecunda obra. Ésta se mueve precisamente, como se encarga de resaltar más de una vez Goody, entre lo concreto –el trabajo de campo en África a partir de los finales cuarenta– y las varias y brillantes generalizaciones comparativas que más tarde vinieron. La antropología británica que siguió a lo que alguien denominó con bastante acritud revolución malinowskianaCfr. I. C. Jarvie, The Revolution in Anthropology, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1964. ha tenido a gala mantener ese difícil equilibrio. Y, como señal de identidad, le ha servido para marcar distancias entre el particularismo militante de cierta antropología norteamericana y las vaporosas abstracciones de otra antropología francófona. Con todo, las referencias en este libro a lo francés y los contrastes con algunos autores de ese ámbito, si bien explicables –la obra se ha publicado originariamente en Francia– se nos ofrecen con lentes de varios aumentos. A estas alturas, las singularidades nacionales en cosas como éstas presentan perfiles mucho más difusos de lo que solían. Además, el giro británico de entreguerras (el trabajo de campo en lugares concretos, el recelo hacia los universales), no fue tan innovador como sus promotores pretendían y sus premisas hace mucho tiempo que forman parte de un patrimonio antropológico que ignora bastantes fronteras.

El presente libro no puede tomarse ni como biografía, ni como recapitulación de una obra, ni, menos, como cuadro de una época de la historia de la antropología. Pero sí brinda ventanas con vistas a todo eso. Hay retazos de vida y obra propias y muchas opiniones –muy duras a veces, muy certeras casi siempre– sobre aportaciones ajenas. Protagonista y entrevistador entrelazan con habilidad aspectos personales e intelectuales o científicos, en pos quizá de una coherencia bastante mayor de la que uno sospecha que acostumbra a existir entre los avatares de cualquier personalidad y sus dimensiones públicas. Así, la ideología izquierdista del joven Goody, sus peripecias en la guerra e incluso su creciente vinculación con suelo y gustos franceses actúan de referentes necesarios y casi de motivaciones tanto de su trabajo de campo inicial como de sus contribuciones de madurez a la formación del estado en África, al papel de la escritura o al significado del uso de las flores. El repertorio, que no agota la obra de Goody, puede dar una idea de lo variado de sus intereses. También, de cómo los mejores representantes de la disciplina no agotan su actividad ni mucho menos en ese rito iniciático y obligado del trabajo de campo en remotos y exóticos lugares. Como dijo el propio Goody hace algunos años en relación a su obra y a su versatilidad, el cambio en temas de investigación no se lo planteó, como suele ser lo habitual, preguntándose qué lugar geográfico sería el escenario de su próximo trabajo de campo, sino haciéndose la misma pregunta «con una referencia intelectual más que territorial» (The Logic of Writingand the Organization of Society, 1986). Es decir, qué temas o problemas merecen realmente el interés antropológico.

Aunque tal giro no se hubiera producido, Goody se habría ganado con creces un prestigioso lugar en el estudio antropológico de pueblos africanos, y concretamente en la trabazón de sus redes de parentesco y ritos mortuorios. Pero su mismo estudio de los lodagaa de Ghana, su vinculación con Fortes y sus porfías con Leach lo pusieron en el ojo del huracán de los debates teóricos de los años cincuenta sobre la naturaleza última del parentesco y los cimientos de la arquitectura social. Con todo, de mucha más envergadura fue lo que vendría después: a destacar, el rol de lo que él denominó los medios de destrucción en la génesis del estado, el decisivo efecto de la escritura en la evolución social, política, religiosa o las diferencias y semejanzas en la estructura familiar de oriente y occidente.

Este libro nos pone en contacto con una figura y una obra que, por utilizar expresiones caras a Goody, han contribuido como pocas a abrir ventanas y a tender puentes. Ante todo, puentes para salvar el foso entre lo occidental y otras formas de ser humano, tan ahondado por espíritus dispares como Marx y Weber. Y también otros para enlazar mito y razón, historia y sociedades supuestamente estáticas, o, en el plano personal, premisas de investigación funcionalistas y preocupaciones intelectuales freudianas y marxistas. Pero, además, ventanas para evitar el peligro de la superespecialización y que dejan ver un loable escepticismo: «Una antropología que no se comunica o no se puede comunicar con otras disciplinas está en peligro de dar excesivo valor a sus conclusiones»Jack Goody, "Towards a room with a view: A personal account of contributions to local knowlegde, theory, and research in fieldwork and comparative studies", Annual Review of Anthropology, n.º 20, págs. 1-23.

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Ficha técnica

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