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Sexo, droga y literatura

La noche es virgen

JAIME BAILY

Anagrama

Premio Herralde 1997

189 págs.

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Permítaseme, para empezar, una digresión: Imagine el lector que sube a un tren sin conocer su destino. Imagine que ocupa con comodidad uno de los asientos de cualquiera de sus vagones y que mira con curiosidad a través de la ventanilla. Imagine que ve cómo empieza a desfilar ante sus ojos un mismo y único decorado; eso sí, con toda suerte de detalles. Imagine el lector que, tras algún tiempo, el decorado desaparece y que el viaje se da así por terminado. Imagine que, lógicamente, al descender de tal tren, se encuentra en el mismo lugar del que partió.

Por último, imagine el lector que ese tren es una novela.

Gabriel Barrios, el protagonista de La noche es virgen, da cuenta en primera persona de su relación sexo-amorosa con otro muchacho. El esquema –que no la situación– narrativo es simple y conocido: chico conoce a chico, y después del encuentro hay un cierto número de páginas, en este caso ciento ochenta y nueve, que dan espacio suficiente para contar qué y cómo ocurre.

La novela, de tono confesional –las interpelaciones al lector son frecuentes– y, según el autor, con elementos autobiográficos, exige un estilo directo, de carácter oral, coloquial en suma, que Bayly ha sabido darle desde la primera línea. En el discurso del narrador se integran incluso los diálogos que éste mantiene con los demás personajes.

Gabriel Barrios es hijo de la alta burguesía limeña. Es un joven homosexual –que por otra parte dice saber aprovechar el sexo que le ofrezca una mujer de su agrado–, presentador de un programa televisivo de gran audiencia, cuyas obsesiones principales son el sexo y las drogas –además de la idea recurrente de que quiere abandonar el programa de la televisión para dedicarse por completo a escribir–…

Una noche –la noche en que da comienzo la historia que se nos cuenta en la novela– Barrios conoce a Mariano –líder de un grupo musical bastante insignificante– y se enamora de él a primera vista, «me gustaste, Mariano. Posé mis ojos en ti y me derretí». A partir de ahí, conocemos las vicisitudes de la relación, acompañadas de una descripción de la vida cotidiana de los protagonistas y del ambiente en que se mueven –Mariano en los barrios bajos; Gabriel en los altos–. Un ambiente que resulta ser la represiva sociedad limeña, conservadora, católica y machista, que tan difícil hace la vida a quienes optan por un camino diferente. La descripción de esta sociedad queda simbolizada sobre todo por los ambientes nocturnos, la casa de los padres del protagonista, Gabriel, y la casa de su amante, Mariano.

Al igual que había hecho ya con éxito en No se lo digas a nadie y en Fueayer y no me acuerdo, sus dos primeras obras, Jaime Bayly vuelve, con humor y un cinismo más agudo, al tema de las drogas, a la bisexualidad y a la denuncia de un cierto carácter opresor de la sociedad, especialmente de la alta burguesía de Lima. No obstante, el autor declaraba hace poco en una entrevista, que «si algún mérito tienen mis novelas es atreverse a hablar de la homosexualidad sin pedir permiso y sin complejos. No trato de defender unas ideas o unas causas sociales. El escritor que lo pretende produce una mala literatura». No se aclara en esa entrevista qué entiende J. Bayly por «mala literatura». Sea como fuere, al parecer, la coincidencia temática entre tres de sus cuatro novelas no es intencionada sino que, según las palabras del autor, es fruto de que «quizás yo sólo sé escribir de lo que me obsesiona y de lo que mejor conozco». Dado que Gabriel Barrios «es un proyecto de lo que yo no he sido capaz de vivir. Ahí están mis ambiciones, fantasías…», no hay duda sobre cuáles han de ser esas obsesiones.

Quizás debamos ver en todo ello el nacimiento de una nueva narrativa, que entiende el concepto de sinceridad desde un punto de vista diferente, más ligado a la «verdad» de lo que se cuenta que a la «necesidad» de contarlo. No en vano hay quien considera a Bayly uno de los más indiscutibles representantes de una nueva narrativa latinoamericana. Pero, precisamente por ser nueva –en el caso de que así fuese–, tendremos que esperar, para valorarla en su justa medida, a que alcance una cierta madurez.

De todos modos, La noche es virgen ya ha obtenido un reconocimiento verdaderamente importante; no podemos olvidar que ha sido distinguida con el XV Premio Herralde de Novela, cuyo jurado la votó por unanimidad. Y por su calidad literaria.

Permítaseme, para acabar, darle un final a la digresión del principio: Estábamos con que el lector bajaba del tren y comprobaba que no se había movido del lugar. Imagine el lector que entonces, atónito, se dirige a la ventanilla de la estación para preguntar cómo es posible que le hayan vendido un billete para un trayecto que el tren no iba a recorrer. Imagine que el empleado le contesta, circunspecto, que aquélla es una nueva manera de viajar, y que no se admiten reclamaciones. Imagine el lector que iba a protestar cuando alguien que se encuentra tras él se impacienta por llegar hasta la ventanilla. Imagine entonces que piensa que su obligación tal vez sea la de advertirle sobre qué tipo de viaje van a venderle, pero que después reflexiona y concluye que, quién sabe, quizás aquel otro viajero busque precisamente eso: no moverse de su lugar.

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