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La voz de las víctimas judías y los alemanes «corrientes»

vida y muerte ?en el tercer reich

Peter Fritzsche

Crítica, Barcelona

Trad. de Luis Noriega

347 pp.

22.90 €

El Tercer Reich ?y los judíos (1939-1945). Los años de exterminio

Saul Friedländer

Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg, Barcelona

Trad. de Ana Herrera

1.136 pp.

39 €

El Tercer Reich ?y los judíos (1933-1939). Los años de persecución

Saul Friedländer

Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg, Barcelona

Trad. de Ana Herrera

609 pp.

29 €

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La gran disparidad en relación con el número de páginas entre las obras de Saul Friedländer y de Peter Fritzsche puede servirnos ya de indicativo de las notables diferencias que las separan en punto a su concepción y a los objetivos propuestos. Sin embargo, los dos autores comparten algunos presupuestos primordiales, que justifican que tenga sentido reseñar sus obras conjuntamente en un mismo artículo. El primero es que la preocupación central que motiva el trabajo de ambos historiadores, los dos con una solidísima carrera académica a sus espaldas, es contribuir a responder a la pregunta de cómo pudo llegar a producirse el Holocausto. Friedländer y Fritzsche participan de la idea de que, aunque la comprensión global del Holocausto sea un objetivo inalcanzable, aún son imprescindibles aportaciones innovadoras que nos acerquen, algo más, a una meta de la que, por nuestra responsabilidad como historiadores y como seres humanos, no debemos desistir. Aducen como explicación que hay aspectos esenciales del Holocausto que no han sido todavía abordados adecuadamente.

Esta primera reflexión nos conduce a un segundo aspecto, en el que Friedländer y Fritzsche también están de acuerdo, y es que, entre estos temas fundamentales aún exiguamente tratados, se encuentra la visión de las víctimas judías y de los alemanes «corrientes», que ellos se proponen estudiar. Los dos historiadores son del parecer que, hasta ahora, la historiografía se había centrado, primordialmente, en explicarnos la visión del Holocausto «de» y «desde» la óptica de los perpetradores, ocupándose insuficientemente de la perspectiva «de» y «desde» las víctimas y el resto de los alemanes. Dicho esto, debemos matizar que, si bien el objetivo fundamental de la obra de Friedländer, como ya indica su propio título, es poner el énfasis, sobre todo, en las víctimas judías, el de Fritzsche se centra, en cambio, en los alemanes corrientes. La obra de Friedländer, con una ambición mucho más abarcadora que la de Fritzsche, examina todos los aspectos relacionados con la dimensión antisemita del Tercer Reich. De todos modos, su aportación más original se encuentra en la vivencia por parte de la población judía del proceso que condujo al Holocausto y la propia «solución final» en todos los escenarios en que se desarrolló. En cambio, la pregunta que guía el trabajo de Fritzsche, que es bastante más concreta –pero en la que Friedländer no profundiza–, es cómo fue posible que los alemanes corrientes permitieran que se produjera el Holocausto de los judíos. Los respectivos focos de atención hacen que ambos historiadores incorporen a la historia del Tercer Reich y el Holocausto elementos de la –en su caso, muy a menudo, terrible– «historia de la cotidianidad». Por lo que respecta a Fritzsche, se trata de una orientación his–toriográfica con la que se identifica de forma explícita en la introducción de su libro.

Un tercer razonamiento que comparten ambos autores es que, para lograr la finalidad que se proponen, además del empleo de la bibliografía existente, han de recurrir profusamente a un tipo de fuentes que hasta ahora ha sido infrautilizado. Se trata de los documentos personales del Holocausto, principalmente las memorias, diarios y cartas de las víctimas judías y de los alemanes «corrientes», muchos de los cuales han aparecido publicados en los últimos años. Aunque Friedländer y Fritzsche son conscientes de que este tipo de documentación debe utilizarse con el mismo cuidado crítico que cualquier otro documento, consideran que, como fuentes para la historia del Holocausto, son insustituibles. De ambos autores puede, pues, afirmarse que el mérito principal de sus obras radica más en el carácter novedoso de su enfoque para explicar el Tercer Reich y el Holocausto y en la abundante información que obtienen de un tipo de fuentes hasta ahora poco empleadas, que en el descubrimiento de documentación inédita.

Por último, existe aún un cuarto aspecto en el que coinciden las obras de Friedländer y Fritzsche, a pesar de todas sus diferencias. En ambas, la ideología nacionalsocialista se revela como un elemento no único, desde luego, pero sí fundamental para entender cómo pudo llegar a producirse el Holocausto. Dicho esto, en lo que sí discrepan los dos autores es a la hora de señalar qué elemento de la ideología nazi fue el primordial para que se llegara adonde se llegó. En el caso de Friedländer, queda claro que el componente esencial fue el antisemitismo radical y fanático de Hitler y sus líderes más allegados. En cambio, desde la óptica de Fritzsche, el antisemitismo nazi no basta para dar cuenta del Holocausto, ya que no era del agrado de la población alemana, la cual no lo hubiera tolerado por sí solo. Según Fritzsche, si los alemanes consintieron el criminal antisemitismo nazi fue porque estaban seducidos por la idea de la «comunidad del pueblo», que fue crucial para que dieran su apoyo al nacionalsocialismo.

En el caso de Saul Friedländer, para entender su obra, resulta ineludible conocer aspectos relevantes de su biografía, que él mismo divulgó en su autobiografía editada a finales de los años setenta. Friedländer, nacido en 1932 como hijo de judíos germanófonos de Praga, sobrevivió el Holocausto oculto en un internado católico en Francia, mientras que sus padres fueron deportados a Auschwitz, donde murieron. A mediados de los años sesenta, publicó un libro sobre el papel del papa Pío XII en el Holocausto, que le procuraría ya un nombre dentro de la historiografía especializadaSaul Friedländer, Pío XII y el III Reich, trad. de Ernest Jordà, Barcelona, Península, 2007.. A finales de los años ochenta mantuvo una sonada polémica con Martin Broszat sobre la historización del nacionalsocialismo, que se plasmó en un intercambio de cartas que, desde entonces y hasta hace bien poco, ha sido reeditado repetidamente. Broszat fue uno de los forjadores de la interpretación funcionalista o estructuralista del Estado nazi y el Holocausto. Desde comienzos de los años setenta, y a lo largo de los ochenta, los historiadores funcionalistas cuestionaron los paradigmas explicativos del totalitarismo y el fascismo dominantes en las dos décadas anteriores. En su lugar, propusieron prestar atención a los factores estructurales que se hallaban en el trasfondo de la conceptualización y la implementación de la «solución final», sacando a la luz las dimensiones modernas del Holocausto y, con ello, su potencial repetición en el presente. Al tiempo que se operaba esta reinterpretación, dejaba también de ponerse el énfasis en la base ideológica del Holocausto, y en particular del antisemitismo. Friedländer expresó su rechazo a los excesos cometidos en el marco de la creciente historización del Holocausto por parte de los historiadores funcionalistas, no exenta de politización, aduciendo que las teorías generalizadoras eran incapaces de explicarlo. Desde una óptica afín al intencionalismo, Friedländer reivindicó el carácter absoluto del antijudaísmo nazi, que hacía imposible integrar el exterminio de los judíos no solo en el marco general de las persecuciones nazis, sino también en los aspectos más amplios del comportamiento ideológico-político contemporáneo. De todos modos, como pone de manifiesto repetidamente en los volúmenes aquí reseñados, Friedländer se distingue de los historiadores intencionalistas ortodoxos en que no ve evidencias que revelen un plan a largo término para el genocidio. Así, poniendo el acento en la interacción de intenciones y contingencias, el autor se suma al creciente número de académicos que se sitúan en una posición intermedia entre intencionalistas y funcionalistas.

En relación con la polémica con Broszat, Friedländer ha sostenido que un mensaje subliminal de la argumentación de su colega era que la memoria del Holocausto por parte de los supervivientes y de sus descendientes, si bien había de tomarse en consideración, había adoptado un carácter mítico, lo que ponía obstáculos a una historiografía racional y conducía a generalizaciones. El hecho de que este presupuesto obtuviera amplia aceptación en la academia ocasionó que la historiografía sobre el Tercer Reich y el Holocausto se mantuviera separada en dicha etapa de la de los judíos. En las introducciones a sus dos volúmenes sobre el Tercer Reich y los judíos, Friedländer explica que, precisamente, lo que él se propone es ofrecer un relato histórico integrado del nazismo y el Holocausto que incorpore la dimensión judía, puesto que las percepciones y reacciones judías constituyen un elemento inseparable de esta historia. Añade Friedländer que el hecho de que él, como superviviente, pueda escribir sobre la historia del Holocausto y de sus víctimas está suficientemente justificado porque no debe ser el origen del historiador lo que condicione su materia de estudio, sino su profesionalidad en el análisis, así como el hecho de disponer de una visión autocrítica que mantenga bajo control las inevitables subjetividades.

En la obra que estamos comentando, Friedländer también se muestra crítico con el eco que han encontrado en Alemania las tesis que subordinan la motivación ideológica del Holocausto a diversos intereses nazis: económicos, de estabilización en el interior y geoestratégicos. En este sentido, una obra paradigmática es la que publicó Götz Aly en 2005 sobre el «Estado popular de Hitler» (el título original del libro en alemán)Götz Aly, La utopía nazi. Cómo Hitler compró a lo alemanes, trad. de Juanmari de Madariaga, Barcelona, Crítica, 2006. Véase la recensión de Jochen Köhler, «Sólo para alemanes», Revista de Libros, núm. 108 (diciembre de 2005), pp. 9-10.. Para Aly, la motivación de la población alemana para dar apoyo al régimen nazi y participar en el Holocausto no fue fundamentalmente ideológica, sino materialista. Este autor define el régimen nazi como una «dictadura complaciente» de la cual los alemanes se aprovecharon directamente y que perseguía realizar principios igualitarios mediante la prestación de asistencia social. Según Aly, fue sobre todo la codicia lo que impulsó las políticas nacionalsocialistas y movió a la población alemana a darles apoyo. El Estado alemán explotó y robó a los territorios ocupados para poder mantener dentro del país un Estado social en beneficio de su población, que se dejó comprar antes que tener que renunciar a alguno de los privilegios que se le ofrecían. El trabajo forzoso y la expropiación de los judíos y su asesinato se hicieron, según este autor, en beneficio del Estado alemán y de los alemanes, muchos de los cuales se beneficiaron de ello privadamente. Aunque Aly no niega la relevancia de la ideología racista, sostiene que los intereses materiales fueron un motivo aún más importante para explicar el robo y asesinato de los judíos. Frente a esta línea argumentativa, Friedländer arguye que, si bien no puede negarse la relevancia de los intereses materialistas en el desarrollo del Holocausto, también es cierto que estos estuvieron supeditados a los fines ideológicos y al antisemitismo. Solo así puede entenderse por qué Hitler, además de robar a los judíos, se decidió a exterminarlos; por qué forzó determinadas deportaciones arriesgadas de nulo interés material; o por qué los nazis optaron por no perdonar la vida a trabajadores especializados judíos que hubieran sido «útiles» a su economía. Para Friedländer, todo ello no se comprende sin poner en el centro de la visión del mundo del régimen nazi y de sus estrategias la eliminación de los judíos. Los nazis veían al judío como un enemigo mortal y despiadado del Reich que estaba decidido a su destrucción. Esto explica que fuera, precisamente, cuando el Reich hubo de luchar en ambos frentes, sin esperanzas de una victoria rápida, y cuando se atisbaron las primeras insinuaciones de la derrota, cuando Hitler se decidió por el exterminio inmediato.

Debe puntualizarse que la dimensión judía que Friedländer incorpora a su obra no se limita al nivel institucional colectivo judío, a las decisiones de sus líderes o a los reducidos intentos de resistencia conocidos, sino que abarca todo el espectro de la población judía, que él describe como muy plural, y todos los esfuerzos, incluso en un plano individual, por obstaculizar las acciones nazis. De todos modos, el concepto de «historia integrada del Holocausto» que orienta los dos volúmenes de la obra de Friedländer no solo incluye la incorporación de la perspectiva judía en toda su amplitud, sino también otras premisas. Dado que la historia del exterminio de los judíos de Europa no se circunscribió ni a las fronteras de Alemania ni a las decisiones germanas, su historia comprende todos los escenarios en que se desarrolló, incluyendo, por tanto, la totalidad de los países ocupados y los Estados satélites. También incorpora los posicionamientos de instituciones no judías relevantes, como las iglesias protestantes y la católica, y las actitudes de las élites intelectuales, demostrando la condescendencia de todos ellos ante el Holocausto. Además, Friedländer presenta un desarrollo cronológico de los acontecimientos en el cual, intencionadamente, integra de manera simultánea todos los escenarios y actores, aunque esto signifique la introducción en la narración de bruscos cambios de perspectiva.

En el primer volumen de su obra sobre El Tercer Reich y los judíos, que publicó originalmente en 1997, Fried-länder analiza la etapa desde la llegada del régimen nazi al poder hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial. A lo largo de sus páginas, el autor yuxtapone el cinismo frío de los líderes nazis cuando formulan sus políticas antisemitas al impacto de estas sobre los judíos alemanes y, desde 1938, también los austríacos. El autor nos acerca de este modo al extrañamiento angustioso que se apoderó de las víctimas, cuyos relatos constituyen el elemento más importante del libro. Friedländer defiende la tesis de que Adolf Hitler y sus ávidos allegados estaban consagrados a lo que él llama un «antisemitismo redentor», convencidos obsesivamente como estaban de que había de librarse una lucha apocalíptica entre arios y judíos. Siguiendo esta línea argumentativa, hace notar que, si bien otros grupos, como los gitanos, los homosexuales o los minusválidos, también fueron considerados racialmente peligrosos, de ninguno de ellos se llegó a presumir que poseyera la aptitud de los judíos para realizar una conspiración mundial. Ello no obsta para que el historiador reconozca que Hitler exhibió en determinados momentos un pragmatismo fríamente calculado, aun en la cuestión judía. Bien fuera para alienar a la opinión pública extranjera, bien a los aliados conservadores en el interior, el criminal dictador, en una primera fase, limitó las expresiones de violento antisemitismo y canalizó el racismo radical en una discriminación legal. Friedländer subraya la imposibilidad por parte de los judíos alemanes de predecir la rapidez con que se deterioraría su situación. A ello colaboró el rechazo de los alemanes corrientes –que no compartían el antisemitismo redentor– a sumarse al tormento de los judíos. En este punto, pues, Friedländer se distancia de algunas posiciones que han imputado a toda la sociedad alemana un intencionalismo extremo, como hizo, a finales de la década de 1990, Daniel J. Goldhagen en su libro sobre «los verdugos voluntarios de Hitler», que desató una gran polémicaDaniel J. Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto, trad. de Jordi Fibla, Madrid, Taurus, 1997. Véase la recensión de Jochen Köhler, «¿Alemanes corrientes?», Revista de Libros, núm. 10 (octubre de 1997), pp. 7-12.. Con todo, para Friedländer sí es cierto que la mayoría de los alemanes eran moderadamente antisemitas y estaban impresionados por los logros económicos y los éxitos en política exterior del partido nazi, por lo que aceptaron pasivamente las medidas de discriminación legal, gradual aislamiento y pauperización de los judíos.

El segundo volumen de Friedländer sobre el Tercer Reich y los judíos se ocupa del proceso de progresiva radicalización que, desde el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y a remolque de los acontecimientos militares, condujo a la «solución final». El autor divide el texto en tres partes: Terror (otoño de 1939-verano de 1941), Asesinatos en masa (verano de 1941-verano de 1942) y Shoah (verano de 1942-primavera de 1945). Estas tres partes, con la invasión de la Unión Soviética y la batalla de Stalingrado como bisagras, reflejan las fases principales del creciente proceso de organización e industrialización del asesinato masivo de los judíos europeos. Cada una de estas partes está organizada en diversos capítulos que las estructuran cronológicamente y que integran los sucesos más relevantes. Friedländer se mueve, frecuentemente, por los diversos escenarios del Holocausto: Alemania, Francia, Holanda, Polonia, Unión Soviética y Hungría, entre otros. El autor describe la posición social de cada una de las comunidades judías y la diferente autoconcepción política y religiosa de sus integrantes, así como las especificidades del antisemitismo de las sociedades mayoritarias como caja de resonancia para las medidas de persecución de los ocupantes nazis o de los Estados dependientes y aliados. Con ello consigue sacar a la luz todas las facetas del conflicto, como el antisemitismo de muchos intelectuales, de políticos relevantes y de gran parte del clero católico y de las iglesias protestantes. El autor pone de manifiesto los condicionantes de las actitudes de los países aliados y neutrales ante el Holocausto. Se ocupa, asimismo, de las barreras para poder actuar y de los fracasos de las organizaciones judías. De la misma manera, su atención se extiende a los escenarios del crimen, los guetos y los campos de concentración y de exterminio, explicando cómo evolucionaron en el curso del tiempo las operaciones de asesinato. En este contexto, Friedländer ilumina la vida cotidiana de la comunidad judía enfrentada a la muerte. Para ello se concentra en los «ego-documentos» de los testimonios judíos que, en su desesperación, se dirigen a un lector futuro. Friedländer nos dice emotivamente que, aunque la gran mayoría de ellos no sobrevivió, los cronistas consiguieron su objetivo de dar a conocer lo que había ocurrido. Pero el autor tampoco olvida la actuación de la diplomacia y las manifestaciones oficiales y privadas de Hitler y las altas jerarquías nacionalsocialistas, con su redundante culpabilización a los judíos tanto de la guerra como de la amenaza de exterminio. Finalmente, Friedländer nos ilustra también sobre la evolución del conocimiento del Holocausto en Alemania y otros países y sobre la actitud de testigos, colaboradores y población «corriente».

En conclusión, la obra de Saul Friedländer sobre el Tercer Reich y los judíos, que ha obtenido diversos premios internacionales muy prestigiosos, ha sido celebrada justamente como la primera historia sintética del Holocausto que integra en gran medida las experiencias de las víctimas del genocidio nazi. Si bien pone en el centro como causa el antisemitismo, ofrece una visión trasnacional y polifacética que va más allá del campo conceptual de su modelo explícito de causalidad. Además, el trabajo de Friedländer consigue, de manera magistral, la implicación emocional del lector, a lo que contribuye su excelente prosa y, en la versión española, la excepcional labor de la traductora.

La obra de Peter Fritzsche está escrita con un lenguaje muy ágil de matices periodísticos y ha sido, asimismo, bien traducida. Su propósito es esclarecer cómo fue posible que los alemanes consintieran, activa o pasivamente, que se produjera el Holocausto. Al igual que en el estudio de Friedländer, las prin–cipales fuentes de su análisis son documentos privados, como diarios y car–tas, tanto de víctimas, opositores y escépticos, como, particularmente, de partidarios del nazismo pertenecientes a todo el espectro de la sociedad alemana, trabajadores incluidos. Fritzsche ya había empleado este tipo de documentación cuando, hace algo más de una década, exploró el intento de Adolf Hitler y sus seguidores durante la República de Weimar de convertir a los alemanes en nazisPeter Fritzsche, De alemanes a nazis, 1914-1933, trad. de Jorge Salvetti, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006 (publicada originalmente en inglés en 1998).. En este nuevo libro, el autor prolonga su reflexión al período del Tercer Reich.

En el primer capítulo de los cuatro que integran la obra, titulado «Revivir la Nación», Fritzsche se propone explicarnos qué es lo que la mayoría de los alemanes sentían que les ofrecían los na–zis como para aceptar concederles, a cambio, su apoyo en la cuestión racial. El autor parte de la tesis de que, si bien la mayoría de historias sobre la opinión pública en el régimen nazi han enfatizado el carisma seductor de Hitler, en realidad el elemento clave para comprender la atracción del na–zismo se encuentra en su noción de «comunidad del pueblo» (Volksgemeins-chaft). La solidaridad de grupo im-plícita en la idea de la comunidad del pueblo, que incluía la comodidad de encontrarse «entre nosotros» (unter uns) los arios, permitía a los alemanes imaginarse una vida futura más próspera, dinámica y brillante para sí mismos que la que habían experimentado durante la República de Weimar. La compensación que debían ofrecer para obtener esta prerrogativa les resultó a los alemanes, aunque no siempre y no fácil para todos, sí, al menos, llevadera: lo único que precisaban era abrazar el sueño nazi de la utopía aria. Fritzsche no niega la existencia de un arraigado antisemitismo y otros prejuicios raciales en la sociedad alemana, pero sostiene que para entender cómo pudo llegarse al Holocausto debe considerarse la manera en que el régimen nazi, con su ideología, logró remodelar la imagen que los alemanes tenían de su nacionalidad y hacerlo en términos raciales. En este sentido, podemos compartir con algún crítico de Fritzsche la idea de que un título acertado de su libro podría haber sido «De alemanes a arios».

A lo largo de las páginas de su estudio el autor explica cómo los ciudadanos se «convirtieron» en camaradas raciales, lo que fue facilitado por el adoctrinamiento a través de la propaganda nazi y por la persuasiva presión ejercida por la intervención totalitaria del régimen en la vida cívica. La mayoría de los alemanes aceptaron las exigencias del régimen nacionalsocialista, unas veces doblegándose a la necesidad y otras haciendo concesiones a su racismo y antisemitismo declarados, que veían como su aspecto más desafortunado. La realización de pruebas genéticas y árboles familiares, entre otros aspectos, se asumieron como una rutina. Los dirigentes nazis apelaron a la exacerbación del preexistente miedo del pueblo alemán a la existencia de enemigos infrahumanos internos y externos para justificar sus propias guerras de aniquilación. Imaginando una guerra existencial de la nación contra monstruos, los nazis se convirtieron en los auténticos monstruos. De manera simultánea, la población alemana fue tolerando las crecientes medidas del régimen contra los judíos y su deshumanización por parte de la propaganda nazi, adaptándose a su radical antisemitismo. Fritzsche nos habla de la labor moral asumida por los alemanes de «escoger» abrazar el régimen y, de resultas de ello, su antisemitismo. Los escépticos no querían hacerse desagradables pareciendo que cuestionaban los logros del régimen. La aclamación nacional de que gozaba determinó incluso la resignación de los detractores, lo que explica la casi total ausencia de oposición a partir de 1933 y hasta los últimos meses de la guerra, ya que los intentos de resistencia suponen únicamente casos aislados.

En los capítulos segundo («Acicalado racial») y tercero («El imperio de la destrucción»), el autor explica la progresiva radicalización de la política nazi, estableciendo los vínculos entre los sueños de expansión de la germanidad, por un lado, y las políticas de exclusión y asesinato, por otro. La falta de escrúpulos exigida por el régimen validó las atrocidades en nombre del imperativo de destruir a quienes se identificaba como los mayores enemigos del nuevo orden. Una vez iniciada la Segunda Guerra Mundial, el régimen intensificó el poderoso sentimiento compartido de que Alemania era una nación asediada. Sobre todo a partir de la derrota de Stalingrado, la propaganda nazi, que ignoraba el papel activo de su ejército en las atrocidades del Holocausto, se presentó como víctima de supuestas brutalidades por parte de los que calificaba como agresores judíos. A partir de estos hechos, Frtizsche se plantea una de las cuestiones que se han conver-tido en fundamentales en el debate en torno al Holocausto: cuánto sabía en verdad la población alemana sobre lo que sucedía a los judíos y si realmente le importaba. La conclusión del autor es que, a pesar de todo, los alemanes sabían mucho e hicieron muy poco para evitarlo. Los documentos personales utilizados por el historiador demuestran que a muchos alemanes corrientes les llegaba información a través de fuentes diversas, como los miembros de la familia que eran soldados en el frente durante la guerra y que, como tales, fueron testigos de las matanzas. Las cartas provenientes del frente hablaban con mucha franqueza de la mentalidad de los asesinos y de los dilemas morales a que algunos se enfrentaban y lograban superar. Fritzsche matiza que, sin embargo, lo que muy bien pudo ignorar la población alemana era el conocimiento de los términos concretos en que se llevó a cabo la solución final. Fue precisamente el amplio conocimiento de las ejecuciones masivas que estaban llevándose a cabo en la Unión Soviética desde 1941 y la conmoción que ello causó lo que impidió a los alemanes corrientes comprender cabalmente la política sistemática de exterminio de los judíos, ejecutada, principalmente, a la sombra en los campos de concentración.

El último capítulo del libro, titulado «Conocimiento profundo», es una catalogación de las estrategias empleadas por la población alemana una vez terminada la Segunda Guerra Mundial para enmascarar su implicación en la agenda nazi. El capítulo saca a relucir la persistencia en esta etapa de argumentos exculpatorios del antisemitismo que ya habían estado vigentes durante la Segunda Guerra Mundial. El desenlace de la guerra y la actuación de los aliados para con Alemania dio paso a una narrativa victimista con elementos de continuidad frente a la desarrollada durante la contienda armada. Fueron pocos los alemanes que reconocieron sus decisiones personales anteriores a favor del régimen. Los alemanes se percibieron a sí mismos como víctimas traicionadas de una historia cruel, no como responsables de su propia crueldad. Pero, en realidad –sostiene el historiador–, sí eran responsables de haber optado por abrazar una ideología que les prometía realizar su potencial y seguridad, aunque fuera a costa de negar lo mismo a supuestos seres racialmente inferiores por medio de la conquista, la esclavitud o el exterminio. El carácter dual de su decisión pone de manifiesto el inextricable lazo entre vida y muerte existente en el Tercer Reich, que queda puesto de relieve con el título elegido por el autor para su obra.

Para finalizar, en la contracubierta del libro de Fritzsche, el eminente historiador Richard J. Evans se pregunta si necesitamos otra historia del Tercer Reich. Al igual que él, nosotros respondemos afirmativamente. Sí necesitamos las obras aquí reseñadas porque nos demuestran que aún cabe ofrecer nuevas perspectivas sobre el Holocausto. Y abordarlas es fundamental para comprender más y mejor cómo fue posible que llegara a producirse.

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