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La patria inventada

TRAS LA HUELLA DE SABINO ARANA. LOS ORÍGENES TOTALITARIOS DEL NACIONALISMO VASCO

Antonio Elorza

Temas de Hoy, Madrid

320 pp.

17 €

UNA HISTORIA CHOCANTE. LOS NACIONALISMOS VASCO Y CATALÁN EN LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE ESPAÑA

Pío Moa

Encuentro, Madrid

680 pp.

26,92 €

ADIÓS, ESPAÑA. VERDAD Y MENTIRA DE LOS NACIONALISMOS

Jesús Laínz

Encuentro, Madrid

832 pp.

27,88 €

PERVERSIONES POLÍTICAS DEL LENGUAJE

Víctor Manuel Arbeloa

Biblioteca Nueva, Madrid

232 pp.

15 €

SABINO ARANA O LA SENTIMENTALIDAD TOTALITARIA

Iñaki Ezquerra

Belacqua, Barcelona y Debolsillo, Madrid

232 pp.

15 €

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La bibliografía sobre los nacionalismos vasco y catalán, y muy especialmente sobre el primero, ha ido ampliándose durante las últimas dos décadas. Es mayoritariamente crítica, y eso es algo a destacar: no son muchos los libros que defienden las tesis nacionalistas. Quizá porque los argumentos a su favor sean de tal endeblez –y en muchos casos, de tal falsedad– que resisten mal ser puestos por escrito. O quizá porque su campo de batalla sea más bien el mitin y el adoctrinamiento, y en estos terrenos les haya ido lo suficientemente bien sin necesidad de mayores esfuerzos.

Es, en cambio, creciente el número de libros que asumen la encomiable tarea de desmontar las falacias, mixtificaciones y simples embustes sobre los que los nacionalismos, y muy especialmente el vasco, han construido buena parte de su doctrina. Si se considera que el nacionalismo son sentimientos, habría poco que discutir. Se podrán deplorar, pero son difíciles de rebatir en el plano intelectual. Si alguien se siente vasco o catalán, y no español, podríamos, quizás, esforzarnos en cambiarlo apelando a otros sentimientos, pero el debate tendría escaso recorrido.

Sucede, sin embargo, que los humanos tenemos tendencia a buscar una justificación tanto a nuestras acciones y opiniones como a nuestras querencias y sentimientos. Cuando alguien dice que se siente vasco o catalán, y no español, y aspira a la independencia política de los territorios que él considera vascos o catalanes, sería muy extraño que lo proclamase «porque sí». Más bien, buscará razones que los demás puedan entender, sobre todo si, además, hace proselitismo, lo que obliga a ir más allá del mero amor al terruño, por apasionado que éste sea.Y si el sentimiento nacionalista es difícilmente objetable, no sucede lo mismo con los argumentos en los que pretende apoyarse, o con los que se justifica. Éstos sí son discutibles, susceptibles de refutación cuando entendemos que no responden a la verdad o a la lógica, o de rechazo, cuando ofenden nuestros principios morales.

En esta línea crítica se inscribe una buena parte de los libros que están apareciendo sobre los fenómenos nacionalistas de Cataluña y el País Vasco, aunque, en el caso de este último, el que esté contaminado por la violencia terrorista ha añadido un plus bibliográfico. Las obras de Víctor Manuel Arbeloa, Jesús Laínz, Pío Moa, Iñaki Ezquerra y Antonio Elorza, aparecidas en los últimos dos años, escritas desde puntos de vista diferentes, por autores de diferentes adscripciones ideológicas, son una buena muestra de esta bibliografía cada vez más amplia. Aunque a estas alturas uno tiende a pensar que sobre los nacionalismos vasco y catalán se ha dicho ya todo, o casi todo, lo cierto es que estos cinco trabajos demuestran que eso no es tan verdad y que, además, las exposiciones bien hiladas y razonablemente completas de cosas sabidas, pero que normalmente consideramos separadamente, tienen utilidad intelectual y valor añadido político. Salvo el libro de Pío Moa, que trata también del nacionalismo catalán, los otros cuatro están dedicados al nacionalismo vasco, aunque desde enfoques diferentes. Dejaremos para el final el comentario al trabajo de Arbeloa porque, como indica su título, se ocupa de lo que puede entenderse como la envolvente o el colofón de la propaganda nacionalista y de la propia ideología secesionista: la corrupción del lenguaje que, desgraciadamente, nos afecta a todos.

Los trabajos de Laínz y Moa son dos muy buenos compendios con los que el lector interesado puede seguir un curso completo sobre la materia. Quizá demasiado completo. Si algún reproche cabe hacer a ambas obras, es su tamaño: 680 páginas en el caso de Pío Moa, y 832 en el de Jesús Laínz, son extensiones que pueden hacer flaquear el ánimo del lector.Tal vez, un cierto esfuerzo de síntesis los habría hecho más eficaces. Los dos libros están escritos desde enfoques muy distintos y, más allá de solapamientos y de algunas repeticiones inevitables, se complementan. El libro de Antonio Elorza, que no necesita presentación como uno de nuestros primeros académicos en ciencia política e historia de las ideas, es una inteligente, completa y bien articulada exposición sobre la formación del pensamiento de Sabino Arana, sus obsesiones y su determinante influencia en el nacionalismo vasco a lo Sabino Arana o la sentimentalidad totalitaria, de Ezquerra es, realmente, una joya, un estupendo panfleto, en el mejor sentido del término, sobre el casi increíble tejido de las ideas sabinianas, un panfleto que alcanza a ser un penetrante análisis psicológico y psiquiátrico del fundador y de las ideas-fuerza de todo el nacionalismo vasco.

El libro de Moa es, como indica su subtítulo, un estudio de los nacionalismos vasco y catalán en la historia política de España, desde Arana y Prat de la Riba hasta la actualidad. Moa sitúa esos nacionalismos en paralelo con el regeneracionismo español del 98, entendiendo que, realmente, fueron tres los movimientos regeneracionistas españoles que surgieron tras el desastre colonialPío Moa, op. cit., capítulo 4, «Los retos del siglo XX », especialmente pp. 109-112. . Moa, que escribe con sencillez y gran claridad, tiene el don de irritar desmesuradamente a una parte de la izquierda española. El primer libro de Moa sobre la Guerra Civil, Los orígenes de la Guerra Civil española (1999), fue recibido por casi todos los medios académicos y periodísticos con silencio sepulcral. Moa, un historiador formado fuera del reducto de la historiografía profesional, vulneraba lo que algún historiador ha denominado la «versión definitiva y no revisable de la guerra civil», y esto ha herido sensibilidades. El silencio ha vuelto a repetirse en el caso de Unahistoria chocante. Quizá, el desafortunado título no ayuda mucho; la historia de estos nacionalismos puede ser muchas cosas, desde trágica a cómica, pero adjetivarla de «chocante» transmite al potencial lector una primera imagen de escasa entidad. En todo caso, es muy posible que si el firmante hubiera sido otro, la atención dispensada al libro habría sido distinta. Por su parte, la muy sólida obra de Jesús Laínz, que tampoco es historiador profesional, apenas ha recibido la atención que merece. Laínz sigue un enfoque diferente, más historia de ideas que historia de hechos. Analiza los argumentos (mitos, según los llama) del nacionalismo sobre la raza, la lengua, el territorio y la historia, y pone de relieve cuánto tiene de falso en unos casos, y de inaceptable moralmente, en otros.

Mientras Moa analiza el devenir del nacionalismo vasco desde Sabino Arana hasta nuestros días, el análisis de Laínz se dirige no a la historia del PNV, sino a la del País Vasco y sus habitantes. El objetivo de Laínz es desmontar la colección de tergiversaciones, mixtificaciones y puras y simples mentiras con los que Arana y sus seguidores han intentado contarnos una historia imaginaria del pueblo vasco. Laínz señala que es muy discutible el relato sobre un pueblo con identidad propia desde la noche de los tiempos, defensor con éxito de su independencia frente a los romanos, los visigodos y los invasores árabesEn cuanto a la historia de tenaz resistencia frente a los romanos, Laínz, tras poner en cuestión que existiera algo semejante a una «conciencia nacional vasca» en tal época, y sin negar episodios de oposición cántabra y vascona a la dominación romana, recuerda que vascones sirvieron en los ejércitos romanos durante siglos, como está documentado.Y en lo que respecta a la defensa vasca de su independencia frente a los visigodos, desvela Laínz una patraña muy ilustrativa de la manera nacionalista de escribir la historia: en las crónicas de los reyes visigodos aparecería la frase «domuit vascones» (subyugó a los vascones) constantemente repetida para cada monarca, prueba evidente, según los nacionalistas, de que en realidad los visigodos jamás habrían logrado someter al pueblo vasco. Desde Olano y Estella en los años treinta hasta Arzalluz, Batasuna y la propia ETA en la actualidad, se ha repetido la leyenda del «domuit vascones» y su significado como prueba de la ancestral independencia vasca.Todo muy ilustrativo, si no fuera por el pequeño detalle de que dicha frase jamás fue escrita. De hecho, ni siquiera existen tales crónicas de los reyes godos, más allá de los escritos de san Isidoro de Sevilla, en los que la citada frase no aparece. . Que no es cierta su supuesta resistencia frente a intentos de dominación por parte de los castellanos. Que, por el contrario, los territorios vascos fueron siempre parte integrante de Castilla, participando los vascos intensamente en la Reconquista. Que incluso los guipuzcoanos, en su calidad de «castellanos», se enfrentaron en reiteradas ocasiones a los navarros. Y que los fueros no fueron, en absoluto, prueba de una independencia originaria que los reyes castellanos habrían reconocido, sino, por el contrario, un otorgamiento en reconocimiento de su fidelidad.

Son brillantes las páginas que dedica a desmontar las fabulaciones sabinianas sobre la Vasconia antigua y medieval. Laínz advierte (p. 731) que «nunca el país vasco ha sido soberano, y de hecho sus fueros proceden precisamente de la fidelidad de aquellos valles a los reyes de Castilla y de España» y recuerda que, escribiendo por la misma época que Arana, un gran historiador vizcaíno, Gregorio de Balparda, con incomparablemente mayor solvencia y mejor bagaje profesional que aquél, señalaba (1909) que «desde que a principios del siglo XI empieza a tenerse alguna idea de Vizcaya (lo que se diga de tiempos anteriores es el mentir de las estrellas) no ha vivido jamás otra vida política, internacional, jurídica, artística, social, científica ni religiosa que la de Castilla, aun en épocas muy anteriores a la constitución de la unidad nacional»Citado por Laínz, op. cit., p. 53. . En palabras de Laínz (p. 727): «Sobre la alucinación histórica y la ignorancia jurídica se ha construido el nacionalismo, que afirma una soberanía futura a partir de una inexistente realidad pretérita. Lo singular, en estos comienzos del siglo XXI, es que cientos de miles de españoles han sido convencidos de que tienen que negarse a serlo en nombre de una falacia histórica y jurídica de dimensiones sonrojantes». Difícilmente podría expresarse mejor con menos palabras. Es cierto que todos los nacionalismos se alimentan en buena medida de mitos e idealizaciones, pero ninguno como el vasco se apoya de forma tan descarada sobre el falseamiento de la historia.

Es sorprendente el aval de legitimidad que se ha venido otorgando a los nacionalismos vasco y catalán.Y más sorprendente en el caso del primero. No es asunto menor que la Autonomía vasca se haya dotado de un himno que procede del PNV y que es, en realidad, el Himno de laraza vascaElorza, op. cit., p. 155. , de una bandera –la ikurriña– inventada por Sabino Arana, y de una denominación –Euzkadi– que es un invento asimismo del susodicho y cuyo valor etimológico ya fuera en su día objeto de pitorreo por parte, entre muchos otros, de Miguel de Unamuno.

De las obras de Sabino Arana que circulan por las librerías con el nihil obstat del PNV han desaparecido, curiosamente, las páginas más comprometidas, aquellas en que el fundador del nacionalismo vasco descubre con más contundencia su ideario racista, xenófobo y sexista, y su visión de un Estado vasco teocrático y totalitario.Arana apoyó en la exaltación de la raza vasca y en la denigración y el odio a lo español su pretensión de independencia para Euzkadi. Hombre de pocas sutilezas intelectuales –poco leído y poco viajado– se limitó a reiterar de forma machacona unas pocas ideas: un pueblo vasco con personalidad propia, basada en su raza y su lengua, libre desde tiempos prehistóricos, defensor de su independencia a lo largo de los siglos, y finalmente sojuzgado por los castellanos. Un pueblo vasco actualmente oprimido por una raza inferior –la española– que debe sacudirse el yugo y retornar a un pasado idílico, libre de injerencias extranjeras y de ideas liberales y disolutas, corruptoras de la fe católica. Una raza vasca peligrosa y crecientemente contaminada de mestizaje con razas inferiores (los maketos), que debe recuperar su pureza original. Y una fe católica que debe ser ley fundamental del pueblo vasco: Jaungoikoa eta lagizarra (Dios y ley vieja). Pero, advierte Elorza, «no estamos ante una concepción del origen divino de la ley, sino del origen nacional de la ley divina […] no legisla la Junta de Vizcaya, sino Dios, [pero] su acción legislativa procede […] del fuero mitificado en la condición de Ley Vieja» (pp. 75-76).

En la obra de Sabino Arana, la letanía de pasajes antiespañoles disparatadamente racistas, tan groseros que llegan a ser cómicos, es realmente abrumadora. Moa y Laínz, al igual que Ezquerra y Elorza, reproducen unos cuantos. Uno, muy famoso, dice: «La fisonomía del bizkaíno es inteligente y noble; la del español, inexpresiva y adusta. El bizkaíno es de andar apuesto y varonil; el español, o no sabe andar, o si es apuesto es de tipo femenil. El bizkaíno es nervudo y ágil; el español es flojo y torpe». O esto otro: «El bizkaíno es inteligente y hábil para toda clase de trabajos; el español es corto de inteligencia y carece de maña para los trabajos más sencillos […]. El bizkaíno es laborioso; el español perezoso y vago. El bizkaíno es emprendedor; el español nada emprende, a nada se atreve, para nada vale. El bizkaíno no vale para servir, ha nacido para ser señor; el español no ha nacido más que para ser vasallo y siervo». Y aún merece la pena reproducir un tercer párrafo: «Ved un baile bizkaíno presidido por las autoridades eclesiástica y civil, y sentiréis regocijarse el ánimo al son del txistu, la albota o la dulzaina, y al ver unidos en admirable consorcio el más sencillo candor y la más loca alegría; presenciad un baile español y si no os causa náuseas el liviano, asqueroso y cínico abrazo de los dos sexos queda acreditada la robustez de vuestro estómago». A lo que añade, quizá para reforzar la náusea que le produce el baile agarrao, que mientras el aseo del vizcaíno es proverbial, «el español apenas se lava una vez en su vida y se muda una vez al año».

Estos españoles (maketos), tan vagos, torpes, lascivos y sucios, eran los inmigrantes que se esforzaban en las minas y fábricas del país vasco en condiciones penosas, y hacia los que el fundador del PNV no muestra el más mínimo atisbo de compasión. En cuanto al sexo femenino, está, sin duda, más cerca de lo español que de lo vasco. La mujer, vasca o maketa, es «vana, es superficial, es egoísta, tiene en sumo grado todas las debilidades propias de la naturaleza humana»El pensamiento sabiniano no se agota en el racismo y el sexismo. Para el fundador del PNV, la patria vasca, Euzkadi como nación, debía tener como ley fundamental la ley de Dios. El Estado vasco sería, en su visión, no ya un Estado confesional, sino teocrático.Y así proclama la «conformidad [de Euzkadi], de sus costumbres, de sus leyes y de sus actos de Gobierno con los preceptos de la Religión Cristiana, los cuales obligan a los vascos como hombres y antes de ser ciudadanos, reconociéndose como única definidora e intérprete de estos preceptos a la Iglesia Católica y Apostólica que hoy tiene su cabeza en Roma; y garantizándose aquella conformidad con la oportuna venia que el poder civil solicitará del poder eclesiástico». . La zafiedad intelectual del discurso de Sabino Arana, la simpleza de sus argumentos, la crudeza e inhumanidad de sus ideas racistas y sexistas causan no ya sonrojo, sino incluso incomodidad. Se dirá que estamos hablando de alguien que vivió y escribió hace un siglo, y que no es ese el perfil del nacionalismo vasco de hoy. Desde luego, hoy no escuchamos de labios de los nacionalistas semejante sarta de aberraciones. Pero resulta que, como recuerdan Laínz y Moa, aunque la idea de la raza ya no sea el eje central del discurso peneuvista, las alusiones a la singularidad racial de los vascos, a su Rh y a la forma de su cráneo han seguido presentes en las manifestaciones de los políticos vascos nacionalistas, desde el primer lehendakari José Antonio AguirreJosé Antonio Aguirre escribía que «nosotros, que sentimos el impulso nacional vasco exclusivamente, nos encontramos ante un pueblo inferior, que es España (Laínz, op. cit., p. 341). hasta nuestros díasVéase Laínz, op. cit., pp. 342 y 354. ; el PNV nunca las ha condenado formalmente.
Por supuesto, todos los partidos políticos de cierta longevidad tienen algún cadáver en el armario. Cánovas, por ejemplo, es culpable de comentarios racistas sobre los cubanos, como bien gusta de recordar el PNV. Pero, a diferencia de los conservadores, los peneuvistas nunca han tenido el coraje de condenar el racismo de Sabino Arana. A lo más que han llegado es a restarle importancia, o a aducir que a Sabino Arana hay que entenderlo e interpretarlo «en su contexto». Curioso argumento que sirve para justificar cualquier cosa.

Con todo, la descalificación de las ideas de Sabino Arana no tendría por qué arrastrar necesariamente al partido que fundó. Para los nacionalistas vascos, Arana, más allá del racista xenófobo, sexista y totalitario que fue, sería ante todo el impulsor del sentimiento independentista de los vascos, y como tal, el padre de la patria. ¿No han tenido tantas otras grandes figuras de la historia su lado oscuro? Precisamente porque los reparos al nacionalismo vasco actual no se agotan en la crítica a su fundador, los cuatro autores cuyos libros comentamos se ocupan del PNV y de las tres características que han sido constantes en su actuación: su absoluta, marmórea, indesmayable tenacidad, su oportunismo y capacidad de maniobra, que le ha permitido tensar o destensar la cuerda en cada momento según vinieran dadas, y su bien acreditada deslealtad con cuantos han pactado o confiado en ellos.

Moa y Laínz relatan el comportamiento del PNV hacia sus socios republicanos durante la Guerra Civil española, sus intentos de ponerse bajo el paraguas del Reino Unido, o de negociar por separado con Franco, y su rendición final a éste en flagrante traición a las tropas republicanas del norte. De la posguerra cabe recordar la colaboración del PNV con el Departamento de Estado norteamericano en tareas de espionaje y delación de las actividades de los republicanos españoles en Hispanoamérica; no se trata de infundios, ni de acusaciones truculentas: de las andanzas de Aguirre y Galíndez, como de otras destacadas figuras peneuvistas, existe amplia información.

Moa y Elorza rastrean las ideas sabinianas en el nacimiento de ETA, lo que no es nada difícil, porque Arana dejó multitud de reflexiones defendiendo y justificando la violencia contra España, los españoles y los vascos traidores: «Quien hoy hace de tripas corazón, puede hacer mañana una muralla de cadáveres», escribió AranaCitado por Elorza, op. cit., p. 92. . Ambos se detienen en Federico Krutwig, un vasco de padre alemán, de ideas eusko-imperialistas particularmente sanguinariasEn un libro titulado Vasconia, publicado en 1962, que algunos consideran «la Biblia de ETA», Krutwig defendió expresamente el degüello como forma de castigar y aterrorizar a los policías culpables de haber torturado a presos vascos, mientras que los jueces y otros empleados públicos deberían ser, simplemente, fusilados. En cuanto al terrorismo vasco, debería llegar hasta Burdeos, por el norte, Soria, por el sur, Cantabria al oeste y hasta Aragón por el este. En su delirio, Krutwig envolvía su proyecto nacional-terrorista y racista, de indudables resonancias nazis, en la parafernalia de la lucha anticolonialista y tercermundista, algo tan irreal y fuera de contexto que pronto perdió su influencia (véanse Moa, op. cit., pp. 499 y ss., y Elorza, op. cit., pp. 195 y ss.). .

No parece aventurado pensar que sin el caldo de cultivo del nacionalismo xenófobo y victimista de Arana, ni de sus delirios sobre la nación vasca oprimida por el colonialismo español, difícilmente habría surgido el fenómeno de ETA.Al respecto, Laínz afirma que «sin Sabino no hay ni PNV ni ETA» (p. 794).Y añade que «el nacionalismo puede enorgullecerse de que, con el paso del tiempo, de este abono de mentiras y falsificaciones ha nacido el terrorismo. Envidiable currículum»Sobre el terrorismo etarra y sus relaciones con el nacionalismo vasco existe hoy una bibliografía tan amplia que nadie que no lo quiera puede sentirse desinformado. Aurelio Arteta, Mikel Azurmendi, José Luis Barbería, José M.ª Calleja, José Luis de la Granja, José Díaz Herrera, Isabel Durán, Jon Juaristi, Fernando Reinares, Fernando Savater, Edurne Uriarte, Patxo Unzueta y otros han publicado libros excelentes sobre el lugar de ETA en la constelación sabiniana. .

Los nacionalismos que en el mundo han sido buscan su justificación en un pasado más o menos glorioso, o en unas señas de identidad que los diferencian de otros pueblos, o en ambas cosas, con tanta mayor pasión, tanto mayor sectarismo, tanta mayor irracionalidad y fantasía cuanto menor es su fundamento real. Pero, en fin, dentro de lo discutible que es todo esto, ambos tipos de argumentos pueden ser admisibles siempre que se cumplan algunas condiciones: en el caso del pasado histórico, que sea cierto o, al menos, que no sea manifiestamente falso.Y en el caso de las señas de identidad, que además de ser razonablemente reales, no violenten más allá de lo insoportable nuestra conciencia moral.

En cuanto a lo primero, es muy habitual y comprensible la exaltación de las victorias, de las hazañas de caudillos gloriosos y de los logros militares, culturales y artísticos, y la paralela minimización y justificación de las páginas menos afortunadas. No es, en cambio, justificable el falseamiento deliberado de la historia, la invención de sucesos que nunca se produjeron, ni la manipulación y distorsión de acontecimientos. En el caso vasco, las descaradas fantasías históricas de Sabino Arana, su invención de una nación vasca independiente, némesis de romanos, visigodos, moros y castellanos, finalmente sojuzgada por estos últimos, han sido perpetuadas por el nacionalismo vasco hasta desembocar en los libros de texto de las ikastolas de hoy. La leyenda de Euskalherria, una patria inventada, sustituye en el ideario del nacionalismo vasco a la realidad histórica que no les gusta y que, por tanto, han decidido negar o, simplemente, ignorar. El nacionalismo catalán es menos impúdico en este terreno.

Cataluña tiene un pasado político autónomo, lejano, pero real, en el que pueda inspirarse, aunque las disquisiciones de Prat de la Riba sobre una «nación» catalana anterior a los romanos que, recuerda Moa (pp. 56 y ss.), nos indican que el disparate no es monopolio de los nacionalistas vascos.

En cuanto a lo segundo –las señas de identidad–, ambos nacionalismos recurren a las más usuales: la lengua y la raza. Cataluña y País Vasco tienen una lengua propia y ese es, sin duda, un factor político muy importante, aunque se presenta con características diferentes en cuanto al catalán y al euskeraEs sabido que el euskera unificado es una construcción político-lingüística del siglo XX. Anteriormente, lo que había era una serie de dialectos, que planteaban serios problemas de comprensión entre los vascoparlantes de diferentes comarcas. . Los nacionalistas pretenden ignorar –y consiguen con frecuencia que los demás lo olviden– que para la gran mayoría de los vascos y más de la mitad de los catalanes su lengua es el castellano. En el caso del nacionalismo vasco sabiniano, este hecho sólo sirve para exacerbar la violencia del sentimiento antiespañol, porque para un sabiniano la lengua pertenece al terreno de lo sagrado, es el alma arcana de la razaCuenta Elorza (p. 61) que en 1803 un clérigo vasco llamado Astarloa, «afirmó la condición sublime del vascuence sobre la base de que había sido el idioma hablado por Dios en el paraíso terrenal» cuando tuvo que decirles algo a Adán y Eva. . No hay mayor traición a la raza y a la patria vasca que no esforzarse en hablar la lengua o no enseñarla amorosamente a los hijos. Pero, dejando a un lado las obsesiones de Arana y acudiendo a la actualidad, lo más importante es hacerse la pregunta: la existencia de una lengua, ¿justifica o exige la creación de un Estado independiente, o la unificación estatal de los territorios donde se habla?

De la raza también cabría decir algunas cosas. Más allá de la brutalidad de las ideas de Sabino Arana en esta materia –Elorza afirma (p. 108) que Arana fue, en sentido estricto, «un prenazi vasco»–, hablar de la raza como elemento diferenciador revela, no ya una deficiente calidad moral, sino, además, una seria torpeza política. Es cierto que el nacionalismo vasco de hoy elude la cuestión, y que Ibarretxe considera vascos a todos los que «viven y trabajan en Euzkadi», pero las referencias a la raza no se limitan a Arana; se han reiterado en épocas muy recientes.Y el racismo de Arana no ha sido jamás repudiado formal y públicamente por el PNV. Detrás del mito de la raza vasca y del temor a la «contaminación» late, como tantos autores han señalado, un profundo temor a la desaparición de «lo vasco» ante la avalancha de la inmigración. Sabino Arana no era, al fin y al cabo, sino un señorito venido a menos, que veía el nacimiento de grandes fortunas de la mano de la industrialización y la llegada masiva de inmigrantes pobres como novedades que amenazaban la forma de vida, usos y costumbres –y, por supuesto, la lengua– del pueblo vasco: «como buen rentista, Sabino Arana [desprecia] a quien se mueve por el interés económico»Elorza, op. cit., p. 125. . De ahí, de ese miedo a la desaparición de su mundo y de sus señas de identidad, la preocupación obsesiva de Arana –que Ezquerra analiza con estupenda penetración– por evitar el contacto –no digamos el mestizaje– de los vascos puros con los maketos invasoresEzquerra, «Sabino Arana o la sentimentalidad totalitaria», pp. 83-84. . Por otra parte, hay que decir que la crudeza de las ideas políticas de Sabino Arana no le impidió ser un organizador político de bastante talento.

En el caso del nacionalismo catalán, no se argumenta explícitamente en torno a la raza, aunque sí se coquetea con la idea de que los catalanes son «distintos» (podemos recordar que también Prat de la Riba consideraba «africanos» a los españoles al sur del Ebro). La contraposición del laborioso, emprendedor e ilustrado pueblo catalán frente al vago e inculto charnego es un lugar común del nacionalismo e independentismo catalanes. Todavía subsiste en algunos ámbitos la imagen de los catalanes cultos, civilizados, «europeos» en suma, frente a una España mesetaria de toros y garbanzos. Incluso de una forma de hacer política sosegada y cortés frente a la tosquedad y crispación de la política madrileña. En suma, aun sin hablar crudamente de la raza, como los herederos de Sabino Arana, no falta aquí tampoco la exaltación del «pueblo catalán» como algo de mejor calidad que el resto de España.

De estas disquisiciones nace otra de las notas distintivas de ambos nacionalismos: el victimismo. El nacionalismo vasco, más tosco intelectualmente, martillea incansablemente sobre la opresión que sufre, según ellos, el pueblo vasco, conquistado por los castellanos, sojuzgado por los españoles, y ahora sometido a España por la razón última de la fuerza. El nacionalismo catalán, por su parte, aun sin perdonar el recordatorio permanente del atropello de sus libertades por Felipe IV y Felipe V, prefiere insistir en el expolio económico, que algunos remontan ¡a siglos! Pero ni siquiera los independentistas catalanes pueden ignorar que el desarrollo económico de Cataluña a lo largo de los siglos XIX y gran parte del XX se sustentó en un proteccionismo que reservó sistemáticamente el mercado español para los productos catalanes. En cuanto a la «acusación» de expolio referida a la realidad financiera surgida de la Constitución de 1978,carece de base, tal y como indican todos los estudios serios –es decir, no descarada y sesgadamente nacionalistas– que han venido realizándose durante los últimos añosPuede verse, por ejemplo, en Revista de libros, n. os 86, 87 y 101, y en Papeles de Economía Española, n.° 99. .

Poco importa que ese reproche permanente a Madrid no responda a un sentimiento generalizado de los ciudadanos vascos o catalanes. Que mayores cotas de autogobierno (pese a que Cataluña y el País Vasco, y en especial el segundo, gozan de niveles de autogobierno mayores que cualquier otro territorio europeo salvo los que son Estados independientes) no estén, ni mucho menos, entre las preocupaciones principales de los ciudadanos no impide ni impedirá a los políticos nacionalistas proseguir en la estrategia mencionada porque esas reivindicaciones son su principal activo político. En el caso de los partidos independentistas, se va avanzando paso a paso en la consolidación del sentimiento nacionalista y la llamada «construcción nacional».

El proceso afecta a la propia palabra.Todos los habitantes del País Vasco y todos los españoles hemos sido víctimas durante las últimas tres décadas de una continua, masiva campaña de perversión del lenguaje. Este es el hilo conductor del libro de Arbeloa, una rara avis en el panorama intelectual y político español. Arbeloa es un sacerdote militante del PSOE, presidente del Parlamento de Navarra y senador a finales de los setenta y en los ochenta, autor de más de treinta libros sobre temas históricos, religiosos, políticos y lingüísticos. Enfrentado abiertamente al nacionalismo y al terrorismo vascos publicó, en 2001, un artículo memorable pidiendo perdón para la Iglesia y sus congregaciones, asociaciones y movimientos por tantos años de silencio y de tolerancia con la violencia nacionalista y etarra y de indiferencia apenas disimulada hacia las víctimas«Perdón por tanto silencio», El País, 23 de febrero de 2001. .
 

Perversiones políticas del lenguaje es una especie de dietario sobre la lengua del nacional-terrorista desde un doble enfoque: lo que el nacionalismo y el nacional-terrorismo vascos dicen y quieren que nosotros digamos y pensemos, y lo que nos han llevado a pensar o a decir. Cuando ETA y sus aliados hablan de «paz», «democracia» o «diálogo», no están utilizando esas palabras en su sentido normal. «Paz», para empezar por ahí, es «conseguir que el sufrimiento [la cursiva es nuestra] existente en la sociedad vasca remita hasta su desaparición»Citado por Arbeloa, op. cit., p. 53. : ni que decir tiene que el sufrimiento al que se refiere esa fórmula incluye, además de los muertos, mutilados, heridos y extorsionados por el terrorismo, el de los gudaris que sufren cárcel por sus delitos, así como la misma situación de falta de libertades, que, se afirma, sufren los vascos, en general. Igualmente, «democracia» no es el conjunto de derechos y mecanismos políticos que protegen las libertades y derechos humanos fundamentales y nos permiten votar cada cuatro años para cambiar el gobierno (todo lo cual está en la Constitución de 1978), sino la creación de un «marco de convivencia» en el que puedan evitarse «cualesquiera actuaciones […] y reacciones vulneradoras de derechos individuales y colectivos»: si un terrorista mata y es capturado, el marco democrático quedaría, así, doblemente vulnerado, porque tan violencia es la del terrorista contra su pobre víctima indefensa como la del policía que lo detiene, o la del juez que lo condenaÍdem., pp. 54 y 55. 19 Ídem., pp. 82, 143, 145 y 169..

La lista de conceptos perversos y corrompidos es, por supuesto, mucho más larga: «presos vascos», «pluralismo», «solución policial», «Estado plurinacional de tipo confederal» (algo que, como señala acertadamente Arbeloa (p. 64), no existe, ni puede existir, porque una cosa así ¡no sería un Estado, sino varios!), «acciones armadas», «impuesto revolucionario», «aparato militar» (perversión esta particularmente siniestra para los militares de verdad, porque los equipara con los profesionales del tiro en la nuca y de la bomba lapa), «cárcel del pueblo», «refugiados vascos», etc.

Pero la perversión del lenguaje irradiada desde el nacional-terrorismo vasco y sus aliados y protectores no se queda ahí. Porque ha conseguido no ya sólo que muchos, nada sospechosos de simpatizar con el terror o con el nacionalismo, utilicen ese lenguaje pervertido, sino, además, que corrompamos nuestra percepción de la realidad política y nuestras ideas. Arbeloa insiste, en particular, en el disparate que entraña afirmar, como se hace casi ritualmente después de cada asesinato, que «los crímenes de ETA son inútiles» o que ETA asesina «al que piensa diferente» 19. Muy al contrario, los crímenes de ETA han venido marcando la agenda política española desde comienzos de los años ochenta; y es falso que ETA mate al que piensa distinto: los terroristas, ni son tan imbéciles, ni podrían con todos. Cuando ETA mata discriminadamente, su objetivo son personas que realmente le estorban o le hacen daño político, personas que trabajan activamente en favor de la idea de España, de sus instituciones democráticas y en contra del nacionalterrorismo, su ideología y sus mitos:Arbeloa lo sabe muy bien porque varios de los políticos navarros asesinados por ETA lo fueron no sólo por pensar, sino por actuar política y socialmente contra ETA y su entorno. La presión nacionalista y terrorista ha sido y es tan fuerte que, como señala Arbeloa, los vascos que se sienten españoles y no quieren dejar de serlo han tenido que renunciar a llamarse y ser llamados así para usar el adjetivo sustantivado, mucho más neutro y abstracto, de «constitucionalistas» porque, para muchos, nada hay más incorrecto políticamente que ser considerado «nacionalista» español o «españolista». Los vascos y navarros que quieren ser españoles, los «españolistas», se quedan, así, «inermes, indefensos ante el despliegue de vitalidad y de recursos del nacionalismo-independentismo vasco» y, como ha señalado Edurne Uriarte y cita Arbeloa, «Los constitucionalistas aparecen […] desnudos de proyecto colectivo, de alma; en definitiva, de identidad; tan solo tienen la fría y lejana Constitución» (pp. 47-48).

Que, pese a todo, los que no votan a los nacionalistas sean todavía en el País Vasco la mitad de la población (sin el éxodo forzado de tantos, podrían ser mayoría), y que los partidarios de la secesión y creyentes en los mitos sabinianos no lleguen, probablemente, al 25%, debe atribuirse, posiblemente, no sólo a los anticuerpos generados en la sociedad vasca por la violencia etarra y por la presión asfixiante del nacionalismo, sino además a que, a pesar de todo, la falsificación histórica e ideológica nacionalista es tan gruesa que no acaba de imponerse, ni siquiera después de tres décadas de hegemonía política y control social. Pero no hay que hacerse ilusiones. Entre mitos, falsedades, agravios y demagogia, el objetivo de los nacionalistas es ir creando entre las nuevas generaciones un sentimiento identitario y antiespañol que permita alcanzar, en el futuro, una mayoría independentista. Este empeño, como todo proselitismo político, podría ser legítimo si al menos practicase el juego limpio y no se basase en el uso sistemático de la mentira y en el aprovechamiento de los frutos de la violencia, violencia de todas las intensidades, desde la mera amenaza y la intimidación moral o económica hasta el asesinato y la extorsión, pasando por «los chicos de la gasolina» de Arzalluz. Los libros de Arbeloa, Elorza, Ezquerra, Laínz y Moa (el orden es sólo alfabético) dicen, muy bien, articuladamen
te, cosas que ya sabíamos; e, igual de bien, otras que no sabíamos. Si su tiempo y su dinero se lo permiten, los cinco merecen la pena. Pero cualquiera de ellos será leído con provecho, intelectual y moral.

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