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Ideas y creencias en la sociedad de la información

EL CULTO A LA INFORMACIÓN. UN TRATADO SOBRE ALTA TECNOLOGÍA, INTELIGENCIA ARTIFICIAL Y EL VERDADERO ARTE DE PENSAR

Theodore Roszak

Gedisa, Barcelona

Trad. de Ángel Abad

270 pp.

17,50 €

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Que un libro publicado originalmente en 1986 sea noticia da una idea del provecho que sacará el lector de sus páginas. Han transcurrido veinte años y esta crítica humanística a la imposición comercial y persuasora de las tecnologías ha atesorado el valor añadido de la edad. Como los buenos vinos, las ideas que contiene, la argumentación y las propuestas han ganado cuerpo. Por otro lado, uno no puede más que esbozar una sonrisa al saborear viejos conceptos relacionados con los primeros años de la comercialización a gran escala de la tecnología. Las predicciones sobre la popularización de los videojuegos y las consolas, así como la propagación de los contenidos para adultos, son muy acertadas a pesar de lo temprano del libro: angustia que las pasiones humanas sean tan previsibles.

El autor se siente orgulloso de que lo califiquen de ludita de las tecnologías de la información. Como él mismo se preocupa de aclarar en las primeras páginas, los luditas fueron aquellos obreros que rompían los tejares no porque eliminaran puestos de trabajo, sino porque los patrones aprovechaban la ocasión para reducir los salarios y explotar aún más a sus empleados. Contra ese abuso luchaban y en esa estela se presenta Roszak, quien asegura que los ordenadores están ocupando el espacio del saber y del pensar mediante la acumulación y el procesamiento de datos. La política, la economía y la educación preocupan especialmente a este mito viviente de la contracultura estadounidense.

En el ámbito político, el creciente peso de las encuestas y el formato mediático de las campañas ha fomentado un liderazgo de perfil bajo que trata de captar el interés de todos los segmentos de población. Los sondeos indican las preocupaciones del electorado, de modo que el consultor político de turno elabora un discurso que se acerca al imaginario colectivo y desdibuja los límites de los partidos y las ideologías. La retórica ha perdido su valor como arte del bien decir ante la avalancha de datos, estadísticas e indicadores económicos de uno y otro gusto. El discurso se desintegra en la sucesión de informaciones relacionadas con un acontecimiento: los políticos no se comprometen, sino que se esconden detrás de un manto de investigaciones sociológicas.

En la misma línea, como Roszak adelantó en relación con las guerras de las galaxias de los años ochenta, el tecnorrealismo se ha impuesto en las esferas militares. La tecnología, y no el individuo, es el elemento determinante. La informática ha sobrerracionalizado la toma de decisiones, matando el genio militar de Clausewitz. El prusiano sostenía que el oficial tiene que conocer la teoría y el análisis cualitativos, pero la destreza a la hora de dirigir un ejército era un factor humano que se componía de la capacidad de decisión rápida y acertada, el valor para aceptar responsabilidades y la mayor capacidad para tratar lo inesperado. La deshumanización de los procesos bélicos ha conducido al descubrimiento de las guerras virtuales, aquellas que sólo se llevan a cabo en las pantallas de la CNN. Sin víctimas visibles y sin medios de comunicación libres de (¿auto-?) censura, el ciudadano acaba creyendo que las guerras pueden ser «limpias» y que los muertos son «daños colaterales».

El autómata, que así lo denomina el sociólogo Manuel Castells, es la imagen que mejor representa los mercados financieros mundiales, que están interconectados a escala mundial y en tiempo real. Las tecnologías han facilitado el procesamiento de datos a gran velocidad, reducido los costes de transacción y atraído a un número creciente de inversores gracias a diversidad de productos financieros y derivados que están disponibles. La tecnología ha acelerado la globalización económica y ha provocado que la adquisición de acciones extranjeras se haya multiplicado por 197 entre 1970 y 1997. Rozsak acertó plenamente en el peso que tendría la tecnología en la vinculación de los mercados. Claro que aquí nunca se habló de normas éticas, maniobras especulativas o conductas irracionales, propias del ser humano, no de las máquinas.

La educación compendia los males de la tecnofilia, porque rutiniza los procesos de pensamiento y mata la innovación. La solución del ordenador personal olvida la función básica de la educación: la formación de ciudadanos libres que puedan pensar por sí solos dentro de un marco general de ideas maestras, las grandes enseñanzas morales, religiosas y metafísicas, según Roszak, o las creencias orteguianas. De poco sirve que el procesamiento de números sea rápido si el alumno no puede innovar o ser creativo. Tener una idea, simplificaba Ortega. El ensimismamiento tecnológico y el incremento del número de ordenadores en las aulas no refuerzan la visión holística que exige la academia.

Las creencias son el sustrato del comportamiento humano, pero no podríamos avanzar sin ideas sustentadas sobre cimientos sólidos. Algunos quieren creer que la informática resolverá nuestros problemas, cuando hemos sido nosotros quienes hemos creado las máquinas. La tecnología, comentaba Ortega en la «Meditación sobre la técnica», es una sobrenaturaleza segregada por el individuo para crear una circunstancia nueva, más favorable. En las últimas dos décadas, hemos mistificado las capacidades del ordenador dándole la vuelta al argumento orteguiano: la sobrenaturaleza determina la capacidad humana. Pues gritemos basta. Es el ser humano quien crea, quien tiene ideas, quien refuta las ideas y quien resalta el valor de la ética y, por eso, no debemos caer en los sueños tecnoutópicos que nos vende la publicidad.

Los ordenadores personales son herramientas magníficas para el desarrollo de las ideas, pero no habrá entidades omniscentes que manejen el proceso creativo. La obsesión por la inteligencia artificial es propia de quienes sienten nostalgia por el Absoluto, o de quienes aman profundamente la historia de Blade Runner. No debemos renunciar a la razón creativa que nos asiste y para eso necesitamos una formación completa que fomente los valores del pensar, que promueva el razonamiento, que enfatice la retórica del discurso hablado y que estimule la capacidad crítica de la ciudadanía. Sin estos contrafuertes, la sociedad de la información es un timo.

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Ficha técnica

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