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Crónicas de antaño

REVOLUCIÓN EN EL JARDÍN

Jorge Ibargüengoitia

Reino de Redonda, Madrid

350 pp.

22 €

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Redonda es el reino imaginario (lema: Ride si sapis) inventado hace más de cien años por el escritor inglés M. P. Shiel. Como todo reino que se precie, con el tiempo Redonda ha ido llenándose de una aristocracia tan notable como estrafalaria, y entre los pretendientes actuales a la corona del reino está el escritor español Javier Marías. Como todo rey ilustrado, este monarca busca promover las artes y letras, y ha dotado a su país de fábula con una editorial dedicada a publicar volúmenes de libros humorísticos al gusto de todos.

El autor de este volumen es el fallecido escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia. El libro reúne unas sesenta crónicas que escribió entre 1968 y 1976 tanto para el periódico Excelsior en la capital mexicana como para la revista Vuelta, dirigida por Octavio Paz. En su prólogo a la selección, Juan Villoro valora el estilo de su compatriota en los siguientes términos: «rapidez en el trazo de personajes y en el cambio de las escenas, ojos de piloto de guerra para captar detalles delatores, un sentido de la ironía capaz de traducir tragedias en peripecias de la comedia humana».

Estas cualidades se revelan por doquier en un texto como «Revolución en el jardín», la crónica que da su nombre a la colección. Se trata de la visita que hizo el autor a la isla de Cuba en los años sesenta, después de haber ganado el prestigioso premio de novela de la Casa de las Américas. A Ibargüengoitia lo llevan de una punta a otra de la isla posrevolucionaria, percibiendo en cada lugar las discrepancias entre apariencia y realidad. El humor reside sobre todo en la distancia entre las expectativas sumamente ingenuas del protagonista y la manera constante en que la realidad demuestra que éstas «le importan un cuerno», tal y como nos confiesa el autor.

Frente a tal desfase, el protagonista se refugia en una especie de parodia de sí mismo, convirtiéndose en un personaje a la altura de Don Chepito Mariguano, la inefable creación del ilustrador de la vida en México a principios del siglo XX, José Guadalupe Posada. Don Chepito deambula por un mundo repleto de trampas e intrigas, un mundo gobernado por leyes que no entiende en absoluto. Sin embargo, siempre se muestra feliz y optimista a pesar de sus desventuras.

Tal es la visión de Ibergüengoitia cuando se aventura a salir de su México natal. En tal sentido, se encuentra quizá más a gusto en Inglaterra, país donde nació su esposa, y un país tan lleno de costumbres exóticas que Don Chepito/Ibargüengoitia se siente como en su propia casa. La crónica «Una partida de caza» por ejemplo, basada en un día de cacería en la campiña inglesa «con una clase de sabueso llamado basset» termina con la confesión de que, aun sin entender nada de lo que pasaba a su alrededor, «hacía mucho que no me divertía tanto».

Asimismo, Ibargüengoitia sale a descubrir su propio país con esta visión irónica y a la vez tierna. Por un lado, esta mirada se refleja cuando describe las relaciones archicomplejas entre el supuesto señor de la casa y su sirvienta en «Las vacaciones de Eudoxia», o cuando declara, muy en broma, que la «Hospitalidad mexicana» «es un invento del Departamento de estado norteamericano», y se pone a desenredar tal afirmación de manera muy inocente. O cuando sugiere a su lector que «Conozca a México primero», es decir, que deje su coche de lado para viajar en autobús y conocer de manera más profunda a su patria; o, en este caso, al matrimonio de viejos que viaja detrás de él, y quienes hacen de su viaje toda una odisea.

En su prólogo, Juan Villoro señala que uno de los textos fundamentales de esta colección es «Humorista: agítese antes de usarse». En este breve ensayo, Ibergüengoitia se refiere al humor como un aguijón, pero al final rechaza esta idea por completo y opta por describir su tarea de provocar la risa o sonrisa como «una concha, una defensa que nos permite percibir ciertas cosas horribles que no podemos remediar, sin necesidad de deformarlas ni de morirnos de rabia impotente».

Es también Villoro quien nos da la pauta sobre si vale la pena reeditar estas crónicas efímeras unos cuarenta años después de que se publicaron por primera vez. Según él, se han elegido los artículos que «conservan la vitalidad del relato robado con astucia al flujo de los días», y nos recuerda que la prosa de Ibergüengoitia siempre «acudió a la ética del disparate y a la risa como tribunal supremo de la inteligencia». En este sentido es más que evidente que en estos años de imbecilidad reinante, una purga de este tipo no sólo es saludable sino también una necesidad apremiante.

Lamentablemente, Jorge Ibargüengoitia murió en un accidente de avión en Barajas en noviembre de 1983, acompañado de muchos otros escritores y críticos latinoamericanos. Para colmo de males, el avión que transportaba los ataúdes de los que habían muerto en el accidente también se estrelló, así que ni siquiera muerto Ibergüengoitia pudo escaparse de España. Fiel al lema de Redonda, al saberlo, cómo se hubiera reído.

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Ficha técnica

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