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Relatos mínimos

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Se les llama, entre otras cosas, microrrelatos, minificciones, ficciones súbitas, relatos hiperbreves, textículos. Sin haber conseguido aún una denominación aceptada por todos, este tipo de texto literario en miniatura, de extensión por lo general no superior a dos páginas, muy a menudo desarrollado en una sola línea, ha conseguido un minoritario pero fervoroso público lector, una atención editorial creciente y hasta una gran cantidad de aplicados practicantes en el ciberespacio. En poco tiempo, han aparecido en España varias antologías que reúnen este tipo de relatos: Por favor, sea breve (antología de relatos hiperbreves), de Clara Obligado Ed. Páginas de Espuma, Madrid, 2001., Galería de hiperbreves, del Círculo Cultural Faroni Tusquets Editores, Barcelona, 2001., Antología de cuentos e historias mínimas (siglos XIX y XX) de Miguel Díez R. Espasa Calpe, Madrid, 2002.. Y es de justicia citar por lo menos tres antologías que precedieron a éstas en el tiempo: La mano de la hormiga (Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas) de Antonio Fernández Ferrer Fugaz. Ediciones Universitarias, Madrid, 1990., Dos veces cuento (Antología de microrrelatos) de José Luis González Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, 1998. y Ojos de agua (Antología de microcuentos) de José Díaz Círculo de Lectores, Barcelona, 2000.. El auge del género entre los jóvenes y su vitalidad contemporánea, al menos en el mundo de habla española, pudieran hacer pensar que se trata de una invención moderna. Sin embargo, la facecia, el cuento brevísimo, el apólogo, la fábula, son aún más venerables que el mundo medieval, donde proliferaron con abundancia. En la materia fue fundacional la antología, publicada en su primera edición en 1953, Cuentos breves y extraordinarios de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares Editorial Losada, Buenos Aires, 1976. en que incluyeron un centenar de textos, clásicos occidentales y orientales, contemporáneos, fragmentos de textos mayores y seguramente unos cuantos apócrifos. Borges y Bioy, en un pequeño prólogo, señalaban la amplitud de la muestra: «la anécdota, la parábola y el relato hallan aquí hospitalidad, a condición de ser breves», y aventuraban que en tales piezas se encontraba «lo esencial de lo narrativo». La antología gozó de extraordinario éxito, y en su estela no sólo se publicaron muchos libros individuales sino otras antologías, alguna muy ambiciosa, como la titulada El libro de la imaginación, de Edmundo Valadés Fondo de Cultura Económica, México, 1976. en que, con criterios similares a la antología de Borges y Bioy, se recogen más de cuatrocientos textos, esta vez ordenados en diversos apartados –en este caso, el prurito de fragmentación lleva al antólogo a presentar como textos autónomos párrafos de Cien años de soledad– o la denominada Relatos vertiginosos, de Lauro Zavala Alfaguara, México, 2000., también ordenada en apartados temáticos, y en la que el antólogo acota tres tipos de lo que él llama «minificción»: los «minicuentos», que responden a la estructura narrativa clásica y concluyen con una sorpresa; los «microrrelatos», con sentido alegórico y tono irónico «que pueden llegar a no contener una historia, sino una parodia de historia» y las «minificciones híbridas» que ostentarían rasgos de los otros dos, y que dan lugar a parodias de fábulas, bestiarios, adivinanzas, etc.

También Clara Obligado declara, en el «prólogo bonsai» de su propia antología, que «son juego, poema, sentencia, bestiario, chiste, novela, fábula y hasta aviso clasificado». «Todo vale –añade–, cuando se trata de ganar tiempo». Remacha esta idea una cita previa de Augusto Monterroso en que se dice irónicamente que «el escritor de brevedades» desearía realmente «escribir textos largos en los que la imaginación no tenga que trabajar». Los textos recogidos en Por favor, sea breve alcanzan los 167. Todos los autores antologados son contemporáneos, españoles o latinoamericanos, y entre los textos, ya publicados, se incluyen unos cuantos inéditos. En el libro cohabitan textos de indudable raigambre narrativa con otros de contenido lírico, estampas, juguetes metaliterarios, episodios oníricos y pequeñas piezas de difícil clasificación. Hay que resaltar el orden menguante de los textos, idea al parecer del excelente cuentista Hipólito G. Navarro, que imprime al libro una indiscutible y creciente velocidad de lectura. Por su parte, Galería de hiperbreves, del Círculo Cultural Faroni, ofrece una selección de los relatos presentados al concurso que ha venido convocando a lo largo de cinco años, y en el libro se reúnen 60 textos en los que se puede encontrar la variopinta naturaleza de unas piezas escritas cuya principal exigencia es también la brevedad, acompañadas de un prólogo y un epílogo de divertido homenaje a Luis Landero. En lo que se refiere a las 42 «historias mínimas» reunidas por Miguel Díez R., vienen a componer la quinta y última parte de su propia antología. Las partes que preceden a ésta reúnen cuentos canónicos de diversos momentos y orígenes culturales, sobresaliendo entre todas ellas la extraordinaria cuarta parte, «Cuentos extranjeros del siglo XX ». En lo referente a las «historias mínimas», el antólogo mantiene el criterio de reunir textos de distintos estilos, épocas y culturas.

A la vista de todas las antologías citadas, el caso es que, del mismo modo que el género no ha encontrado todavía la denominación más certera, tampoco su naturaleza acaba de definirse del todo. Utilizar como elemento fundamental la brevedad del texto puede resultar demasiado simple, si la brevedad no viene acompañada de otras características que le den al microrrelato correspondiente una específica naturaleza narrativa. El problema de la indefinición conceptual, de lo que pudiéramos llamar la falta de canon en esta materia, ese alegre «todo vale con tal de que sea corto» hace que, junto a textos muy valiosos, en que se produce auténtica concentración dramática y condensación –«lo esencial de lo narrativo» que exigían Borges y Bioy– se encuentren a menudo estampas inertes, que carecen de ese movimiento que es inexcusable requisito del cuento. Además, el arrancar fragmentos a textos completos, que nos permitiría extraer cientos de microrrelatos y frases chispeantes de las obras de Shakespeare o de Cervantes, de las metáforas de Lorca o Neruda, no dejaría de ser una manera poco literaria de hacer picadillo la literatura.

En el relato mínimo puede haber cierta tendencia a la abstracción, al estilo apologal, al surrealismo, pero tal vez no fuese ocioso exigir que no se abandone la tensión narrativa ni el esfuerzo de síntesis dramática. Y lo cierto es que la mera brevedad facilita, en bastantes ocasiones, la presencia de productos narrativamente discutibles. Así, entre las piezas valiosas suele hallarse bastante bagatela verbal, bisutería retórica, composiciones líricas de poca altura a las que se les ha querido dar forma de relato, pseudocuentos. Por el contrario, poemas en prosa muy interesantes en sí mismos se incluyen como «microrrelatos», cuando acaso no tienen nada que ver con una historia contada. En este sentido, la antología citada de Lauro Zavala resulta paradigmática de un pragmatismo del «lo breve vale» que puede confundir más que aclarar. Las «Adivinanzas» de Manuel Mejía Valera serían el ejemplo límite, y si no tuviesen la breve extensión que tienen no podrían incluirse en una antología de piezas narrativas, porque a nadie se le ocurriría considerarlas cuentos.

Comparemos cuatro ejemplos de supuestos microrrelatos en algunas de las citadas antologías publicadas en España recientemente. En la antología de Clara Obligado hay un texto de Guillermo Cabrera Infante, al parecer ya clásico, pues también se recogía en las de Fernández Ferrer, Zavala y José Díaz, que dice así: «Salió por la puerta y de mi vida, llevándose con ella mi amor y su larga cabellera negra». Otro de los microrrelatos incluido en la antología de Obligado, de Luisa Valenzuela, que también está en la de Zavala, es el siguiente: «Penélope nictálope, de noche tejo redes para atrapar un cíclope». También en la antología de Obligado se incluye el siguiente texto, de Luis Mateo Díez, titulado El pozo: «Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior. "Este es un mundo como otro cualquiera", decía el mensaje». Por último, en la antología del Círculo Cultural Faroni aparece el siguiente texto de José Ángel Mañas, titulado Metáfora taurina: «El respetable clamaba; la gente pedía sangre. Azuzado por los banderillazos del miedo, el animal embestía, ciego de ira, persiguiendo trapos coloridos, hasta que, por fin, inclinó la cabeza y, con la vista velada en rojo, recibió la estocada… en forma de biografía. Su estupidez le había consagrado».

Como se puede apreciar, aparte de la brevedad, los cuatro textos tienen poco en común. El de Cabrera Infante, sutilmente organizado en dos sistemas de contraposiciones entre lo cotidiano y lo solemne (puerta/vida; amor/cabellera) puede evocar alguna greguería de Ramón Gómez de la Serna, aunque no de las más narrativas –con el mismo criterio, las innumerables greguerías de Ramón Gómez de la Serna son todas minificciones–. Ordenado en hemistiquios, el texto parece tener clara naturaleza poemática: «Salió por la puerta y de mi vida / llevándose con ella mi amor / y su larga cabellera negra» o «y su larga / cabellera / negra». La misma naturaleza se le puede atribuir al divertimento esdrújulo de Valenzuela: «Penélope nictálope / de noche tejo redes / para atrapar un cíclope». Es la pura brevedad, su relativa autonomía de piezas solitarias, y su agrupamiento con otras piezas breves, afectadas de lo microscópico, en una especie de magia contaminante, lo que hace que, por lo visto, se les considere adscribibles al campo del cuento. En cuanto al texto de Mañas, hay que suponer que se incluye como«relato hiperbreve» porque no hay otro lugar donde recogerlo, ya que, pese a su condición de oscura parábola, tampoco es precisamente un ejemplo de pieza narrativa. De los cuatro textos, sólo el de Luis Mateo Díez narra a la vez que sugiere, condensa en pocas líneas los elementos de un cuento.

También es verdad que una de las gracias de este género, o subgénero, consiste precisamente en su flexibilidad, su proteica adaptabilidad, su capacidad de asumir pequeños textos de difícil encaje en los géneros tradicionales, su aptitud para aprovechar la brevedad y cargarla de omisión y sugerencia, de modo que pueda eliminarse mucho material del que en los relatos, o en los poemas, y hasta en los ensayos canónicos, no se puede prescindir. Mas hay una cuestión de límites, y acaso no fuese inoportuno intentar irlos marcando. En la historia reciente del cuento canónico, es evidente que hubo un tiempo en que cualquier relato pasaba por cuento siempre que llevase tal denominación, aunque en realidad se tratase de un inmóvil cuadro más o menos costumbrista o de una prosa con más impulsos líricos que narrativos. En el caso del microrrelato, aceptar que la brevedad sea la única ejecutoria del género trae a este campo aforismos, versos desarraigados de su poema, productos instantáneos de la escritura más o menos automática, restos de diversos naufragios autoriales, lo que puede ser valioso desde la perspectiva de diluir las fronteras entre géneros, pero también puede llevar consigo el abandono de la imprescindible tensión que debe estar en la sustancia misma del relato, banalizando la creación narrativa y dando pie a la instauración de un cierto «género menor», más que corto, infectado de ocurrencias y desahogos más o menos ingeniosos.

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