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Lo que nos pasa

Qué nos pasa

ENRIQUE MORILLO

Destino, Barcelona, 176 págs.

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No soy muy partidario de apoyar las reseñas con citas literales que roban espacio. Pero en el caso que tengo entre manos, Qué nos pasa, haré una excepción. Esta nueva novela de Enrique Murillo se cierra con algunas reflexiones de Arturo, el protagonista, capitales: «Sé que esto es el fin pero no el final. Eso es lo grave. Me queda por delante toda la vida que me quede, pero qué vida será. Ni siquiera sé si podré llamarlo vida. Un llano infinito, liso, sin color». Poco después agrega con énfasis: «La poca vida. La poca vida que nos queda es todo lo que tenemos». Y algo antes un amigo le ha dicho a Arturo: «Somos eso, ¿no? Las historias que arrastramos, todo lo que no entendemos».

He aquí el núcleo de pensamiento de un relato bastante breve, en realidad una novela corta que logra el centenar y medio de páginas gracias a un dispendio tipográfico. Se desarrollan en él, aunque triviales, un buen número de sucesos, y eso implica un ritmo narrativo bastante rápido. Cuenta una historia completa que empieza, al modo clásico, inmedias res y abarca raíz, nudo y desenlace, lo cual supone una condensación anecdótica muy grande. Estos son los rasgos sobresalientes, junto con una ironía incisiva, en el borde mismo del sarcasmo demoledor, de la peripecia del protagonista, dueño de una modesta verdulería que al llegar a los cincuenta años decide cumplir un sueño, o consumar un destino vital: visitar la Acrópolis convertido en el «peregrino de Atenas».

Tan rimbombante meta arranca con el tumulto de uno de esos vuelos de turismo veraniego. La diferencia entre la solemnidad del empeño y el prosaísmo del medio (subrayado por el excelente hallazgo de unas divertidas y patéticas «chicas Avón») da a la novela un tono burlesco, entre el sainete, el esperpento y el melodrama. Arturo hace el viaje con el empaque ritual de los cruzados medievales y lo dota de la misma enjundia que la búsqueda caballeresca del grial, un grial, el suyo, interior. Por eso resulta convincente la deriva del costumbrismo inicial hacia la alegoría. En realidad, Murillo cuenta una exploración dirigida al centro de la conciencia. Entre chascarrillos inocentes, episodios de telenovela y expediciones etílicas, el protagonista desciende al fondo de su ser para averiguar qué le pasa. O, como dice, en plural, el título nada casual y emblemático: qué nos pasa, a todos y cada uno de nosotros. Nos ocurre que no somos nada, que estamos solos, que nos sustentan quimeras y que, al final –pero puede ocurrir que en la plenitud de la vida–, descubrimos la mentira, el engaño, la insustancialidad de la existencia. Para colmo de males, se nos revela la certeza de que hemos de seguir viviendo con esa losa de sinsentido encima.

Este meollo moral e ideológico, arropado con las citas que ponía al principio, pueden hacer pensar en una narración especulativa, en una muestra de eso que se llama novela intelectual. Nada de eso. Murillo escribe un relato ágil, ameno, con la suficiente acción –aunque se alimente de sucesos intrascendentes-como para que lo novelesco tenga plena entidad y no se vea relegado por la reflexión. Otra cosa es que esa peripecia al hilo del viaje se nutra además de consideraciones acerca de una amplia gama de asuntos: el destino, la identidad («¿quién soy yo?», se interroga el tendero), el doble, el libre albedrío, el individuo y el género, la felicidad, la vida como huida…

Enrique Murillo, persona muy conocida en el mundo de la cultura y la edición, hizo, mediados los ochenta, su apuesta narrativa de intención renovadora con un par de libros que practicaban un minimalismo que estuvo por entonces muy de moda, aunque fue flor de temporada. No sé por qué dejó de escribir cuando tuvo una acogida calurosa de la crítica, sobre todo de la que bebe los vientos de la moda. Qué nos pasa adquiere pleno sentido engarzando su planteamiento con esa prehistoria del escritor. El ayer y hoy del autor coinciden en una meta común: escribir historias de una taimada opacidad para que a la superficie no llegue toda la hondura del relato. Qué nos pasa es una novela aparentemente de poco espesor, nada densa, de una ligereza que permite una lectura que se acaba en un par de ratos. Pero entraña una fuerza revulsiva enorme, una amargura intensa, un nihilismo sin paliativos. Yo prefiero relatos con más chicha, como se dice coloquialmente, pero reconozco que esta es una forma moderna y valiosa; una manera eficaz de desvelar artísticamente un grave conflicto quizás de siempre, pero desde luego muy actual, la soledad no deseada, y de hablar, desde una sensibilidad finisecular, de la radical insignificancia de nuestra especie.

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