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Donde no se ve nada no hubo nadie

PURGATORIO

Tomás Eloy Martínez

Alfaguara, Madrid

292 pp.

18,50 €

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Un escribiente con papada de sapo y aliento a cerveza desvelada les pidió los documentos de identidad y copió los nombres, trabajosamente, chupando el lápiz después de cada letra» (p. 53). La escena transcrita resulta simpática, quizá costumbrista, imaginamos lo que ahí ocurre y podremos sonreír viendo a aquel escribiente, que suponemos torpe, anotar con su lápiz húmedo de saliva nombres en un papel. Y sin embargo, todo adquiere un tono trágico, amargo, dramático incluso, si trasladamos la imagen y nos vamos a la Argentina gobernada por los militares en 1976, y convertimos a aquel escribiente en un soldado más de cualquier retén militar, y vemos frente a él a dos jóvenes, una pareja de recién casados, nerviosos e inquietos, inocentes de cualquier cargo, cartógrafos de profesión, que pueden ser detenidos y con facilidad ser catalogados por aquel escribiente como unos peligrosos terroristas.

La novela Purgatorio, del argentino Tomás Eloy Martínez, logra hacer, con gran acierto, un retrato sarcástico e irónico, profundamente crítico, de aquellos años de dictadura. Nos dibujará sus líderes con sus debilidades, los pensadores que están detrás de todo, las grandes torpezas, la guerra de las Malvinas, aquellas islas británicas definidas como «esos peñascos de mierda en los que sólo hay cormoranes y viento, viento y dos mil doscientos súbditos de la Reina, pingüinos melancólicos y viento» (p. 254), el campeonato mundial de fútbol y la gran final, por supuesto, así como el terror y el gran drama de los desaparecidos.

Uno de ellos será aquel joven cartógrafo desaparecido, del que no se sabrá más hasta que treinta años después, su mujer, Emilia Dupuy, lo verá y oirá por casualidad en un bar de suburbio de Nueva Jersey, en Estados Unidos, donde ella está radicada y donde trabaja como cartógrafa desde hace muchos años.
Aquí comienza la novela, con la reaparición de Simón Cardoso, que es el nombre del desaparecido marido de Emilia, y a partir de ese instante comienza una incesante búsqueda para conocer con el mayor detalle todo lo que ha ocurrido para que ella viva y trabaje en Estados Unidos, y cuál ha sido el transcurrir de su vida desde aquel penoso instante en que es detenida, con su marido, en un lejano retén militar, o antes aún, desde el momento en el cual, pocos días después de su matrimonio, conocerá con Simón, en una cena familiar, a La Anguila.

De aquel marco general nacerán simultáneamente muchas historias, y se conocerá por dentro el manejo de un gobierno (lo que ahora llaman la dictadura [p. 100]) guiado por un personaje siniestro con el pelo aplastado por la gomina (p. 43), el presidente, apodado La Anguila, no sólo por lo flaco, sino por destacarse por su sigilo, astucia y buena suerte (p. 47), y quien sobre la palabra «desaparecido» había ordenado no repetirla. No tiene asidero. Está prohibido publicarla. Que desaparezca y se olvide (p. 71). Asistiremos al drama de Emilia, que recobra a su marido: para ella han transcurrido treinta años, mientras que para él parece que el tiempo no hubiera pasado. También es una novela familiar, con una madre pasiva, un padre déspota y odioso y una hermana superficial. Y, por último, aparece un escritor, argentino, residente en Estados Unidos, conocido de Emilia, que pareciera ser el mismo Tomás Eloy Martínez (un álter ego) y quien está interesado en recoger toda la información del caso para hacer de ella una novela, y quien hace un agudo (¿el escritor o Tomás Eloy?) análisis de los suburbios norteamericanos, con familias obesas y satisfechas, con tomates hinchados de salud, lechugas que jamás envejecen (p. 73). Con todos estos ingredientes, Tomás Eloy Martínez logra edificar una novela de muy grata lectura, y donde entremezcla acertadamente realidad y ficción, sueños y pesadillas, la lucidez y la demencia, la paranoia y la ubicuidad.

Al terminar su lectura, me han quedado dos inquietudes. La primera es saber cuándo damos el aplauso, ya que merece un aplauso. Es de esas novelas que van degustándose con el pasar de las páginas, que en sus últimas crea tensión e intriga, y que, cuando termina, deja a los pensamientos del lector dando vueltas durante varios días sobre aquella singular historia relatada. Ha plasmado, desde la ficción, una historia intrigante, y habrá de convertirse en un referente necesario e imprescindible para quienes quieran estudiar la historia argentina, ya que, amén de muchas cosas, Purgatorio es una novela de historia política. Y no deja de lado en modo alguno aquel hecho social que no es propio de aquel país, sino que es universal: el exilio. Alrededor del exilio se teje la novela, es el eje de todo, y no se equivoca (para la novela) cuando afirma que «del exilio nadie regresa. Lo que abandonás te abandona» (p. 236). Este aserto, al menos para el caso de la literatura argentina, adquiere toda su validez. Julio Cortázar murió en París, Jorge Luis Borges partió a Ginebra enfermo y no quiso regresar y lo enterraron en el cementerio de Plainpalais, cuando Manuel Puig murió en un hospital de Cuernavaca. «Todos los grandes escritores argentinos se iban a morir fuera porque en el país ya no cabían más muertos» (p. 286), sentencia la novela.

La segunda inquietud aparece con un elemento que no alcanzo a esclarecer: el título. A medida que avanzaba en la lectura de esta novela, recordaba haber leído, hace mucho tiempo, un cuento del mismo Martínez y con el mismo título. No fue difícil dar con él. En mi biblioteca estaba el relato «Purgatorio», publicado por El País dentro de la colección «relatos de verano» el domingo día 18 de agosto de 2002. Trata de un escritor argentino, Antonio Malabia (éste no es un álter ego), embajador en Varsovia, que está escribiendo una novela que llevará por título Purgatorio (¡otra vez!). En el relato, el escritor diplomático se ve obligado por su presidente a abrir una especie de Casa Argentina en Andorra, con una idea muy simple y delirante. Andorra nunca ha aceptado o enviado misiones diplomáticas y no van a seguir toda la vida aislados del mundo, piensan. El gobierno argentino le ofrecerá asociarse en el Mercosur, y cuando el Principado entre en el Mercado Común Europeo, les abre la puerta. Es tener un pie en Europa, creen. Así de simple. Es un agradable relato, tremendamente crítico, donde no se entiende por qué se titula Purgatorio. En la novela que aquí se reseña, hay una referencia recurrente al infierno y al purgatorio, a la Divina Comedia, a Dante, deducimos semejanzas entre purgatorio y exilio, y en cierta medida comprendemos su título.

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