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Socialismo, roast beef y tarta de manzana

¿POR QUÉ NO HAY SOCIALISMO EN LOS ESTADOS UNIDOS?

Werner Sombart

Capitán Swing Libros

Trad. de Javier Noya y Christine Löffler

230 pp.

16 €

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En 1906 Werner Sombart publica como libroEn realidad, el trabajo había aparecido en 1905 en alemán con el título de «Studien zur Entwicklungsgeschichte des nordamerikanischen Proletariats» en Archiv für Sozialwissenchaft und Sozialpolitik; y en inglés, en una versión abreviada, con el de «Studies of the Historical Development and Evolution of American Proletariat» en International Socialist Review. el ensayo ¿Por qué no hay socialismo en los Estados Unidos? Para gran sorpresa del lector, la obra termina con una arriesgada acrobacia lógica que conduce a un notorio patinazo: tras dedicar casi doscientas páginas a analizar de forma elegante, penetrante y convincente las causas por las que no existe socialismo en Estados Unidos, Sombart proclama que «según todos los indicios, el socialismo en Estados Unidos va a tener su auge plenamente en la siguiente generación» (p. 194).

¿Por qué sigue siendo interesante leer un libro publicado hace más de cien años que concluye con una predicción tan patentemente errónea? Es claro que la presciencia no se contaba entre las prendas que adornaban a su autorLa única explicación que a uno se le ocurre de tamaño desacierto predictivo es que Sombart era a la sazón un marxista convencido que no deseaba desviarse de la ortodoxia ideológica. Su pronóstico aparece de manera por completo injustificada en el penúltimo párrafo del libro. En el último (p. 194) añade Sombart: «Para justificar este pronóstico haría falta un análisis exhaustivo de toda la situación del Estado y de la sociedad norteamericana, y muy especialmente de la economía en su conjunto, algo a lo que espero poder entregarme más adelante». Ni que decir tiene que nunca se entregó a esa tarea., por mucho que algunos comentaristas europeos se empeñen ahora en ver en Barack Obama una suerte de encarnación posmoderna, à la américaine, de la socialdemocracia. Pero el hecho, cierto y terco, es que Estados Unidos ha sido la única sociedad industrial que no ha desarrollado ni un partido socialista poderoso, ni un gran movimiento proletario de masas con conciencia de clase. El matiz socialdemócrataRichard Hofstadter, The Age of Reform: From Bryan to F.D.R., Nueva York, Alfred A. Knopf, 1972, p. 308. del New Deal de Franklin D. Roosevelt o la llamada Nueva Izquierda de los años sesenta no son sino excepciones, con poca trascendencia política para la formación de un movimiento socialista, a la gran excepción: la obstinada ausencia de socialismo en la sociedad estadounidense.

Hay al menos dos razones que hacen que hoy siga siendo recomendable la lectura del trabajo de Werner Sombart (1863-1941) sobre Estados Unidos. La primera razón es de orden puramente propedéutico: constituye una buena ocasión para acercarse a un autor que, no siendo estrictamente un olvidado entre nosotros, es, sin embargo, poco conocido por estos pagos. Tal vez ello se deba a que no ha sido demasiado traducido al españolEntre las traducciones al español, pueden citarse, además del libro aquí reseñado, Noosociología, trad. de Jesús Tobío, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1962; El burgués: contribución a la historia espiritual del hombre económico moderno, trad. de Pilar Lorenzo, Madrid, Alianza, 1972; Lujo y capitalismo, trad. de Luis Isábal, Madrid, Alianza, 1979; El apogeo del capitalismo, trad. de José Urbano, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1984, y Los judíos y la vida económica, trad. de Margarita Campoy, Madrid, Universidad Complutense, 2008., o a que hoy ocupa sólo una posición marginal en la historia del pensamiento social, o a las oscilaciones e incongruencias teóricas que experimentó a lo largo de su carrera, o simplemente a que resiste mal la comparación con su gran coetáneo y amigo Max Weber. Sea como fuere, Sombart sigue siendo un autor con una obra interesante a sus espaldas que, a caballo entre la economía, la historia y la sociología, merece la pena revisar.

En cuanto a su biografía, baste decir que, tras estudiar derecho y economía en varias universidades de Italia y Alemania, Sombart se convirtió en uno de los representantes de la última generación de la joven escuela histórica alemana, un nicho intelectual muy feraz desde el que abordó la tarea del análisis histórico, combinando con alguna perspicacia la perspectiva económica y sociológica. Coeditó, junto a Max Weber y Edgar Jaffé, el prestigioso Archiv für Sozialwissenchaft und Sozialpolitik, donde aparecieron algunas de las obras más importantes de la sociología alemana de la época. Su carrera universitaria fue un tanto excéntrica; su consolidación académica, tardíaPasó gran parte de su vida tratando de conseguirse, con no demasiado éxito, una posición estable en la universidad alemana y sólo a los cincuenta y cuatro años, tras peregrinar por varias instituciones de rango académico menor, accedió a una cátedra en la Friedrich-Wilhelms-Universität (más tarde Universidad Humboldt) de Berlín.. Asentado en la universidad, en los últimos años de su vida derrotó hacia un nacionalismo intemperante.

Sin embargo, la inspiración teórica inicial de Sombart estuvo estrechamente vinculada al marxismo, lo que lo distanció del normativismo idealizante de la generación de sus maestros y, en particular, del grupo de Schmoller. Característicos de esa época primera son los ensayos encomiásticos que dedicó a Engels y Marx, así como un libro, al parecer de mucho éxito en sus días entre el público alemán, sobre el movimiento social del socialismo. A esta primera etapa en la que volcó su atención en el socialismo y el proletariado como clase social corresponde también el texto sobre Estados Unidos que aquí se reseña.

Siguieron a estos primeros trabajos una serie de estudios dedicados a la génesis y el desarrollo histórico del capitalismo que, al tiempo que constituyen lo mejor del legado de Sombart, han demostrado también tener una influencia perdurable. En varios títulos –Los judíos y la vida económica (1911), Lujo y capitalismo (1913), El burgués: contribución a la historia espiritual del hombre económico moderno (1913), Estudios de historia del desarrollo del moderno capitalismo (1913) y El capitalismo moderno (1916)– insistió en la importancia de los factores espirituales o psíquicos para la vida económica y documentó variadamente los vínculos genéticos que el capitalismo moderno mantenía con el ideal ilustrado del control racional del mundo. Algunas de sus tesis, como la relativa al papel de los judíos en el origen y desarrollo del capitalismo, alcanzaron en su momento una gran popularidad no exenta de polémica. Es notorio que muchos de sus más importantes argumentos los elaboró en esta época de su vida en diálogo y debate con el propio Weber. Y aunque, con el tiempo, los historiadores han puesto en tela de juicio numerosos detalles de sus trabajos, debe reconocerse su influencia en autores como, por ejemplo, Schumpeter o Braudel.

La producción última de Sombart ha gozado de poco reconocimiento, en parte por el giro que fue dando hacia posiciones ideológicas cada vez más nacionalistas bajo la creciente influencia del romanticismo alemán. Ya durante la Primera Guerra Mundial dio muestras de un patriotismo pugnaz con la publicación de Comerciantes y héroes (1915), donde contraponía, con afán denigratorio, el espíritu mercantil, hedonista, práctico y calculador de los ingleses al carácter hazañoso y sacrificado de los teutones: frente al individualismo de los primeros, sus compatriotas se orientaban al bienestar colectivo al llevar a la práctica las virtudes heroicas que habían arraigado en su nación. Su nacionalismo se exacerbó durante la república de Weimar hasta alcanzar su apogeo en la obra El socialismo alemán (1934), cuyo solo título evoca sin ambages la ideología de la dictadura nacionalsocialista. La actitud política de Sombart y sus relaciones con el nacionalsocialismo durante este último período parecen bien documentadasAbram L. Harris, «Sombart and German (National) Socialism», The Journal of Political Economy, vol. 50, núm. 6 (1942), pp. 805-835., lo que no ha contribuido precisamente a aumentar su atractivo entre las generaciones posteriores.

La segunda de las razones por las que la lectura del libro de Sombart sigue siendo aconsejable es de orden sustantivo y reside en el interés intrínseco del problema que plantea. Desde que Alexis de Tocqueville publicara De la democracia en América en el decenio de 1830 las peculiaridades de la sociedad estadounidense –verbigracia, sus relaciones sociales igualitarias, su incomparable dinamismo religioso, su poderoso entramado de asociaciones voluntarias– no han dejado de atizar la curiosidad de los europeos. Con el transcurso del siglo, y a medida que Estados Unidos iba desarrollándose como una gran potencia industrial, esa curiosidad fue centrándose en las decisivas consecuencias políticas de los progresos del capitalismo estadounidense y, entre ellas, en la inexistencia del radicalismo de clase obrera tan típicamente europeo. En el caso de los socialistas y, en particular, de los marxistas, esa curiosidad estaba teñida de inquietud por razones fáciles de entender. Y no sólo políticas. Pues a los ojos de todo buen marxista que concibiera el socialismo como el desenlace más o menos inevitable del desarrollo capitalista, el hecho de que en Estados Unidos no hubiera aparecido un movimiento socialista de masas digno de tal nombre había de ser teóricamente apremiante. La cuestión no dejó de preocupar a Marx y a Engels, enfrentados a la cruel ironía histórica del subdesarrollo del socialismo allí donde más lejos había llegado el capitalismo. Engels, por ejemplo, subrayó en varias de sus cartasVéanse, por ejemplo, las cartas de Engels a Joseph Weydemeyer (1851) y a Friedrich Adolph Sorge (8 de febrero de 1890 y 31 de diciembre de 1892). que Estados Unidos era una sociedad puramente burguesa que, no habiendo conocido un pasado feudal, había alimentado entre la clase obrera prejuicios capitalistas que dificultaban el surgimiento del socialismo. El mismo año de 1906 en que apareció el estudio de Sombart sobre Estados Unidos vio también la luz The Future in America: A Search After Realities de Herbert G. Wells. El escritor inglés veía en el espíritu libertario o antiestatal –la auténtica antítesis del socialismo, al decir de Wells– uno de los rasgos más definitorios de la política estadounidense.

Sombart aborda el problema en el punto mismo en que lo dejan Marx y Engels. Siendo Estados Unidos la tierra prometida del capitalismo, el país donde se han satisfecho todas las condiciones para su más pleno florecimiento, ¿cómo es posible que no haya surgido allí un movimiento o un partido socialista poderoso? La monografía comienza con una breve descripción de la economía de Estados Unidos, de su impar poder financiero y su gran concentración del capital, desde la que Sombart se desplaza hacia el rasgo más determinante de su estructura social: todo en la sociedad estadounidense procede del capitalismo y, por ende, no hay en ella reliquias de las viejas clases feudales. No existe allí, a diferencia de lo que sucede en Europa, ni aristocracia hereditaria, ni artesanos feudales, lo que produce una sociedad abierta de gran permeabilidad e impregna la vida en sus diversos ámbitos de un peculiar sabor económico. Por encima de cualquier otra consideración prevalece entre los estadounidenses la valoración pecuniaria de las cosas y las personas, el éxito se identifica con la prosperidad material y la esfera económica se ha convertido en una poderosa fuerza para atraer a los individuos con más capacidad y talento.

A renglón seguido pasa revista Sombart al estado del movimiento socialista en Estados Unidos para documentar con datos estadísticos la escasa inclinación al radicalismo de los trabajadores y la consiguiente irrelevancia electoral de los partidos socialistas. La revisión incluye, asimismo, una caracterización de los sindicatos estadounidenses, que los presenta como organizaciones cerradas sobre sus propios gremios, circunscritas a la mejora de las condiciones económicas de sus afiliados y orientadas al puro negocio en una suerte de colusión monopolista con las respectivas patronales que tiene por objeto la común explotación del público. Este crudo retrato del sindicalismo permite a Sombart hacer una primera incursión en los mecanismos que, a su juicio, explican la ausencia de socialismo en Estados Unidos. Allí los obreros no están en absoluto descontentos con el statu quo y su visión del mundo es marcadamente optimista. Añádanse a ese caldo de cultivo, compuesto de aquiescencia al orden establecido y optimismo ante el futuro, un acendrado patriotismo y una férvida confianza en la misión y la grandeza del país, y se entenderá sin dificultad por qué los gérmenes emocionales de la conciencia de clase –los sentimientos de envidia, amargura y odio hacia quienes más tienen– no han conseguido brotar entre la clase trabajadora estadounidense.

Se encamina entonces Sombart en derechura hacia las raíces de la cuestión que se ha propuesto esclarecer. Para ello comienza por diseccionar la estructura política de Estados Unidos. ¿Qué encuentra en ella? Una maquinaria hiperdemocrática que, plagada de instituciones electivas, fuerza al ciudadano y al trabajador a emitir constantemente el voto; una situación de monopolio de los dos grandes partidos que, en su incesante caza de cargos, se acomodan a las situaciones más variadas a golpe de indefinición ideológica y de mutuo acercamiento; un continuo fracaso de los terceros partidos cuyas oportunidades políticas se han desvanecido una y otra vez en el trágico destino de su inanidad electoral, y un reino de la opinión pública en el que la adoración de las mayorías ocluye las opciones divisivas. Los dos grandes partidos son, en suma, grandes organizaciones de intereses con una capacidad más que sobrada de eludir las posiciones ideológicas fuertes para mejor integrar en su seno toda posible disidencia.

Nótese que hasta ese momento ha desarrollado Sombart su análisis de la inexistencia de socialismo en Estados Unidos moviéndose con no poca agilidad argumental desde la esfera económica y la estructura de clases hasta las representaciones culturales de los trabajadores y las pautas del sistema político. En la segunda y la tercera parte de la monografía corona su ejercicio explicativo con una detallada indagación sobre la situación material y la posición social del trabajador estadounidense. Hace acopio Sombart de una gran cantidad del material empírico disponible en su época para concluir que las rentas salariales de los obreros estadounidenses son mayores que las de los europeos; que las necesidades básicas –vivienda, alimentos y ropa– no son más onerosas, y que el diferencial entre ingresos y gastos lo destinan los primeros al ahorro, a una mejor satisfacción de sus necesidades y a un consumo más generoso de artículos de lujo. En definitiva, el nivel de vida del trabajador estadounidense es muy superior al del europeo y su desahogada situación económica le garantiza unas pautas de consumo que, con criterios europeos, más parecen de clase media que de clase obrera. El dictum de Sombart resulta lapidario a este respecto: en Estados Unidos «el roast beef y la tarta de manzana acabaron con todas las utopías socialistas» (p. 174). Pero no es sólo la situación material acomodada del trabajador la que impide el desarrollo del socialismo. La formidable movilidad social, vertical y horizontal, supone para la clase trabajadora una permanente puerta de «huida hacia la libertad» del cambio de clase social: el tremendo dinamismo económico y la expansión colonial al Oeste se han encargado de hacerla posible.

La explicación que ofrece Sombart de la ausencia de socialismo baraja los ingredientes más importantes de lo que la literatura sociológica ha denominado, en la estela de Tocqueville, el excepcionalismo estadounidenseSeymour M. Lipset, El excepcionalismo norteamericano. Una espada de dos filos, trad. de Mónica Pinilla, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1996, y Seymour M. Lipset y Gary Marks, It didn’t Happen Here. Why Socialism Failed in the United States, Nueva York y Londres, Norton, 2000.. Se trata de un síndrome sociocultural en el que se incluye una religiosidad desbordante espoleada por la dinámica vertiginosa de las sectas protestantes, unas relaciones sociales igualitarias con un alto grado de movilidad social y unas tasas más que considerables de delincuenciaLa lista puede ampliarse fácilmente a otros varios ingredientes, entre los que se cuenta la formación del país mediante sucesivas oleadas de inmigrantes, la heterogénea composición étnica de su clase trabajadora y, hoy día, una demografía peculiar con una fecundidad relativamente exuberante.. Todos esos rasgos excepcionales no sólo aparecen vinculados entre sí, sino que concuerdan plenamente con la ideología nacional del país: el llamado credo norteamericano. Dicho credo combina cinco grandes preceptos –libertad, igualitarismo, populismo, individualismo y laissez-faire– y su importancia ha sido trascendental para la identidad colectiva de los estadounidenses, quienes, a falta de una larga historia común más o menos gloriosa, se definen a sí mismos por una ideología o, si se prefiere, por una religión política: el propio americanismo. Dos de los más importantes corolarios del credo son la hostilidad crónica al Estado y la exaltación de la meritocracia. Y toda esa dogmática encierra una promesa de ilimitada promoción social que es también típica de la excepción estadounidense.

En su orientación igualitaria, los estadounidenses creen que la base de la selección social ha de ser la igualdad de oportunidades y que su efecto no puede ser otro que la desigualdad de resultados, y son capaces de convivir, de hecho, con unos niveles de desigualdad de la renta y unas tasas de pobreza que no encuentran parangón en otros países desarrolladosComo muy sagazmente señaló Sombart, la ausencia de un patrón premoderno de estratificación y la gran movilidad social en Estados Unidos no significaban que no hubiera desigualdades. Más bien sucedía todo lo contrario, pues las diferencias de renta entre ricos y pobres se contaban ya en su época entre las más altas del mundo. Y así ha seguido siendo hasta nuestros días: véanse Timothy M. Smeeding, «Public policy, economic inequality, and poverty: the United States in comparative perspective», Social Science Quarterly, vol. 86, supl. (2005), pp. 955-983, y Douglas S. Massey, «Globalization and Inequality: Explaining American Excepcionalism», European Scoiological Review, vol. 25, núm. 1 (2009), pp. 9-23.. Poco importa a este respecto que su movilidad social no haya sido en realidad mayor que la de otras sociedades avanzadasLo cual es, por cierto, muy difícil de determinar. La comparación de la movilidad social entre clases ocupacionales en distintas sociedades es cuestión peliaguda por varias razones, desde la disponibilidad de datos homogéneos hasta la idoneidad de las técnicas estadísticas que se utilizan. Véanse Robert Erikson y John Goldthorpe, The Constant Flux. A Study of Class Mobility in Industrial Societies, Oxford, Clarendon Press, 1992., porque sus ciudadanos siguen creyendo, con la fe del carbonero, que viven en la sociedad más abierta, móvil y fluida del mundo. En su economía política, las consecuencias históricas del excepcionalismo han sido un sistema de bienestar social reducido con pocas prestaciones públicas (por comparación con la Europa continental y nórdica) y un nivel de exacción tributaria más bien exiguo y poco progresivo; pero también –se debe insistir– un singular dinamismo económico durante muchos períodos de su corta historia que ha hecho de Estados Unidos la primera potencia mundial y ha garantizado a sus ciudadanos un nivel de vida medio más alto que en cualquier otra sociedad del mundo desarrolladoSalvo Luxemburgo. Véanse Andrea Brandolini y Timothy M. Smeeding, «Income Inequality in Richer and OECD Countries», en Wiemer Salverda, Brian Notan y Timothy M. Smeeding (eds.), The Oxford Handbook of Economic Inequality, Oxford, Oxford University Press, 2009, pp. 71-100.. Entre sus otros posibles méritos, no es el menor el de haber sobrevivido y contribuido a derrotar al bloque comunista.

Tras el desplome de los regímenes comunistas, durante los pasados años ochenta y noventa pareció que el carácter excepcional de la política estadounidense comenzaba a disolverse de una forma inesperada: eran las democracias occidentales y sus economías las que se estaban americanizando. Sin embargo, la crisis económica vuelve a poner hoy sobre el tapete el ensayo de Sombart cien años después de que fuera escrito. ¿Tiene futuro el socialismo en Estados Unidos ahora que el capitalismo se enfrenta a la peor pesadilla económica desde los años treinta? De momento, la victoria de los demócratas y su respuesta inicial a los desafíos de la recesión parecen reeditar las fórmulas keynesianas y prescribir las recetas del New Deal: mayor intervención estatal en el sector privado, control más estricto de los mercados, programas de gasto público masivo y desarrollo de las instituciones del bienestar. ¿Bastará la reacción al actual ciclo recesivo para que los estadounidenses abjuren de su credo y asienten la socialdemocracia en su país? ¿Se cumplirá al fin, con un siglo de retraso, el vaticinio de Sombart? El futuro no está escrito, pero la experiencia histórica aconseja prudencia. Estados Unidos salió de la Gran Depresión con su sistema de partidos, sus instituciones públicas y sus valores intactosSeymour M. Lipset, El excepcionalismo norteamericano. Una espada de dos filos, pp. 411-412., y, por lo visto, muy bien dispuestos a disfrutar con optimismo de la edad dorada del capitalismo occidental y a seguir solazándose con su sueño americano.

En un inteligente ensayo publicado cincuenta años después del libro de Sombart, Ralf Dahrendorf calificó de «disonancia más bien cómica» su desatinado pronóstico sobre Estados Unidos y sugirió que la pregunta pertinente no era ya la que se hizo Sombart, sino esta otra: ¿por qué no ha habido socialismo en el mundo?Ralf Dahrendorf, Sociedad y sociología. La ilustración aplicada, trad. de José Belloch, Madrid, Tecnos, 1966, p. 94.. Desde entonces los sistemas comunistas han caído, recurrido al mercado o entrado en fase terminal. De manera que, si por socialismo se entienden los regímenes socialistas –el llamado socialismo real–, puede matizarse así la pregunta de Dahrendorf: ¿por qué no ha habido socialismo en el mundo, salvo durante períodos relativamente cortos de tiempo en un puñado de sociedades atrasadas? Pero si por socialismo se entiende la socialdemocracia, entonces hay más bien que seguir considerando que los estadounidenses han preferido hasta ahora el riesgo de la desigualdad, con su siempre renovada promesa de prosperidad individual, a la seguridad colectiva que proporciona el Estado.

 

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