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Una ética literaria para la vida

POR CUENTA PROPIA. LEER Y ESCRIBIR

Rafael Chirves

Anagrama, Barcelona

296 pp.

18,50 €

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Aunque desde su mismo subtítulo el nuevo libro del escritor español Rafael Chirbes equipara los términos «leer» y «escribir», Por cuenta propia presenta una relación asimétrica entre ambos. En estos dieciocho textos escritos a partir de 2002, Chirbes se interesa más por el primero de estos términos sin soslayar, sin embargo, lo que de productivo tiene el acto de leer. Así, Por cuenta propia se convierte en un mapa de lecturas del que emergen varias cuestiones.

Una de ellas, y probablemente la más obvia, es la del precursor. A menudo la obra crítica de los escritores de ficciones tiene como finalidad excluyente recortar un fragmento del pasado literario que otorgue sentido e importancia –en otras palabras, que constituya un «espacio de lectura»– para la obra propia, y Por cuenta propia no escapa a este uso específico del ensayo: de hecho, Chirbes dedica todo un apartado a esta cuestión, titulado significativamente «Maestros», y en uno de sus mejores textos compara favorablemente a La Celestina con El Quijote, al destacar que «como más tarde hará Cervantes con la novela de caballerías, Rojas somete a una relectura la tradición, y aniquila todo el corpus de convenciones literarias del medievo, con su trasunto moral» (p. 46).

A Chirbes le interesa del texto de Fernando de Rojas «el manejo de los materiales literarios como palanca para romper un acuerdo a la vez estilístico y social» (p. 46). La equiparación entre gusto literario y orden social que realiza aquí el autor remite a los referentes principales de su forma de comprender la literatura, Raymond Williams y Terry Eagleton, cuyo interés en la creación del gusto estético como forma de control social permea todo el libro. Chirbes no establece distinciones entre los enfrentamientos que suceden en el campo de la literatura y aquellos que se producen en la sociedad; por el contrario, da cuenta de cómo las cuestiones estéticas están supeditadas a las políticas, como sucede en el caso de Benito Pérez Galdós, desprestigiado tras el final de la Guerra Civil por el uso que la República había hecho de su obra y reivindicado más tarde por «un activo e inquieto núcleo de novelistas […] para proclamar la reconstrucción de una narrativa de corte realista y cargada con un decidido afán de denuncia» (pp. 120-121).

La reivindicación de Galdós practicada por el autor en uno de los mejores ensayos del libro recorta el grupo de escritores al que Chirbes se siente afín: Juan Marsé, Ramiro Pinilla, Rafael Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa y Luis Martín Santos, a los que en el apartado titulado «Contemporáneos» suma a Carmen Martín Gaite, Manuel Vázquez Montalbán («su Crónica sentimental de España me había enseñado que el sórdido mundo de mi infancia, las películas vistas en sesiones dobles, los cuplés, los tebeos, eran materiales para la construcción de una cultura de los de abajo», p. 170) y Andrés Barba. Esta reivindicación apunta también al tipo de literatura que el autor rechaza: «lo literario como valor autónomo», «el tema del yo con mayúsculas» (p. 124), «una literatura que reclama su derecho a librarse de todo vínculo con el entorno» (p. 127), aquella que «agoniza por una sobredosis de inteligencia» (p. 212).

A este tipo de literatura Chirbes le contrapone otro, remanente de un período histórico en el que «la novela anunciaba aún cierta verdad que estaba a punto de llegar» (p. 207) y cuyos representantes son, para el autor, James Joyce, Michail Bulgákov, Alfred Döblin, John Steinbeck, William Faulkner, Upton Sinclair y John Dos Passos. Chirbes procura con ello reivindicar la función de los textos como expresión de un programa ético de acción práctica («algo que reconciliara la política con la vida» lo llama en otro lugar, p. 173), de ahí que no deba sorprender que Por cuenta propia proyecte estas cuestiones en un apartado dedicado a asuntos mayormente políticos: la recuperación de la memoria por parte del partido gobernante para «volver a comprarse la legitimidad malgastada» (p. 217), la manipulación de la figura de Max Aub por parte del mismo, la ilusión retrospectiva de una «resistencia interior» al franquismo (p. 223), la desaparición de la figura del obrero de la discusión en torno a lo público, etc.

Aunque algunos lectores considerarán que estos textos constituyen una desviación del tema que preside el libro, lo cierto es que, en la concepción de la literatura que se desprende de la obra, estos textos son necesarios, por cuanto recortan el fondo del que ésta emerge; pese a ello, el libro se crece ante los ojos del lector allí donde Chirbes se ocupa principalmente de literatura. En «Después de la explosión», por ejemplo, donde el autor evalúa la aparición de la Primera Guerra Mundial y la conmoción que ésta dejó en sus contemporáneos en obras de autores como Marcel Proust, Thomas Mann, Italo Svevo, Henri Barbusse, Robert Graves y Jaroslav Hašek; en el ensayo en el que se ocupa de Los trabajos de Persiles y Segismunda de Cervantes o en los pasajes en que literatura y sociedad se iluminan mutuamente. «La narrativa se ha convertido en un arte inane: se ha reconciliado con el público, precisamente porque dice poco de lo público» (p. 266), escribe el autor poco antes de destinar el epílogo a dar cuenta de su relación con Jorge Herralde, su editor de toda la vida. Por cuenta propia, pero también Crematorio y el resto de obras del autor, son ejemplo de la posibilidad de otro tipo de literatura, una literatura ética que se plasme en los libros, pero que proyecte sus efectos mucho más allá de ellos.

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Ficha técnica

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