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Del torrente a la acequia

Obras completas i: De "Crepusculario" a "Las uvas y el viento". 1923-1954; Obras completas II: De "Obras Elementales" a "Memorial de Isla Negra" 1954-1964

PABLO NERUDA

Galaxia Gutemberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 1280 págs.

Ed. Hernán Loyola, Saul Yurkievich

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Pablo Neruda es, sin duda, uno de los poetas más populares de nuestra lengua; lo fue incluso antes de proponérselo de modo programático. Y aunque en poesía –género que en la modernidad ha expresado al artista que se aparta de las pautas y modales de la sociedad convencional, cuando no se enfrenta a ellas– «popular» no es calificativo siempre elogioso, le conviene a la perfección y no le resta grandeza. Neruda no será para muchos el mejor poeta en español del siglo, pero hasta Juan Ramón, el poeta puro por excelencia, admitía, como se sabe, que quien ingresó en los ambientes literarios peninsulares propugnando precisamente una poesía impura, que acogiera todo lo que se había juzgado indigno del verso, era un «gran mal poeta».

Lo era. Dijo las ilusiones y desdichas de su tiempo con fidelidad de testigo y servilidad de cómplice: pocos fueron tan claro espejo de una época. Y, desde mucho antes de haber apostado por un lenguaje al alcance de cualquiera y de todos, que desmentía esa cualidad enrarecida y soberbia de la poesía moderna y promulgaba moralejas desembarazadas, antes de haber profesado, en suma, las recetas de lo que en su estela bautizaron «nerudismo», gozó de un favor multitudinario insólito entre versificadores. Por sus libros, enamorados incontables han podido escribir los versos más tristes cada noche; legiones de soñadores han añorado a Josie Bliss, deseado a Rosario con las palabras del Capitán o llorado la derrota de España en el corazón; y han conocido y sentido nombres que sin su mediación habrían desvanecido la distancia y la indiferencia: Recabarren, Antofagasta, González Videla… Neruda, el poeta salpicado por flaquezas, barbaridades y decepciones, al que cabe evocar como el oportunista siempre demasiado apegado a las circunstancias, no sólo refleja las realidades que transitó: también las ha conformado en sus versos para la memoria común, con vigor y efectividad que pocos han demostrado como él.

Acaso esta capacidad para tramar versos memorables que lo distingue pueda también dar razón de los vuelcos de su escritura. Casi desde los inicios de ésta, su personalidad poética se demostró torrencial, engullente, dada a la abundancia metafórica y a la acumulación imaginativa, como si fueran los instrumentos idóneos para expresar una percepción de la realidad irreductible a la palabra ordinaria, lo mismo que a la mesura y el tenor apacible de la poesía convencional.

Ese es el carácter de su voz que sobresalió a ojos de los poetas españoles del 27, que apadrinaron con sus firmas la edición separada de sus Tres cantos materiales en 1935. Neruda compareció ante ellos con una imagen de poeta derramado, cuya voz y vida arrastraban ímpetus que no controlaba. La favorecía sin duda una tradición de poetas hispanoamericanos cuya grandeza iba de la mano de cierta ingenuidad indefensa ante los rigores de la sociedad y las indecencias del oficio, pero era sincera, aunque el chileno, siempre hábil, supo obtener beneficio de la atracción que suscitaban sus desgarros entre sus más convencionales colegas peninsulares. Remata «Arte poética», uno de los poemas de la Residencia en la tierra editada por Cruz y Raya, este catálogo de solicitaciones intensas: «Pero, la verdad, de pronto, el viento que azota mi pecho, / las noches de substancia infinita caídas en mi dormitorio, / el ruido de un día que arde con sacrificio, / me piden lo profético que hay en mí, con melancolía…»

Similar porosidad a la vida propuso «Sobre una poesía sin pureza», texto de presentación de su Caballo verde para la poesía, en el que defendía un verso manoseado por gestos y sentimientos: «Una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilias, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias…»

Neruda se representaba el mundo de nuevo como una turbamulta de objetos, sentimientos y realidades varias que lo inundaban y cuya abundancia dispersa, apabullante, podía rendirle su sentido. Tal dispendio de impresiones tornaba absurdos los cánones estéticos. Remató su proclama una afirmación tajante: «Quien huye del mal gusto cae en el hielo». 

Luego vendría la conmoción de la guerra civil española y el compromiso, traducido al poco en la militancia comunista y, como consecuencia, en una poética del adoctrinamiento. Vendría, en suma, la necesidad de encauzar esa expresión torrencial para acomodarla a los requerimientos de una ideología, con su acarreo de posturas políticas y de presupuestos estéticos ineludibles. Neruda se debatió en adelante entre el poeta y el predicador, entre el lenguaje desbordado del mitógrafo y el controlado e intencionado del propagandista. Al torrente de la sensibilidad sucedió la canalización brutal y el aprovechamiento de su fuerza expresiva. A la voz derramada sin otro mensaje que ella misma, la doctrina que requería voz ahormada y sin derivas.

Este volumen abre una nueva edición de las obras completas del chileno, un cuarto de siglo después de que apareciera la última editada en vida suya (Losada, 1973). Se distingue de ésta porque añadirá un cuarto tomo que integrarán libros póstumos e inéditos de interés. También porque procura restaurar los textos, recuperar con rigor filológico obras que, a consecuencia del éxito, han padecido durante décadas los trajines de muchas imprentas y, por ende, el descuido de ediciones poco escrupulosas.

La lectura de estos poemarios dibuja con claridad su trayectoria, desde los ecos postmodernistas y los desbordamientos románticos, pasando por la sintaxis y la metaforización disparatadas que lo aproximaron a las vanguardias, hasta arribar a los cantos con que quiso reescribir la historia americana para orientarla a un futuro socialista.

Estos volúmenes reúnen buena parte de lo mejor y algo de lo peor de Neruda. Cabe en él la torrentera emocional y expresiva que animó sus primeros versos con una furia de vivir y decir a veces gesticulante pero siempre eficaz, y la minuciosa caligrafía del escriba de la guerra fría, que anotó diagnósticos y prescripciones de su ideología con fidelidad beata. En el acierto expresivo y en el error, Neruda fue un grande entre los poetas del siglo. El proyecto de recoger de nuevo, con rigor y propósito de exactitud, su obra completa es uno de los pocos que hoy podían estar a la altura de esa grandeza y reflejarla.

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Ficha técnica

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