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París era un seminario

LOS 68. PARÍS, PRAGA, MÉXICO

Carlos Fuentes

Debate, Barcelona

120 pp.

14 €

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Si, de acuerdo con el célebre aserto de Santayana, quien olvida su historia está condenado a repetirla, y dejando a un lado prudentemente la cuestión de si no será que los hombres gustan secretamente de hacerlo, habría que empezar a preguntarse por el tipo de meditación histórica que ha florecido últimamente en torno al Mayo del 68. Y hacerlo precisamente porque no parece contribuir a otra cosa que a su exaltación nostálgica, por definición carente de todo enjuiciamiento desapasionado acerca de su significado, con lo que nos adentramos en los enigmáticos senderos de la así llamada memoria histórica. Esta obra de Carlos Fuentes, premiado escritor mexicano de aguda conciencia política, se inscribe en esa corriente de una manera peculiar, por cuanto compila textos escritos entonces, sobre el terreno, precedidos de una introducción que a duras penas consigue justificar la oportunidad de un artefacto editorial de estas características. Más concretamente, nos encontramos aquí con una larga crónica, entre descriptiva y filosófica, del mayo francés, que proporciona el tono del conjunto, y a la que se acompañan dos textos de­siguales acerca de Milan Kundera y, en una forma decididamente literaria, la matanza de Tlatelolco en México D. F. Su función no es otra que la de servir de apéndice a aquel otro artículo sobre la revuelta parisina y, con la ayuda de una serie de ilustraciones de la época, componer un producto capaz de combinar dos valores tan eficaces como el mayo francés y el propio Fuentes. Es dudoso, sin embargo, que el resultado sea una obra coherente, a pesar de que no carezca de elementos de interés.

Para el Fuentes contemporáneo, la efémeride quedaría justificada por las consecuencias benéficas que trajo consigo un movimiento cuya derrota es sólo aparente: una «derrota pírrica», para ser más exactos. Y ello porque, a fin de mantener intacta la vigencia del 68, es preciso establecer un principio de equidistancia entre aquellas distintas protestas: la crítica parisina al capitalismo sería entonces complementaria de la crítica centroeuropea al comunismo soviético. Sólo de esta forma podría la crítica sesentayochista conservar su actualidad, por más que sus herramientas teóricas y objetivos programáticos sean deudores de un momento ideológico transcurrido hace tiempo. Sorprende por eso que, antes de dar paso a sus crónicas de la época, Fuentes apunte lúcidamente que quizá sin el 68 «las nuevas sendas de la democracia y la crítica social se hubiesen, de todos modos, abierto paso» (p. 20), una modesta concesión al reformismo que sugiere la posible irrelevancia de aquel movimiento, trasunto del ascenso de la insignificancia formulado más sesudamente por CastoriadisCornelius Castoriadis, El ascenso de la insignificancia, Madrid, Cátedra, 1998.. Sea como fuere, esta prudencia contrasta impagablemente con el ardor revolucionario del joven Fuentes, cuya crónica del levantamiento reproduce con una fidelidad entre conmovedora y grotesca el lenguaje sesentayochista, que, contemplado con la ventaja del presente, no puede tomarse en serio, como no parece hacerlo el Godard que un año antes, en La chinoise, había retratado a unos estudiantes que coquetean con el terrorismo revolucionario y adoran el inefable Libro Rojo de Mao hasta el extremo de proclamar, parafraseando al Kirilov de Dostoievski: «Si el marxismo-leninismo existe, entonces nada está permitido».

Su retrato posee todos los componentes que han fraguado el mito occidental del 68, mito literario y estético además de político. París se describe como «un gran seminario público», el marco adecuado para la realización del concepto decisivo: la revolución, aquí evocada líricamente como encuentro de desconocidos e insurrección «contra el futuro determinado por la práctica de la sociedad industrial contemporánea» (p. 38). Se trata en este caso de la revolución correcta, pues se plantea la necesidad paralela de ser justa y libre, hija de Marx y Rimbaud, pero también de Rousseau, una transformación cuyo mérito es tener lugar primero «en las conciencias y en los corazones» (p. 25). Esta gozosa festividad es relatada en su paroxismo, que cubre desde la demanda de una universidad crítica y no jerárquica que, como señala un estudiante, «sólo puede existir en un régimen socialista» (p. 86), a la formación de comités revolucionarios en todos los estamentos culturales franceses: la Unión de Escritores, los Estados Generales del Cine, la Sociedad de Periodistas, los investigadores científicos et alii. Es la politización total, la imposibilidad de sustraerse a la marea pública, algo que Sloterdijk ha formulado como la fallida sustitución del «hombre existencial» por el «hombre sociológico»Peter Sloterdijk, Experimentos con uno mismo. Una conversación con Carlos Oliveira, Valencia, Pre-Textos, 2003, p. 81.. Que todo esto aconteciera principalmente en París no es casual, a la luz de aquella anotación de Cioran según la cual la historia de Francia es «una historia por encargo», en la que todo es perfecto, acontecimientos para espectadores que le proporcionan una actualidad perpetuaÉmile M. Cioran, Cuadernos (1957-1972), trad. de Carlos Manzano, Barcelona, Tusquets, 2.ª ed., 2004, p. 48.. ¿Y qué mejor contraste que aquel que ofrece el imperio norteamericano, epítome del capitalismo contra el que se levanta el 68?

Efectivamente, la crítica al capitalismo anglosajón constituye el necesario y permanente punto de apoyo del lenguaje sesentayochista. Aquí logra pasajes delirantes: «Vivimos la forma más sublimada del genocidio: un Dachau del espíritu rodeado por los brillantes objetos perecederos de una Disneylandia del consumo» (p. 42): nada menos. Esta falsa forma de vida no puede conducir sino al abrazo de la utopía socialista: «Se necesita, en cambio, ser camionero borracho o una solterona agria para salir a darse de golpes y sombrillazos por una Arcadia tan deslavada como el “sueño americano”» (p. 128). Y en este punto, el Fuentes maduro glosa al Fuentes joven en una sonrojante nota a pie de página en la que saca del armario la saca de los golpes: «Obviamente, en 1968 yo no preveía el ascenso de George W. Bush a la presidencia de Estados Unidos» (ídem). Lo importante, en cualquier caso, es que «los jóvenes franceses, norteamericanos, alemanes, italianos, no se han adecuado a la sociedad de consumo» (p. 48). Al menos, eso parecía entonces. 

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