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Psicoficción

Papeles de penumbra

FERNANDO PALAZUELOS

Lengua de Trapo, Madrid

221 págs. 2.356 ptas. 14,16

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Fernando Palazuelos (Bilbao, 1965) sitúa sus asuntos novelescos en territorios psicológicos poco visitados hoy día por los novelistas, y no porque supongan novedad o rareza, sino porque el psicologismo en narrativa no está de moda y ha perdido su sitio frente a otras tendencias más del gusto posmoderno. Este punto de partida ya lo puso de manifiesto en su primera novela, La trastienda azul (1998), y lo confirma ahora en Papeles depenumbra. Ambas novelas coinciden en la construcción de los personajes desde la indagación en el contradictorio mundo interior del ser humano, en sus inseguridades y conflictos y en sus indefensiones frente a la realidad. Nada en su visión del mundo resulta inocuo ni epidérmico, antes al contrario, como sucede en su escritura sorprendente, todo parece articulado mediante sentidos imprevisibles que afectan al sentido más amplio de la existencia.

Porque psicológica y existencialista es, en efecto, Papeles de penumbra. A través de la relación entre sus dos protagonistas, un psiquiatra y su paciente, vuelve a bucear en el alma humana para enfrentarse a las contradicciones e incógnitas fundamentales de la existencia, a unas preguntas que, una vez formuladas por el dolor y la soledad o por la falta de asideros sólidos, suelen abrir dudas de improbable respuesta y heridas de difícil cicatrización. Arduo es el camino existencial de los dos personajes cuando están en juego la propia identidad y el lugar de cada uno en el mundo, cuando la seguridad profesional del terapeuta se va diluyendo a medida que reconstruye la historia y la ascesis de su paciente desde su infancia hasta el presente y éste sigue aferrado con tenacidad a sus obsesiones y fantasmas.

La reconstrucción de la historia de Patricio y de su perfil psicológico se desarrolla desde tres perspectivas. De una parte, la fuente son los informes retrospectivos de Carlos, el psiquiatra, que van registrando el proceso de la terapia; de otra, el conjunto de escritos heterogéneos que su paciente le ha dejado en una caja de zapatos; y de otra, las actas de las declaraciones de Patricio ante un grupo investigador que ha de dictaminar su salud mental. La intensidad de la novela, de sus conflictos y motivos, progresa, por tanto, en una estructura fragmentaria que, al modo de las obras epistolares, va conformando el carácter de los personajes, intensificando su praxis dialéctica y ajustando su complementariedad.

El novelista ha creado dos personajes espléndidos que, en medio de su confusión, prosperan a los ojos del lector de la oscuridad a la luz, y de la desesperanza y la apatía a la exaltación. Y lo ha hecho aplicándoles el mismo método psicoanalítico que impone el psiquiatra a su paciente en la novela, porque al tiempo que se reconstruyen la infancia y los traumas de uno se van descubriendo las inseguridades y desolaciones del otro. El psicoanálisis no ha desvelado sólo las alteraciones mentales del paciente, sino también su inteligencia extrema y compleja, suficiente para dotarle de una índole escurridiza, incontrolable e influyente.

El alma de Patricio ha soportado una relación bélica con la existencia. El origen de este combate está en la infancia, en las condiciones familiares y en las carencias sentimentales. Su único asidero a la vida se encuentra en el pasado, en los cordones umbilicales que le sujetan al desaparecido abuelo Nicéforo y a su hermana Celia, por lo que el presente gira en torno a su mundo interior, a su memoria, a la melancolía por lo vivido, a la pasión por escribir –«Escribo porque hacerlo es una manera de vivir», dice, (pág. 131)– y, acaso, a su obsesión amorosa por Berenice. Todo en él es búsqueda y contradicción: en su existencia hay demasiadas zonas oscuras, demasiadas paradojas y mutaciones que despiertan el entusiasmo del terapeuta y desorientan al grupo investigador.

Para expresar esta realidad interior tan compleja y cambiante, observada desde distintos enfoques, el novelista no restringe el relato a un punto de vista único ni a una única voz narrativa, sino que multiplica las perspectivas y da paso a narradores por delegación. Carlos, por ejemplo, aun siendo el narrador principal, desaparece cuando entran en juego otras fuentes narrativas, es decir, cuando delega su voz en los demás personajes, en los documentos escritos, en los informes, en los pequeños relatos de Patricio, etc., lo cual proporciona a la narración y a la trama una visión mucho más polivalente y plurisignificativa.

A esa visión polivalente de la realidad contribuye el variado registro del lenguaje que caracteriza a cada una de las voces narrativas. Entre ellas destaca la de Patricio, un discurso apretado y denso que contrasta con el fácil, transparente y costumbrista de nuestros días. La escritura de Palazuelos requiere la implicación interpretativa del lector, y en ningún caso su comodidad pasiva. El novelista exhibe, por un lado, un notable caudal de recursos expresivos con el objetivo prioritario de lograr una configuración estética que rompa en todo momento con el lugar común, con la frase hecha y con las expresiones cotidianas de uso cristalizado; por otro, en fin, no se conforma solamente con desestabilizar las palabras y las frases corrientes, sino que, con gran condensación verbal, conduce a menudo el discurso a una esencialidad y a una concisión muy cercana a la categoría de los proverbios, las sentencias y los aforismos.

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Ficha técnica

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