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Más allá de las predicciones

ODISEA 2050. LA ECONOMÍA MUNDIAL DEL SIGLO XXI

Jaime Requeijo

Alianza, Madrid

198 pp.

18,50 €

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Esta obra, a pesar del guiño a Stanley Kubrick, o quizá por ello, no es ni pretende ser un ejercicio cuantitativo de predicción de los perfiles de la economía mundial dentro de medio siglo, aunque el autor se apoya ocasionalmente en las proyecciones que han hecho otros para aventurar una estimación del crecimiento que van a experimentar las principales economías durante el período. El subtítulo da una idea más fiel del contenido de la obra: La economía mundial del siglo XXI o, más bien, los problemas de la economía mundial que venimos arrastrando desde hace tiempo y que nos plantearán más dificultades en el futuro. En un mundo cada vez más preocupado por la evolución errática de toda clase de indicadores de coyuntura de periodicidad trimestral, mensual e incluso diaria, esta llamada de atención sobre las cuestiones permanentes es muy saludable.

Según el autor, «este libro constituye, ante todo, una reflexión sobre esos movimientos lentos, una reflexión que intenta esclarecer qué fuerzas van a configurar la economía mundial en 2050». Escrito en buena parte «antes del estallido de la megaperturbación» [sic], sus argumentos no deben perder fuerza por este hecho, toda vez que «los movimientos lentos no se detendrán y la economía mundial presentará, a mediados del siglo, rasgos notablemente diferentes a los que hoy la definen» (p.12).

Naturalmente, esos rasgos serán el resultado acumulado de procesos que vienen operando desde hace tiempo, de modo que, para escudriñar el futuro, es preciso analizar cuidadosamente el pasado. Peter Drucker ha expresado mejor que nadie esta continuidad del cambio histórico como fuerza conformadora de grandes transformaciones sociales: «No me propongo hablar de lo que va a suceder ni tampoco de cómo va a ser el siglo que viene. Mi tesis es que el “siglo próximo” ya ha llegado e incluso que ya ha llegado hace tiempo»Véase Peter F. Drucker,The New Realities, Nueva York, Harper & Row, 1989. La otra obra magistral para entender los cambios de nuestro tiempo, del mismo autor, es Post-Capitalist Society, Nueva York, Harper Business, 1993..

De modo que el año 2050 es, en cierto modo, para Requeijo, un punto de referencia para emprender una excursión por los grandes problemas económicos de nuestro tiempo, de la que resulta una visión panorámica de la economía mundial y sus perspectivas a largo plazo. En este meritorio ejercicio de reflexión, el autor se centra en los siguientes temas: el orden internacional y el peso relativo de los principales bloques; la crisis financiera actual y su desenvolvimiento; los problemas del uso y la generación de energía; los desequilibrios internacionales de pagos y las tensiones proteccionistas; los determinantes y las consecuencias de las migraciones internacionales; el envejecimiento de la población; las promesas y los desafíos de las tecnologías del futuro, y un balance de la situación de España y sus problemas.

El libro retiene el interés del lector desde la primera página, por la seriedad de los problemas que plantea y por la agilidad en su exposicion. Requeijo escribe para el lector no especialista, prescindiendo de tecnicismos, en un estilo fácil y ameno, combinando la anécdota con la categoría, lo que no le impide presentar todos los puntos de vista de los problemas planteados. Al mismo tiempo, es una obra erudita, con numerosas referencias a cuestiones colaterales. En este sentido, el libro es un manantial de información sobre las cuestiones más diversas: desde las primeras operaciones fraudulentas de Ponzi a la evolución de las grandes compañías de petróleo; desde la paradoja de Lucas a la teoría del choque de las civilizaciones; desde la localización de las centrales nucleares francesas hasta la revolución de los transgénicos. Es sorprendente la información que contiene en menos de dos centenares de páginas y que se presenta al lector parcelada bajo epígrafes sugerentes como «Los gigantes en el túnel», «El espejo trizado», «Los dueños de la energía» o «Las cigarras y las hormigas».

La amenidad no está reñida con el rigor, por lo que la informalidad en la presentación no resta un ápice a la seriedad de los planteamientos. En los temas polémicos –y casi todos lo son–, Requeijo se esfuerza por presentar siempre todos los aspectos de la cuestión, explicándolos en términos sencillos. Pero no por ello rehúye las dificultades. En el diagnóstico de los problemas no le importa apartarse del consenso, y muchas de las recomendaciones de política económica que formula no son políticamente correctas, como, por ejemplo, su propuesta de expandir la generación nuclear de energía eléctrica.

La travesía de la humanidad hasta el año 2050 será una verdadera odisea. «El crecimiento futuro de la economía mundial será más lento que en 2000-2007», aunque para entonces «se habrá casi triplicado […] y será un mundo mucho más tripolar» (pp. 44-45). La primera afirmación no dice mucho, ya que el crecimiento en 2000-2007 ha sido alto y Requeijo sostiene que la crisis financiera actual va a afectar muy negativamente al potencial de crecimiento de las regiones más avanzadas del mundo. De ese crecimiento diferencial vendrá la tripolaridad. En efecto, según Requeijo, el PIB de Estados Unidos representará en 2050 un 21% de la economía mundial (frente a un 25% en la actualidad); China llegará al 17% (6% hoy); y también ganarán peso India, Rusia y Brasil, que llegarán a alcanzar cuotas del 6% (2% actual), 5% (2%) y 5% (2%), respectivamente. Por el contrario, las potencias claramente perdedoras serán Japón (pasa de una cuota del 8% al 7%) y, sobre todo, la Unión Europea (del 31% actual al 21%).
Requeijo matiza su proyección, subrayando que existe un riesgo alto de que el crecimiento finalmente alcanzado sea menor como consecuencia «de los efectos de la gran crisis actual y mundial», y en esto se comporta como la mayoría de los economistas que en el mundo han sido, que tienden a proyectar a largo plazo las condiciones del presente y a ser más pesimistas que el resto de la población cuando las condiciones de partida son las de una economía en recesión. Todos somos, en buena medida, esclavos del presente, y el parroquialismo histórico es un mal más extendido que el parroquialismo geográfico, pero la dependencia del presente es mucho más acusada entre los economistas académicos que entre los que se mueven en el mundo de la empresa.

Todas las profecías formuladas por los académicos que se formaron en los años de la Gran Depresión fueron apocalípticas e incumplidas. En los años cuarenta y cincuenta dominaba en el pensamiento académico la tesis de Alvin Hansen del estancamiento secular de Estados Unidos, cuya popularidad coincidía con una vigorosa recuperación económica. Hansen, apóstol de la revolución keynesiana en América, sostenía que la proporción de la renta que las familias destinaban al consumo disminuía a medida que la renta familiar aumentaba. En consecuencia, a medida que el PIB aumentase, la proporción del PIB representada por el consumo agregado sería menor. En cuanto a la inversión productiva, creía que las perspectivas eran pesimistas porque estimaba que en Estados Unidos ya se habían agotado en buena medida los determinantes más dinámicos de la inversión (la inmigración, la apertura de la frontera en el Oeste, las innovaciones en el sector del automóvil y la industria química). Con la inversión privada contenida y una propensión media al consumo decreciente, la conclusión era inevitable: para que la economía estadounidense pudiese operar en niveles cercanos al pleno empleo, sería necesario que el gasto público creciese a tasas más altas que la producción total.

Por los mismos años era popular también predecir que la economía estadounidense sería pronto superada por la de la Unión Soviética, porque la planificación central funcionaba mejor que el sistema de mercados de las economías capitalistas. También se declaró que la reconstrucción de la economía japonesa era imposible; que la producción mundial de alimentos sería insuficiente para impedir hambrunas; que el crecimiento excesivo de la población mundial provocaría aumentos súbitos en las tasas de mortalidad; y que las reservas de varios minerales importantes se extinguirían antes de 1985. Robert Fogel ha analizado estas y otras profecías catastrofistas formuladas al término de la Segunda Guerra Mundial, concluyendo que los economistas son propensos al pesimismo cuando se dedican a anticipar desarrollos a largo plazoEn Reconsidering Expectations of Economic Growth after World War II from the Perspective of 2004, IMF Staff Papers, vol. 52 (febrero de 2005)..

Hay al menos una excepción a esta regla de proyectar al futuro las miserias del presente. En 1930, con la economía británica en clara situación de depresión, Keynes escribía: «la depresión mundial que estamos viviendo, el enorme sinsentido que representa el desempleo en un mundo donde hay tantas necesidades por satisfacer, los graves errores que hemos cometido, todo esto nos ciega, impidiéndonos ver lo que está bajo la super¬ficie, las verdaderas tendencias de la economía […] pero esta es una fase temporal. Me atrevo a predecir que, dentro de cien años, los países avanzados tendrán un nivel de vida ocho veces más alto del que disfrutan hoy»El ensayo se titula «Economic Possibilities for our Grandchildren» y tiene una historia curiosa. Se presentó al público por primera vez en una conferencia que Keynes pronunció en Madrid, y que luego publicó en The Nation and Athenaeum, el 11 y el 18 de octubre de 1930, incluyéndolo más tarde en el volumen Essays in Persuasion, aparecido en 1931. La cita está tomada del tomo IX de Collected Writings of John Maynard Keynes, Londres, Macmillan, 1972 (pp. 325-326)..

Las primeras peripecias de la odisea se describen en el capítulo 1, «Los gigantes en el túnel», en el que el autor hace una descripción de los fallos de la Unión Europea, que todavía no es «un conjunto totalmente integrado, en la esfera política y económica». Los rasgos negativos empiezan por una política agrícola común costosa e ineficaz», a la que hay que añadir un «Estado de bienestar que requiere un gasto público muy elevado» y una maraña de regulaciones de los Estados miembros que «la arquitectura política de la Unión Europea multiplica». Las consecuencias son: «una cultura del ocio» y «una comunidad de buscadores de rentas» y de evasores de impuestos. Las horas trabajadas en la Unión Europea son un 15% menos que las trabajadas en Estados Unidos. Requeijo concluye: «La U-27 no es una región en declive inevitable; es, a nuestro entender, un área lastrada por un Estado de bienestar que no podrá financiar durante muchos años en su versión actual, presa de un exceso de intervenciones públicas que recortan la capacidad de decisión privada […]. Sin esas rémoras, el futuro de la zona resultaría mucho más brillante» (pp. 20-24).

«Los dueños de la energía» hace referencia claramente al componente geopolítico del problema de la energía. Requeijo describe la estructura de la industria, la dinámica de la OPEP y sostiene que, además de completar las fuentes de energía tradicionales con una expansión de las energías renovables, es preciso incrementar la eficiencia en el uso de la energía. «Las cigarras y las hormigas», o Estados Unidos, España, Reino Unido e Italia, entre otros, frente a Japón, China, sudeste asiático, Arabia y Noruega. Los países ahorradores han acumulado reservas, fundamentalmente en forma de bonos del Tesoro estadounidense, y esto ha tenido varias consecuencias: los tipos de interés a largo plazo de Estados Unidos se han mantenido bajos, las exportaciones de los países asiáticos se han mantenido competitivas y ha aumentado el riesgo de crisis de confianza internacionales. Los fondos soberanos de los países ahorradores son una manifestación de poder económico con una dimensión política innegable.

Requeijo trata todos los problemas de la emigración: los factores de atracción y repulsión que impulsan a la gente a emigrar; el problema de la fuga de cerebros para los países en desarrollo y el problema de la integración de los inmigrantes en los países de acogida. También ilustra la tesis de Friedman según la cual un Estado de bienestar extenso y un régimen de inmigración abierto son incompatibles.

El capítulo 5 se ocupa de los problemas derivados del envejecimiento de la población mundial, especialmente agudos en Japón y en Europa. Esto conduce a la cuestión de la crisis de los sistemas de seguridad social tradicionales, que no puede resolverse mediante la inmigración y que requerirá el alargamiento de la vida laboral, retrasando la edad de jubilación. En todo caso, en este aspecto es seguro que en Europa la vida en el año 2050 será muy diferente de la de 1950.

La innovación y el progreso técnico son dos determinantes fundamentales de la tasa de crecimiento de la producción y, por tanto, del nivel de vida que puedan disfrutar los habitantes del planeta a mediados de siglo. El capítulo sobre la revolución permanente da cuenta de los trabajos de la OCDE sobre las perspectivas de la tecnología y examina el impacto de las tecnologías del futuro sobre las previsiones empresariales y sobre la obsolescencia del capital humano.

¿Y cuál será la odisea de España? España –dice Requeijo– sufre cuatro males que debe resolver: la debilidad exterior (déficit continuado de la balanza por cuenta corriente), la debilidad energética (baja eficiencia energética y excesiva dependencia del exterior), el débil crecimiento de la productividad y la débil competitividad (que es un resultado de lo anterior). Requeijo argumenta que la corrección de nuestro desequilibrio corriente sólo se conseguirá si se reduce nuestra dependencia energética del exterior, lo cual implica que una política de autosuficiencia energética estimulará el aumento del ahorro nacional o la reducción de la inversión (o ambas cosas a la vez), el único modo de que se reduzca el déficit exterior.

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