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El extranjero

JARDINES ERRANTES: CARTAS A J.C. LAMBERT 1952-1992

Octavio Paz

Seix Barral, Barcelona

244 pp.

20 €

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A diez años de la desaparición del gran poeta mexicano, una apreciación global de su vida y obra sigue siendo una tarea difícil de realizar. Esto se debe en parte a las vicisitudes de sus archivos personales, los cuales, después de formar parte de un centro en su honor auspiciado por el gobierno mexicano, se encuentran ahora de nuevo en el ámbito familiar del poeta. Tampoco existe ni en español ni en inglés una biografía autorizada de Paz que pueda ofrecer al lector una visión completa de los vínculos entre los acontecimientos de su vida y su producción literaria. Hasta ahora, los adeptos del vate deben arreglárselas con el excelente Poeta con paisaje de la máxima autoridad mexicana sobre Paz, Guillermo Sheridan, un valiosísimo texto relacionado con la juventud y con la primera madurez del poeta, que desgraciadamente poco o nada tiene que decir sobre las tres últimas décadas de su vida.

Es en este contexto donde los libros dedicados a la correspondencia extensa de Paz con otros escritores y amigos cobran un valor excepcional. En México se editó la correspondencia con el otro gran escritor mexicano de la primera mitad del siglo XX: Alfonso Reyes; en México también se editó la correspondencia entre Paz y su editor Arnaldo Orfila, mientras que en 1999 Seix Barral publicó el precioso libro Memorias y palabras, las cartas de Paz a su amigo y editor en España, Pere Gimferrer.

Ahora la misma casa editorial nos ofrece la posibilidad de apreciar las relaciones del poeta mexicano con la persona que fue su primer traductor al francés, Jean-Clarence Lambert. Las cartas empiezan en el año 1952, cuando los dos se conocieron en el momento en que Paz estaba saliendo de París en su primer viaje a Oriente. Abarcan las décadas de los años cincuenta y sesenta, cuando Lambert tradujo varias obras esenciales del escritor mexicano tales como ¿Aguila o sol? o El laberinto de la soledad, y siguen hasta el envío del libro de poemas de Lambert, Jardines errantes, traducido al español en 1992.

En los años setenta y ochenta el intercambio epistolar se vuelve menos nutrido, puesto que Lambert había dejado de traducir la obra de Paz. Sin embargo, el libro ofrece al lector unos vislumbres de Octavio Paz en momentos cruciales de su vida en Japón, India y Europa en los años cincuenta y sesenta, cuando produjo gran parte de su poesía más deslumbrante.

Para Octavio Paz, Francia siempre fue su «segunda casa espiritual», y estas cartas demuestran ampliamente su interés en la traducción de su obra al francés. A pesar de que Paz, a veces, parece compartir el viejo lugar común de que «la poesía es lo que se pierde en la traducción», admite también que «lo bueno de las traducciones es que delatan sin piedad las debilidades del original».

Además de este aspecto específico relacionado con su producción poética, como siempre en los escritos de Paz, surgen consideraciones de tono más amplio acerca de la poesía, siempre subrayando su papel fundamental en la vida humana. Así, podemos leer en una carta de 1959 que «sólo la poesía está a la altura de nuestra esperanza; sólo ella desciende hasta el fondo de nuestra horrible pasividad». Repetidas veces Paz repite su creencia de que la poesía representa «la condición humana por naturaleza».

Asimismo, estas cartas revelan la insistencia de Paz en la cercanía de la experiencia poética con la experiencia amorosa. En los años cincuenta, tanto el escritor mexicano como su correspondiente francés atravesaban momentos difíciles en sus relaciones personales, lo que le llevó a Paz a declarar: «Acaso la esencia del amor consista en un breve choque y luego la separación, la muerte o la lenta transformación del amor en odio mutuo». Sin embargo, estas cartas demuestran una gran discreción con respecto a su propia vida sentimental. No hay apenas ninguna referencia a la relación tormentosa que mantuvo durante muchos años con su primera mujer Helena y su hija («Me imagino que estarán bien. De otro modo, ya sabría algo»), y tan solo unas referencias escuetas a su pasión por Bona Tibertelli, la esposa del escritor francés Pierre de Mandiargues a finales de la década de los cincuenta. Cuando se casa por segunda vez en la India con Marie-José Tramini, Paz pasa a mostrar sus sentimientos un poco más, por fortuna ahora mucho más positivos.

La correspondencia de Paz le llega a Lambert desde Japón, India o Estados Unidos, y revela la dificultad que tuvo para arraigarse en su propio país, México. Cuando escribe desde Ciudad de México, se declara «desconcertado por la realidad mexicana». Al mismo tiempo, presiente que para que su obra tenga un significado real, debe persistir en México: «En París estaba muy contento pero era un espectador. Aquí, dentro de las limitaciones naturales de todo escritor, tengo la impresión de que participo más activamente, de que soy un actor». Tal vez Octavio Paz nunca llegó a resolver esta paradoja entre sentirse más involucrado en la vida de México y verse más a gusto viviendo fuera de su país. Es justamente este conflicto el que hace del poeta mexicano un escritor de cartas tan cautivador: como nunca se siente en casa, se esfuerza por explicarse a sí mismo y al destinatario de sus cartas sus incertidumbres y los esfuerzos que hace para descifrar el «gran poema incoherente como nuestras vidas».

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Ficha técnica

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