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Defensa de la sociedad abierta

Nuevos ensayos liberales

PEDRO SCHWARTZ

Prólogo de Mario Vargas Llosa Espasa Calpe, Madrid

332 págs.

2.300 ptas.

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A pesar de lo que afirma, con profunda convicción, la teoría del pensamiento único, no he tenido, hasta la fecha, la oportunidad de ver el avance incontenible de las masas liberales. Y mucho me temo que, todavía hoy, no son demasiados los escritores y ensayistas políticos que, en el mundo intelectual español, suscriben los principios del liberalismo. Por ello, libros como el que hoy comento son poco habituales en nuestro país.

Pedro Schwartz es conocido, sobre todo, como economista e historiador de las doctrinas económicas. No son los Nuevosensayos liberales, sin embargo, un libro de economía. Su amplitud de miras es mucho mayor, ya que, junto a cuestiones propias de la ciencia económica, se abordan en él temas de teoría y filosofía política, para los que la realidad social española constituye a menudo el marco de referencia. No es novedad, desde luego, en la obra de Schwartz el análisis de tales temas. Y, en realidad, este libro es una colección de trabajos previos, muchos de ellos ya publicados. Pero uno de los rasgos más interesantes de esta obra es que, al estudiar de forma sucesiva aspectos muy diversos de la realidad social, en sus páginas puede el lector darse cuenta de que su liberalismo presenta una gran coherencia. De acuerdo con la idea que inspira el conjunto de estos ensayos, la libertad no es divisible; y sus aspectos políticos, económicos, sociales y personales están, por tanto, profundamente interrelacionados.

Otra idea que domina el conjunto del libro es la interpretación del liberalismo como una doctrina plena de contenido. Para Pedro Schwartz, ser liberal, significa mucho más que tener un mero talante abierto o una actitud de respeto a las opiniones de los demás. Se trata, en cambio, de una visión del mundo social basada en la defensa de los derechos personales, políticos y económicos de cada persona. Y en esta visión, la desconfianza hacia la interferencia del Estado en la esfera personal, política y económica de cada uno desempeña un papel fundamental. A diferencia de los anarquistas, los liberales piensan que el papel del Estado es muy relevante en la vida social. Pero consideran que, en la práctica, los gobiernos y las administraciones públicas rebasan con creces los límites dentro de los que el Estado es una organización eficiente para pasar a convertirse en una amenaza para nuestra autonomía personal y nuestra prosperidad. La compatibilidad del liberalismo y el socialismo –defendida a menudo en la conocida expresión «socialista a fuer de liberal»– es, por tanto, muy difícil; seguramente, imposible. En las palabras de Anthony de Jasay –que, sin duda, suscribiría Schwartz– podríamos decir que poner en una misma cesta el liberalismo y el socialismo tendría tan poco sentido como hablar de círculos cuadrados, hielo caliente o prostitutas vírgenes. Las ideas liberales pueden gustarnos o resultarnos antipáticas. Es una cuestión personal. Pero no tiene sentido difuminarlas en un grado tal que acaben siendo irreconocibles.

Una conclusión relevante de esta clarificación ideológica es que, si el liberalismo definido como un simple talante admite prácticamente todo tipo de ideas –excepto, tal vez, la intolerancia– y es, al mismo tiempo, incapaz de inspirar cualquier análisis que no tenga como objetivo la defensa del respeto a las ideas ajenas, el liberalismo tal como lo entiende Schwartz es una doctrina coherente que permite enjuiciar lo que en este y en otros países está ocurriendo y formular una explicación alternativa a la ofrecida por visiones de contenido socialista o colectivista.

Coloca nuestro autor como encabezamiento de uno de los capítulos la siguiente frase del profesor Hayek: «Los dos mayores peligros para la civilización son el socialismo y el nacionalismo». La utilización en nuestro país de esta excelente muestra de incorrección política arrojaría, sin duda, a quien se atreviera a hacerlo abiertamente al mundo de las tinieblas inconstitucionales y antidemocráticas. Pero cabe sospechar con fundamento que el profesor Schwartz no es el único que la suscribiría en la España de nuestros días, aunque fuera en las catacumbas de la clandestinidad. En todo caso, he aquí un buen ejemplo de lo que quiero indicar. Desde una visión estrictamente liberal –y no creo que nadie se atreva a negar a Hayek su condición de tal– es posible tomar una posición muy clara frente a determinadas formas de entender la sociedad, que va mucho más allá del principio de que todo el mundo tiene derecho a que se respeten sus convicciones.

El escepticismo con respecto al éxito inmediato de sus ideas es otro rasgo bastante frecuente entre los liberales, que no está ausente de las páginas de este libro. El liberalismo no ha triunfado, a pesar de la insistencia de los teóricos del pensamiento único. Por el contrario, el retroceso hacia formas sociales caracterizadas por un mayor autoritarismo e intervencionismo estatal es siempre posible. Por eso huye Schwartz de la autocomplacencia ante lo conseguido; y su obra más que celebrar un éxito, lo que busca es la reivindicación de una doctrina siempre minoritaria, con grandes dificultades para arraigar en un país, en el que las dos bestias negras del profesor Hayek siguen gozando de un curioso prestigio entre los intelectuales.

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Ficha técnica

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