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Franco novelado

El sable del Caudillo

JOSÉ LUIS DE VILLALONGA

Plaza Janés, Barcelona, 1997

399 págs.

Llegada para mí la hora del olvido

TOMÁS VAL

Alfaguara, Madrid, 1997

251 págs.

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En la inmensa bibliografía que crece cada poco sobre Franco y su régimen, es la personalidad del gran beneficiario de la sublevación de 1936 la que ofrece mayores lagunas. Uno, que no se tiene por experto en historia, echa en falta algo que quizás los historiadores den por resuelto: cómo fue de verdad ese personaje silencioso y taimado que tuvo a sus pies a todo un país durante interminables decenios. Las biografías convencionales dejan, en este sentido, un poco de insatisfacción que bien podría colmarse acudiendo a otra vía de acercamiento al dictador, la imaginaria. Tampoco en ésta ha habido frutos abundantes ni muy logrados. No se ha escrito aún la gran novela sobre Franco por mucho que el personaje reúna todos los alicientes para estimular a los narradores. Quizás quien ha hecho el esfuerzo más meritorio para acercarse al enigmático ser que ocupó el Pardo haya sido Manuel Vázquez Montalbán en su Autobiografía del general Franco (1992). Pero repárese en dos significativos datos. Uno: la obra fue en su origen una biografía a la que el autor catalán terminó dando forma novelesca. Dos: se trata de una falsa autobiografía debida a un impostor, lo cual resta veracidad al testimonio porque éste surge de querellas privadas y no de una voluntad cronística.

Parece, pues, como si también desde la ficción se renunciara a ahondar en la figura humana del dictador. Hace poco ha habido otro par de nuevas tentativas de indagar en Franco que parecen confirmar este diagnóstico porque, con independencia de la desigualdad de sus méritos, que ahora anotaré, siguen dejando casi incólume a un personaje real que guarda su secreto como la esfinge. El polifacético José Luis de Vilallonga parte en El sable del Caudillo de la creencia de que hubo varios Francos: a él, el dictador, figura hartas veces repetida en la historia universal, no le interesa y se centra en la etapa biográfica que se cierra con la toma de Madrid, a la que añade una larga coletilla dedicada a los últimos tiempos del general.

Vilallonga escribe un relato a medio camino entre el estudio y la fabulación. Ver sólo esta obra desde la perspectiva documental supone una lectura no pertinente, algo en lo que ya ha caído algún comentarista y que también sufrió el libro de Vázquez Montalbán. No deben ser esta clase de narraciones pasto de historiadores ni motivo de discrepancias de pormenor, pues pretenden reconstruir el hondo sentido global de una figura. Prueba de la relativa importancia del verismo histórico está en el punto de vista elegido que no reside en una persona, sino en un objeto: un sable que Franco compró en su adolescencia toledana. El sable cuenta en forma de diario la historia y podría ser el elemento más llamativo de la novela si otros autores no hubieran utilizado antes un procedimiento semejante.

El motivo del relato de Vilallonga está en la forja de un carácter y en un análisis de la ambición y la hipocresía. La novedad que aporta reside en el papel estelar que desempeña Carmen Polo en el imparable ascenso de su marido. Con esos elementos podría haberse logrado una recreación novedosa y sugestiva de Franco, pero una doble limitación artística lo impide. Por un lado, una prosa funcional muy poco creativa. Por otro, un maniqueísmo que parte de un indisimulado ánimo de denuncia y menosprecio y produce, en términos literarios, efectos simplificadores del personaje.

Curiosamente, también Tomás Val concede un destacado papel a la figura de Carmen Polo como instigadora del endiosamiento de Franco en Llegadapara mí la hora del olvido. Pero sólo eso permite relacionar este libro con el anterior, pues Val se adentra por una fábula visionaria que, sin llegar a sacar al personaje de unas coordenadas históricas concretas, lo proyecta hacia un análisis genérico de la ambición de poder que roza los límites del mito intemporal. Aquí habla el propio Franco: a instancias de un editor, y cercana ya su muerte, escribe sus memorias. Esta clase de escritos, como género, tienen un carácter enmascarador de lo menos positivo de la personalidad, pero los recuerdos de Franco buscan lo contrario, convertir en virtud las desmesuras de un espíritu sanguinario.

El tono arrogante de las memorias y el sustrato visionario que las inspira confluyen para presentar no tanto un retrato veraz de Franco como una exploración de la psicopatología del dictador. Por ello Val adopta una decisión de gran riesgo: hacer un Franco muy particular, que poco tiene que ver con datos incuestionables de su figura real. Tenemos un Franco reflexivo y culto, que maneja con soltura y criterios personales variadas fuentes literarias y se expresa en términos bastante creativos. En suma: un Franco históricamente inverosímil.

Quien se guíe, pues, por criterios de correspondencia estricta y rigurosa entre el personaje cierto y el novelesco, renegará de esta novela. Sin embargo, cada obra requiere la óptica de aproximación que le sea propia y esa del verismo no se corresponde con los propósitos de la ficción de Val. Subraya el novelista Luis Mateo Díez en la cubierta del libro que éste ha sido escrito por alguien de una generación «que no sufrió el peso directo de la sombra» del dictador. Ahí radica una explicación del modo de afrontar el personaje: una manera indirecta y expresionista que conduce a la alegoría. Franco es un símbolo que encarna una feroz misantropía y se nutre de la sangre de sus semejantes. La sangre y la muerte son leitmotivs básicos de la novela que producen un efecto repulsivo, un rechazo más que de Franco, del fanatismo y crueldad que representa. Esa era la meta del autor y no puede negarse que la alcanza. De todos modos, este alegato contra cierta condición humana no supera el peso de la identificación del protagonista con una figura de memoria próxima y viva. Quizás hubiera convenido prescindir del todo de este referente histórico concreto. De haber trazado la fábula sobre un ser por completo imaginario, no cabrían las reservas que suscita y el valor abstracto del retrato brillaría con sus tintas tenebristas.

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Ficha técnica

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