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Cuadernos de campo

FAMILIAS COMO LA MÍA

Francisco Ferrer Lerín

Tusquets, Barcelona

332 pp. 19 €

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El estudio de los buitres y la capacidad de aprehender a quién vas a limpiarle la cartera en una partida de póquer constituyen dos rasgos distintivos de Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942). Una capacidad de observación –ornitológica y ludopática– que nutre los poemarios y narraciones de este autor personalísimo que permaneció un cuarto de siglo apartado de la literatura; mientras, escudriñaba el vuelo del quebrantahuesos en el Centro Pirenaico de Biología Experimental de Jaca: alguien se refirió a él como el Salinger del Pirineo. Una personalidad que destacó Félix de Azúa en Diario de un hombre humillado al evocar vivencias compartidas de la época estudiantil cuando «el Buitre» (Ferrer Lerín), hijo de un médico odontólogo, manifestaba ya excelentes dotes para conseguir dinero rápido con la artes del tahúr; o de improvisar un libro de poemas –estuvo a punto de engrosar los Novísimos– de hoy para mañana para hacerse con las ocho mil pesetas de un premio literario en la comarca catalana del Maresme. Admirador del erotómano d’annunziano Guido da Verona, «el Buitre» Lerín se hizo con la pasta del galardón: cuatro mil para él, tres mil para el amigo que «guió» el veredicto del jurado y mil para Azúa, por pasar los versos a máquina. Su afición a equiparar el mundo de las rapaces con las humanas tendencias carroñeras llevó a Enrique Vila-Matas a incluirlo en Bartleby y compañía: lo compara con el austríaco Franz Blei, proclive a catalogar a sus colegas en un bestiario. Ferrer Lerín, escribe, «es un experto en aves, estudia a los buitres, tal vez también a los poetas de ahora, buitres la mayoría de ellos. Ferrer Lerín estudia a las aves que se alimentan de carne –de poesía– muerta. Su destino me parece, como mínimo, tan fascinante como el de Rimbaud».

Con el cambio de siglo, el esquivo escritor retornará a la actividad literaria. Durante una conferencia en torno a su pasión por el póquer, un grupo de lo que él llama «seguidores durmientes» le suplicó que volviera a escribir. Tras aquel momento áureo, Lerín aceptó la propuesta de Frederic Amat para que pergeñara el guión de una película nonata que debía titularse Die Rabe (El cuervo). Un material que renació en la novela autobiográfica Níquel (2005) y que ahora Tusquets completa con su continuación, Nora Peb, en el volumen titulado Familias como la mía.

Considerado un libro de culto, Níquel compendia dos décadas de la vida del autor, identificable en su poco disimulado protagonista, Pablo Amatller: sus años de estudiante de Medicina en un intento de proseguir la tradición familiar lo ponen en contacto con un submundo de vísceras y cadáveres; las experiencias del servicio militar impulsan su afición ornitológica, potencian el dominio de los naipes y lo inician en el mundo de los servicios secretos del ejército que se organizan en el franquismo agónico bajo la férula del almirante Carrero Blanco.

La descripción, minuciosa e irónica, de la formación intelectual de su trasunto literario se conjuga con una exhaustiva información de cada período vital expresada con la claridad y concisión de un cuaderno de campo, aquellos en los que Lerín detallaba sus observaciones en las madrugadas pobladas de pajarracos. Su visión nada complaciente del catalanismo desmonta las versiones «resistencialistas» de una burguesía que estuvo colaborando con el régimen franquista hasta que en los años sesenta construyó una transversalidad nacionalista que impregnó hasta los partidos marxistas. Como escribe Lerín: «Hubo una toma de posiciones por parte de intelectuales y gentes de izquierda avalando reivindicaciones lingüisticas y, lo que es lo mismo, autonomismo/nacionalismo, que pareció entonces el colmo de lo progresista y democrático y que ha supuesto la mayor de las rémoras de cara al futuro. Como es lógico, las instituciones más reaccionarias apoyaron sin fisuras, desde el principio, la genial propuesta».

La mirada heterodoxa sobre la política catalana se alterna con otras obsesiones de Ferrer Lerín: los buitres, la toponimia, las timbas y el sexo al borde de la perversión. Sus citas con el buitre negro del Pirineo, al que provee de carroña, deparan una escalofriante escena en el gran teatro de la necrofagia: el hallazgo en el muladar de un feto muerto que acabará siendo devorado por alimoches, cuervos y buitres leonados, mientras el protagonista contempla la escena con unos prismáticos fabricados en la extinta Unión Soviética. Las bibliografías exhaustivas de manuales naturalistas y diccionarios etimológicos aliñan la historia con tonos ensayísticos y reafirman la voluntad de verosimilitud de la novela.

En la segunda parte de Familias como la mía, el estilo de cuaderno de campo realista da paso a una orgía surrealista en la que el autor lleva al límite los resortes literarios arrastrado por su pasión lingüistica. Ferrer Lerín cocina en Nora Peb una «olla podrida» de historias anejas al mundo animal (la célebre Bestia de Gévaudan); variaciones sobre amigos y conocidos, rebautizados con apodos pintorescos; alusiones a Henry Miller y Ben Hecht; malabarismos toponímicos y experimentación metalingüistica; erotismo delirante y elucubraciones en torno a las consecuencias de una furtiva relación sexual de juventud; reciclaje de artículos periodísticos y de sus recientes poemarios como Papur (2008) y Fámulo (2009).

La lectura de tan caóticos materiales reafirma el carácter de culto de Níquel y deja al lector un tanto desconcertado con Nora Peb. En este caso, nunca segundas partes fueron buenas. Tal vez porque Níquel es de lo mejor que este crítico ha leído en los últimos tiempos: el listón estaba alto.

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Ficha técnica

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