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El violento siglo XX

LA GUERRA DEL MUNDO. LOS CONFLICTOS DEL SIGLO XX Y EL DECLIVE DE OCCIDENTE

Niall Ferguson

Debate, Barcelona

Trad. de Francisco J. Ramos

888 pp.

34 €

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Es realmente encomiable que, al año escaso de su publicación en inglés, los lectores españoles puedan tener acceso al último producto del «taller de Ferguson» en el que se dice que trabajan una veintena de auxiliares de investigación y traductores bajo su batuta (véase http://books.guardian.co.uk/reviews/history), dedicados a poner de relieve la excepcional crueldad y violencia que caracterizó a las guerras del siglo XX, y su hipotética influencia sobre los complejos conflictos que afectan al globalizado mundo actual.

El principal mérito de la obra es seguramente su planteamiento integral, la pretensión de abordar la historia del siglo pasado como un todo, desde los puntos de vista espacial, temporal y etiológico, en contraposición a la relevancia que ha ido adquiriendo en nuestro tiempo la historia enfocada a lo local y lo episódico, centrada en el análisis de hechos o situaciones la mayor parte de las veces meramente coyunturales. Tendencia que, sin duda, dificulta adquirir la imprescindible visión de conjunto para poder comprender y valorar la posible relevancia o trascendencia de un determinado período histórico.

Entre los principales defectos destaca el exceso de páginas, originado en parte por un comprensible afán de respaldar cada concepto o reflexión con un cúmulo de datos estadísticos, y también por la menos comprensible decisión de recrearse en prolijas descripciones de personajes históricos, como Hitler, Stalin o Chiang Kai-shek, y narraciones de acontecimientos, como la Operación Barbarroja, Pearl Harbour, la crisis de los misiles cubana o la visita de Nixon a China, que, por suficientemente conocidos, parecen estar fuera de lugar. Tanto lo uno como lo otro hacen fatigosa la lectura, dispersan la atención del lector y lo desvían del que se pretendía fuese el objeto fundamental de la obra: interpretar la inquietante crisis que afecta al actual mundo globalizado mediante una revisión crítica de la violenta historia del siglo XX.

Niall Ferguson es indiscutiblemente uno de los historiadores más conocidos e influyentes de hoy en día. Nacido en Glasgow en 1964, se licenció en Oxford y, tras doctorarse en Cambridge y completar su formación en Hamburgo y Berlín, llegó a ocupar la cátedra oxoniense de Historia Política y Financiera en el año 2000. Poco después se trasladó a Estados Unidos, contratado por la Universidad de Nueva York, y desde 2004 imparte clases en la de Harvard, puesto que compatibiliza con su labor docente en la Harvard Business School, el Jesus College de Oxford y la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su prestigio académico se ha visto notablemente reforzado gracias a la influyente proyección mediática que le brindan las columnas semanales que publica en The Sunday Telegraph y Los Angeles Times. Y el definitivo salto a la fama se lo proporcionaron las series televisivas que dirigió en la cadena británica Channel 4; la última de ellas, basada en el libro que nos ocupa, se emitió por primera vez en el verano de 2006.

Precisamente al presentar el primero de sus seis capítulos, Ferguson afirmó que era necesario replantearse la historia del siglo XX, que en su opinión no debía hablarse de dos guerras mundiales y una guerra fría, sino más bien de una nueva Guerra de los Cien Años. Un largo y letal conflicto entre imperios y no entre naciones, como la mayor parte de los historiadores venía sosteniendo, motivado por la relevancia adquirida por el concepto de raza, pero no como manifestación de la lucha de clases ni producto del socialismo. Por último, sostuvo que la aparente victoria final de Occidente fue en realidad una derrota, y que el indiscutido poder y liderazgo que mantenía a comienzos del siglo comenzó a desplazarse lenta e ininterrumpidamente hacia los nuevos Estados imperio que habían ido surgiendo en Oriente (www.channel4.com/history/microsites/H/history/tz/warworld.html).

Planteamientos tan revolucionarios como éstos fueron los que atrajeron la atención de la crítica y del mundillo académico hacia el joven historiador que, en 1998, puso en solfa muchos de los axiomas de la historiografía más acreditada sobre la Primera Guerra Mundial (The Pity of War: Explaining World War I, Allen Lane/Penguin, Londres). Sus desafiantes tesis levantaron gran polvareda, muy en especial porque atribuían a la de­si­dia e irresponsabilidad de la diplomacia británica que se desencadenase aquel conflicto, y mantenían que habría sido mucho más beneficioso para el futuro de Europa que los imperios centrales hubiesen ganado la guerra y que el Reino Unido hubiese permanecido al margen de la contienda, asegurando de ese modo la victoria alemana.

Aquel libro lo convirtió en adalid mundial del contrafactualismo histórico, escuela que, a partir de la proposición de un desenlace alternativo a determinados acontecimientos cruciales del pasado, intenta imaginar las sendas por las que habría transcurrido el futuro si tal supuesto hubiese sido real. En esa línea, Ferguson viene defendiendo que las grandes corrientes políticas, económicas y culturales han ejercido muy poca influencia en el devenir de los acontecimientos humanos, que nada está predeterminado, y que lo crucial es el papel desempeñado por sus principales protagonistas, e incluso ciertas intervenciones puntuales de algún actor secundario.

Esta postura y planteamiento sigue presente en la obra objeto de comentario, en la que también queda reflejado su profundo conocimiento de la historia económica y financiera, así como el poso intelectual que han ido dejando sus restantes investigaciones. Por ejemplo, el evidente dominio de la cuestión judía es sin duda producto de su interés por la incidencia e influencia del emporio bancario creado por la familia Rothschild, cuyo origen le obligó a interesarse por la historia de la comunidad judía en Europa (The House of Rothschild: Money’s Prophets, 1798-1848, Viking, Nueva York, 1998; The World’s Banker: The History of the House of Rothschild, Londres, Weidenfeld & Nicolson, 1998, y The House of Rothschild: The World’s Banker, 1849-1999, Nueva York, Viking, 1999). Y su familiaridad con el auge y decadencia de los dos grandes Estados imperio occidentales, el británico y el estadounidense, ha dado lugar a los excelentes ensayos salidos de su taller durante la década en que, al parecer, su dedicación primordial era preparar la monumental obra que nos ocupa (Empire: How Britain Made the Modern World, Londres, Allen Lane/Penguin, 2003, y Colossus: the Rise and Fall of the American Empire, Londres, Allen Lane/Penguin, 2004, ambas traducidas al español y publicadas por Debate en 2005, con los títulos El imperio británico: cómo Gran Bretaña forjó el orden mundial, y Coloso: auge y decadencia del imperio americano).

Centrándonos ya en La guerra del mundo, el libro consta de cuatro partes, precedidas de una amplia e interesante introducción de cuarenta páginas, y seguidas de un también largo e inquietante epílogo de cincuenta y cuatro páginas. La introducción anticipa y resume todo su contenido e incide en las revolucionarias tesis que tanta controversia han suscitado, y en las posibilistas hipótesis que tanta fama han proporcionado al autor: existencia de dos letales fallas tectónicas de naturaleza geopolítica en la confluencia en Europa oriental y en Extremo Oriente; conflictividad provocada por la aparición de Estados nación en Europa centro-oriental; interrelación entre conflictos étnicos e inestabilidad económica, o capacidad destructiva de los Estados imperio surgidos durante el siglo XX, por «su grado sin precedentes de poder centralizado, control económico y homogeneidad social a que aspiraban» (p. 66).

Las ciento noventa páginas de la primera parte, que cubren los primeros veinte años del siglo pasado, probablemente albergan los pasajes más trabajados y atrayentes del libro. El autor describe con suma brillantez la apacible situación mundial en los albores de aquella centuria, mediante el original recurso literario de reproducir las principales noticias y anuncios que,el 11 de septiembre de 1901, The Times ofrecía a sus lectores londinenses, para anunciar a continuación que el progreso tecnológico y la expansión colonial conducían a los imperios eu­ropeos hacia su propia destrucción, a bordo de dos trenes desbocados a punto de chocar entre sí. El choque, materializado en la Primera Guerra Mundial, acabó con aquella placentera y globalizada cultura: «El comercio, la inversión y la emigración internacionales se colapsaron. La planificación vino a reemplazar al mercado; la autarquía y el proteccionismo ocuparon el lugar del librecambismo» (p. 148). Cada uno de los tratados de paz constituyó «un casus belli por derecho propio» (p. 220), y la reordenación del mapa europeo a partir del principio de autodeterminación de los pueblos, impuesto a los derrotados por iniciativa del presidente estadounidense Thomas Woodrow Wilson, terminó con el equilibrio continental trabajosamente logrado tras la Paz de Westfalia de 1648.

El interés comienza a decrecer al llegar a la segunda parte del libro, la brillantez declina también y, si nos guiamos por los errores de bulto en que incurre el autor en sus contadas referencias a España y a la Guerra Civil (pp. 309-311), el lector tiene derecho a cuestionarse al menos la validez de la información referente al resto de pequeñas potencias europeas. Sus casi doscientas páginas describen prolijamente el nacimiento de los cuatro grandes Estados imperio protagonistas de la Segunda Guerra Mundial: el alemán, el estadounidense, el japonés y el soviético, la incidencia del crack neoyorquino de 1929, la obsesión por la pureza étnica, y la política de apaciguamiento franco-británica. Su provocativa conclusión es que la guerra «fue culpa de las potencias occidentales y, de hecho, de Polonia casi en la misma medida que lo fue de Hitler» (p. 393).

La tercera parte, bastante más breve que las anteriores (123 páginas), aborda los aspectos más relevantes de la Segunda Guerra Mundial: el impacto moral de los espectaculares triunfos alemanes de los dos primeros años, la radicalización del racismo en Alemania, Japón y la Unión Soviética, y la extrema y creciente crueldad empleada por todos los contendientes a medida que la guerra iba prolongándose: «La capacidad de tratar a otros seres humanos como miembros de una especie inferior y, de hecho, maligna como meras alimañas, fue una de las razones por las que los conflictos del siglo XX resultaron tan violentos» (p. 567).

Y la concisa cuarta parte (95 páginas) se limita a destacar la influencia de la economía sobre la logística de los ejércitos, y a evaluar el holocausto judío y la incidencia del empleo de la bomba atómica, para concluir con que «la principal beneficiaria de la victoria en Asia, como en Europa, fue la Unión Soviética» (p. 682) y que «la victoria de 1945 representó un triunfo poco limpio, si es que fue un triunfo en absoluto» (p. 688).

El epílogo reconoce que la pretendida «Guerra de los Cien Años» finalizó en realidad en 1953, con la firma del armisticio que reconoció de iure la partición de Corea. Sin embargo, durante la posterior guerra fría, que Ferguson prefiere denominar Tercera Guerra Mundial, la fricción entre los dos nuevos bloques geopolíticos tuvo por principal escenario el Tercer Mundo, su carácter pasó a ser de índole económica y los únicos beneficiarios fueron actores secundarios, como Fidel Castro, manteniendo que Estados Unidos se preocupó tan poco de democratizar su área de influencia como la Unión Soviética de liberar a los pueblos oprimidos en la suya (p. 711). Para finalizar, despacha en unas cuantas páginas el conflicto yugoslavo, el despertar de China y el auge del fundamentalismo islámico, y apunta los problemas que pueden derivarse del problema migratorio que afecta a Europa en la actualidad.

En resumen, La guerra del mundo pone de relieve, en ocasiones incluso de forma excesivamente gráfica, la extrema violencia que caracterizó al siglo XX, tanto en términos absolutos como relativos. Y sostiene que el origen de ésta no debe achacarse a crisis económicas, lucha de clases, nacionalismos o fervores ideológicos, sino a la incidencia de tres factores concatenados: conflicto étnico, volatilidad financiera y ocaso de los imperios ancestrales, y que la conflictividad que generaron estos factores ocasionó el deterioro e inexorable declive del mundo occidental. Admitidos la origina­lidad y el atractivo de este planteamiento, se echa de menos su esperado de­sarrollo a lo largo del texto, que se contenta con ser otro manual más de historia militar y diplomática, sin duda alguna muy brillantemente redacta­do, aunque sustentado únicamente en fuentes secundarias y literarias. Y, quizá lo que resulta más llamativo, carente de cualquier referencia y connotación hacia la historia de los movimientos sociales y corrientes culturales, que tan decisivos fueron en el devenir y los avatares de aquella centuria. 

 

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