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De la poesía del olvido

Memoria para el olvido

MAHMUD DARWISH

Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, Madrid, 1997

Trad. de Manuel C. Feira García

208 págs.

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«Tiempo: Beirut. Lugar: un día de agosto de 1982.»

Tercer libro de la colección «Memorias del Mediterráneo», uno de los proyectos editoriales más interesantes de los últimos años. Después del libanés Jalid Zidaya y del jordano Abderrahmán Munif, aparece ahora el palestino (¿palestino?) Mahmud Darwish. Son autores cuyas vidas son novelas y que las cuentan como tales. Gracias al apoyo de Bruselas, las obras de esos escritores «mediterráneos» se están traduciendo simultáneamente a varios idiomas y poniendo de manifiesto que hay toda una literatura árabe, innovadora y audaz, que ha asimilado técnicas occidentales sin cortar sus raíces. Es una literatura en la que lo que importa es la vida y que, por ello, resulta siempre ganadora.

La nota biográfica dice que Darwish tiene ahora cincuenta y cinco años. Perdió su nacionalidad palestina, pasó largo tiempo en prisiones israelíes y vagó por diversos países hasta recalar en Beirut. Hoy vive en Ammán, Jordania. Es conocido como director de la prestigiosa revista Al Kármel, pero, sobre todo, por ser uno de los mayores poetas actuales en lengua árabe.

No es ningún secreto que poesía y novela (o, si se quiere, épica y lírica) tienen dificultades para convivir. La novela parece exigir largo aliento, precisión de datos, distanciamiento objetivo y contención sentimental, lo que, a veces, no se compagina con un temperamento esencialmente poético. Las excepciones son miles, pero no dejan de ser excepciones. Mahmud Darwish, sin embargo, ha escrito una novela en la que la poesía –insumergible– flota sobre el vertiginoso torrente de la narración, pero empapándose y dejándose llevar por él.

Harald Weinrich, el decano romanista alemán, ha publicado recientenente un libro insólito: LetheHarald Weinrich, Lethe, Kunst und Kritik desVergessens, Munich, C. H. Bech, 1997.(Lete, como no es sabido, es la diosa del Olvido, antagonista de Menemósine, la Memoria). En su libro, Weinrich pasa revista al «olvido» en la literatura universal, sembrando ideas a manos llenas. Pues bien, paradójicamente, si Weinrich se hubiera ocupado de Darwish, habría tenido que incluirlo (con Elie Wiesel y Primo Levi) en el capítulo titulado «Auschwitz, sin olvido». Porque lo que Darwish ofrece es un testimonio de primera fila de una situación demencial, que no hay otro remedio que recordar… para poder olvidarla. Darwish disimula a veces su poesía («No hay dos cafés iguales. Cada hogar, cada mano tiene el suyo. Nunca un alma es igual a otra») y hace algo muy necesario: desarticular la tradición, tan árabe, de conectar artificialmente poesía y ardor bélico. «Al soldado le extraña que el poeta sea incapaz de explicar sus propios versos». En otras ocasiones, Darwish filosofa abiertamente: «Y yo me pregunto, ¿qué es más cruel? Que el ser humano se levante una mañana convertido en un insecto enorme, o que el insecto se levante una mañana convertido en un ser humano que juega con las bombas atómicas…».

Se trata de un texto rico en imágenes, en el que autobiografía, poesía y novela revelan su identidad fundamental. La traducción –de Manuel C. Feria– es admirable, y sólo la nota final hace comprender su enorme dificultad: términos de significación múltiples (como el omnipresente bahr, «mar», que remite al mismo tiempo a «metro» poético… y a «hombre noble», me atrevería a añadir, después de consultar el Wehr), toda clase de referencias literarias, culturales e históricas… Un trabajo hecho no sólo con conocimiento, sino también con amor, lo que se nota.

Alguien que también sabe de traducción, Henri Meschonnic, ha escrito: «El Mediterráneo es un mar de clichés y de mitos. El lugar geométrico de la oposición entre Oriente y Occidente». Añadiendo luego: «La actualidad geopolítica del Mediterráneo oculta su geopoética…»Henri Meschonnic, Politique du rythme, politique du sujet, Verdier, 1995, pág. 594.. En esta novela, ambas cosas son claras, pero también se evidencia algo más importante: que hay tragedias muy próximas que, a fuerza de conocidas, acaban por borrarse. ¿Quién recuerda aún los nombres de Shatila y Sabra? Terrible poder el de la memoria o, mejor, terrible desamparo el del olvido.

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Ficha técnica

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