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Imaginación fosilizada

Los seres imposibles

ANTÓN CASTRO

Destino, Barcelona, 1998

181 págs.

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Malo es hacer en literatura, en honor de un realismo mal entendido, un calco inane de la fragmentariedad cotidiana para contar historias reales como la vida misma, en vez de una representación de la realidad, transformada y literaturizada por la ficción; pero no es mejor considerar la imaginación como una esencia absoluta e inmutable en sí misma, y a sus visiones como reflejos igualmente inalterables de su espejo o máscaras rígidas que se repiten y repiten sin modificaciones posteriores. En uno y otro caso es necesaria la creación de un mundo imaginario autónomo que no sea subsidiario ni de la realidad ni de la imaginación, sino a la inversa, que la vida y la imaginación sirvan como referentes auxiliares de la literatura.

En Los seres imposibles, cuarto libro de cuentos de Antón Castro, escritor gallego de 1959, el autor se encierra en los límites estrictos de la segunda opción y deja que un conjunto de recurrencias, admitidas habitualmente como modelos arquetípicos de la imaginación, opriman y anulen la propia autonomía de los cuentos. Porque no se trata de la imaginación creadora, que es capaz de trascender los asuntos y los moldes establecidos de la tradición popular o culta, para convertirlos a través de las palabras en otra cosa, es decir, en formas artísticas, sino de la traslación mecánica al papel de anécdotas y metamorfosis reconocibles en el folclore de la cultura occidental que, sacados de su contexto natural o despojados de la razón por la que fueron inventados, adquieren en su totalidad la condición de cuentos inverosímiles y gratuitos, y por tanto, muy ajenos a la sugestión necesaria en este tipo de literatura.

Antón Castro se ha limitado, pues, a la aplicación de unas fórmulas consabidas para la redacción de unas historias que recogen elementos y atmósferas de las narraciones fantásticas de otros tiempos –léase Romanticismo– o que hunden sus raíces en el continuum folclórico de los pueblos españoles.

Los cuentos de Antón Castro, al menos en este libro, ni necesitan ser preservados, pues sus asuntos y tramas resultan familiares y suenan a ya escritos o contados muchas veces desde la infancia, ni suscitan la emoción o la inquietud, como les sucede a las figuras hieráticas o a las máscaras inexpresivas. De poco sirve la corrección del lenguaje y su adecuación a las tramas si luego el desarrollo de las peripecias recurre a clichés instituidos, es decir, a apariciones imprevistas (mujeres, ninfas o caballos), a metamorfosis repentinas (muchacha convertida en rana, dragones en serpientes y barbos, espectros y espíritus en humanos, etc.), a alucinaciones, a ciudades sumergidas, a tesoros escondidos, a animales mitológicos o fantasmagóricos (tigres, cuervos, etc.), que surgen y se suceden porque sí o en virtud de una imaginación estática y espontánea que no llega a razonarse. Parece que el narrador se hubiera dejado llevar por el automatismo de una imaginación autosuficiente para la creación de imágenes estrafalarias e inverosímiles. El resultado no es en este sentido, como espera el lector de literatura, una aventura estimulante, sino una sucesión monótona de episodios en los que lo inverosímil se normaliza y lo normal está de sobra. No es suficiente la imaginación, sobre todo si está tan fosilizada o petrificada como en este caso. Tampoco lo es el entretenimiento tomado como fin en sí mismo, más aún si se intenta conseguir sumando los mismos esquemas. Por desgracia, el único destinatario de este libro sería un lector inexistente hoy día, es decir, un lector virgen que no hubiera leído ni escuchado en su vida un cuento fantástico, sea de hadas, de sueños o de fantasmas.

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Ficha técnica

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