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Los occidentales, las personas más raras del mundo

The weirdest people in the world: How the west became psychologically peculiar and particularly prosperous

Joseph Henrich

Farrar, Straus and Giroux, USA, 2020

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Joseph Henrich, antropólogo, profesor y director del Departamento de Biología Evolucionista Humana en la Universidad de Harvard, ha publicado recientemente una de las obras más ambiciosas, ricas y controvertidas del panorama antropológico internacional. La obra, titulada The weirdest people in the world, aborda la diversidad psicológica humana como efecto de la interacción entre la plasticidad natural de nuestra especie y la cultura, al mismo tiempo que desmonta la pretendida universalidad de ciertos rasgos de nuestra psicología.

El objetivo de Henrich es doble. Por una parte, intenta demostrar que las investigaciones acerca de la unidad psíquica de la especie humana se han elaborado a partir de una evidencia empírica sesgada que no representa al conjunto de la humanidad, sino a una porción muy singular y peculiar, la occidental. El retrato robot surgido de dichas investigaciones ha postulado como universales unos rasgos que, a medida que se han extendido las pesquisas a otras sociedades, no parecían confirmarse más allá del modelo original. Por otra parte, Henrich se propone reconstruir el proceso que ha dado origen a esa psicología extraña (la occidental) en sinergia con ciertas transformaciones institucionales habidas durante los últimos 1500 años de historia. En su opinión, la clave de ese proceso puede atribuirse a las modificaciones impuestas por la Iglesia Romana en torno a ciertas instituciones sociales, particularmente aquellas vinculadas con la familia y la organización del parentesco, así como al papel jugado por las religiones moralizantes en la conducta individual.

Una psicología WEIRD

Muchos estudios experimentales en la investigación científico social más reciente tienen como objetivo identificar rasgos universales de la naturaleza humana implicados en el comportamiento económico, la cooperación o la moralidad, entre otros ámbitos. Una parte importante del libro está dedicada a demostrar que el uso que se hace de los datos experimentales, a partir de muestras de jóvenes estudiantes americanos y europeos, no es generalizable sin más a todos los seres humanos. Hace más de una década, Henrich y otros antropólogos comenzaron a cuestionar el supuesto alcance universal de esas investigaciones. Henrich y sus colegas observaron que esos resultados variaban significativamente cuando tales pruebas se aplicaban a individuos de otras culturas y que el modelo psicológico que se había descrito distaba mucho de poder extenderse a otras sociedades. Por el contrario, los datos mostraban el carácter singular y diferencial, extraño, de los individuos occidentales. ¿En qué sentido extraño?

El término WEIRD, extraño en inglés, sirve a Henrich, al mismo tiempo, como un ingenioso acrónimo que resume algunas de las características singulares de la cultura europea y norteamericana: Western, Educated, Industrialised, Rich, Democratic. Dado que la constitución psicológica de cualquier individuo es, en buena medida, un producto de su educación y ésta es un reflejo de la cultura en que tiene lugar, la psicología weird es característicamente occidental. Henrich destaca como sus rasgos más notables los siguientes: los individuos weirds son más individualistas y están insertos en intensos procesos de movilidad y cambio social. Estas características se deben a su fuerte independencia de los lazos familiares tradicionales, al contrario de lo que sucede con los individuos pertenecientes a otras sociedades. Además, los occidentales viven volcados en sus logros personales y en el éxito individual, al tiempo que se sienten al margen de los avatares de su grupo, familia o clan. Frente a esos vínculos ancestrales, los individuos weirds son más abiertos con los individuos ajenos a sus propios grupos y círculos sociales, se identifican con agrupaciones sociales de carácter voluntario a los que se adhieren por vínculos profesionales, ideológicos o de otro tipo. De otra parte, los occidentales piensan de manera analítica (no holística), creen en el libre albedrío, rechazan la poligamia, se sienten moralmente responsables de sus actos hasta el punto de desarrollar fuertes sentimientos de culpa cuando se comportan mal, o se comprometen con leyes y principios de justicia universal mientras rechazan el nepotismo y otras formas de parcialidad ética.

El término WEIRD es un ingenioso acrónimo que resume algunas
de las características singulares de la cultura europea y norteamericana: WesternEducatedIndustrialisedRichDemocratic

Henrich opone este perfil psicológico al de la mayor parte de las culturas en las que los individuos se identifican más fuertemente con la familia, la tribu, el clan y el grupo étnico, consideran el nepotismo como un deber natural, piensan de manera relacional, asumen la responsabilidad de lo que hace su grupo, castigando públicamente a quienes manchan el honor de éste, y sienten vergüenza y no culpa cuando su comportamiento se aleja de sus obligaciones sociales y de los dictados de la tradición.

El papel del parentesco en la evolución cultural de nuestra especie

Henrich es un antropólogo sensible al culturalismo, pero su enfoque nace y se encuentra comprometido con un programa de investigación naturalista consolidado: la teoría de la coevolución gen-cultura. Discípulo aventajado de Boyd y Richerson, con los que se formó en los años noventa, Henrich define la cultura como el rasgo más característico de la naturaleza humana.  Nuestros antepasados homínidos han evolucionado durante más de un millón de años impulsando transformaciones orgánicas, pero también complejas adaptaciones cognitivas y emocionales que nos han convertido en una especie cultural, capaz de desarrollar un sistema de herencia acumulativo sumamente eficaz desde un punto de vista adaptativo. Gracias a la cultura acumulativa los humanos han podido colonizar todo el planeta y han dado lugar a tradiciones culturales muy diversas. La acumulación cultural ha permitido el desarrollo de normas e instituciones sociales que a su vez condicionan la psicología y la conducta de los individuos.

Una de las instituciones más relevantes para explicar la organización social humana es el parentesco. Tras la formación de asentamientos estables y la introducción de formas de vida sedentarias, se impusieron feroces pugnas entre grupos por el control de los recursos. Esta competencia entre grupos creó una presión de selección cultural favorable a aquellas estructuras sociales que promovían la cohesión y la solidaridad dentro del grupo.  Tales estructuras descansaban sobre el parentesco que facilitó la existencia de lazos intensos y la creación de clanes, grupos, etc., basados en enlaces matrimoniales entre parientes y un intercambio de individuos y lealtades capaces de incrementar la cohesión y la cooperación social. A medida que la competencia entre grupos creció, fueron imponiéndose las instituciones políticas más exitosas, ligadas en lo esencial al parentesco. Incluso al inicio de la modernidad y dentro de Estados complejos, el parentesco siguió siendo el vector más capaz de generar solidaridad y lealtad.

Se comprende, de este modo, la extrañeza que Henrich siente ante un perfil psicológico individualista como el que muestran los occidentales. Observado en perspectiva, resulta contradictorio con el perfil colectivista estándar más extendido en nuestra especie y su origen merece una explicación en el marco teórico suscrito por el autor.

El Programa de Matrimonio y Familia de la Iglesia Católica Romana

La tesis central de Henrich destaca el papel que desempeñó lo que denomina el Programa de Matrimonio y Familia de la Iglesia Católica Romana. A finales del siglo VI, la Iglesia Católica Romana emprendió una serie de reformas doctrinales con el propósito de transformar y unificar las costumbres matrimoniales en su ámbito de influencia. Todo comenzó con la disputa entre los anglosajones del reino de Kent, en Inglaterra, y el enviado del Papa Gregorio I, el monje Agustín (más tarde, San Agustín de Canterbury). El propósito de la misión encabezada por Agustín iba más allá de la conversión ordinaria de los nobles anglosajones al cristianismo. La intención del Papa era reordenar el marco legal del matrimonio y la familia de acuerdo con un nuevo conjunto de normas y tabúes que impedían el matrimonio entre primos, el divorcio y la poligamia, así como los derechos de herencia fuera, por supuesto, del matrimonio cristiano y entre cristianos.

El proceso de reforma iniciado por Gregorio I tardó siglos en imponerse en Europa y sufrió constantes contratiempos, retrocesos y excepciones

El proceso de reforma iniciado por Gregorio I tardó siglos en imponerse en Europa y sufrió constantes contratiempos, retrocesos y excepciones, pero se impuso finalmente. De este modo, hacia el siglo XI ya no resultaba posible comprometerse hasta contar siete generaciones atrás, para evitar el matrimonio con un primo sexto. El tabú contra la familia consanguínea se había expandido.

Resulta evidente que el propósito de la Iglesia en su cruzada no fue primordialmente teológico. Probablemente, incluía la pretensión estratégica de limitar las alianzas forjadas entre clanes y familias nobles al amparo de matrimonios entre parientes. Muchos pueblos asentados en Europa, al igual que en otros lugares del mundo, seguían costumbres matrimoniales que incluían las uniones entre primos de distinto grado como herramienta para crear fuertes lazos de solidaridad y cooperación entre grupos y comunidades. La Iglesia identificó acertadamente estas prácticas ancestrales como el mecanismo primordial para crear alianzas y se propuso revertir esa política matrimonial para favorecer sus propias estructuras de poder. Lo que la Iglesia no pudo anticipar es que su estrategia daría pie al desarrollo de una psicología extraña en los individuos cuyo perfil fue emergiendo lentamente, entretejido causalmente con el desarrollo de nuevas formas de organización social, nuevas instituciones y valores culturales.

La coevolución gen-cultura y la psicología weird.

En un libro anterior, titulado “The secret of our success: How culture is driving human evolution, domesticating our species, and making us smarter” (2017)El lector puede encontrar una valoración crítica del mismo en el comentario titulado “Por qué el hombre es diferente”, Revista de Libros https://www.revistadelibros.com/discusion/por-que-el-hombre-es-diferente, Henrich presenta el marco teórico de la evolución cultural, la piedra angular de su sistema teórico. El secreto de nuestro éxito no es otro que la cultura. La evolución nos ha dotado de la capacidad para evaluar rápidamente qué, de quién y cuándo debemos aprender de nuestro entorno social. Esto nos permite utilizar los éxitos de quienes nos precedieron y acumular enormes depósitos de saber y soluciones adaptativas a innumerables problemas que pueden ser transmitidas con relativa facilidad a la próxima generación. Esta estrategia exclusivamente humana de inteligencia distribuida se puede resumir en lo que Henrich llama el «cerebro colectivo», que es la suma total de conocimientos, habilidades y tecnologías culturales para una red de personas que interactúan entre sí. Un individuo, por inteligente que sea, no puede por sí solo generar ese saber acumulado. La presión de selección sobre nuestro desarrollo cognitivo ha tenido que ver más con la necesidad de integrarnos, contribuir y aprovecharnos del funcionamiento de esa inteligencia colectiva, que con la necesidad de desarrollar una gran inteligencia innovadora a nivel individual. De ahí proviene nuestra enorme capacidad de imitar la conducta de nuestros semejantes y de enseñar, así como, muy probablemente, el impulso para el desarrollo de nuestra capacidad lingüística.

Los teóricos de la evolución cultural, como Henrich, afirman que la evolución genética nos ha hecho organismos dotados para elaborar un sistema de herencia nuevo: la cultura. Nuestra especie posee un sistema de herencia dual, genético y cultural, que ha dado lugar a un proceso de desarrollo coevolutivo entre genes y cultura. No se pueden entender muchas transformaciones que experimentaron nuestros antepasados, como la reducción del aparato digestivo o de las mandíbulas, sin la influencia de un nicho cultural en el que el dominio del fuego y la cocción de alimentos desempeñó un papel crucial en la presión selectiva sobre los genes responsables de esos cambios. Ya en nuestra especie, existen algunas evidencias bien documentadas de esta coevolución gen-cultura, como el desarrollo de la tolerancia a la lactosa en las poblaciones ganaderas hace tan sólo unos pocos miles de años. Más discutible, pero también verosímil, es la existencia en nuestra especie de una base genética para una psicología normativa, que nos permite desenvolvernos con éxito en un ambiente social dominado por normas que condicionan nuestro comportamiento, para un instinto tribal, que promueve una interacción preferencial cooperativa con los individuos del grupo al que pertenecemos, o para una heurística selectiva que nos dice qué, cuándo y a quién debemos imitar en nuestro entorno social. 

Con respecto al desarrollo de la psicología weird, Henrich se aparta de este modelo coevolutivo entre genes y cultura. Su hipótesis no propone una selección genética dentro de las poblaciones occidentales, sino un proceso ontogénico en el que la cultura es capaz de modelar el cerebro humano, dando lugar a una interacción causal bidireccional entre nuestra psique y las instituciones y valores sociales que caracterizan occidente. Henrich es consciente de que, aun asumiendo una naturaleza humana común en lo esencial para toda nuestra especie, como hacen los psicólogos evolucionistas, lo que se espera es una gran diversidad de tradiciones culturales que divergen por motivos de tipo ecológico, local, histórico o, simplemente, contingente. Su análisis se centra en la interacción que se establece entre las tradiciones culturales y la psicología que desarrollan los individuos educados en ellas.

Este proceso de evolución cultural ha alumbrado en occidente una psicología extraña en el marco de una cultura poblada por instituciones y reglas no menos singulares: democracia, principios de justicia universal, mercados, ciencia, ciudades cosmopolitas, cultos religiosos que intensifican la dimensión individual de la religiosidad, complejos sistemas judiciales que sustituyen la tradición sustantiva por el procedimiento formal, etc. Henrich y otros muchos antropólogos han pasado de considerar la psicología asociada a la cultura occidental como el paradigma estándar de la psicología humana a considerarla una singularidad extraña dentro de ésta.

Los individuos weirds son el producto y, al mismo tiempo, el sostén de una civilización singular, diferente y exitosa, con una prosocialidad impersonal que ha dado lugar a enormes núcleos urbanos y al desarrollo de gremios profesionales, a un sistema político representativo que se distancia, al menos formalmente, de las fuerzas centrípetas del nepotismo y que se ve impulsado hacia la imparcialidad como garantía de buena reputación. En ese mismo ambiente cultural, la fe protestante, como señaló Weber, intensificó la deriva individualista, promovió la alfabetización como medio de acceso a las Sagradas Escrituras y acentuó el sentimiento de responsabilidad personal, dando un nuevo significado a la experiencia de la culpa. El esfuerzo por descubrir las leyes de la organización política estimuló también el interés por las leyes de la naturaleza, en otras palabras, por la ciencia. El método científico codificó normas epistémicas que dividieron el mundo en categorías y pusieron en valor principios abstractos. Todos estos cambios psicosociales impulsaron una tasa de innovación sin precedentes, la Revolución Industrial y el crecimiento económico. El inesperado proceso de transformación social iniciado por la Iglesia en el siglo VI a cuenta de los cambios en el sistema de familia sufrió un extraordinario impulso a partir del siglo XVI hasta dar lugar a la más extraña y próspera civilización sobre el planeta.

La interacción entre cultura y psicología

Henrich adopta una posición culturalista al estudiar las causas del peculiar comportamiento de las sociedades occidentales. El culturalismo es un enfoque teórico que enfatiza el significado de la cultura, especialmente en lo relativo a la determinación del comportamiento individual y la forma en que funciona una sociedad. No cabe duda de que Henrich comparte esta idea y que su obra constituye una valiosa contribución para explicar la conexión causal entre ambos ámbitos. Con ese propósito, el autor recurre a un enorme caudal de evidencias experimentales procedentes de investigaciones realizadas en múltiples ámbitos: religión, moral, comportamiento económico, procesamiento cognitivo, gestión de las emociones, etc. En muchas de estas investigaciones ha participado el propio Henrich o su equipo. Aunque tomada de una en una, la evidencia experimental siempre es cuestionable y sujeta a interpretación, considerada en su conjunto proporciona una base difícilmente desdeñable sobre la existencia de los rasgos que Henrich identifica como característicos de la psicología weird.

Los datos aportados por Henrich avalan, por ejemplo, que la cultura occidental promueve formas de pensamiento más analítico y categorial, mientras que la asiática (y otras muchas) lo hace con un pensamiento más holístico y relacional. O que los individuos weird construyen su identidad por referencia a sus propios logros y metas, mientras que en otras sociedades la identidad parece depender mucho más intensamente de las pertenencias sociales a grupos familiares o locales con larga proyección histórica. O, también, que la cultura occidental se muestra como una cultura de la culpa. Los occidentales reportan muy a menudo fuertes sentimientos de culpabilidad como consecuencia de sus actos y de su inconsistencia moral o identitaria. Por el contrario, en otros contextos culturales más relacionales, la culpa cede terreno frente a la vergüenza, es decir, el sentimiento de no haber estado a la altura de lo que la norma social prescribe.

La tesis culturalista de Henrich ambiciona algo más que mostrar esas correlaciones entre marcos culturales y características psíquicas y conductuales, las afinidades electivas de las que hablaba Weber. Henrich anhela establecer con precisión el modo en que la cultura construye la psique, es decir, cómo el aprendizaje cultural reconfigura el cerebro para que cada individuo desarrolle los rasgos psicológicos.

¿Cómo la cultura modela la psicología weird?

Como ya hemos señalado, Henrich se distancia de la posibilidad de que, mediante un estricto proceso de coevolución como el descrito para la tolerancia a la lactosa, hubiesen surgido presiones de selección capaces de modificar la estructura genética de las poblaciones weirds y que tales cambios hubieran configurado un psiquismo significativamente distinto al de otras poblaciones humanas. Para explicar los orígenes de la psicología weird y las aceleradas transformaciones que jalonan la historia contemporánea europea y norteamericana desde la Revolución Industrial, Henrich recurre a una segunda opción centrada en los procesos de aprendizaje social durante la ontogenia. Las creencias, prácticas, tecnologías y normas sociales (es decir, la cultura) pueden moldear nuestro cerebro, incluidas nuestras motivaciones, habilidades mentales y sesgos en la toma de decisiones. No se puede separar «cultura» de «psicología» o «psicología» de «biología», porque la cultura reconecta físicamente nuestros cerebros y, por lo tanto, da forma a nuestra manera de pensar.

Los datos aportados por Henrich avalan que la cultura occidental promueve formas de pensamiento más analítico y categorial, mientras
que la asiática lo hace con un pensamiento más holístico y relacional

Henrich arguye que la psicología de las personas cambió a través de procesos de aprendizaje cultural de tipo ontogénico, pero no sustancialmente a través de la selección natural que actúa sobre los genes. Esta parece la hipótesis más plausible, en opinión del autor, dado que el aprendizaje cultural puede dar forma a nuestra psicología, modulando la plasticidad cerebral y las hormonas, sin necesidad de modificar las frecuencias de nuestros genes. Los procesos evolutivos culturales son rápidos y poderosos en relación con la selección natural que actúa sobre los genes. Esto significa que durante períodos medidos en siglos (como es el caso), la adaptación cultural tenderá a dominar la adaptación genética. Sólo a largo plazo, si la situación se mantiene estable el tiempo suficiente, la evolución genética puede tener efectos considerables. No obstante, Heinrich advierte de que no se puede descartar del todo que los desarrollos culturales y económicos que han tenido lugar en las sociedades occidentales hayan favorecido la acción selectiva sobre determinados genes que podrían estar implicados en algunos rasgos de la psicología weirdUna hipótesis de este tipo se recoge en el libro de Nicholas Wade Una herencia incómoda. Genes, raza e historia humana (Ariel 2015). Una valoración crítica de la misma puede leerse en la reseña sobre ese libro escrita por Carlos López Fanjul en Revista de Libros https://www.revistadelibros.com/articulos/una-herencia-incomoda-genes-raza-e-historia-humana. Es importante enfrentar esta posibilidad con honestidad, pues es una opción que está en la misma raíz de la teoría de la herencia dual que aboga por la existencia de procesos de coevolución gen-cultura. Sin embargo, las líneas de investigación exploradas en el libro sugieren que los procesos culturales han dominado la formación de la diversidad psicológica y que los genes probablemente contribuyen poco a la variación contemporánea. Y, si lo hacen, es posible que estén empujando en la dirección opuesta a la que ha sido impulsada por la evolución cultural en las sociedades occidentales.

En cuanto al modo concreto, causal, en que los procesos culturales y las instituciones pueden modelar la psique humana, Henrich apuesta por la plasticidad ontogénica que posee nuestro cerebro para adaptarse al nicho cultural en el que madura. Para ejemplificar estos procesos de modelado, el autor presenta las transformaciones operadas por el cerebro humano cuando se somete a un proceso de alfabetización.

El cerebro de cualquier individuo alfabetizado es reconfigurado neurológicamente a medida que adquiere la capacidad de leer y escribir que nuestras sociedades tanto valoran. Hasta hace poco, esta capacidad era de poca o ninguna utilidad y la mayoría de las personas en la mayoría de las sociedades nunca la adquirieron. Al desarrollarla mediante un largo proceso de aprendizaje habitualmente adquirido en la infancia, el cerebro sufre algunas transformaciones muy significativas y permanentes: a) la especialización de un área de la región occipito-temporal ventral izquierda del cerebro, que se encuentra entre los centros neurológicos responsables del procesamiento del lenguaje, los objetos y los rostros; b) el engrosamiento del cuerpo calloso, que es la autopista de la información que conecta los hemisferios izquierdo y derecho de su cerebro; c) la alteración de la parte de la corteza prefrontal que está involucrada en la producción del lenguaje (área de Broca), así como de otras áreas del cerebro involucradas en una variedad de tareas, incluido el procesamiento del habla y el pensamiento sobre la mente de los demás; d) la mejora de la memoria verbal y la ampliación de la activación de su cerebro al procesar el habla; e) cambios en el proceso de reconocimiento facial que se trasladan al hemisferio derecho: los seres humanos no alfabetizados procesan las caras casi por igual en los lados izquierdo y derecho de sus cerebros, pero aquellos que han sido alfabetizados están redirigidos hacia el hemisferio derecho; f) la disminución de la capacidad para identificar rostros, probablemente porque mientras el cerebro utiliza su región occipito-temporal ventral izquierda, incide en un área que generalmente se especializa en reconocimiento facial; g) la reducción de la tendencia predeterminada hacia el procesamiento visual holístico a favor de un procesamiento más analítico. Por ello, el cerebro alfabetizado se dispone preferentemente a dividir escenas y objetos en sus partes componentes, y menos en configuraciones amplias y patrones gestálticos.

Henrich cree que estas huellas que la alfabetización produce en el cerebro, bien establecidas empíricamente, resultan paradigmáticas para comprender los procesos de modelaje cognitivo y emocional durante una ontogenia culturalmente dirigida. Las modificaciones neurológicas y psicológicas asociadas con la alfabetización deben considerarse como parte de un paquete cultural mucho más amplio que incluyen los efectos que pueden ocasionar prácticas, creencias, valores e instituciones, como los asociados a la «educación formal» o a instituciones como las «escuelas». En todas las sociedades, el aprendizaje de prácticas, normas y tecnologías tiene consecuencias sobre nuestros sistemas neurológicos capaces de crear nuevas habilidades mentales. Y, en consecuencia, para comprender la diversidad psicológica y neurológica que encontramos en el mundo, necesitamos explorar esos efectos que produce cada una de las culturas existentes.

La hipótesis de Henrich apunta a que los cambios psicológicos inducidos por la cultura pueden a su vez dar lugar a transformaciones posteriores, más a largo plazo, al influir en aquello a lo que las personas prestan atención, en cómo toman decisiones, en qué instituciones prefieren o en su dedicación a innovar. En el caso de la alfabetización, la cultura indujo, según Henrich, un pensamiento más analítico y memorias de mayor alcance temporal, estimuladas por la escolarización formal, la producción de libros y la difusión del conocimiento. Visto en perspectiva, y siempre en opinión del autor, la escritura probablemente impulsó la innovación y sentó las bases para estandarizar las leyes, ampliar el derecho al voto y establecer gobiernos constitucionales.

Ahora bien, cabe preguntarse si otros rasgos de la psicología weird poseen la misma capacidad de modelar de manera tan intensa el cerebro y de generar un impacto tan notable sobre el comportamiento humano, como argumenta Henrich que sucede cuando aprendemos a leer. Los autores de este comentario tenemos serias dudas de que rasgos como el individualismo, la movilidad, la afiliación a grupos profesionales o de otro tipo, la búsqueda del éxito personal, el rechazo de la poligamia o el sentimiento de culpa sean algo más que hábitos conductuales reversibles incapaces de dejar una huella neurológica tan marcada como consigue la alfabetización. 

Psicología weird y psicología humana: ¿complementariedad o conflicto?

El papel crucial que desempeña la cultura sobre el comportamiento no supone la ausencia de adaptaciones psicológico-cognitivas que regulan aspectos clave de la conducta humana y que evolucionaron entre nuestros antepasados a lo largo del último millón y medio de años. Las investigaciones desarrolladas al amparo de la Psicología Evolucionista sugieren la existencia de diversas adaptaciones cognitivas. Esta hipótesis surge de una visión modularista y nativista de la cognición. Su premisa central es que los problemas generales amplios son mucho más difíciles de resolver que los específicos y, por lo tanto, las mentes de los animales, incluidos los humanos, poseen mecanismos cognitivos de propósito especial dedicados a resolver problemas adaptativos específicos a los que se enfrentan los individuos de una especie. Estos mecanismos modulares contribuyen a resolver problemas en dominios particulares como la elección de pareja, la búsqueda de comida o la gestión de las relaciones sociales. Su campo de acción se extiende también en nuestra especie a otras cuestiones, como el desarrollo de un instinto tribal, la gestión de la cooperación para beneficio mutuo, incluyendo el castigo de los individuos egoístas, la toma de decisiones sobre qué, a quién y cuándo imitar, o el desarrollo de formas de pensamiento proto-religioso, mágico y supersticioso.

Los rasgos característicos de la psicología weird son, en cambio, el resultado del aprendizaje de una cultura singular, la occidental, que a su vez es el fruto de un proceso de evolución cultural. Algunos de estos rasgos parecen entrar en conflicto con esa naturaleza humana modular descrita por la psicología evolucionista.  Por ello, cabe preguntarse hasta qué punto esa psique weird, culturalmente construida, es un producto sólido, estable e independiente de las eventuales disposiciones de una naturaleza humana sustantiva común. La evidencia disponible no acredita una respuesta clara. En nuestra opinión, las diferencias psicológicas encontradas entre la población weird y las otras sociedades humanas carecen de estabilidad y son una consecuencia de la forma en la que aprendemos culturalmente. 

Nuestra arquitectura cognitiva se ha configurado para la vida en pequeños grupos con intensas interacciones sociales. En las sociedades modernas de gran escala, cada persona interactúa de una manera emocional intensa con un número relativamente pequeño de individuos: su grupo de referencia, formado básicamente por padres, hermanos, pareja, amigos y personas con las que colabora intensamente. Es a través de esos grupos como los individuos obtienen conocimiento o competencia en la cultura de su entorno, así como una perspectiva sobre lo que es normal o anormal, correcto o erróneo. Así aprendemos las normas, los valores y el significado de las instituciones de nuestra sociedad. El solapamiento de los grupos de referencia aumenta la homogeneidad cultural dentro de las sociedades y la variabilidad entre ellas. Si los grupos de referencia no se solapan, comunidades con valores culturales muy diferentes que viven en la misma ciudad o vecindario pueden parecer inmunes a la influencia de otros. Por el contrario, si un individuo modifica su grupo de referencia a través de una nueva pareja o un nuevo amigo que pertenecen a una comunidad diferente, puede experimentar un cambio drástico en sus valores y creencias que le lleven, a su vez, a un cambio de identidad, de religión o ideología: en otras palabras, a un cambio en su comportamiento. Como consecuencia, buena parte de los rasgos psicológicos de los que depende nuestra conducta no parecen permanentes ni siquiera a lo largo de la vida de cada individuo. La estabilidad de las tradiciones culturales tiene que ver más con factores relacionados con nuestra psicología normativa, el papel homogeneizador de las instituciones o la predisposición a la conformidad social, que con un aprendizaje permanente de predisposiciones psicológicasEl lector puede encontrar un desarrollo más extenso de estas ideas en nuestro artículo titulado “La mirada de Homo suadens”, Revista de libros, https://www.revistadelibros.com/discusion/la-mirada-de-homo-suadens.

Da la impresión de que la tendencia hacia el individualismo, la democracia o hacia una moral universal constituyen una delgada capa en nuestra arquitectura psicológica. En el momento en que las circunstancias complican la vida de la gente, aflora un comportamiento humano menos raro, con sus virtudes y sus defectos, alejado de los patrones psicológicos que caracterizan a los occidentales. Parafraseando la conocida frase del biólogo y filósofo Michael GhiselinLa frase original de Ghiselin es “rasca a un altruista y verás sangrar a un hipócrita”. “rasca a un individuo extraño (weird) y verás sangrar a un ser humano normal”. Se entiende así mejor el éxito, al menos parcial, que tienen determinadas políticas que apelan a instintos psicológicos más universales para dar respuesta a problemas como la regulación migratoria, la prioridad del grupo propio, la identidad nacional, etc. La psicología weird se diluye en propuestas ideológicas como el Brexit, el Procés catalán o el American First, entre otros muchos ejemplos. Note el lector que no entramos en juicios de valor sobre qué comportamientos son mejores o peores, sino sobre la supuesta consistencia y solidez de los rasgos psicológicos weird que dificultarían o potenciarían ciertas conductas.

No nos gustaría finalizar este comentario sin analizar la que seguramente es la tesis más controvertida del libro: la relación causa-efecto entre la psicología weird y la prosperidad que ha alcanzado la sociedad occidental. Pensamos que la psicología weird no es una condición necesaria ni suficiente para dicha prosperidad. A lo largo de la historia, otras sociedades han conseguido momentos de indudable expansión del conocimiento y de un importante éxito económico sin necesidad de disponer de una psicología weird. La rápida asimilación (por imitación) del mundo de la ciencia, la tecnología y la economía occidental que han experimentado culturas con una psicología muy diferente de la weird, como la de Japón, Corea del Sur o China, permite pensar que los rasgos psicológicos ontogénicos tienen un papel modesto en la configuración de las sociedades.

Por otra parte, tampoco parece una condición suficiente, puesto que el éxito occidental es difícil de separar de otros comportamientos -muy poco weird- como la esclavitud, la explotación o el genocidio, que han perpetrado las sociedades occidentales a medida que su poder se extendió por el mundo. Tan carente de lógica sería atribuir a la psicología weird la responsabilidad de esos desatinos como lo es responsabilizar al individualismo de la prosperidad occidental. Henrich es consciente de que no habla de esos aspectos negativos que recogen los libros de historia. Probablemente lo hace porque asume que la psicología humana en toda su diversidad cultural es proclive a cometer esos actos. Su interés es mostrar cómo ha surgido de manera gradual, no dirigida, mediante un proceso de evolución cultural acumulativo, una psicología extraña (que no mejor) y algunas de las consecuencias singulares que tal psicología ha acarreado. No ha tenido en cuenta (o tal vez sí) que la inmensa mayoría de los lectores de su libro van a ser weird y como tales han aprendido a sentir y a experimentar esos valores extraños como superiores. Por ello, el libro puede alimentar una cierta sensación de superioridad en el lector occidental. De ahí a excitar la ira de los políticamente correctos sólo hay un pasoSirva a título de ejemplo la reseña de Nicholas Guyatt aparecida en The Guardian https://www.theguardian.com/books/2020/nov/20/the-weirdest-people-in-the-world-review-a-theory-of-everything-study.

Laureano Castro Nogueira, Catedrático de Bachillerato y Profesor-Tutor de la UNED, es coautor, en colaboración con sus hermanos Luis y Miguel Ángel, del libro ¿Quién teme a la naturaleza humana? (Madrid, Tecnos, 2008) y, junto a Carlos López Fanjul y Miguel Ángel Toro, del libro A la sombra de Darwin: las aproximaciones evolucionistas al comportamiento humano (Madrid, Siglo XXI, 2003).

Miguel Ángel Castro Nogueira, filósofo y doctor en Antropología, es coautor en colaboración con Luis Castro y Julián Morales de los libros Metodología de las ciencias sociales (Madrid, Tecnos, 2005) y Ciencias sociales y naturaleza humana (Madrid, Tecnos, 2013).

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Ficha técnica

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