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Literatura ajena

El pecado de los dioses

JAIME CAMPMANY

Plaza y Janés, Barcelona, 1998

230 págs.

Jinojito el lila

JAIME CAMPMANY

Espasa Calpe, Madrid, 1998

272 págs.

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Jaime Campmany acaba de publicar El pecado de los dioses, lo que, según él, le permite decir que «a la vejez, novelas». Sin embargo, junto a ésta, y gracias a un mecanismo hoy frecuente en un mercado literario que parece haber descubierto la eficacia del «dos por uno», ha aparecido también Jinojito el lila, publicada por primera vez en 1977 y recuperada ahora aprovechando el tirón.

Veinte años separan las dos novelas de Jaime Campmany. Y esos veinte años, entretenidos en hacer oficio y demostración de sus habilidades con la pluma, marcan también la evolución hacia una idea de lo literario que, subyacente ya en Jinojito el lila y avalada ahora, en El pecado de los dioses, por el prestigio conseguido en otros terrenos, consiste en entender la literatura y su relación con la realidad en términos de invención, más que de representación. Lo que significa retrotraer el género hacia el clasicismo de la fábula poética y atemporal, cuya misión es enseñar al tiempo que entretener, convirtiendo así la novela, y su función en el mundo de hoy, en el tranquilizador refugio de «lo que es posible pero no probable».

Esta evolución se manifiesta no sólo en la continuidad de motivos e intención en ambas novelas, sino también en el evidente progreso de su ambición. Una ambición marcada por el paso de un narrador niño –en el que Campmany se reconoce– en Jinojito el lila, a un narrador adulto –en el que es ahora el lector quien reconoce a Campmany–, que recrea, haciendo confluir en su relato memoria e invención, la historia de una saga familiar, en El pecado de los dioses.

En este sentido, la recuperación editorial de –como él lo llama– «su Jinojito», hecha en función de una arqueología literaria y sentimental hoy de moda, tiene, para el lector actual, un carácter de «peculiar rareza», en la que la curiosidad de los devotos –los periodistas que escriben novelas suelen tenerlos– podrán descubrir los gérmenes de una ideología literaria.

El pecado de los dioses demuestra, tanto en la ambición del tema –el incesto– como en la construcción de personajes, y quizá en la estructura, una mayor complejidad narrativa y, en suma, una mayor eficacia. Sin embargo, lo que eran gérmenes de una idealizada visión de lo literario en Jinojito el lila, se descubren aquí consolidados como mecanismos que, a pesar de tratar un tema tan arraigado en la historia, y a pesar de recorrer los últimos cincuenta años, mantienen El pecado de los dioses en el estricto borde de una literatura ajena y entretenida de la realidad.

En ambos casos, el destino trágico de un personaje, con la carga de ejemplaridad que conlleva, es el motor de la historia. En Jinojito el lila se trata de la muerte de este personaje, se supone que protagonista, quien, como su nombre indica, es el cobarde de la clase, y que se verá empujado por el supuesto valor de sus compañeros a una pulmonía. Convertido meses después, convenientemente santificado, en bondadoso amigo, sirve a un tiempo como justificación de los cuadernos del narrador –auténtico protagonista– y como pretexto literario para una fábula moral de los buenos sentimientos. Y, en última instancia, la historia del «pobre Jinojito» está destinada a la enseñanza de una lástima que, sin entrar en la verosimilitud o no, y menos aún en la conveniencia o no, de tal sentimiento en la mente de un niño, sólo resulta comprensible para una lectura hecha asimismo desde las buenas intenciones.

Del mismo modo, en El pecado de los dioses es el suicidio de un hermano incestuoso el día de la boda de su hermana el que organiza la historia. Lo que sigue son las dramáticas consecuencias de este doble pecado –el del incesto, aludido en el título, y el del suicidio-en la vida matrimonial primero, y familiar después. Sin embargo, esta huella estará destinada a convertirse, andando el tiempo y la novela, de designio trágico en «sagrado» tabú. De ahí que, al repetirse este «pecado de los dioses» y de la familia –la divinidad aquí es puramente crematística– en otra generación, logre resolverse en una especie de matrimonio a tres, al decidir los novios en perfecta armonía compartir cama y felicidad con el hermano de la novia. Un «mágico» y ejemplar final feliz, que, a la postre, resulta conveniente tanto a la ruptura de una pecaminosa endogamia como a los propósitos morales de defensa de la institución familiar.

Esa misma idea de lo literario, que asume la arbitrariedad como condición de lo poético, se manifiesta en la forma de organizar los materiales narrativos, en una estructura –los «cuadernos» de Jinojito el lila son similares a los capítulos dedicados a cada personaje en Elpecado de los dioses– que parece responder más a las necesidades del narrador que a las de la propia historia. Algo que, si bien resulta comprensible en la historia de Jinojito, donde ambas necesidades vienen a coincidir –la historia acaba cuando se le acaba el último cuaderno–, no deja de sentirse como hueco artificio en El pecado de losdioses.

Novelas de mundos cerrados y fijados en el tiempo, tanto la provinciana Murcia de la preguerra, en Jinojito el lila, como el rincón italosuizo de El pecado de los dioses, están descritos por el narrador con la profusión de quien conoce tan bien de lo que habla que no puede evitar, a veces, dejarse arrastrar por su propio deleite; placer narrativo que aquí se justifica a sí mismo, arropándose en la magnificencia verbal de la que el autor suele hacer gala.

Por todo ello, las historias estilizadas e irreales de Jaime Campmany son, a la manera clásica, y en varios sentidos, una lección: una lección moral, lexicográfica, estilística y geográfica, pero, también, una lección de habilidad narrativa, la que hace falta, por ejemplo, para convertir una historia de incesto en una novela sobre la familia, y, sobre todo, la necesaria para construirse una verosimilitud primitiva e incontestable, que deja al lector con la única opción de sentarse y escuchar. Algo que, a fin de cuentas, viene a ser lo que nos piden todos los narradores, aunque algunos lo ganen con mayor esfuerzo.

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Ficha técnica

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