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Léxico familiar

Isolina. La mujer descuartizada

DACIA MARAINI

Lumen, Barcelona, 1998

Trad. de Enrique Ortenbach

217 págs.

Dulce de por sí

DACIA MARAINI

Seix Barral, Barcelona, 1998

Trad. Attilio Pentemalli

188 págs.

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Parece una novela policíaca y es una triste historia verdadera. En enero de 1900, en el norte de Italia, el río Adigio lleva unos bultos a las manos de dos lavanderas. Las mujeres se imaginan algo relacionado con el contrabando y abren el envoltorio: con horror descubren que se trata de seis trozos de carne humana. Desde aquí arranca la novela de Dacia Maraini, que está basada sobre hechos verdaderos de los que hablaron todos los periódicos de Verona, la ciudad donde ocurrieron, confundiendo, escondiendo, aprovechándose cada uno por su propio interés de lo que había pasado. Maraini no sólo relata, sino que interroga los hechos, los reconstruye, los junta, los evalúa, permitiéndonos sacar las conclusiones que en la época se mantuvieron cuidadosamente en silencio, impidiendo a quienes la habían intuido, revelar la verdad, callándoles la boca con acusaciones sin fundamento pero difíciles de contestar por la desaparición de los testigos más incómodos. Las conclusiones de la historia son las de siempre: Isolina, una mujer, y además de clase baja, no puede aspirar a ocupar un lugar ni a tener voz propia en una sociedad donde la fuerza, el poder, son de los hombres. Y más aún si éstos son militares y encima Alpini: en el norte de Italia el cuerpo de los Alpini siempre ha tenido un halo de carisma especial. Así pues, cuando la chica se queda embarazada de uno de ellos –un teniente apuesto y valiente que va por la vida de Don Juan– y no quiere abortar, se desencadena la violencia de los hombres, hechos una piña en defensa de su libertad absoluta de coger y dejar al amparo del uniforme y con el respaldo de la sociedad entera. A Isolina le practican ellos mismos un aborto al que ella no sobrevive. La descuartizan y la arrojan al río: el desprecio por la vida –ellos tienen temple de héroes– se mezcla con el desprecio por la pobre mujer y con la seguridad de no tener que pagar las consecuencias del tremendo delito. Y así es. El teniente Trivulzio consigue salir de prisión a los pocos días respaldado por todos: compañeros, familiares, superiores, cuidadanos de a pie. Isolina es descuartizada de nuevo, esta vez moralmente. Es considerada una putita barata y feúcha que ha osado levantar la mirada y se ha cegado con el brillo de los distintivos del teniente. Otra mujer que osa testimoniar en su favor muere en circunstancias extrañas y el periodista que intenta aclarar los hechos enturbiados por los pudientes y los militares se ve a su vez condenado. Maraini reconstruye las actas del proceso, los testimonios, la sentencia final con las palabras auténticas y escuetas del juicio. Todo habla del horror de una condena a priori, implícita, una condena social que ni los tremendos acontecimientos consiguen poner de manifiesto. A las mujeres durante siglos se les ha negado la voz, el poder de decidir, la palabra. A las que no han querido aceptarlo se les ha negado hasta el derecho a existir. Aparentemente, nada nuevo bajo el sol, salvo el valor de una escritora que una vez más ha prestado su voz y su palabra a las mujeres reducidas a fantasmas o a pedazos a lo largo de la Historia.

La cita de Leopardi que abre la última novela de Dacia Maraini, y también le sirve como título, nos da al instante una pista sobre el significado de la misma: la dulzura de los recuerdos, también de los más crudos, es tan grande que nos permite resistir al dolor del presente. La novela nos guía poco a poco en el laberinto de la memoria de la autora desdoblada en dos personajes: Vera, una mujer de unos cincuenta años con un espíritu muy juvenil, activa, inteligente, culta, y Flavia, una niña de seis, especialmente madura, observadora, curiosa. A pesar de la diferencia de edad, las une la pasión por la música, alimentada en Vera por su joven amante, el violinista Edoardo, tío de Flavia, y en ésta por sus padres también músicos. La historia, contada por medio de las cartas que Vera escribe a Flavia, transcurre en Italia entre 1988 y 1995. El hilo de Ariadna de la memoria se devana lentamente siguiendo ritmos musicales que marcan momentos decisivos y acompañado por una jerga muy especial que Edoardo y Vera adoptan en los diálogos cotidianos y que ella explica a la pequeña Flavia. No hay secretos entre las dos mujeres; gozan de una sintonía tan perfecta que la distancia generacional se anula completamente. Los acontecimientos y los recuerdos se componen poco a poco trazando historias de personas unidas y separadas por la vida que vuelven a encontrarse gracias al patrimonio común de un léxico familiar, por decirlo con palabras de otra escritora italiana, Natalia Ginzburg. Con Flavia y Vera recuperamos la intensidad emotiva del pasaje de la infancia a la adolescencia, de la pasión y de su desaparición, del dolor de la pérdida de una hermana querida, de la belleza de la música y del consuelo de la naturaleza. Pero, sobre todo recuperamos la confianza en el lenguaje como algo valioso, que permite a los sentimientos permanecer en la memoria. Las palabras de esta novela son como las piedras que Pulgarcito dejaba caer detrás de sí para no perder el camino del retorno, de la memoria. «El hilo del lenguaje […] que une a aquellos que se aman es más fuerte que un cable de acero», nos sugiere la autora. El hilo de la música y el de la palabra nos permiten ordenar un poco nuestras vidas, caótico amasijo de sensaciones, deberes, sueños, amores y desamores. Ya lo decía el poeta, «nos queda la palabra».

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Ficha técnica

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