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LEÓN TOLSTOI. La novela de un matrimonio

La novela de un matrimonio

Liev N. Tolstói

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Aunque a veces se hable de psicologismo en literatura como si se tratase de una especie de moda caduca, una etapa de la ficción literaria ya superada –sobre todo por la pasmosa posmodernidad que seguimos viviendo–, el análisis pormenorizado de las conductas humanas, en situaciones simuladas, no fue algo previo a la literatura sino su principal invento. Sin duda la novela ha ido todavía más allá, y como dice Hans Magnus Enzensberger, ha conseguido crear sentimientos y percepciones históricamente nuevas. En El Rojo y el Negro, Stendahl, ante el asedio a que es sometida la señora de Rènal por parte del imberbe Julián Sorel, señala con ironía que, como la señora de Rènal no leía novelas, no era capaz de comprender los matices de sus sentimientos. Sin duda la burla deja traslucir una convicción del autor, pues en una carta a su hermana, siendo todavía muy joven, el propio Henri Beyle le decía que «leyendo las obras pensadas es como se aprende a pensar y a sentir». Y es que nuestra cultura está cargada de conductas acuñadas a lo largo de generaciones y que tienen como referencia, precisamente, los modelos de comportamiento desarrollados en las ficciones literarias, que nos han enseñado, ya no a pensar y a sentir, sino a conocer nuestros sentimientos y nuestras actitudes, a diversificarlos y a ponerlos en su sitio. En tal fabricación de modelos –una especie de tipificación que, a la postre, ha elaborado un auténtico y completísimo código– los novelistas del siglo XIX llegaron en sus aportaciones a tal grado de finura, que la novela de nuestro siglo, con todas sus novedades técnicas, no ha conseguido igualarlos. La novela de un matrimonio es una obra fundamental como ejemplo de esos modelos literarios que nos han enseñado a pensar y a sentir, y que han ayudado a crear las percepciones históricamente nuevas de que habla Enzensberger.

La novela –que se publica en la excelente versión española de las hermanas Irene y Laura Andresco, ya presentada en los años cincuenta por Aguilar bajo el título Felicidad conyugal–, utiliza como tema central más aparente un tópico ya viejo, el de que el matrimonio resulta el antídoto del amor, desarrollándolo por medio de la historia de María Alexandrovna, que a los diecisiete años se enamora de su tutor, Serguei Mijailovich, «de cierta edad, gordo y alegre», hasta casarse con él y gozar a su lado de unos tiempos luminosos en un remoto lugar rural. Tras el traslado de la pareja a San Petersburgo, la vida social irá enfriando el ardor de la relación y provocando ciertos malentendidos y resentimientos, hasta que el amor primero acabe por extinguirse. Por fin, el retorno a la aldea y la crianza de los hijos propiciarán la reconciliación, pero el apasionamiento del amor inicial de la pareja parece ya imposible. El progreso de la relación amorosa y sus transformaciones está narrado en primera persona por la propia María Alexandrovna, y el relato alcanza en su totalidad poco más de cien páginas.

Es bien sabido que el uso de la primera persona como punto de vista narrativo ofrece una engañosa facilidad, pues la sencillez expresiva que parece derivarse de su naturaleza de testimonio personal y directo queda muy condicionada por lo reducido de la perspectiva, limitada siempre por el conocimiento parcial de los sucesos que tiene el narrador. En este caso, un aspecto sustancial en la historia, el de los sentimientos que frente a María va teniendo Serguei Mijailovich, sólo puede ser intuido o imaginado por la narradora. Sin embargo, la destreza narrativa del autor soslaya con creces las dificultades de la primera persona, e incluso hace del escaso conocimiento que María tiene de los sentimientos de Serguei un elemento más de ambigüedad y misterio, sin que lo complejo de las posiciones psicológicas oscurezca la claridad con que María va relatando las peripecias de su relación.

La novela se estructura en dos partes casi simétricas, pues de sus nueve capítulos cinco corresponden a la primera y cuatro a la segunda. El autor no ha pretendido relatarnos una crónica fiel del transcurso de los amores y desamores de María y Serguei, optando por exponernos una serie de situaciones concretas de particular intensidad emocional, los momentos más significativos de la relación. La austeridad de los medios es tanta que Tolstoi ha renunciado a cualquier tentación melodramática. Sorprende cómo, sin describirnos ningún aspecto sexual de la relación –¡en una novela que trata precisamente de un matrimonio!–, el autor consigue acercarnos con tanta certeza a los sentimientos de identidad y de extrañeza de la protagonista, y revelarnos con tanta precisión sus sentimientos íntimos. Incluso el tema del adulterio –que parece obligado en una novela de su época y de sus características– queda como la sombra de algo posible, pero no cumplido, en un galanteo sin consecuencias que, no obstante, tiene extraordinaria tensión dramática, tanto en sí mismo como en sus efectos en la protagonista.

Con ser solamente una novela sobre la pareja conyugal, esta obra ya sería extraordinaria; sin embargo, va mucho más allá, pues su tema profundo es el de la soledad de los seres humanos y su incomunicación. En la primera parte de la novela, alrededor de María van transcurriendo las estaciones, descritas también con muy pocos elementos pero con una fuerte carga elegíaca. Una noche de primavera y otra de verano son escenarios decisivos para que la pareja conozca sus sentimientos. «Un mundo nocturno, ajeno a nosotros.» Hay una presencia de la naturaleza soberana, que asiste impasible a las angustias humanas, a esa desazón de María que tiene un sentido existencial de nostalgia por algo que no pertenece a lo efímero y que nunca podrá poseerse. El mundo de la ciudad y de la vida social tampoco conseguirán paliar ese profundo desasosiego. «Ese día terminó mi novela con Serguei», dice al final María, aludiendo de algún modo a una historia que habría sido el desarrollo de uno de los posibles argumentos que Serguei le expuso un día, como ejemplos alternativos, para conocer el alcance de sus sentimientos hacia él. Pero no se trata de un juego metaliterario, y sólo una visión de cortísimo alcance ceñiría a la vida matrimonial esa asunción que María acaba haciendo de su destino como ser humano.

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