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La historia de todas las historias

GENERAL ESTORIA (10 vols.)

Alfonso X el Sabio

Fundación José Antonio de Castro, Madrid

7.245 pp. 1.000 €

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La producción cultural promovida por Alfonso X (1252-1284), que comprende un vasto programa de conocimientos y de textos, desde la magia y la astronomía hasta el derecho y la historia, ha tenido un destino paradójico, que se inaugura con la misma muerte del rey. Tal destino se cifra en la desarticulación de su programa cultural y en la eliminación o el abandono de una parte del mismo, aquel que por sus pretensiones científicas, filosóficas o universalistas resultaba más incómodo o menos directamente reutilizable en otros contextos. Tal destino es paralelo al retrato que del rey ofrecen numerosos textos posteriores, desde la Edad Media hasta nuestros días, que fluctúa entre el elogio de quien llevó a cabo recopilaciones legales como las Partidas, creando con ello las bases del Estado moderno, y la crítica de un individuo supuestamente alejado de la realidad, poco práctico, que, como escribió a comienzos del siglo XVII Juan de Mariana, contemplando las estrellas habría perdido su propio reino.

Dividida así entre la imagen astrológica, que muestra a un personaje preocupado por saberes impertinentes y, en última instancia, proscritos (Alfonso fue llamado rex astrologus), y la imagen del rey que impulsó el castellano, la ley y la historia, la obra literaria y cultural alfonsí se ha mostrado hasta nuestros días escindida entre estos polos, y ha propiciado un interés mayoritario por la parte legitimada dentro de la tradición hispánica. Solo hoy comienza a rescatarse con decisión y amplitud la vertiente más universal de la producción de Alfonso X, y reciben renovada atención sus textos astrológicos, mágicos y científicos, muchos de los cuales, sin embargo, carecen todavía de una edición moderna o se encuentran rigurosamente inéditos.

La misma escisión de la que hablo se muestra a veces dentro de esa producción que sí ha gozado de una recepción más amplia, y afecta a la obra aquí reseñada. En el ámbito de la escritura histórica, Alfonso X ideó dos proyectos paralelos y complementarios, dedicado uno al pasado peninsular, que se concretó en la Estoria de España, y otro al pasado universal, que dio lugar a la General estoria. Pues bien, como era de esperar, la primera de estas obras no solo fue la que tuvo una mayor repercusión en la Edad Media, sino que ha sido la más estudiada por los especialistas de los siglos XIX y XX, y la que ha conocido más esfuerzos editoriales, aunque irónicamente no poseemos todavía una buena edición de este texto. Estudiada por su conexión con las tradiciones literarias castellanas, por las concepciones políticas que proporciona o por su enorme influencia, que se extiende mucho más allá de la Edad Media, la Estoria de España goza de una posición privilegiada dentro de la cultura hispánica.

Por el contrario, la General estoria ha permanecido hasta hoy en un discreto segundo plano, alimentado por ese desinterés por la vertiente más universal de la producción alfonsí. Sin duda, la publicación íntegra de esta obra, en buena medida totalmente inédita, marca un antes y un después en la valoración cultural de Alfonso X y, con ella, de la propia cultura medieval en España.

Erwin Panofsky proporcionó el modelo clásico sobre el recurrente mito del renacer cultural en Europa, al distinguir «Renacimiento» y «renacimientos», reservando el primero de estos conceptos al movimiento surgido en Italia y extendido al resto de Europa a finales del siglo XV. Identificaba con ello un paradigma cultural que aflora en diversos momentos de la historia europea (en la época de Carlomagno, en el siglo XII) fundado sobre la renovación del conocimiento, cuya expresión definitiva tiene lugar en la Italia de los humanistas. La idea del renacimiento, latente en todo devenir cultural, que se funda sobre la corrección del presente y la renovación de saberes olvidados o maltrechos, es uno de los motores esenciales también del proyecto cultural de Alfonso X y se encuentra en la base de un mecenazgo sin precedentes por el que el rey trató de crear una serie de materiales destinados a refundar la cultura hispánica en todos los ámbitos, desde la astronomía hasta la poesía.

Este renacer cultural no corresponde solo a una calificación actual de aquella época, sino que es uno de los ejes retóricos mediante los que el rey justificó el enorme esfuerzo económico y simbólico que tal programa requería. Casi todos los prólogos de sus obras aluden a ello, y ofrecen los rasgos mediante los cuales se presentaba ante los contemporáneos tal renacimiento: como una época de unidad, tras la disgregación que había azotado a Hispania con la invasión musulmana; como una época de paz, presidida por un rey sabio y misericordioso; y como una época de luz, gobernada por el conocimiento y alejada de los engaños, después de un período de confusión y decadencia. Los intelectuales del rey llegaron a crear incluso una denominación específica para esta época, que había de inaugurar un nuevo tiempo, tomado como -parámetro de los nuevos cálculos astronómicos llevados a cabo en su corte, la «era alfonsí»: «E nós vemos que en este nuestro tiempo acaesçió notable acaesçimiento e honrado e de tanta estima […] y este es el reinado del señor rey don Alfonso que sobrepujó en saber, seso y entendimiento, ley, bondad, piedad e nobleza a todos los reyes sabios; e por esto tovimos por bien de poner por -comienço de era el año en que començó a reinar este noble rey».

El instrumento fundamental de dicho renacer es la recuperación de la sabiduría antigua, tematizada mediante fábulas y ejemplos en diversos textos alfonsíes. La propia General estoria muestra en diversos momentos explícitamente este mismo designio, y en una de las secciones publicadas por vez primera en la edición que aquí reseñamos, en el prólogo a la sexta parte, puede leerse: «Yo, don -Alfonso […] fiz fazer este libro después que ove ayuntados todos los antiguos libros et todas las crónicas et todas las estorias del latín et del hebraico et del arávigo, que eran ya perdidas et caídas ya en olvido, así como vos dixiemos en el comienço de las otras hedades». La recuperación del saber, y la renovación del mismo, se erigen entonces como rasgos característicos del proyecto alfonsí, que se propone como un instrumento de mejora del reino, en consonancia con los avances territoriales del momento y con la preeminencia de Castilla dentro de la península.

Tal renacimiento, que daba un valor coherente a todos los elementos de la obra de Alfonso X, está circunscrito a su figura. Tras su muerte, aunque algunos componentes del mismo continuaran teniendo desarrollo, desapareció dicho ideal unificador.
 

UNA HISTORIA TOTAL
La General estoria, en la que se pensaba ofrecer un relato histórico desde la Creación hasta los tiempos de Alfonso X, fue acometida hacia mediados de su reinado, en torno a 1270, después de haber reunido los muchos y muy diversos materiales empleados en la obra. A su cargo quedó un grupo de colaboradores del rey, que bajo sus directrices más o menos directas o detalladas, acometió un plan enormemente ambicioso que se proponía compendiar y sintetizar todo el saber histórico de la época. Aunque la redacción de la obra parece haberse mantenido hasta el final del reinado de Alfonso X (la cuarta parte está fechada en 1280), no se llegó a completar el proyecto y el texto de que disponemos termina justamente al comienzo de nuestra era, cuando se debería narrar la vida de Cristo. Aun así, la enormidad de lo que llegó a escribirse da cuenta de un proyecto -absolutamente singular en su época, destinado a ofrecer todo el conocimiento del pasado.

La obra se apoya en dos patrones estructurales (las edades del mundo y la cronología) y sobre ellos proporciona una guía no solo para dar sentido a los materiales, organizándolos en un conjunto significativo, sino también para que el lector (medieval y moderno) pueda navegar por este fascinante océano de historias. Vagamente, la división de las edades del mundo tiene un reflejo en la disposición material de los textos, que en principio se proponía dedicar un códice a cada edad. Las partes de la historia alfonsí (seis) han sido respetadas materialmente en la edición aquí reseñada, que reserva dos volúmenes por cada una de ellas (encuadernadas a su vez en un estuche), a excepción de las partes quinta y sexta, que por la brevedad de esta última se han dispuesto en un mismo estuche.

En la combinación de cronología y edades del mundo, Alfonso X siguió el ejemplo de Isidoro de Sevilla, el primero en aplicar ambos patrones a la escritura de la historia. Si las edades permitían dar un sentido trascendente a la sucesión de los hechos, la cronología posibilitaba la integración de la historia sagrada y la historia profana, que constituye una de las características fundamentales del texto. Se reúne de este modo toda la historia bíblica con los hitos centrales del pasado griego y romano, donde los colaboradores alfonsíes incluyeron las más diversas noticias relacionadas con la mitología (Júpiter, por ejemplo, planteado como un modelo regio, o Hércules, uno de los reyes míticos de Hispania), con la historia de Grecia (la guerra de Troya, el regreso de los héroes después de la misma, la historia de Tebas o la vida de Alejandro Magno) o con la historia de Roma, de la que se narran sus orígenes o a propósito de la cual se incluye una traducción de la Farsalia.

La síntesis entre estas dos líneas de la historia es especialmente significativa, porque muestra cómo Alfonso X se proponía incardinar el pasado hispánico no solo en la perspectiva bíblica, como se había hecho en otras obras anteriores, sino también en la de Grecia y Roma, con una visión del pasado que se interesa tanto por la dimensión trascendente o redentora como por la dimensión contingente, que pone el acento en la virtud política y en el esfuerzo de los individuos. El resultado de esta síntesis es una relevancia equivalente de todos los hechos, con un acento especialmente prominente para algunos individuos (Júpiter, Hércules o Salomón), y que se resuelve en un interés genuino por todos los pasos de la historia.

Pero lo decisivo de la General estoria es haber pretendido ofrecer un relato cabal y completo del pasado. Es por ello por lo que, desdeñando resúmenes o epítomes anteriores, se incorporó en su totalidad al texto el relato sagrado, traduciendo todos los libros de la Biblia, y completándolos incluso con las glosas medievales y con otros textos como las Antigüedades judaicas de Flavio Josefo. Más que continuar una tradición (la de las Biblias historiales), la General estoria supone una novedad, al haber acogido todo el relato bíblico dentro de una nueva versión del pasado, entregándolo así a los laicos, novedad que roza la heterodoxia y que pudo hacerse aún más evidente al llegar a la vida de Cristo. Por otro lado, la integración de los contenidos paganos reviste el mismo deseo de crear una historia total, autosuficiente, que seleccione y reformule las narraciones anteriores en una síntesis superior. La dificultad en esta sección era aún mayor que en la bíblica, ya que aquí no se disponía de una fuente que pudiera ser tomada como guía, sin contar con que los colaboradores alfonsíes manejaron una amplia variedad de materiales, que sometieron a crítica y recrearon con criterios certeros y con una notable habilidad literaria.

La General historia es, en efecto, una historia universal, pero frente a otros ejemplos de esta tradición en la Edad Media (en España o en el resto de Europa), tiende a identificarse con ese pasado mismo, al integrarlo de forma casi exhaustiva dentro de la obra. Fluctúa entre la biblioteca y el códice, y responde cabalmente a la imagen que hace del libro un trasunto del mundo. Es, en suma, la historia de todas las historias.

No ha de extrañar que así sea cuando la obra se abre con una cita del comienzo de la Metafísica de Aristóteles: «Natural cosa es de cobdiciar los omnes saber los fechos que acaecen en todos los tiempos». En esta cita se aúnan dos de los principios fundamentales de la corte alfonsí: el saber y una visión naturalista del mundo («natural cosa»), que está detrás de las búsquedas científicas, pero también de una ideología que otorga a las personas un protagonismo central, y todavía singular para su época, en la historia.

En cierta medida, podría decirse que el tema de la General estoria es la humanidad en sí misma, el proceso civilizador, las relaciones entre los pueblos, los cambios de poder y la relación con lo divino, en una perspectiva que acaba por constituir también una definición o indagación sobre lo humano. Y quizás ello esté en relación con esa enunciación polifónica del saber, que no desdeña ni siquiera la exégesis musulmana de la Biblia, y donde los componentes cristianos, judíos y paganos conviven sin estridencias, como señala Pedro Sánchez-Prieto Borja en su introducción al primer volumen.


EDITAR
Para comprender el enorme esfuerzo y valor de esta edición es preciso tener en cuenta no solo la complejidad y las dimensiones de la obra alfonsí, sino también las condiciones de su transmisión (se han conservado cuarenta y un manuscritos con diversas secciones de la obra), que exigen una gran experiencia y especialización en la edición de textos, todo lo cual ha provocado que hasta ahora un resultado como el de la presente publicación pareciera casi utópico. Con anterioridad, se habían publicado en formato impreso las dos primeras partes de la obra (del total ya referido de seis), en un proyecto editorial que se extendió durante más de treinta años (1930-1961). Iniciado por Antonio G. Solalinde, formado en el Centro de Estudios Históricos, la segunda parte fue publicada por sus discípulos del seminario de estudios medievales de la Universidad de Madison. En esta misma universidad se desarrolló después un proyecto de transcripción de los manuscritos de Alfonso X, por el que fueron publicándose primero en microfilme y luego en formato electrónico las partes cuarta, quinta y el fragmento de la sexta. De forma independiente, otros investigadores fueron trabajando sobre la parte tercera, que justamente no cubría ninguna de las transcripciones de Madison.

No es difícil intuir que, al margen de su importancia y de su enorme utilidad (por ejemplo, para los estudios lingüísticos), estas transcripciones no cubrían la necesidad de una edición completa, destinada a la lectura y que hiciera justicia al fundamental valor literario de la obra. Tampoco se trataba de ediciones críticas, que tuvieran en cuenta todos los testimonios de las diversas secciones, y que trataran de ofrecer el texto más fiel al original de acuerdo con los manuscritos conservados. Esto se ha conseguido solo ahora, con la edición publicada dentro de la Biblioteca Castro, que resulta modélica de acuerdo con los criterios filológicos más actuales. Además, cada una de las partes viene precedida de un completo estudio que aborda todos los aspectos relevantes de la obra, y muy en especial las cuestiones textuales, y el tomo primero contiene una introducción general, a cargo de Pedro Sánchez-Prieto Borja, que proporciona una excelente puerta de entrada a la General estoria.

Este investigador, coordinador de la publicación y responsable de la edición de las partes primera y tercera, e Inés Fernández-Ordóñez, que se encarga del primer volumen de la cuarta parte, son no solo dos de los máximos especialistas actuales en Alfonso X, sino también en la historia de la lengua y en el arte de editar textos antiguos, y ello se hace evidente a cada paso en esta edición, llevada a cabo con seguro criterio y con una maestría fuera de lo común. Junto a ellos, Belén Almeida –que se encarga de la segunda parte y del segundo volumen de la quinta–, Elena Trujillo –que lo hace del primer volumen de la quinta– y Raúl Orellana –que edita el segundo volumen de la cuarta– han desarrollado esos mismos saberes que requería este trabajo y han coronado una tarea que hasta hace muy poco parecía inalcanzable. Otros investigadores (Bautista Horcajada Diezma, Carmen Fernández López y Verónica Gómez Ortiz) colaboran con Sánchez-Prieto Borja en la edición de la tercera parte, en la que se aprovechan trabajos monográficos desarrollados por cada uno de ellos.

Hay sin duda una justicia poética en esta edición, y no solo por su misma necesidad, que aquí se cumple con todas las excelencias. Y es que se reúnen en ella los más granados conocimientos sobre crítica textual, y parece perfectamente apropiado que así sea, teniendo en cuenta que la edición de la primera parte de la General estoria llevada a cabo por Solalinde en 1930 supuso uno de los primeros intentos de edición crítica de un texto medieval en España. Y si una de las tareas que definen el trabajo filológico es la de recuperar los textos del pasado y ofrecerlos a los lectores de la forma más cuidada y correcta, esta edición cumple con creces dicha tarea y constituye una magnífica defensa de un saber tantas veces mirado en nuestros días con condescendencia o con un vacuo -romanticismo.

 

LA GENERAL ESTORIA, HOY
En su libro Signatura rerum, -Giorgio Agamben ha recordado que la única manera de repensar el pasado consiste en rescatar sus fuentes, sobre todo aquellas que han quedado oscurecidas por la tradición o la ideología. Se trata de volver al lugar donde se interrumpió una historia, donde se produjo una escisión que impide una comprensión plena del presente. Y, como escribe el crítico italiano, «más acá o más allá de la escisión, en el diluirse de las categorías que determinan su representación, no hay otra cosa que la imprevista y luminosa apertura de la emergencia, el revelarse del presente como lo que no hemos podido vivir ni pensar». Si se tiene en cuenta el lugar fundacional que ocupa la labor de Alfonso X en la cultura hispánica, en la medida en que por su uso y desarrollo del castellano representa el subtexto de esta tradición intelectual, no parecerá exagerado afirmar que esta edición, que por primera vez pone a disposición de los lectores el conjunto de la General estoria, ofrece la posibilidad de volver a esa historia interrumpida y retomar nuevamente la vocación universalista de dicha tradición, que tiene en Alfonso X un modelo inigualable.  

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