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El libro, de la memoria

El libro, tras la duna

ANDRÉS SÁNCHEZ ROBAYNA

Pre-Textos, Valencia, 164 págs.

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El Romanticismo propició, tras su agotamiento, la aparición de dos imágenes de la creación y del poeta: el arrebatado visionario de instinto, cuya figura viene encarnada por Rimbaud, y el poeta estudioso y consciente que aporta a su oficio una inteligencia cargada de pasión, como Mallarmé o Eliot. El destino final de ambos, sin embargo, confluye y no es, en el fondo, más que una extensión de la línea fundamental de la estética romántica: la búsqueda de la esencialidad en el lenguaje, de la pureza o impureza de una palabra absoluta. Sánchez Robayna pertenece, sin duda, al segundo tipo, y gusta de retratarse así: «El estudio, las horas de la mesa, / la lámpara encendida, fragmentos de la noche» (87), en un escenario que recuerda al del famoso poema de Mallarmé «Don du Poème». Autobiografía y autorretrato encontramos en El libro, tras la duna, como se nos anuncia en la solapa. Es el mismo impulso que lleva al autor a escribir sus diarios, de los que ya se han publicado dos volúmenes: La inminencia (Diarios, 1980-1995) y Días y mitos (Diarios, 1996-2000), y que no contienen apenas historia o anécdota, sino que se dedican a ahondar en el sentido de la vida como escritura y como cultura, principalmente a través de sensaciones. A su lado, o envolviéndolos, hay que situar El libro, tras la duna, que presenta al menos dos novedades sobre la producción poética anterior: la inclusión en el discurso lírico de la Historia, y con ello de la narratividad y el devenir, frente al estatismo (extatismo, podríamos decir) del resto de la obra de Robayna, en que instante y poema se confundían en una única realidad posible; por otra parte, y a consecuencia de lo anterior, el poeta, sin romper su insularidad consustancial, la abre de una manera más acusada al «otro».

El libro se presenta como un largo poema unitario compuesto por 77 fragmentos, estructura que no hace más que llevar a su realización plena una tendencia que existía en los libros precedentes, de un carácter claramente unitario y cíclico, a la vez que pone esta obra en relación con las de poetas muy queridos del autor: Wallace Stevens y su «The Man with the Blue Guitar», la serie de Synera de Salvador Espriu, y los Fragmentos de un libro futuro de José Ángel Valente. La escasa tradición en español del poema filosófico (el último Juan Ramón es de mención obligada aquí) da un especial valor al ambicioso proyecto de Sánchez Robayna. Él mismo explicita el trasfondo con el que hay que leer su libro: Las confesiones de san Agustín y The Prelude de William Wordsworth. De san Agustín le interesa la teoría de la memoria y del tiempo como experiencia subjetiva (expuesta en el fragmento XI), y el carácter epifánico del presente como manifestación constante de lo sagrado. A Wordsworth se le debe la idea rectora del libro de describir la «formación de la mente de un poeta», y el encuentro deslumbrante con la naturaleza, que en el caso de Robayna está representada por el luminoso paisaje natal de las islas (las Canarias, en su caso).

La figura del niño, que es padre del hombre (tomada también de Wordsworth), abre y cierra el gran círculo del poema; un niño que, frente al mar, arroja los dados, uniendo una imagen agustiniana a Un coup de dés: el eterno comienzo del todo. El título del libro remite así a una epifanía, como muestra el fragmento XXXV («Verá formarse el libro, tras la duna»), pero la preposición no pierde, por ello, el sentido de ocultamiento, y es que de esa dialéctica de contrarios vive el libro: noche y luz, escritura y vida encuentran su síntesis en el señalamiento del misterio del ser, materializado por la imagen central y reiterada de la «nube del no saber», de raigambre mística; nube que participa del cielo y de la tierra, de la sombra y la luz, de lo que se ve y de lo que se niega a la vista. En torno a estas imágenes centrales aparecen diversas experiencias (el descubrimiento del mundo, de la poesía, del amor, del dolor) en un itinerario cruzado por una fuerte intertextualidad, con la alternancia de poemas narrativos y filosóficos, con momentos de avance y detenimiento, y con un juego variado de ritmos.

Sánchez Robayna nos propone, como es habitual en él, el problema de los límites del conocimiento, de la experiencia y del lenguaje, pero en este libro creo que es importante destacar la tensión a que se somete el acto de lectura, que supone asumir, y reducir a una difícil armonía, el contenido histórico, la vasta atemporalidad de la cultura, y un proceso vital particular cuyo sentido debe ser donado, en última instancia, por la conciencia del lector, convertida en la memoria del libro (el lector es leído por el libro). Esto excluye al grupo de lectores al que molesta que se le exija demasiado en poesía (aunque el resultado sea una iluminación que compense el esfuerzo), y que pueden gustar, en principio, de los poemas más anecdóticos y narrativos, que constituyen, en mi opinión, la parte menos lograda por responder a una inspiración y a un pulso que no han sido nunca los propios del autor, e incurren en ocasiones en prosaísmos que resultan más llamativos por contraste con las riquezas sonoras, sensoriales e intelectuales de que está llena la obra.

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Ficha técnica

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