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Narración del fracaso

La piel del cielo

ELENA PONIATOWSKA

Alfaguara Madrid, 448 págs.

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Autora recién descubierta en España gracias al Premio Alfaguara de Novela 2001, Elena Poniatowska (París, 1932) ha sido durante lustros una de las escritoras y periodistas más importantes de México. Perteneciente a la llamada generación del medio siglo, que daría narradores tan representativos de la literatura mexicana contemporánea como Carlos Fuentes, Salvador Elizondo, Carlos Monsiváis o Inés Arredondo, Poniatowska testificó y comunicó con la fuerza y valentía de muy pocos autores –recordemos a la periodista italiana Oriana Fallaci– la matanza del 2 de octubre de 1968 en su reportaje La noche de Tlateloco. Y lo mismo haría cuando ocurrió en México el terremoto de 1985 o el levantamiento neozapatista en Chiapas. Pero también, a través de novelas testimonio como Hasta no verte, Jesús mío, esta escritora de estilo antisolemne, desgarbado sólo en apariencia, ha conseguido rescatar la vida subterránea de una ciudad, como la de México, única en cantidad de atmósferas y absolutamente inclasificable por sus crueldades y bondades humanas. Como biógrafa, cabría destacar las páginas que Poniatowska ha dedicado a las figuras de Tina Modotti, Diego Rivera y Frida Kahlo, hitos, sobre todo hacia el extranjero, del México del siglo XX.

La piel del cielo, su obra más reciente, cumple con al menos dos de las características del trabajo literario de Poniatowska y, curiosamente, encuentra cierto parentesco con una novela absolutamente distinta desde la perspectiva narrativa y también premiada en España hace poco tiempo. El tema vinculante entre La piel del cielo y En busca de Klingsor, de Jorge Volpi, es desde luego el registro histórico de alguna etapa del desarrollo científico. Las diferencias entre las dos obras, sin embargo, son bastante claras. Una es el modo de acercamiento al fenómeno central de ambas novelas, y que es la importancia que ha tenido la ciencia no sólo en algunos de los grandes acontecimientos humanos sino en su relación con la vida cotidiana; y, por lo mismo, lo injusto que resulta el desconocimiento de su evolución. Pero mientras Jorge Volpi, dos generaciones más joven que la Poniatowska, inserta el asunto científico en un thriller fácilmente exportable de uno a otro contexto geográfico, y sobre todo gracias al uso de un español transoceánico, el libro de Poniatowska lo que subraya es, para bien y para mal, la indudable mexicanidad de su novela.

Escindida en dos territorios en constante conflicto, el público y el privado, el melodramático y el historiográfico, La piel del cielo exhibe las virtudes de una periodista experimentada que ha sido sensible en la captura de las matizaciones del lenguaje y las costumbres populares mexicanas. Como narradora, Elena Poniatowska es además dueña de un registro literario tan amplio e inconfundible que con igual precisión ha logrado reproducir las más variadas matizaciones del universo sincrético (prehispánico, virreinal, ultracontemporáneo) que arropa a la sociedad mexicana. Otra referencia literaria ineludible al hablar de La pieldel cielo es la novela de Carlos Fuentes La muerte de Artemio Cruz. En las dos obras sus autores han querido retratar, desde una perspectiva hermana en cuanto a tono y concepción del destino, la historia reciente de su país. Tanto en la novela de Poniatowska como en la de Fuentes el proceso de desencanto personal irá parejo al del desastre nacional. En ambas, además, ni una ni otra realidad tendrán salida, por más que los motores individuales o colectivos se esfuercen en el cambio. Y es que se trata de una tragedia de raza. Ni la revolución se perfeccionó durante su proceso de consolidación ni la ciencia mexicana, en la versión de la autora, llegaría a establecer vínculos maduros con la comunidad internacional o a liberarse de las ataduras políticas del momento. Aparte de los paralelismos existentes entre los personajes centrales de las dos novelas, Artemio Cruz y Lorenzo de Tena, cabría resaltar dentro de la obra de Poniatowska el atractivo que plantean dos elementos; ambos, asimismo, truncados en su desarrollo. Por un lado, la propia historia de la astronomía mexicana. Y por el otro, el dibujo de un personaje fascinante: Fausta, ex hippie llena de enigmas, espejo de realidades plenas que cuestionarían sin cesar el trabajo y la vida misma de un científico enfermo de ciencia y vacío de sentimientos.

La novela de Elena Poniatowska, al margen de las virtudes literarias señaladas, pone al descubierto también ciertas limitaciones de una narrativa que, si bien surtió efecto en los años sesenta y setenta, hoy en día resulta menos efectiva a causa de su marcado localismo. Otra dificultad presente en el libro nace del prurito de presentar en forma demasiado sintética el devenir de una historia política y cultural compleja y que cubre casi todo el siglo XX . Con todo, la vida social reflejada en la novela, a pesar del escollo que podría significar el lenguaje muy a la mexicana rescatado por la autora, se lee con fluidez gracias a una escritura ágil y a la correcta estructuración del libro. Las historias paralelas en que se narran el nacimiento y la dura consolidación de la astronomía mexicana o el desenvolvimiento de la política y la cultura nacionales, serán, sin embargo, un territorio complejo para quien no domine, siquiera de manera superficial, el índice onomástico del libro.

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Ficha técnica

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