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La vía comunitaria

La nueva regla dorada

AMITAI ETZIONI

Paidós, Barcelona, 352 págs.

Trad. de Marco Aurelio Galmarini

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Quizá sea la actualidad de la tercera vía lo que explique la publicación de este libro, de cuyo autor no se había traducido nada desde La sociedad activa (1980), aunque es más conocida su compilación sobre El cambio social (1968). Y sin embargo, la obra de este sociólogo es muy vasta. En ella cabe destacar The Moral Dimension (Towards a New Economics) (1988), donde planteaba de forma rigurosa y compleja un paradigma alternativo tanto al neoclásico-utilitario (que informa en las ciencias humanas la teoría del intercambio y la elección racional) como al socialconservador (presente en la obra de Talcott Parsons, Daniel Bell o Samuel Huntington). Frente al primero, individualista y racional, y al segundo, estatalista y autoritario, Etzioni proponía un enfoque deontológico que fuera más allá de la dicotomía «yo y nosotros», una tercera vía –decía y repite en este libro– entre el mercado y el Estado. Es cuando menos llamativo que Anthony Giddens no lo cite en su famoso best-seller.

El precedente de La nueva regla dorada, que alude al equilibrio entre el yo y la comunidad, el prisma de los derechos individuales y el bien común, es The Spirit of Community (1993), el manifiesto más popular del comunitarismo. Es éste un movimiento intelectual que se centra en la infraestructura moral de la sociedad contemporánea y que se plantea como un programa alternativo al liberalismo. Si en filosofía moral y política destacan los nombres de Alasdair MacIntyre, Michael Sandel o Charles Taylor, en sociología hay que nombrar a Robert Bellah, David Selznick y, desde luego, al propio Etzioni. Etzioni fue asesor del primer Bill Clinton y ejerció sobre él no poca influencia tanto en la retórica de una «política de la virtud» frente a la «política del interés» como en diversas medidas de reforma social (la fracasada reforma sanitaria, la recortada ley del delito para controlar las armas personales y sobre todo las políticas familiares). En la actualidad, Etzioni dirige The Communitarian Network, una plataforma teórica y política que cuenta con la colaboración de lo más granado de la intelectualidad progresista norteamericana.

El presupuesto de La nueva regla dorada es durkheimiano: el orden social descansa en un conjunto de valores compartidos. Su contexto es el vacío moral que resulta de la extensión de la cultura del individualismo, el triunfo de los derechos y la sociedad del litigio, y de un sociologismo popular que echa al Sistema la culpa de todos los males. La confluencia de estas líneas ha adelgazado la noción de responsabilidad –pública y privada– y de comunidad, siendo ésta no tanto un concepto distintivo como un marco de normas y de significados compartidos que informan a las diversas instituciones. Es como una muñeca rusa donde encajan desde la familia hasta la nación. Más allá de la dicotomía izquierda/derecha (igual que dirá Giddens) hay que volver a pensar cómo se articula la obligación social. Para ello Etzioni parte de una concepción del hombre como ser maleable, como una persona afectivo-normativa (frente al homo oeconomicus racional y maximizador) al que la comunidad (y el Estado, señalará Giddens) puede educar. Esta «sociología de la virtud» quiere ser una «filosofía pública» –en la línea de Dewey y de Bellah– que lance megadiálogos colectivos: el Congreso, las elecciones primarias o unos medios de comunicación impulsores de una discusión crítica (no hay equivalente en España de la americana National Public Radio) serían algunas de las atalayas de discusión en torno al bien común. Etzioni habla, de manera muy vaga, de la necesidad de recuperar la tradición republicana y se supone que las alusiones a la virtud y su insistencia en la educación vienen de esa cepa, pero son tan blandas como las referencias fáciles que hace Giddens al civismo o a un espacio público que habría que restaurar. La virtud de Etzioni es social, hecha de valores como la mutualidad o la reciprocidad, no política, como postula el republicanismo clásico.

Y es que el republicanismo moderno se solapa con ese comunitarismo donde la virtud es una actitud que atraviesa diversos círculos sociales y se confunde con un difuso sentido de pertenencia. Algo propio de esa «democracia cosmopolita» (Giddens) o de esa «comunidad de comunidades» (Etzioni) que alienta a los ciudadanos a recuperar el espacio público, integrar la policía en la comunidad para recortar la delincuencia o promover las juntas de arbitraje. La diferencia es que el inglés habla algo más del Estado (aunque sin proponer nunca líneas concretas de actuación, lo que le permite dejarse querer por gobiernos de centro de variado pelaje) y el yanki echa la responsabilidad sobre las espaldas de la comunidad, es decir, de la sociedad civil. O de la sociedad política –si seguimos a Tocqueville– donde destacan las asociaciones voluntarias. Pero ¿serán estas –se pregunta Etzioni discutiendo a Putnam– meros enclaves de socialidad o desarrollan, además, bienes compartidos? Es decir, ¿son núcleos de vinculación personal que palian la soledad que nutre el neoindividualismo, o son capaces de generar una cultura moral duradera?

La cuestión es importante porque permite apreciar la profundidad de la cultura cívica de esta nueva subpolítica. Etzioni es pesimista al respecto, quizá debido a ese «conservadurismo filosófico» que luego Giddens reivindicará. Giddens, por cierto, alude a la comunidad como el conjunto de formas perdidas de solidaridad local, como medios prácticos de apoyar la restauración social (La tercera vía, pág. 97). ¿Cómo es que nadie ha resaltado las coincidencias de perspectivas y conceptos entre los dos autores?

Se podría despachar La nueva regla dorada como un libro superficial, voluntarista e ingenuo. No se encontrarán en él argumentos sino comentarios y consejos a la ciudadanía para una mejor sociedad con la que cualquiera puede estar de acuerdo. Pero de esa misma debilidad adolece La tercera vía, sólo que de manera más taimada. Ambos son manuales de conducta cívica que pueden producir cierta irritación en un lector serio. Y es que todos estamos de acuerdo en que hay que ser mejores, ya sea en la sociedad multicultural norteamericana o en la desorientada Europa, tan abierta a estos híbridos intelectuales de variable y caprichosa promoción. En todo caso, bienvenida sea esta traducción para acercarnos a los orígenes de esa tercera vía que se celebra por estos pagos.

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Ficha técnica

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