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Delirio y rigor

La metáfora d la colmena: De Gaudí a Le Corbusier

JUAN ANTONIO RAMÍREZ

Ediciones Siruela, Madrid, 184 págs.

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La metáfora de la colmena es, como confiesa en el prefacio su autor, un libro raro, un curioso ensayo científico que, desafiando las normas del género, se abre con un «desahogo autobiográfico», desarrolla una tesis tan sugerente como inédita –la relevancia de las metáforas apícolas en la génesis del arte y la arquitectura contemporáneos– y se cierra con un sobrio aparato de notas. Si renunciamos a la identificación académica del término delirio con la perturbación mental y nos quedamos con su acepción creativa, podríamos decir incluso que es un libro delirante, pues en su trazo se deslizan y encabalgan las figuras y las ideas, los interrogantes y las sospechas, desde las pistas aparentemente inocuas a las verdades reveladoras. Y, sin embargo, no es un libro carente de rigor. Muy al contrario: su argumentación secuenciada, la lógica irreprochable de sus recursos metodológicos, la persistente interrelación icónico-verbal y el cuidado tratamiento editorial lo convierten en un trabajo muy serio.

Ramírez busca un lector cómplice para este riguroso delirio, un lector que siga el mismo proceso de revelación paranoico-crítica que ha experimentado él. Si entra en el juego, descubrirá que la apicultura, una actividad hoy casi olvidada, despertó en tiempos no muy lejanos el interés de muchos, y que la colmena ha proporcionado un modelo de organización social –la comunidad perfecta, laboriosa y solidaria– que ha seducido por igual a ideólogos progresistas y reaccionarios. Y constatará que artistas y arquitectos de finales del siglo XIX y del siglo XX se han servido del universo apícola como fuente de inspiración formal más o menos consciente, y lo han hecho en torno a cuatro detonantes metafóricos fundamentales.

El primero es la metáfora de la colmena como comunidad obrera y mística, regida por los ideales del trabajo, el sacrificio y el ahorro; dicha metáfora mediatiza el acercamiento de un Gaudí católico y conservador a diversos proyectos arquitectónicos. El segundo es la imagen de la colmena como asociación armoniosa de artistas, trabajadores febriles en busca de la miel del arte; se trata de una metáfora implícita en el ideario del escultor y filántropo Alfred Boucher, fundador de la colonia parisina de La Ruche, o en otras relevantes personalidades del ambiente simbolista de fin de siglo, como el escritor belga Maurice Maeterlinck, y revivida por artistas posteriores como Dalí, Beuys o Sicilia. El tercero es la colmena transparente, transcripción metafórica de las colmenas de observación creadas por los apicultores desde el siglo XVIII para contemplar con ojos científicos la vida de los insectos, y que parece adecuarse a la idea de la arquitectura objetiva y cristalina impulsada por Mies van der Rohe, Peter Behrens, Bruno Taut y otros arquitectos «expresionistas». El cuarto y último motivo metafórico es la imagen de la colmena como entidad mecánica, artefacto que fundamenta una eficiente organización social, máquina precisa que alcanza su culminación en la obra de Le Corbusier, en la tipología de sus rascacielos sobre pilotes, posados como colmenas sobre la hierba; en sus propuestas de ordenación urbanística; en el sistema

de climatización que dio en llamar «respiración exacta», equiparable al de las abejas en sus colmenas… Son metáforas todas ellas sugerentes y aparentemente sólidas; algunas son incluso obvias. Sin embargo, tras disfrutar del juego detectivesco y los golpes de efecto del brillante discurso de Ramírez, a un lector menos cómplice le asaltarán las dudas. Y es que el delirio de La metáfora de la colmena es riguroso, pero no puede decirse que sea del todo convincente. El origen de esas dudas se encuentra, paradójicamente, en la honestidad de Ramírez al confesar las motivaciones de su trabajo, en el arriesgado tourde force que supone enlazar un discurso científico con unas pretensiones explícitamente subjetivas: rendir homenaje a su padre apicultor, Lucio Ramírez, y ajustar cuentas con algunos aspectos de su pasado personal. Ramírez se atreve a declarar algo que casi todos los historiadores ocultan, y ese valiente atrevimiento provoca recelo. A partir de aquí, el lector analiza con lupa la pertinencia de cada metáfora, y echa de menos una contextualización de lo apícola en un marco más amplio: el del pluriforme universo metafórico del Movimiento Moderno. Sin esa contextualización, buena parte de los relatos sobre colmenas, panales, abejas y otros insectos sociales pueden parecer hipertrofiados o excéntricos. Obviamente, nada se puede reprochar a Ramírez por acotar su investigación a un asunto ya de por sí sustancioso, pero me permito apelar a su probada ambición intelectual y situarme a la espera de un estudio más amplio sobre Las metáforasdel Movimiento Moderno.

Dicho estudio, además, podría aclarar la finalidad última del repertorio iconológico-connotativo que es La metáforade la colmena. Porque la pregunta fundamental, la duda más seria que asalta al lector tras la lectura del libro podría enunciarse así: ¿A dónde me quiere llevar Ramírez? ¿Pretende reforzar mi conciencia sobre el peso de las referencias orgánicas en la producción artística y arquitectónica de vanguardia? ¿Quiere advertirme sobre la pesadilla totalitaria implícita en la imagen de la colmena? ¿O acaso persigue ambas cosas a la vez? Es posible también que su interés último resida sin más en desvelar una modalidad de acercamiento a la realidad artística, una metodología resumida en la frase con que cierra el libro: «Está claro que voluntad paranoica (y el deslizamiento conceptual o figurativo) puede explicitar a veces, con lucidez, una verdad camuflada». En cualquier caso, dudas tan seductoras como éstas no se suscitan con frecuencia tras la lectura de un ensayo de arte, y sólo cabe aplaudir esta nueva detonación de Ramírez sobre la academia historiográfica.

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Ficha técnica

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