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La lógica del terrorismo suicida

MY LIFE IS A WEAPON. AMODERN HISTORY OFSUICIDE BOMBING

Christopher Reuter

Princeton University Press, Princeton

DYING TO WIN. THE STRATEGIC LOGIC OF SUICIDE TERRORISM

Robert A. Pape

Random House, Nueva York

DYING TO KILL. THE ALLURE OFSUICIDE TERROR

Mia Bloom

University of Columbia Press, NuevaYork

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Los ataques suicidas provocan destrucción y terror en mayor medida que muchas otras tácticas terroristas. Debido a sus consecuencias espectaculares, y al grado de entrega y convicción de sus perpetradores, producen también perplejidad y fascinación. ¿Qué tipo de motivaciones puede conducir a alguien a volarse por los aires con el propósito de matar al mayor número posible de enemigos?

Puesto que nadie queda indiferente ante actos tan extremos, sobre todo tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, no es extraño que hayan proliferado explicaciones más o menos espontáneas que asoman en los medios de comunicación con cierta frecuencia. Aquí van algunas: las misiones suicidas son posibles por las recompensas que los terroristas creen que disfrutarán en el más allá; las misiones suicidas son producto del fanatismo religioso; las misiones suicidas son el reflejo de una época nihilista; las misiones suicidas presagian el terrible choque de civilizaciones que se cierne sobre la humanidad; las misiones suicidas son el efecto más extremo de la pobreza y la desigualdad económica.

Los tres libros que se reseñan aquí eliminan con bastante eficacia estos lugares comunes. Muestran, por ejemplo, que las motivaciones religiosas no son condición ni necesaria ni suficiente del terrorismo suicida, o que la pobreza tiene una relación muy tenue con este tipo de actos. El libro de Reuter, My Life is a Weapon, ofrece una historia bastante completa del terrorismo suicida.Tiene el mérito añadido de haber sido la primera monografía realmente completa sobre este tema. Combina la perspectiva histórica con entrevistas realizadas sobre el terreno. El autor es un periodista alemán que comenzó a interesarse por este tema unos cuantos años antes del 11-S.

La parte más interesante de este libro es, sin duda, la que examina el origen y la difusión inicial del terrorismo suicida. Aunque hay antecedentes más o menos remotos (la secta de los asesinos, los anarquistas rusos, los kamikazes), el terrorismo suicida que hoy conocemos tiene una fecha de nacimiento bastante precisa, el 11 de noviembre de 1982, el día de la primera misión suicida llevada a cabo por Hezbollah, la organización libanesa chiita. Este ataque no tuvo mucha repercusión, sobre todo si lo comparamos con los dos atentados suicidas cometidos simultáneamente por esta misma organización el 23 de octubre de 1983 contra los ejércitos estadounidense y francés, que produjeron la muerte de 241 marines americanos y 58 militares franceses estacionados en Líbano. Las consecuencias son bien conocidas, pues estos dos países se retiraron del país cuatro meses después, en febrero de 1984. Israel les siguió en junio de 1985, si bien permaneció durante quince años más en una pequeña franja en el sur del Líbano. El éxito de Hezbollah ha servido de estímulo e inspiración a otras muchas organizaciones terroristas que poco tiempo después adoptaron la táctica suicida, animados por la idea de obtener resultados tan expeditivos como los de Hezbollah.

¿Por qué en 1982 y no antes? ¿Por qué en Líbano y no en otro lugar? Según Reuter, el terrorismo suicida de Hezbollah es fruto de una adaptación a las condiciones específicas del Líbano de los batallones suicidas iraníes que Jomeini utilizó en la guerra Irán-Irak. El régimen chiita descubrió que el fanatismo religioso era un instrumento adecuado para inculcar las virtudes del martirio entre sus combatientes. El ejército iraní reclutó a miles de jóvenes (muchos de poco más de diez años) a los que condenaba a una muerte segura mandándolos a primera línea de fuego, a veces con el único propósito de hacer explotar minas y despejar el terreno.A partir de esta experiencia, Jomeini envió a comienzos de los años ochenta unos mil guardias revolucionarios al Líbano a fin de extender la revolución islámica en aquel país.Así nació el proyecto de ataques suicidas de Hezbollah.

Del Líbano se exportó a Palestina, pasando de grupos chiitas a grupos sunitas. En diciembre de 1992, Isaac Rabin deportó a 415 cuadros de Hamas al sur del Líbano, donde fueron acogidos por los miembros de Hezbollah. Persuadieron a los palestinos de las bondades del ataque suicida. En abril de 1993 tuvo lugar el primer atentado suicida de Hamás en Israel.

Sin embargo, la difusión de las misiones suicidas no requiere necesariamente este tipo de contacto directo. Los Tigres Tamiles de Sri Lanka se iniciaron en julio de 1987 con un atentado calcado al realizado por Hezbollah contra las tropas ocupantes en 1983. Lo interesante del caso tamil es que las creencias en el más allá no parecen desempeñar un papel relevante, ya que se trata de un movimiento nacionalista con bastante heterogeneidad religiosa en su seno. Los Tigres Tamiles no son el único grupo no religioso que practica el terrorismo suicida. Reuter señala, por ejemplo, que a pesar del papel pionero de Hezbollah, los atentados suicidas de esta organización apenas representan un tercio del total de los registrados en el Líbano, correspondiendo los otros dos tercios a organizaciones laicas de ideología socialistaAunque Reuter parece no conocer la fuente, quien primero llamó la atención sobre este hecho poco conocido fue Martin Kramer: «Hizbullah:The Calculus of Jihad», Bulletin ofthe American Academy of Arts and Sciences, vol. 47, núm. 8 (mayo de 1994), pp. 20-43..

El terrorismo suicida se ha extendido a otras organizaciones: a Al Qaeda, a los islamistas chechenios, a los kurdos del PKK en Turquía, a los islamistas de Cachemira en la India, y a varios de los grupos que componen el actual movimiento insurgente iraquí.Ante la ansiedad que ha provocado en todos los países occidentales esta epidemia de ataques suicidas, los libros de Bloom y Pape tratan de proporcionar hipótesis simples y ambiciosas que den cuenta de la variación encontrada, respondiendo a la cuestión de por qué se da en algunos países pero no en otros. Aunque, como enseguida veremos, sus trabajos son muy diferentes, comparten, sin embargo, este propósito de encontrar una respuesta sencilla que llame la atención del público y de los políticos. Hay en esta pretensión cierto oportunismo que lastra sus análisis, pues en ambos casos los autores deforman un tanto la realidad para que encaje con sus esquemas explicativos. Da la impresión de que han escrito sus libros con una urgencia excesiva, llevados por el enorme interés que ha generado el fenómeno suicida.

El libro de Mia Bloom, Dying toKill, parte de una hipótesis que parece funcionar para el caso palestino e intenta extenderla y aplicarla a muchos otros casos, sin demasiado éxito a mi juicio. Mediante un análisis cualitativo, basado en trabajo de campo, llega a la conclusión de que la abundancia de misiones suicidas en Palestina se debe, por un lado, a la competencia y rivalidad entre las múltiples organizaciones terroristas que actúan en aquel territorio y, por otro, a las preferencias extremas de la propia sociedad palestina. En cuanto a las preferencias populares, las encuestas revelan que en algunos momentos hasta el setenta por ciento de los palestinos han estado de acuerdo con el asesinato de civiles israelíes.Y en cuanto a la competencia, sabemos que hay varios grupos que practican el terrorismo suicida: los tres más conocidos son Hamas, la Yihad Islámica Palestina y la Brigada de los Mártires de AlAqsa. La realización de atentados suicidas espectaculares serviría, según Bloom, para aumentar el número de seguidores de una organización en detrimento de las otrasRecientemente se ha publicado un análisis estadístico riguroso de los atentados suicidas en Palestina cuyos resultados confirman la hipótesis de Bloom.Véase Dipak K.Gupta y Kusum Mundra, «Suicide Bombing as a Strategic Weapon:An Empirical Investigation of Hamas and Islamic Jihad»,Terrorism and Political Violence, núm. 17 (2005), pp. 573-598.. La necesidad de desbancar a las organizaciones rivales explicaría así esta competencia a la hora de demostrar la máxima capacidad letal.

No es la única explicación posible. Otros autores han propuesto otras hipótesis. De acuerdo con el trabajo de Andrew Kydd y Barbara Walter, los atentados suicidas tienen como objetivo sabotear los acuerdos a los que intentan llegar los moderados de ambos bandosAndrew Kydd y Barbara Walter, «Sabotaging the Peace:The Politics of Extremist Violence», International Organization, núm. 56 (2002), pp. 263-296.. Según Luca Ricolfi, los atentados suicidas palestinos deben entenderse más bien como resultado de un sentimiento profundo de desesperación que nace de la represión practicada por los israelíes y sobre todo de la falta de horizonte vital (en el terreno profesional, social o político) de los palestinos que sufren la ocupación israelíLuca Ricolfi, «Palestinians, 1981-2003», en Diego Gambetta (ed.), Making Sense of SuicideMissions, Oxford, Oxford University Press, 2005, pp. 77-129.. En la medida en que ese sentimiento se reproduzca en otros lugares (Sri Lanka, el Kurdistán, Chechenia…), observaremos terrorismo suicida, independientemente de si hay competencia entre los insurgentes o no.

El principal problema de la hipótesis de Bloom es que parece fallar estrepitosamente fuera del caso palestino. Por ejemplo, los Tigres Tamiles sólo recurrieron a los atentados suicidas tras haber eliminado a las organizaciones competidoras. Por otro lado, Bloom, sorprendentemente, no incluye en su libro a Al Qaeda como caso de estudio. ¿Con quién compite Al Qaeda? Y en términos de seguidores, ¿cuál es su base social, teniendo en cuenta que se trata de una organización sin unos límites territoriales definidos? El libro de Bloom no tiene un diseño de investigación claro y, en consecuencia, las comparaciones que realiza entre unos casos y otros son en lo fundamental «impresionistas». Bloom tampoco presenta datos rigurosos, de modo que resulta imposible contrastar las hipótesis que defiende.

En cambio, el libro de Robert Pape, Dying to Win, trata al menos de aplicar las herramientas metodológicas propias de las ciencias sociales al estudio de los atentados suicidas. Está en un nivel superior y, de hecho, se ha convertido en muy poco tiempo en el libro de referencia en este campo. Su principal atractivo consiste en que el autor ha elaborado (con la ayuda de un equipo de investigadores) una base de datos exhaustiva con los atentados suicidas ocurridos desde 1982 en todo el mundoSegún Ricolfi (véase nota anterior), la base de datos de Pape tiene importantes limitaciones: en el caso de Palestina sólo recoge el cincuenta por ciento de todos los ataques suicidas (p. 118)..

En su deseo de ofrecer unas conclusiones claras y fácilmente memorizables, Pape parte del extraño supuesto de que las misiones suicidas constituyen un tipo propio de terrorismo, el «suicida», distinto de los otros dos tipos, el «demostrativo», que busca la publicidad y la movilización de los seguidores, y el «destructivo», que pretende coaccionar al enemigo mediante el ejercicio de la violencia.Vistas las ilustraciones que presenta (por ejemplo, las Brigadas Rojas y los paramilitares lealistas en Irlanda del Norte pertenecen al grupo «demostrativo», la banda BaaderMeinhof y los anarquistas decimonónicos al «destructivo»), resulta obvio que el autor tiene un conocimiento muy superficial de la historia del terrorismo. Gracias a esta tipología se permite describir su investigación como una «teoría general del terrorismo suicida» (p. 9). Esto sólo tiene sentido a efectos retóricos. Las misiones suicidas son una táctica, que puede adoptar una organización terrorista frente a otras posibles, pero no una clase de terrorismo. En cuanto táctica, podemos desarrollar hipótesis que expliquen cuándo las organizaciones insurgentes consideran conveniente emplearla, pero no hay lugar para «teoría general» alguna.

Despojados de estas pretensiones, los resultados de Pape resultan, no obstante, de gran interés. En lo esencial, su hipótesis establece que el terrorismo suicida se practica cuando se dan simultáneamente estas tres condiciones: primera, se combate una ocupación extranjera; segunda, contra un régimen democrático, y tercera, con una diferencia religiosa entre las fuerzas ocupantes y la población local. La clave, según Pape, está en una reclamación nacionalista o territorial, siendo la religión en todo caso un factor agravante. El fin último de un ataque suicida consiste en generar un nivel de daño tal que la fuerza invasora decida retirarse del territorio que ocupa.

Examinemos cada uno de estos elementos por separado, comenzando por el final. Pape encuentra una regularidad que ya había sido advertida por Eli Berman y David Laitin en un trabajo no publicadoEli Berman y David Laitin, «Rational Martyrs vs. Hard Targets: Evidence on the Tactical Use of Suicide Attacks», 2004.: los ataques suicidas siempre se llevan a cabo contra personas de distinta religión: chiitas contra cristianos, sunitas contra judíos, hinduistas contra budistas, etc. Con todo, eso no quiere decir que la motivación de estos ataques sea religiosa. El autor huye de explicaciones ideológicas o religiosas: la religión es solamente una característica muy visible que polariza las diferencias entre grupos, lo que hace más factible la adopción de tácticas extremistas, pero dichas tácticas sólo se emplean si uno de los grupos es una fuerza ocupante. En ausencia de ocupación, el conflicto religioso no produce ataques suicidas.

Para otorgar verosimilitud a esta parte del argumento, Pape presenta varios datos interesantes. Primero, muestra que cuando el ejército de la India invadió la región tamil de Sri Lanka (de religión mayoritariamente hinduista) con la esperanza de quebrar la hegemonía de los Tigres Tamiles, los atentados suicidas de este grupo cesaron, frente a lo que sucedía en los ataques contra los cingaleses, de distinta religión (budista). Segundo, Pape demuestra que la tesis tan extendida de que los atentados suicidas islamistas se explican por la ideología salafista de sus autores, es en lo esencial incorrecta. La presencia del salafismo en los países musulmanes es estadísticamente irrelevante para explicar la ocurrencia de misiones suicidas: tan solo importa cuando hay una ocupación de una fuerza extranjera.

En cuanto al segundo elemento, la democracia, la explicación no es nueva. En general, las democracias sufren más terrorismo que las dictaduras. Las dictaduras no tienen las manos atadas a la hora de reprimir a los rebeldes.Y las democracias son regímenes abiertos y vulnerables, que realizan concesiones con mayor facilidad que las dictaduras. De ahí que casi todos los ataques suicidas se lleven a cabo contra fuerzas de ocupación de países democráticos.

Finalmente, ¿es cierto que el terrorismo suicida se da siempre en el contexto de una ocupación que genera una reclamación territorial por parte de la población local? Desde luego es así en la mayoría de los casos: Líbano, Palestina, Sri Lanka, Chechenia, el Kurdistán. ¿Hay excepciones? Por un lado, podríamos citar los atentados de los anarquistas rusos de finales del siglo XIX y comienzos del XX . No fueron muchos, pero hubo alrededor de quince ataques suicidas (más, por ejemplo, que en el PKK turco)Sobre los ataques suicidas anarquistas, véase el libro de Anna Geifman, Thou Shalt Kill: Revolutionary Terrorism in Russia, 1894-1917, Princeton, Princeton University Press, 1993.. Por otro lado, nos encontramos con el caso mucho más problemático de Al Qaeda. ¿Es Al Qaeda realmente un grupo nacionalista, como sugiere Pape? Para el autor, los atentados de este grupo terrorista persiguen la expulsión de las tropas norteamericanas de Arabia Saudí. Sin embargo, resulta forzado referirse al caso saudí como una «ocupación», aunque sea cierto que Estados Unidos tiene allí tropas estacionadas y apoya un régimen despótico. La presencia de las tropas americanas no es la propia de una ocupación, con lo que eso supone de control del territorio y de la administración. Además, Estados Unidos ha ido retirando la mayor parte de su contingente en territorio saudí sin que eso parezca haber disminuido la violencia de Al Qaeda.

En la base de datos que Pape utiliza para su análisis estadístico, la unidad de observación es el ataque suicida. Esto supone que el atentado del 11-S contra las Torres Gemelas de Nueva York cuenta igual que el suicidio de un miembro de Hamás en un puesto fronterizo que se salda con la muerte de cuatro o cinco soldados israelíes.Visto así, aunque consideremos que Al Qaeda no representa un caso de terrorismo territorial, las conclusiones del estudio de Pape no variarán demasiado, pues tampoco ha habido tantos ataques suicidas de esta organización. El problema radica en que los atentados de Al Qaeda, tanto por su ejecución como por su inspiración y por sus consecuencias, son bastante distintos del resto.

Pape fuerza mucho las cosas para que el terrorismo de Al Qaeda cuadre dentro de su explicación. Reconoce que Al Qaeda no está sólo interesada en la expulsión de los estadounidenses de Arabia Saudí: ha ampliado su aspiración, hasta el punto de combatir contra la presencia de cualquier tropa extranjera en suelo islámico.Ahora bien, si esto es así, deja de resultar plausible considerar que Al Qaeda es un grupo nacionalista. Es más bien, como ha apuntado Stephen Holmes en un análisis muy penetrante, una federación de grupos locales en muy diversos países profundamente hostiles todos ellos a la presencia occidentalStephen Holmes, «Al Qaeda, September 11, 2001», en Diego Gambetta (ed.), Making Sense…, op. cit., pp. 131-172.. En el proceso de amalgama de todas esas reivindicaciones, se constituye un movimiento que ya no se plantea la descolonización, sino la guerra religiosa contra un enemigo muy amplio. De ahí que los objetivos y la estrategia cambien. El atentado del 11-S ya no es sólo un ejercicio de coerción.Tiene además un elemento propagandístico clave, destinado a movilizar musulmanes descontentos de todo el planeta. Busca humillar al enemigo, revelar su fragilidad, con el propósito de arrastrar al mayor número posible de seguidores.

Esto ya no es terrorismo nacionalista, sino algo más complejo, a medio camino entre el terrorismo revolucionario tal como lo practicaron los anarquistas o los grupos radicales de los años setenta (las Brigadas Rojas, el GRAPO, etc.) y el terrorismo nacionalista clásico (el de ETA, el IRA o Hamás). Consiste en realizar la revolución islamista a cuenta de liberar a los países musulmanes de la presencia militar occidental.

Los libros de Bloom y Pape se empeñan en buscar una explicación simple a un fenómeno endemoniadamente complejo. Cada uno consigue que su investigación pueda resumirse en un par de frases. Pero, por desgracia, esas frases se dejan fuera una parte importante de la variación que encontramos en el uso de ataques suicidas. Los dos se estrellan al tratar el caso de Al Qaeda. No pueden entenderse sus atentados ni como consecuencia de rivalidad entre organizaciones ni como mero terrorismo nacionalista: es algo distinto.

 

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