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La guerra como deber moral

El honor del guerrero. Guerra étnica y conciencia moderna

MICHAEL IGNATIEFF

Taurus, Madrid

Trad. de María José Linares de Lapuerta

200 págs.

2.300 ptas.

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Cuando se cumplen diez años de la caída del muro de Berlín, empezamos a contar con cierta perspectiva para entender el naciente orden internacional de nuestros días. Desde entonces mucho se ha publicado en defensa de tesis dispares. Desde la posibilidad de que Europa levante un nuevo muro para aislarse de un entorno salvaje en vías de paulatina civilización, renunciando a intervenir en conflictos ajenos, hasta el reconocimiento de que circunstancias económicas, tecnológicas y culturales nos abocan a una sociedad global en la que resulta imposible o intolerable no asumir una parte de la responsabilidad colectiva.

Si resulta fácil entender que la guerra fría, la bipolaridad y el terror nuclear quedaban atrás, mucho más difícil está siendo definir y aceptar los parámetros del nuevo orden. En este proceso han resultado fundamentales dos hechos ocurridos durante 1999: el caso Pinochet y la intervención aliada en Kosovo.

La orden de extradición firmada por el juez Garzón, y confirmada por la Audiencia Nacional y los Law Lords, venía a dar forma jurisprudencial a lo que algunos tratadistas defendían desde ámbitos académicos: que acuerdos internacionales otorgaban a jueces nacionales capacidad para perseguir determinados delitos cometidos en el ejercicio del poder político por antiguos gobernantes de otros estados.

En Kosovo, la Alianza Atlántica decidió actuar militarmente para poner fin a los abusos que el régimen político serbio estaba cometiendo contra la población albano-kosovar. Para ello hizo una interpretación revolucionaria del principio de intervención por razones humanitarias, sin una base jurídica fuerte, sin la legitimidad del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y violando un principio fundamental del Derecho Internacional: la no intervención en asuntos internos de un estado soberano.

En ambos casos nos encontramos ante una corriente, sólidamente asentada en la teoría occidental de los derechos humanos, dirigida a poner coto a los abusos de los gobernantes sobre sus propios ciudadanos. Para los europeos es, sin duda, un gran paso adelante en la construcción de una sociedad internacional más justa. Sin embargo, fuera de nuestro ámbito nos encontramos con airadas declaraciones denunciando un intento occidental, o norteamericano, de imponer su orden en contra de otras perspectivas culturales. De esta forma nos hallamos ante un nuevo factor de desestabilización que bloquea, una vez más, a Naciones Unidas en su papel de instrumento de resolución de conflictos.

Para entender cómo hemos llegado desde la caída del muro a la intervención en Kosovo, cómo los occidentales hemos recorrido este camino político y moral, contamos con una excelente obra del historiador, ensayista y periodista Michael Ignatieff. Cuando todavía guardamos el regusto de su extraordinaria biografía de Isaiah Berlin, podemos disfrutar de nuevo de su capacidad analítica y su depurada prosa. La principal virtud del libro viene de la cronología: es anterior a Kosovo. Ignatieff no conoce el desenlace y se mueve en un marco de contradicciones y perplejidades propio de un período de acelerada transición. Es el libro de un occidental que ve con horror los desastres humanos que acontecen en el planeta y que no sabe cómo resolver el problema moral que le plantean. Con la facilidad a la que nos tiene acostumbrados, desgaja las complejidades de los problemas que cree determinantes de la nueva situación internacional, incidiendo especialmente en sus componentes psicosociales y antopológicos.

El lector encontrará una introducción histórica de lo que ha representado el fin de la guerra fría y la aparición de ese otro fenómeno al que de forma constante se hace alusión en los medios de comunicación o en las declaraciones políticas: la globalización. Un nuevo estadio histórico que se nos presenta rico en posibilidades y en incertidumbres.

Particularmente interesante es su estudio de la evolución de la conciencia occidental ante las catástrofes humanas por motivos políticos. En este sentido, trata con especial atención la evolución de la doctrina sobre los derechos humanos desde el siglo XVI , así como el comportamiento de los medios de comunicación, sobre todo la televisión, y su efecto sobre la formación de la opinión pública. Es indudable que uno de los ejemplos más explícitos de la globalización del planeta es el creciente acceso a una información compartida. Tampoco parece discutible que determinadas imágenes y noticias han provocado en la conciencia occidental una contradictoria pero real exigencia de tomar medidas, de intervenir.

Para el lector español conocedor de los trabajos de Juaristi le resultará familiar la aproximación que Ignatieff realiza al problema del nacionalismo y a las denominadas guerras étnicas. El autor utiliza con habilidad desde los estudios clásicos del nacionalismo a la obra de Freud, sin olvidar todo lo que la antropología y la sociología han venido aportando en las últimas décadas.

Por último, y quizá con menor interés relativo, Ignatieff analiza la limitada capacidad de acción de Naciones Unidas y de la más significativa de las ONG, la Cruz Roja.

En resumen, estamos ante una excelente obra de síntesis, un buen ejercicio de alta difusión, que pone en manos del lector un conjunto de ideas que le ayudaran a entender la evolución de la sociedad internacional en esta última década del siglo. Un tiempo en el que Occidente ha tenido que hacer frente a viejos problemas que la guerra fría había congelado, pero con una exigencia de respeto a los derechos humanos que no tiene precedente.

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Ficha técnica

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