Buscar

Literatura oral con fórceps

LA ESPOSA DEL REY DE LAS CURVAS

Alfredo Bryce Echenique

Anagrama, Barcelona

176 pp. 15 €

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Gracias a la exhaustiva hermenéutica y al infalible instinto lírico de Luis Miguel Aguilar (Las cuentas de la Ilíada y otras cuentas, poemario admirable donde los haya) sabemos que en esa epopeya «una vez es Patroclo / varón igual a un dios», y que «dos veces, dos, dos veces es Paris / –el playboy Paris– / el de más hermosa figura», y que «Iris es tres veces la de pies rápidos como el huracán», y que «Aurora / es cuatro veces / la de azafranado vuelo», y que «cinco años tiene un buey / rico de tan gordo / la única vez que en la Ilíada / se menciona la edad / de un animal sacrificado», y que «seis veces es Hefesto el ilustre cojo de ambos pies» y, en fin, que las naves son llamadas «cóncavas» setenta y siete veces en la Ilíada, y que aunque Aquiles mata en ella a cientos de troyanos, sólo veinticuatro tienen nombre propio: veinticinco contando a Héctor.

Pues bien: otros eventuales títulos de esta reseña hubieran podido ser «Andarse por las astas» o «El toro por las ramas», como vanos intentos de asir con una fórmula el ducto narrativo de Bryce Echenique, esa proliferación de falsos epítetos –de manera seudohomérica– para caracterizar a sus personajes, esa falsa y forzada oralidad que, paradójicamente, a él parece fluirle de manera espontánea. Ello me recuerda un poco el juicio demoledor de Karl Kraus, en forma de gancho a la mandíbula de la estatua del intocable Hugo von Hofmannsthal, al definir así sus obras: «Flores artificiales que se mustian naturalmente».

Leyendo los cuentos que componen este volumen, uno tiene a veces la impresión de que se trata sencillamente de chistes alargados ad nauseam por el procedimiento de la verborragia; eso es lo que sucede, por ejemplo, con los que se titulan «El limpia y La Locomotora» y ««Peruvian Apollo»», que dejan al lector meneando perplejo la cabeza, y compadecido de los árboles cuya pulpa fue inmolada para que se imprimieran estos dos simulacros de narraciones. Sobre todo el segundo, cuyo final es absolutamente increíble («la verga, como dicen, creo, ustedes los españoles»), ya que el cura español del Opus que no entiende la palabra «pinga» lleva un montón de años viviendo en Perú y, ¡por muy del Opus que sea!, ya tendría que saber su significado; el de «la pinga», digo.

En otros, por ejemplo, se impone el recuerdo de situaciones similares pero harto mejor resueltas por otros autores. Tal es el caso de «En la detestable ciudad de Bolon-i-a», una orgía de repeticiones sin cuento y sin sentido, todo ello para narrar que el protagonista atraviesa esa ciudad italiana aguantándose las ganas de defecar hasta poder llegar a su hotel y hacerlo allí en paz, en su habitación. Algo semejante a una de las más desopilantes Visiones de neurastenia de Wenceslao Fernández Flórez, donde un coronel se ve obligado a acompañar de compras a la esposa del general, aguantándose las mismas ganas del personaje de Bryce. Cuando por fin regresa a casa sorprende a su esposa en situación de flagrante adulterio, y antes de entrar en el cuarto de baño grita: «¡Esperadme un momento, malvados!», dando ocasión a que los amantes puedan escaquearse antes de que el cornudo vacíe su intestino. [Siempre me intrigó cómo fue posible que la censura franquista dejara pasar ese relato, que tan claramente ponía en ridículo al estamento militar].

Y pues no hay dos sin tres, la frustración que puede acometer al lector cuando el comienzo de un cuento («La chica Pazos») le promete la historia del anciano enamorado de una chiquita a quien le triplica la edad, y el lector se pregunta qué solución se le habrá ocurrido a Bryce, para compararlas con las de Goethe («Elegía de Marienbad»), Thomas Mann (Charlotte en Weimar) o Martin Walser (Un hombre enamorado), pero luego la historia se deshilvana, se deshilacha y hasta se descuajaringa en otra garrulería repetitiva y como de chiste alargado sin ton ni son.

La redacción misma es a veces lamentable: «El tío Fausto Inurritegui, hermano muy mayor y muy millonario de su ya fallecido padre, y solterón sin hijo alguno, que, a sus noventa y nueve años de edad, continuaba viviendo en París como un pachá, había decidido legarle íntegramente una fortuna que ascendía, por lo menos, y según los cálculos más pesimistas, a unos setenta millones de dólares, ya que debido a un cáncer generalizado le quedaban apenas un par de meses de vida». ¡Curiosa manera la de influir la esperanza de vida de una persona en el monto de su herencia! (Debe de ser cosa del realismo mágico.)

Y las secuencias temporales fallan a veces de manera clamorosa. La situación penosamente ridícula del protagonista de «En la detestable ciudad de Bolon-i-a» está provocada, entre otros factores, por el hecho de ser noche de domingo y estar cerradas hasta las casas de citas, según parece, pero de los elementos narrativos previos se desprende con inequívoca claridad que es la noche de un sábado, donde deberían estar abiertas hasta las tiendas de souvenirs. Ah.

Cuando el lector, en la página 156, encuentra la frase «perdóneseme por acotar y por caer en el tan cervantino pecado de la digresión» (las cursivas son de Bryce), la verdad es que se siente muy tentado de agarrar el libro y tirarlo sin más a la papelera, si no necesitase el ejemplar para hacer las citas que van más arriba. Este género de frases, de una falsa coquetería, lo único que hacen es documentar la posible convicción interna del autor de una novela tan notable como Un mundo para Julius, de que este nuevo libro suyo sólo se salvará asiéndose de los faldones de la levita de un intocable. Y a semejante estrategia el lector nada más puede responder sino aquello de «a otro perro con ese güeso».

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

4 '
0

Compartir

También de interés.

La Unión Europea y el estado-nación