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La edad de las masas

Manual de Historia Universal. Edad contemporánea, 1898-1939

JUAN PABLO FUSI AIZPURÚA

Historia 16, Madrid, 1997

423 págs.

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Un manual que es mucho más que un manual. Así podría definirse este trabajo de Juan Pablo Fusi, uno de los mejores contemporaneístas españoles, sobre el fascinante período de la historia universal que discurrió entre los últimos años del siglo pasado y el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, el libro reúne los elementos que deben exigirse a un buen texto universitario: fácil lectura, claridad expositiva, síntesis adecuada de los temas más relevantes, e incluso abundancia de materiales complementarios –fotografías, mapas, una selección bibliográfica, una cronología y un índice onomástico–. Sin embargo, esta obra, de título árido y cubierta poco atractiva, ofrece al lector mucho más que un manual al uso.

Se trata, en primer lugar, de un edificio levantado sobre un enorme caudal de información. Todos los capítulos resumen interpretaciones extraídas de lo más significativo de la historiografía, y algunos adoptan además las tesis más innovadoras acerca del asunto que les concierne. No resulta difícil reconocer, por ejemplo, las ideas revisionistas de Renzo de Felice en los apartados que se ocupan del fascismo italiano, o las más recientes de Richard Pipes en los que atañen a la Revolución rusa. Asimismo, el autor despliega ante nuestros ojos un dominio admirable de la literatura –y en especial de la novelística– que daba el tono cultural a cada momento y a cada país. En segundo lugar, el ensayo posee una notable coherencia interna y, lejos de los ejercicios eclécticos que abundan en esta clase de publicaciones, defiende de manera consciente una determinada visión de la historia.

El enfoque elegido por Fusi se concentra sobre dos aspectos muy relacionados entre sí. Por una parte, la exposición se articula en torno a un eje político e intelectual. Sin olvidar los fenómenos económicos, el ámbito de la política –los partidos y las asociaciones, los regímenes y las instituciones, los acontecimientos y los procesos de largo alcance– atrae su atención de forma preferente. Y el mundo de las ideas –artísticas, filosóficas, científicas y, claro está, políticas-marca la pauta de la evolución social. Por otra parte, los individuos, rodeados pero no anulados por las fuerzas impersonales, representan los papeles protagonistas en el drama. Bajo la narración palpita un talante liberal, que introduce la libertad humana y el azar como factores decisivos en el desarrollo histórico. Las páginas más originales y brillantes evocan el «clima moral», la «atmósfera» que impregna cada coyuntura y otorga sentido a las acciones individuales. Los epígrafes que describen «la irrupción del modernismo» y «la crisis de la conciencia occidental», centrados sobre diversas manifestaciones culturales –de la sociología a la religión, de la pintura al cine–, muestran las enormes posibilidades de este enfoque.

El argumento que da unidad al relato analiza las múltiples convulsiones ocasionadas por la intervención de las masas en la política. La época comprendida entre 1898 y 1939, o, mejor, entre 1870 y 1945, asistió al ocaso del universo elitista del liberalismo del XIX, acostumbrado a la preponderancia de las minorías ilustradas. Frente a él aparecieron diferentes síntomas del nacimiento de una nueva era, la era de las multitudes, que trajo consigo tanto la democracia como el triunfo de los nacionalismos excluyentes, las guerras devastadoras y distintos tipos de sistemas autoritarios y totalitarios de gobierno. El lado más polémico de esta mirada, de clara inspiración orteguiana pero con profundas raíces en los estudios psicosociológicos de comienzos de siglo, reside en la consideración de las masas como entes irracionales, guiados por emociones, sin objetivos ni intereses claros, cuya aparición en la arena pública obstaculizó a menudo el progreso generalizado. Tales juicios prescinden de la complejidad del comportamiento colectivo, que, como han demostrado los historiadores y científicos sociales en las últimas décadas, posee su propia lógica y no puede explicarse hoy de la misma manera que hace cincuenta años.

En definitiva, nos encontramos ante un espléndido ensayo, muy recomendable para universitarios y no universitarios, inserto en la tradición clásica de la historia política e intelectual –la de los maestros anglosajones que tanto admira Fusi– y cercano a las corrientes actuales de la disciplina que, en Europa y en Estados Unidos, reivindican la vigencia de la «vieja historia» frente a las ambiciones de los paradigmas deterministas y al peligro del relativismo posmoderno. Un texto singular en la historiografía española que merecería una edición más acorde con su importancia, en la cual podrían restañarse algunas de sus carencias. Cabría, tal vez, matizar su sesgo eurocéntrico. Tampoco estaría de más añadir un capítulo sobre la Segunda Guerra Mundial, sin el cual no es posible comprender, por ejemplo, las consecuencias de la entrada del nazismo y del estalinismo en la escena contemporánea. Y, por último, resultaría útil añadir algunas referencias más extensas a la trayectoria de España, en absoluto excepcional –como el mismo autor ha defendido en otro libro de reciente aparición– si se la compara con la de otros Estados en aquella conflictiva «edad de las masas».

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