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La economía estratégica de Hitler

THE WAGES OF DESTRUCTION: THE MAKING AND UNMAKING OF THE NAZI ECONOMY

Adam Tooze

Viking, Nueva York

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La economía de la Alemania nazi ha sido a menudo objeto de atención por parte de los estudiosos. La base productiva de la maquinaria de guerra nazi es, evidentemente, un tema histórico relevante y la orientación marxista que dominó una gran parte de la interpretación de la Alemania hitleriana durante las décadas centrales del siglo xx puso un gran énfasis en las élites económicas y la estructura económica, aunque justamente el modo en que había de entenderse esto es lo que provocaba considerables diferencias de opinión.

Durante la parte principal de la Segunda Guerra Mundial se dio generalmente por supuesto que la economía hitleriana había sido movilizada plenamente antes del comienzo de las hostilidades con objeto de producir enormes cantidades de las armas más sofisticadas con las que aplastar a los enemigos de Alemania. Una perspectiva así, sin embargo, empezó a cambiar poco después del final de la guerra, ya que los documentos conservados parecían mostrar que las fuerzas armadas de Hitler no estaban aún plenamente desarrolladas en 1939-1940, y que en 1940 Gran Bretaña y Francia eran tan fuertes, si no más, en ámbitos clave como las unidades blindadas y la artillería. Además, los interrogatorios a los administradores nazis parecía revelar confusión, mala gestión y una inframovilización en la economía, al menos durante los años iniciales de la guerra. La primera exposición completa de esta reinterpretación fue el libro de Burton Klein Germany’s Economic Preparations for War (1959). Estudios más recientes, sin embargo, han cuestionado este enfoque revisionista extremo y han defendido que la economía nazi revelaba un mayor grado de racionalidad y temprana movilización de lo que habían pensado Klein y los revisionistas. Seguía resultando, pues, difícil llegar a conclusiones definitivas sobre los grandes temas.

Adam Tooze, un joven estudioso del Jesus College de Cambridge, y autor de un innovador trabajo sobre el incremento de la recopilación y el uso de los datos estadísticos en la moderna Alemania, se ha adentrado en esta compleja serie de problemas. Ha abordado el primer estudio absolutamente exhaustivo y sistemático de la economía de guerra de Hitler en un único y vasto volumen, sobre la base de una investigación muy amplia que parece dominar todas las fuentes principales. El libro resultante ha sido saludado como el más importante trabajo de investigación y reinterpretación sobre la historia del Tercer Reich aparecido en varias décadas, una suerte de clásico instantáneo de los estudios nazis. Niall Ferguson lo ha calificado de «un tour de force», mientras que los autores de importantes tratamientos generales del régimen de Hitler, como Michael Burleigh y Richard Evans, se muestran igualmente laudatorios. Burleigh declara que «virtualmente cada página de este libro contiene algo nuevo y que invita a la reflexión», mientras que Richard Bessel, otro destacado especialista en estudios nazis, lo llama «más que una historia económica […] un gran libro».

¿Qué ha suscitado unas opiniones tan entusiastas de la obra de un joven historiador? Los importantes y nuevos logros en historiografía se ven impulsados por dos factores fundamentales: nueva investigación relevante y nuevas y convincentes interpretaciones. En las ochocientas páginas de este imponente estudio, Tooze une ambas cosas en un logro de alto nivel. Su preocupación fundamental es analizar la política económica y la producción con todo detalle, lo que ha dado como resultado no simplemente la mejor historia económica del Tercer Reich, sino también un relato de amplio y magistral alcance que integra la producción económica dentro de una importante reinterpretación de la estrategia global de Hitler. Así, quienes han reseñado el libro han acertado al tildarlo de más que un estudio económico trascendental y enormemente original, ya que se ha convertido también en una referencia en la historiografía más amplia del Tercer Reich.

En los años setenta, la interpretación del liderazgo de Hitler se hallaba dividida en gran medida entre los conocidos como «funcionalistas» y los «intencionalistas». Estos últimos sostenían que las políticas de Hitler se vieron animadas por sus intenciones personales, o su ideología, mientras que los primeros defendían, en cambio, que esto resultaba demasiado determinista y que la historia del Tercer Reich debería verse como algo más abierto, poderosamente influido por las estructuras que se desarrollaron, cuyas demandas impusieron prioridades cambiantes que no respondían a ninguna ideología preconcebida.

En el siglo XXI, sin embargo, entre la mayoría de los especialistas en el Tercer Reich ha pasado a prevalecer el punto de vista de un «intencionalismo modificado», y Tooze encaja claramente dentro de esta perspectiva. La ideología fue fundamental, pero su expresión y aplicación dependieron de una compleja combinación de factores estratégicos externos y otros internos, predominantemente económicos. La interacción de ambos constituye el tema de este libro.

Tooze comienza rebatiendo la opinión de que Alemania ya había pasado a ser un puntal económico, señalando al comienzo que «el nivel de consumo de que disfrutaba la mayor parte de la población alemana era modesto y se situaba muy por detrás del de la mayoría de sus vecinos europeos occidentales. La Alemania gobernada por Hitler seguía siendo una sociedad sólo parcialmente modernizada, en la que más de quince millones de personas dependían para vivir, bien de trabajos artesanales tradicionales, bien de la agricultura campesina». Rechaza con firmeza la tesis de Klein, concluyendo que «el programa de armamentos del Tercer Reich fue la mayor transferencia de recursos jamás llevada a cabo por un Estado capitalista en tiempo de paz», igualada únicamente por la Unión Soviética y algunos otros regímenes comunistas. Hace mucho tiempo que los historiadores han comprendido que la fase fundamental del rearme alemán se puso en marcha a mediados de 1936, pero Tooze presenta pruebas de que ya en la segunda mitad de 1934 dio comienzo un rearme considerable. Al mismo tiempo, el Gobierno del Reich tenía que conceder una cierta prioridad al comercio de Alemania en el extranjero, necesario para obtener las divisas extranjeras para los materiales importados que habrían de impulsar la producción bélica.

Una gran parte del debate sobre el Tercer Reich se formuló durante décadas en términos de la conocida como «poliocracia», la noción de que el poder se hallaba dividido entre el partido, la burocracia estatal, los militares y las grandes empresas, que supuestamente competían entre sí. Tooze echa por tierra este tipo de interpretación, mostrando hasta qué punto el Estado de Hitler pasó a dominar rápidamente las instituciones. El Gobierno ejerció no sólo un férreo control de la economía privada por medio de unos impuestos altos y una regulación masiva, sino que también realizó en ella grandes inversiones, de modo que pronto «el Reich pasó a estar en posesión de lo que era potencialmente una participación de control no sólo en la banca, sino también en la industria pesada». Casi todos los beneficios de lo que era técnicamente un sistema de industria y banca privada pasaron a estar pronto controlados por el Estado, que canalizó las nuevas prioridades de inversión y producción.

Un hallazgo trascendental de este estudio «intencionalista» es que, en lugar de que fuera Hitler quien movilizara la economía para crear las condiciones para la guerra, en parte, al menos, la realidad es que las cosas sucedieron exactamente al revés. «La tensión internacional habría de convertirse en la principal palanca por medio de la cual los dirigentes del Tercer Reich catapultaron la economía alemana a un nivel de movilización espectacularmente mayor». Tooze integra íntimamente la política exterior de Hitler con el desarrollo de su economía de guerra, y concluye que alteró progresivamente sus planes originales según fue encontrando más resistencia en el extranjero. Es bien sabido que Hitler propuso relaciones pacíficas con Gran Bretaña siempre que ésta le diera carta blanca en el continente, al tiempo que concentraba su principal agresión militar contra la Unión Soviética. La resistencia británica, sin embargo, provocó que Hitler concluyera ya en 1938-1939 que su gran plan había fallado, y en la segunda mitad de 1938 «empezó a contemplar seriamente la necesidad de una gran guerra en Occidente» como primer paso. Durante ese año Alemania dedicó más del 20% de su renta nacional a la producción militar, un récord para un país europeo occidental moderno en tiempo de paz, y su producción de acero fue por momentos la más alta del mundo. A pesar de que el rearme alemán no llegara a completarse hasta cinco años más tarde, Hitler estaba dispuesto a ir a la guerra con Checoslovaquia, Gran Bretaña y Francia, a pesar del hecho de que esto habría significado una campaña puramente defensiva en Occidente. En el último minuto, sin embargo, dio marcha atrás, aceptando el compromiso ofrecido por Londres y París, porque se dio cuenta de que las fuerzas armadas alemanas no eran aún lo bastante fuertes para una gran guerra. A finales de ese año, la necesidad de divisas extranjeras para realizar importaciones esenciales fue tan grande que, por un tiempo, Alemania tuvo que reducir ligeramente la producción militar. De hecho, la necesidad de mantener un alto volumen de exportaciones durante la mayor parte de la guerra sería una especie de talón de Aquiles, algo de lo que no tendrían que preocuparse Gran Bretaña y la Unión Soviética debido al masivo apoyo estadounidense. Alemania mantendría cuentas comerciales equilibradas durante todo el conflicto con Italia, Rumania y todos los países neutrales europeos, a excepción de España, que la favoreció con exportaciones españolas desproporcionadas.

A mediados de 1939 Hitler había alcanzado un potencial punto de inflexión. A la sobrecalentada economía alemana simplemente no podía exigírsele nada más en tiempo de paz, mientras que tanto Londres como Washington estaban mostrándose más hostiles. Ni Italia ni Japón podían vincularse eficazmente por medio de una alianza militar estratégica en ese momento y el dictador alemán concluyó que el tiempo ahora avanzaba en su contra. Si Alemania tomaba la iniciativa, podría conseguir victorias fundamentales, mientras que la demora sólo daría a sus potenciales enemigos tiempo para ponerse por delante. Se trataba de un cálculo tanto económico como estratégico y militar. Una consideración final surgió de la actitud cada vez más beligerante de Estados Unidos. Dada esta sarta de problemas, Hitler se convenció de que ya había dejado de tener sentido esperar. Algunos mandos militares alemanes no tenían, sin embargo, ese instinto de jugador y fue en 1938-1939 cuando algunos de ellos se plantearon por primera vez asesinarlo. En este mismo momento, Stalin pasó a convertirse en el segundo villano del drama, ya que su pacto con Hitler en agosto de 1939 le brindaba a este último la oportunidad de llevar la iniciativa en lo que durante dos años sería un modo de actuar caracterizado por la máxima eficacia.

Más que la economía militar alemana se viera inframovilizada en la primera parte de la guerra, como mantenía la antigua interpretación, la realidad es que el aumento más espectacular de todo el período tuvo lugar durante los siete primeros meses de 1940, durante los cuales se dobló la producción de armas. Sin embargo, no existía un claro plan estratégico global para el tipo de guerra que Alemania habría de librar en el futuro, y las prioridades de producción oscilaron entre barcos de guerra, aviones, submarinos y equipamiento de infantería y blindados.

A finales de 1940, Hitler se dio cuenta de que tenía que incluir también a Estados Unidos en sus cálculos estratégicos, ya que en aquel momento estaba comenzando el espectacular incremento de la producción militar estadounidense y el año siguiente, aunque el país seguía estando en paz, produciría casi tantas armas como Alemania, muchas de las cuales fueron a parar a Gran Bretaña. La vehemente posición adoptada por Washington en contra del antisemitismo nazi convenció a Hitler de que el país había pasado a ser el centro más importante de la conspiración judía internacional y que en 1942 estaría preparado para entrar en la guerra como un importante enemigo. Si había pensado que el tiempo corría en su contra en 1939, estaba más convencido de ello que nunca a comienzos de 1941. Su cálculo estratégico global ayuda a explicar el carácter aparentemente dividido de la producción militar alemana. Hitler esperaba destruir la Unión Soviética en 1941, pero también le preocupaba producir barcos y aviones para lo que veía como el combate posterior con Gran Bretaña y Estados Unidos. Durante la mayor parte de la guerra, el 40% de la producción de armas alemanas se dedicó a la Luftwaffe, la única parte de las fuerzas armadas que habría de arrostrar permanentemente una gran guerra en dos frentes a partir de 1941. Tal y como lo veía Hitler, sus únicas oportunidades de victoria pasaban por mantener constantemente la iniciativa, y en este caso sí que estaba probablemente en lo cierto.

Tooze nos brinda el que es con mucho el mejor análisis de la «economía humana» y la demografía de la guerra de Hitler, a pesar de que calcula a la baja la población soviética en 1941 y de que probablemente exagera el volumen total de las muertes militares alemanas en 1944-1945. Explica la movilización masiva de los recursos alemanes y el papel de los trabajadores extranjeros y esclavos (que ascendieron a casi ocho millones a finales de 1944 y de los que perecieron en total casi dos millones y medio), responsables de alrededor del 15% de la producción total alemana. Su libro es uno de los pocos que se centra claramente en la plena dimensión de la limpieza étnica planificada, que comprendía no simplemente la Solución Final del «problema judío», que acabó con la vida de casi seis millones de personas, sino la totalidad de las implicaciones del Generalplan Ost, que preparaba la eliminación, la muerte por inanición u otro tipo de exterminio de hasta 45 millones de personas en Europa oriental, especialmente en Bielorrusia y Ucrania.

Tooze demuestra que la literatura al uso sobre los «estudios nazis» puede resultar muy engañosa cuando pone el énfasis en la supuesta poliocracia, el dominio del irracionalismo ideológico, la incompetencia y el omnipresente faccionalismo burocrático. La economía alemana fue dirigida en gran medida por profesionales y generalmente produjo todo lo que podía lograrse en cada fase de la guerra. La movilización final de 1943-1944 simplemente no resultaba factible desde un punto de vista técnico en un período anterior, aunque también fueron importantes decisiones fundamentales para eliminar las persistentes labores artesanales y los enfoques perfeccionistas, así como para avanzar hacia una producción en masa más simplificada.

El retrato de Albert Speer, el arquitecto que dirigió la movilización económica durante los tres últimos años de la guerra, es una de las más marcadamente revisionistas de varios de los nuevos estudios aparecidos en los últimos años. El atractivo y elocuente Speer se esforzó enormemente después de la guerra para presentarse como esencialmente un artista y un «buen nazi», y también por haber obrado un milagro al lograr una plena movilización de una economía inframovilizada, una actitud que se refleja en las primeras historias de la posguerra. Lo cierto es que Speer fue un nazi entregado a la causa que explotó de manera inmisericorde el trabajo esclavista e hizo todo lo posible por sostener los empeños bélicos de Hitler. Realizó un trabajo eficaz y logró mejoras en la eficiencia, pero su «genio» no fue tan esencial como él pretendía, ni heredó una economía militar tan inframovilizada como él defendía. Durante 1940-1942 la economía alemana había producido un nivel muy alto de «bienes de inversión», para ampliar la capacidad de la producción futura, y esto dio sus frutos en 1942-1944.

Tooze también reexamina la eficacia de la ofensiva de los bombardeos anglo-estadounidenses, señalando que los ataques de la RAF en el Ruhr en la primavera de 1943 fueron más devastadores de lo que generalmente se ha reconocido, y que el estancamiento parcial en la producción de armas perduraría durante el resto del año. Si la RAF hubiera seguido concentrándose en la industria del Ruhr, en vez de en sus «bombardeos urbanos» generalizados, los efectos se habrían agravado.

Este libro proporciona el análisis más exhaustivo y objetivo del funcionamiento de la economía nazi jamás publicado. Su otro logro es integrar este examen con la gran estrategia de Hitler y sus diversas y decisivas permutaciones, revelando así la íntima interasociación y mutua influencia entre las dos.

En general, el libro se merece las alabanzas de las que ha sido objeto profusamente en los medios anglófonos, ya que aporta amplias y decisivas nuevas perspectivas en torno a la estrategia de Hitler y el rendimiento económico alemán. En un campo tan densamente poblado por una vasta literatura como es el caso de los estudios nazis, constituye un avance decisivo e inusual, uno de los libros más influyentes aparecidos en los últimos tiempos.
 

Traducción de Luis Gago

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