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Juan Ramón siempre

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La celebración, en 2008, del cincuentenario de la muerte de Juan Ramón Jiménez en 1958, que siguió de cerca al del fallecimiento de Zenobia Camprubí en 1956, ha suscitado una intensa actividad editorial que viene prolongándose a lo largo de este año y que, a juzgar por los planes editoriales anunciados, seguirá dando frutos también en los próximos. Nada más lógico, pues se trata de la obra de uno de los escritores fundamentales de nuestra lengua, que ha dejado una huella determinante en la historia de la poesía, de la crítica y hasta de la edición española del siglo XX. Las fechas, que tan a menudo propician conmemoraciones ruidosas y hueras, valen esta vez de bendita excusa para que vuelvan a pasar por la imprenta obras esenciales de nuestra lírica contemporánea.

Los resultados de dicho ajetreo editorial, dada su abundancia y variedad, son difícilmente abarcables en su integridad. No cabe aquí ni siquiera una enumeración exhaustiva de todos los títulos publicados, a veces en varias ediciones, pues su nómina está abierta y va ampliándose mes a mes. Evaluar adecuadamente el rigor textual o la contribución de cada uno al conocimiento de la obra de Juan Ramón habrá de ser labor realizada con tiempo para el estudio sosegado y minucioso. Pero vale la pena subrayar algunas aportaciones notables de una tarea relizada por un colectivo amplio de estudiosos y editores, convocados por la talla asombrosa de la personalidad y la obra de Juan Ramón, y que la hacen perceptible de nuevo para el lector de hoy.

Juan Ramón fue durante décadas la personalidad dominante del panorama poético español. Lo fue incluso cuando logró reconocimiento público el grupo de jóvenes poetas llamado del 27, que, siguiendo en buena medida su ejemplo, había de marcar la historia de nuestra poesía. El imperio del de Moguer se debió, desde luego, al efecto de su poesía en los lectores, pero también a su presencia personal en el mundillo literario. Fue, al tiempo que gran poeta, prosista propenso a la reflexión y al dictamen, editor de criterio y de gusto tipográfico estricto, crítico de opiniones lacónicas y terminantes, valedor de nuevos talentos y enemigo temible de otros líricos cuando tocaba. Su impronta deriva, en suma, de la cualidad única de sus versos y también de la de su figura, por lo que los títulos que de modo más claro la desvelan nos recuerdan no sólo la obra, sino también al hombre que dedicó toda su vida a labrarla.

Conviven así, en las librerías, nuevas ediciones de títulos esenciales y libros que presentan originales poéticos impresos sólo ahora, que proponen perspectivas menos usuales o sabidas de su obra, que nos asoman al laberinto de su infatigable escritura o nos acercan, mediante conversaciones, epistolarios y otros documentos, al hombre que fue el poeta.

La diversidad de los proyectos a que se atienen dichas nuevas ediciones, lo mismo que aquellas que las precedieron, deriva de los muy variados planes de edición que el poeta mismo trazó, a veces de modo sucesivo, a veces con intención de simultanearlos. Juan Ramón pensó y repensó incansablemente su producción literaria, concibiéndola en su conjunto como Obra, a la que contribuían los libros que la conforman –estuvieran publicados o no– y los textos que integran éstos. Afirmó en más de una ocasión que cuando corregía o revisaba lo hacía teniendo presente dicha totalidad. Y pensó en editar y reeditar sus libros separadamente, pero también quiso agruparlos en una edición conjunta de todo lo escrito o seleccionar según época, género o tema para publicar antologías. Ello explica que la historia editorial de sus textos fuera constituyendo ya en vida suya un embrollo considerable. Las antologías que él aprestó, pongamos por caso, forman parte esencial de su trayectoria vital y poética, tanto o más que los libros íntegros que dio a la imprenta. No hace falta subrayar, por ejemplo, la impronta de Segunda antolojía poética en la poesía española de aquel 1922.

La obsesión por encontrar la mejor versión de cada texto y la mejor disposición de los textos al reunirlos forma parte de la personalidad humana y poética de Juan Ramón, emparejada a menudo con la duda angustiada acerca de la perennidad de su creación. «Sé que mi Obra es lo mismo / que una pintura en el aire», dicen los primeros versos recogidos en Belleza. Las complicaciones que tal manera de crear ha acarreado para los responsables de editar poesía de Juan Ramón son notables y en ocasiones irresolubles, pues han de afrontar contradicciones, planes que se solapan, no concuerdan o se desdicen.

El de Moguer dejó además su archivo tan repleto de inéditos y borradores que bien podría hacer realidad aquella broma a medias de Joyce, según la cual dar de qué escribir a los estudiosos durante siglos era el mejor modo de asegurarse la inmortalidad. Afortunadamente, tal maraña textual y el consiguiente rompecabezas ecdótico no impiden la publicación de algunos títulos bien definidos, porque el poeta los remató de forma indudable. Eso sí, las informaciones editoriales precisas y claras se tornan inexcusables en poeta de obra tan enredada en su propia búsqueda de sí.

Salvan tal dificultad los planes de edición que proyectan publicar la obra en su integridad; esto es, la que constituye el canon del autor. Visor Libros viene editando, junto con la Diputación de Huelva, la colección «Obras de Juan Ramón Jiménez», que prevé editar en cuarenta y ocho volúmenes de pulcra y muy juanramoniana apariencia tipográfica la obra en verso, la prosa lírica y la prosa crítica del de Moguer. Los textos poéticos se atienen a lo establecido en la Obra poética que editó en 2005 Espasa Calpe. Aparte de los escuetos prólogos exegéticos a cargo de un amplio elenco de estudiosos y lectores, los libros se presentan descargados de todo aparato crítico, lo que distingue la edición de la del centenario que, bajo la dirección de Ricardo Gullón, imprimió Taurus a comienzos de los años ochenta, que aportaba notas críticas y detalles bibliográficos. La colección va, pues, dirigida al lector de poesía más que al estudioso y cumple el cometido esencial de poner a su alcance títulos mayores y menores del canon juanramoniano. El interés de las demás realizaciones editoriales del momento puede medirse por lo que agregan a tal recuperación necesaria.

En Conversaciones con Juan Ramón Jiménez de Ricardo Gullón, un clásico de la bibliografía juanramoniana felizmente recuperado ahora, que transcribe las charlas entre ambos en Puerto Rico, entre 1953 y 1954, el poeta se lamenta: «He sido vencido: creé más de lo que podía recrear de manera consciente. Esa es mi tragedia» (pp. 66-67). Es legendario, como ya señalé, el volumen de los textos inéditos que Juan Ramón dejó al morir, que han ido alimentando otras ediciones obligadamente más académicas que la mencionada, pues requieren en mayor grado y precisión detalles acerca del texto, la época de su escritura, su valor poético y las razones por las que no llegó a imprenta en vida del poeta.
Si hay una publicación de entre las recientes que ejemplifica de forma paradigmática el tratamiento académico exhaustivo de textos recuperados de Juan Ramón, esa es la monumental edición crítica y facsimilar de Dios deseado y deseante (Animal de fondo) que han preparado Rocío Bejarano y Joaquín Llansó para Akal. El libro ocupa una posición singular en la obra del poeta, pues si bien Juan Ramón publicó en 1949, a modo de anticipo parcial, Animal de fondo, no pudo verlo impreso en su integridad. A él se refiere el poeta en sus conversaciones con Gullón, al que afirma estar terminando «Dios deseado y deseante que, completo, tendrá ochenta poemas en lugar de los treinta publicados en Animal de fondo. Ahora este libro contiene un ciclo completo de mi pensamiento» (p. 96). La edición mencionada reconstruye minuciosamente el proceso de escritura y la composición del libro póstumo y, en sus más de mil doscientas páginas, incluye la reproducción fotográfica de todos los originales manuscritos y mecanografiados, incluida dicha edición de 1949. Ofrece, de este modo, una cata en la mesa de trabajo y el archivo del poeta, documentando rigurosamente cada paso y anotándolo en detalle. Es el resultado de su esfuerzo un registro apasionante de los modos de crear del de Moguer, que da fe de sus constantes tribulaciones de laborioso peón del poema, amarrado a una noria que ofrecía un sentido a su vida, pero no la eximió de incertidumbres. Aunque el tenor de la edición la reserva para uso y crítica de estudiosos y especialistas, su significación documental y el modo en que contribuye a una percepción más clara del poeta en su labor y del carácter orgánico de ésta exceden el interés meramente académico.

También los títulos canónicos del poeta admiten lecturas distintas de las tópicas. Buena muestra es la selección significativa que ofrece el volumen Prosa lírica I que han preparado Javier Blasco y Teresa Gómez Trueba para la Biblioteca Castro. Aunque también sigue los textos que para la ya mencionada edición de 2005 fijaron ellos mismos, aborda la obra de Juan Ramón desde otra perspectiva distinta: la de una antología de libros y textos que rescata y reivindica a un tiempo una faceta del autor oscurecida por su poesía y por las insustancialidades que acompañaron a la difusión masiva de Platero y yo. La recopilación sigue los pasos a una escritura permanente en prosa, en la que distingue ciclos sucesivos desde los tempranos poemas en prosa de Baladas para después, que abren el volumen, hasta los fragmentos del inconcluso Espacio que lo cierran. Entre ambos títulos, otros nueve libros, distribuidos todos en cuatro partes, etapas de una labor creadora paralela a la escritura en verso y en la que lo reflexivo o metafísico se suma a lo estrictamente lírico.

En la prosa lírica de Juan Ramón Jiménez, a menudo desdeñada por lecturas apresuradas, conviven la nostalgia de lo que ya no es o de lo que nunca pudo ser (así, el Moguer perdido de la infancia o el Madrid soñado por Carlos III) y la observación reflexiva de lo real. En algunos de estos textos se aprecia, acaso como en ningún otro de los suyos, la convivencia del poeta con la mejor intelectualidad española de su tiempo y, en particular, su colaboración con la Institución Libre de Enseñanza. A Alberto Jiménez Fraud está dedicado Un león andaluz, que recuerda, en la hora de su muerte, la vida y la obra de Francisco Giner de los Ríos, su círculo familiar y el de sus amigos y colaboradores. El volumen representa, en suma, una cuidada reivindicación de una parte esencial de la escritura de Juan Ramón, más próxima que el verso a las realidades de su tiempo y a las aspiraciones colectivas que hizo suyas el escritor, no tan distraído en su musa como se le supone a menudo.

El renombre ganado con sus versos convirtió a Juan Ramón en figura pública lo bastante temprano como para que prodigara durante cuatro décadas otras expresiones notables de su genio y le permitió pronunciarse con autoridad en asuntos de poesía. El de Moguer la ejerció sin titubeos y ofició de poeta también como editor y prosista. De ahí que textos personales, cartas, entrevistas y otros documentos contribuyan muy notablemente a esclarecer su mundo y sus actividades, más allá de sus afanes de creador atribulado por la obsesión de la Obra. La Residencia de Estudiantes ha publicado un elegante Álbum que ilustra las informaciones biográficas con una abundantísima iconografía. La reproducción de unos centenares de fotos, cubiertas de libros y revistas, dibujos, anotaciones manuscritas y otros documentos recupera para el lector actual la imagen del mundo que vivió el poeta y la de éste y los suyos a lo largo de su vida.

Conversaciones y cartas, en fin, a modo de instantáneas textuales, ayudan a fijar una imagen más cercana y confidencial del escritor. Alfonso Alegre Heitzmann recuerda, al presentar el primer volumen de los tres que integrarán el epistolario de Juan Ramón, que el poeta también incluyó las cartas en alguno de sus planes de edición. Fue consciente a tiempo de su importancia documental. Las publicadas hasta hoy, cuatro centenares pertenecientes al período 1898-1916, acompañadas ocasionalmente de poemas, constituyen una auténtica mina de informaciones, pues documentan no sólo la progresión de su tarea creadora, sino también ideas, proyectos, lecturas, amistades y desencuentros. En los epistolarios paralelos de Zenobia Camprubí se comprueba además el papel determinante de ésta como mediadora entre un creador no pocas veces intratable y el mundo en torno. No cabe duda de que estos epistolarios y los que seguirán aportarán informaciones capitales para desenredar la madeja creativa que el poeta anudó durante medio siglo.

Las conmemoraciones de Juan Ramón y Zenobia nos depararán en breve otros libros, pero lo publicado hasta el momento permite ya leer y releer parte sustancial de lo que el poeta de Moguer dejó escrito y considerar su figura humana y literaria a nueva luz. Su «pintura en el aire», más clara y matizada, parece hoy tan expresiva como siempre.
 

BIBLIOGRAFÍA

•  Juan Ramón Jiménez:

 –  Obras (48 vols.), Javier Blasco y Francisco Silvera (eds.). Visor/Diputación de Huelva, Madrid.
 –  Prosa lírica I, Biblioteca Castro/Fundación José Antonio de Castro, Madrid.
 –  La frente pensativa (1911-1912), José Antonio Expósito Hernández (ed.). Linteo, Orense.
 –  Dios deseado y deseante (Animal de fondo), Rocío Bejarano y Joaquín Llansó (eds.), Akal, Madrid.
 –  Epistolario I (1898-1916), Alfonso Alegre Heitzmann (ed.), Residencia de Estudiantes, Madrid.
 –  Álbum, Andrés Trapiello (ensayo biográfico), Javier Castro (biografía) y José Antonio Expósito (iconografía), Residencia de Estudiantes, Madrid.
•  Zenobia Camprubí: Epistolario I. Cartas a Juan Guerrero Ruiz (1917-1956), Graciela Palau de Nemes y Emilia Cortés Ibáñez (eds.), Residencia de Estudiantes, Madrid.
•  Zenobia Camprubí y Graciela Palau de Nemes: Epistolario (1948-1956), Emilia Cortés Ibáñez (ed.), Residencia de Estudiantes, Madrid.
•  Ricardo Gullón: Conversaciones con Juan Ramón Jiménez, Sibila/Fundación BBVA, Sevilla.

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