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Pla, Cataluña y España o el guardián de las ruinas

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Pla, escritor avezado, utilizó, en no pocas ocasiones, recursos literarios un tanto irritantes para el lector. Por ejemplo, presentar como auténticos, amparado en una especie de licencia literaria general, testimonios más o menos inventados; o publicar plagios o semiplagios a los que, por una razón o por otra, se creía autorizado (Pla escribió, mitad en serio, mitad irónicamente, varios elogios del plagio); o presentar como inéditos artículos ya publicados, con meros cambios de título o pequeñas modificaciones. A veces, olvidó, alteró o se negó a reconocer como suyas opiniones con las que el paso del tiempo le hizo estar en desacuerdo, o de las que estaba arrepentido; otras, inventó episodios de su biografía, e incluso negó, sin más, hechos que prefería no recordarDos ejemplos: en Notas dispersas, pág. 555 y ss., afirma que él votó en contra de la destitución de Eugenio d'Ors como responsable de Cultura de la Mancomunidad, lo que no es posible, señala Marina Gustà en Els orígens ideològics i literaris de Josep Pla (Barcelona, Curial, 1995, pág. 323), porque cuando se produjo la votación él no era todavía diputado de la Mancomunidad. En 1980, ya al final de su vida, escribe que él no conocía a Francesc Maciá cuando se hizo cargo de la presidencia de la Generalitat en la Segunda República, una falsedad según diversos indicios (véase nota 7). Véase Obra completa, vol. 44, pág. 210.. Pero, tonterías, lo que se dice tonterías, escribió muy pocas en su vida, y dejó más de 30.000 páginas, que ya es decir. Una de las más gruesas que, primero, dijo y, luego, escribió está en uno de sus dietarios, el que lleva por título Notas para Silvia, recogiendo una discusión con Jaime Vicens Vives sobre la historia de los Austrias españolesNotas para Silvia, págs. 112-113. Los cuatro principales dietarios de Pla (El cuaderno gris –traducción de 1966 de Dionisio Ridruejo y Gloria Ros–, Notas dispersas, Notas para Silvia y Notas del crepúsculo –traducción de Xavier Pericay de 2000 y 2001–) están disponibles en dos volúmenes (Espasa Calpe, 2001).

Vicens Vives le contó que iba a enviar a Madrid a uno de sus discípulos para estudiar algún tema relacionado con la monarquía de los Austrias y Pla le dijo: «¿Y por qué a Madrid? Si quiere estudiar a los Austrias, ¿por qué no lo envía a los archivos de Viena? ¿Acaso cree que España, en tiempos de los Austrias, se caracterizó por algo original desde el punto de vista político? ¿Acaso cree que hizo algo más que obedecer?». Vicens Vives, podemos suponer, sorprendidísimo, le responde: «¿No lo cree usted?». Y Pla le dice: «Pues claro que no. Creo que en este período España no ha sido más que el brazo armado y dirigido por Viena. Al Archivo de los Habsburgo, ahí debe enviar al discípulo». Vicens Vives le pregunta: «¿Pero tiene usted algún conocimiento de estos asuntos?». Pla reconoce que tiene pocos conocimientos, pero insiste en su opinión y Vicens Vives no puede contenerse y le dice: «Pero lo que dice es absurdo…». Entonces Pla, para rematar, le contesta: «Como quiera. Me da igual. Lo que lamentaría es que cayera usted en los tópicos más vulgares de la historiografía castellana». La discusión siguió aún un rato y, a juzgar por lo que el mismo Pla cuenta, Vicens Vives estaba tan asombrado como divertido. Para terminar, Pla le dice que los Borbones españoles tampoco debían ser estudiados en otro sitio que en París y, aunque Vicens Vives se resiste débilmente, parece que lo deja por imposible.


Las opiniones de Pla, carentes de fundamento para los Borbones, en todo caso a partir de Carlos III, son un disparate en cuanto a los Austrias. De hecho, la relación entre los Austrias españoles y los Austrias de Austria fue la inversa de la que Pla suponía. Como se dice ahora, a Pla «se le cruzaron los cables» y se atrevió a decir estas tonterías delante de uno de los grandes –con Ramón d'Abadal y Ferrán Soldevilla– historiadores catalanes del siglo XX, alguien que, por otra parte, no tenía, de ningún modo, menores «reservas catalanas» frente a Castilla que él mismo. ¿Cómo explicar esto en alguien tan tremendamente inteligente y tan culto como Pla?


Pla escribió y publicó a lo largo de seis décadas: en la Restauración, en la dictadura de Primo de Rivera, en la República, en la Guerra Civil, en los treinta y cinco años de régimen de Franco, en los años del restablecimiento de la democracia y la monarquía parlamentaria e, incluso, alcanzó a vivir el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981 y a dar sus opiniones, muy seniles, sobre el mismo. Su evolución política dentro del nacionalismo catalán ha sido muy estudiada y es bien conocida. Pero apenas ha suscitado interés la evolución de sus ideas y sentimientos sobre España, Castilla y los que él llama «castellanos», que para él eran, en realidad, todos los españoles cuya lengua materna era el castellano.

A partir de la Guerra Civil, Pla mantuvo una calculada mezcla de ambigüedad y reserva, tanto respecto a la relación entre Cataluña y España, como respecto al nacionalismo catalán. Era, quizá, la única actitud posible para alguien con su pasado político catalanista, que había colaborado –no importa ahora el porqué y el cómo, ni con qué ánimo o sinceridad– con el régimen político surgido de la sublevación militar de 1936; que debía convivir con el exaltado, intolerante y, en el fondo, muy ingenuo nacionalismo español-castellano, impuesto como una losa casi funeraria sobre la cultura y la vida intelectual española y, más aún, sobre la catalana, a partir de 1939; alguien que, en todo caso, había decidido seguir trabajando en Cataluña y –cuando fuera posible– en catalán. Mantuvo esa reserva hasta su muerte y parece haberse dado una coincidencia de intereses (¿políticos?) para que nadie, ni nacionalistas catalanes, ni no nacionalistas –catalanes o no–, tratase de entender sus ideas sobre España y su historia, digámoslo así para abreviar. Es probable que contribuyese a mantener esta situación el hecho de que, a la altura de los años sesenta y setenta, Pla era ya considerado, incluso por muchos que lo detestaban políticamente, el más importante escritor catalán del siglo, aunque, en una más bien obscena exhibición de torpeza cainita, lo dejaran morir sin recibir el Premio de Honor de las Letras Catalanas. Pero es llamativo que hoy, más de veinte años después de su muerte, la cuestión siga envuelta en la misma oscura ambigüedad.

La evolución de Pla dentro del nacionalismo catalán concluye, tras la Guerra Civil, con el repudio del catalanismo político ligado a los sucesos de la Segunda República, dominados por Esquerra Republicana y su confusa y cambiante mezcla de revolución social y desiderata separatista. La opinión que queremos sostener es que esa evolución no modificó –o apenas– sus sentimientos e ideas sobre España y Castilla, los castellanos y los españoles, ni quebrantó, o diluyó, su muy radical nacionalismo catalán. Pla se sentía tan lejos de Castilla y tan español exclusivamente administrativo en 1980 como en 1924; quizá, de modo distinto, pero igual; y no era menos intensa su preocupación por la cultura y la lengua catalanas en 1980 que en 1924. Por ello, creemos que el rechazo de una parte del nacionalismo catalán posterior a la Guerra Civil a la figura de Pla como «traidor» a Cataluña fue, podríamos decir, un abuso, o una servidumbre del antifranquismo: en fin de cuentas, un malentendido que Pla, ni podía, ni, probablemente, quería explicar.

LA EVOLUCIÓN DE PLA EN EL CATALANISMO POLÍTICO

En los años veinte, Pla completó, siempre en el ámbito del catalanismo político, una evolución algo tortuosa. En 1921 se presentó como candidato a diputado de la Mancomunidad por la Lliga Nacionalista del Bajo Ampurdán, cuyo presidente de honor era Cambó; salió elegido, y fue el más joven de todos los diputados electosCristina Badosa, Josep Pla: biografia delsolitari, Barcelona, Ed. 62, 1996, págs. 54-55.. En 1922 sintió una muy pasajera, más bien literaria y matizada atracción hacia la figura de Mussolini y las posibilidades de un movimiento político semejante al fascismo para lograr la independencia (o una amplia autonomía política) de CataluñaPla fue el único periodista español –o «peninsular», como él prefería decir–, testigo y cronista de la marcha sobre Roma: véase Marina Gustà, op. cit., pág. 201 y ss. Según Pi Sunyer, uno de los principales dirigentes de la Esquerra durante la Segunda República y la guerra, el ala más extremista y violenta del nacionalismo catalán, el grupo que se denominaba «Estat Català», mantuvo ciertas afinidades con el fascismo y sus procedimientos hasta la Guerra Civil: Carles Pi Sunyer, La República y la guerra, Ciudad de México, Oasis, 1975, págs. 119 y 228. En octubre de 1933, Pla publicó en La Veu de Catalunya un artículo titulado «El feixisme catalá i madrileny» interpretando el significado de un desfile de militantes de Estat Català en Montjuic, «como una invitación al fascismo de extrema derecha para hacer lo mismo». Citado por Cristina Badosa en Josep Pla: el difícil equilibri entre literatura y política, 1927-1939, Barcelona, Curial, 1994, págs. 279-280.. Pero las veleidades autoritarias de Pla se enfriaron muy pronto y desaparecieron del todo y para siempre en 1924, después del secuestro y asesinato del líder socialista italiano Matteotti: «El fascismo no es más que la organización de Italia para la guerra […]. Bajo el gobierno reaccionario, Italia le hará la guerra a Francia […] en Roma no piensan en otra cosa», escribió en 1925Obra completa, vol. 43, pág. 142.. Simpatizó entonces con Acció Catalana, escisión, supuestamente menos derechista y más nacionalista, de la Lliga Regionalista de CambóPla firmó en 1922 la convocatoria de la Conferència Nacional Catalana, que dio paso a la escisión de la Lliga Regionalista de Cambó y la aparición de Acció Catalana, aunque rompiera absolutamente con este grupo a partir de la publicación, en 1928, del primer volumen de su biografía de Cambó.. Después, entre 1924 y 1926, es decir, en los años iniciales de la dictadura de Primo de Rivera, se acercó a Francesc Maciá, el principal dirigente separatista, a quien conoció en ParísEn el legado Maciá, actualmente en el Archivo Nacional de Cataluña, se conserva una carta de Pla a Maciá de agosto de 1924, y copia de la respuesta de éste, en la que Pla se ofrece a Maciá para colaborar con él, aunque sin abandonar su trabajo como corresponsal. Véase Marina Gustà, op. cit., págs. 194, n. 68, 203 y 242-247., defensor de la acción violenta frente al Estado español. En sus recuerdos del exilio en París, en 1924, Francisco de Cossío nos ha dejado un apunte levemente burlón del Pla conspirador: «Pla milita en el grupo catalanista, y aquí, en París, se le ve acompañado de señores misteriosos que buscan los rincones más sombríos de los cafés para hablar en voz baja. Pertenecen, quizá a las huestes del señor Maciá [así era, en efecto] y posiblemente conspiren, ya que Primo de Rivera no ha cumplido sus promesas»Francisco de Cossío, Confesiones, mi familia, mis amigos y mi época, Madrid, Espasa Calpe, 1959, pág. 248.

Tras el fracaso, más ridículo que dramático, en noviembre de 1926, de la intentona de «invasión» armada organizada y encabezada por Maciá en la frontera pirenaicaMaciá organizó una expedición de unos 125 hombres, catalanes y algunos italianos –entre ellos, un aventurero, nieto de Garibaldi, que era confidente de las policías francesa, italiana y española, y que fue quien denunció a los «expedicionarios»– que debía invadir España por la Cerdaña francesa, entrando por los pueblos de Prats de Molló y Sant Llorenç de Cerdans. Todos, o muchos, de los componentes de la expedición fueron arrestados por la Gendarmería francesa y unos cuantos, procesados. Véase Jaume Miratvilles, Gent que he conegut, Barcelona, Destino, 1980, págs. 37-52., Pla se fue acercando al nacionalismoHay que precisar que, en todo caso, el nacionalismo de Pla tuvo siempre algo de irónico y distante. Pla era consciente de los problemas políticos e, incluso, morales, de cualquier nacionalismo dogmático o excluyente. En 1923 escribió: «Si como catalán soy nacionalista, debo confesar que no me es simpático el nacionalismo como doctrina general, que no puedo con el nacionalismo filosófico […] un nacionalista, excepto un nacionalista catalán, es un hombre profundamente antipático», citado por Marina Gustà, op. cit., pág. 199. Al final de su vida escribió: «Los Países Catalanes, pura ilusión del espíritu». Véase Obra completa, vol. 44, pág. 604.inspirado y dirigido por Cambó, cuyas ideas fundamentales eran el rechazo al separatismo, la decisión de intervenir en y, en la medida de lo posible, dirigir, la política española, y, desde luego, la oposición a las ideas y a las propuestas del socialismo. Pla explicó su posición política –que sería, en realidad, la definitiva: nunca tuvo ya otra– y sus razones en el tercer volumen de su biografía de Cambó, aparecido en 1930. Antes, en el segundo volumen, publicado en 1929, ya había dicho lo que pensaba de los separatistas de izquierda: «En este país hay una manera cómoda de hacer una vida suave, tranquila y regalada: consiste en afiliarse al extremismo razonable y lavarse las manos, pase lo que pase. En nuestro país ocurre una cosa curiosísima con el extremismo. En todo el mundo, las posiciones extremas de la política se mantienen por la gente más abnegada, más idealista, más romántica. En nuestra casa, el cercado extremista está poblado de escépticos, individualistas, pedantes y despistados»Citado por Cristina Badosa, Josep Pla:el difícil equilibri entre literatura y política, 1927-1939, pág. 95..

En realidad, el verbalismo contaminaba no sólo a los extremistas razonables –separatistas e izquierdistas de variado pelaje– a los que, obviamente, se refería Pla. Joan Estelrich, el más destacado intelectual militante de la Lliga de Cambó, incluía en su Catalunya endins, publicado en 1930, las siguientes exhortaciones: «Catalán, por mucho que te cueste, algún día tendrás que ser insensible, y duro, y vengativo. Si no sientes la venganza –la venganza depurada del odio, que restablezca el equilibrio roto–, si no sientes la misión de castigar, estás perdido para siempre. No lo olvides: confían en tu falta de memoria. No te enternezcas: confían en tu sentimentalismo fácil. No te apiades: confían en tu compasión, ellos, los verdugos»; y después: «No hay progreso en el derecho si no hay violencia. El derecho de las minorías podrá progresar mientras haya violencia […] La apelación al sentimiento es inútil: hay que apelar al interés»Joan Estelrich, Catalunya endins, Barcelona, 1930, págs. 26 y 43..


Pla estaba, ya antes de la República, muy lejos de ese verbalismo. Pero los acontecimientos que se suceden a partir de abril de 1931, que vivió intensamente como corresponsal político y parlamentario del periódico de la Lliga, La Veu de Catalunya, en Madrid, hicieron madurar del todo sus posiciones políticas y, podríamos decir, vitales. En enero de 1935, refiriéndose a la fallida sublevación de la Generalitat de Companys contra la República, Pla escribía: «La fecha del 6 de octubre [de 1934], que nos ha cubierto de vergüenza a todos los catalanes…»Citado por Cristina Badosa, Josep Pla:el difícil…, pág. 325.. No creemos que esta declaración fuese sólo retórica, o estuviera movida sólo por su militancia a favor de la Lliga de Cambó y, por consiguiente, contraria a Esquerra y a su líder, Companys. El penoso final de la sublevación, que tuvo aires de tragedia bufa, no hace difícil suponer que Pla sintiera, de verdad, vergüenza, y no precisamente ajena: aquel disparate se había consumado en nombre y en defensa de ideas y sentimientos que, en gran parte, eran los suyos. Muchos años después, discutiendo con José María Castellet, le dijoJosé María Castellet, Los escenarios dela memoria, Barcelona, Anagrama, 1988, pág. 102.: «No me hable de otros arrebatos [catalanes] y menos aún, de los patrióticos. ¿O prefiere que le cuente el ridículo del señor Maciá en Prats de Molló o la simpleza de Companys el 6 de octubre?».

El desastre de la Guerra Civil significó la desaparición de cualquier posibilidad de actuación para el catalanismo político y también la desaparición del mundo político e intelectual que había sido el de Pla, en el que él había desempeñado, como periodista y escritor, un papel de cierta importancia. El fracaso de la República y el horror de la guerra lo llevaron al completo desengaño, a un muy impaciente y malhumorado escepticismo político y a una radical animadversión hacia cualquier variante de irredentismo y victimismo catalán.

Lo que nunca le abandonó, desde luego, fue su pasión, su amor y su preocupación casi obsesivas por la lengua y la cultura catalanas, y su rotunda afirmación de ser catalán, sólo catalán y nada más que catalán. Por lo que respecta a la lengua, fue un radical absoluto. Escribió varias veces sobre los problemas que el bilingüismo («una tragedia indescriptible»Obra completa, vol. 36, pág. 180.) planteaba a los catalanes y afirmó que, en su opinión, el bilingüismo es posible sólo «en la contabilidad o en un informe administrativo. En la literatura y, concretamente, en la poesía, es inconcebible si se pretende hacer algo que exista realmente. El bilingüismo es un hecho contrario a la limitación inexorable de la inteligencia y de la sensibilidad humanas»Obra completa ,vol. 21, pág. 471..

La profundidad de sus sentimientos catalanes puede calibrarse por el siguiente desplante, lanzado muy al final de su vida: «Nosotros no tenemos que ser catalanistas, con ser catalanes nos basta: catalanistas, que lo sean los charnegos»Josep Valls, Pla de Conversa, Figueres, Brau, 1997, pág. 265.. En sus memorias, su gran amigo Manuel Ortínez contóManuel Ortínez, Una vida entre burgesos. Memòries, Barcelona, Ed. 62, 1993, pág. 120. Néstor Luján cuenta en sus Memorias, El tunel dels anys 40, pág. 171, que Pla tenía la lágrima fácil ante las efusiones líricas.haber visto a Pla llorar «como un niño» en 1950 cuando, por primera vez después de la guerra, oye tocar La Santa Espina en la Plaza Nueva de Palafrugell; y contó también el comienzo de la relación de Pla con Tarradellas en 1955, poco después de que éste fuera elegido presidente de la Generalitat en el exilio, cuando Tarradellas no era sino un símbolo casi irrelevante, incluso para muchos nacionalistas catalanes «del interior».

Pero, ¿cómo hacer coherente el nacionalismo lingüístico y cultural más radical, el sentimiento catalán más profundo, con el rechazo y el desprecio del catalanismo político y el irredentismo separatista? ¿Y cómo entender, entonces, su decisión de «reconocer» al presidente de la Generalitat en el exilio, precisamente cuando el régimen de Franco acababa de consolidarse fuertemente tras los acuerdos con los Estados Unidos y no había perspectiva alguna de cambio político en España? No parece injustificado sospechar que Pla podía estar buscando la absolución de sus pecados de colaboración durante la Guerra Civil con el bando «nacional» y una reconciliación con la Cataluña antifranquista, a espaldas y con independencia de la izquierda catalanista del «interior», con los que su relación era, realmente, o inexistente, o muy mala. Pero, probablemente, tampoco eso era todo.

La obra de memorialista y periodística, de creación, de análisis político, de crítica literaria de Pla, inmensa, compleja, inagotable, desmiente sus reiteradísimas, pesadas, casi rituales y, desde luego, nada sinceras protestas de simplismo, aldeanismo, ignorancia, incapacidad, invencible pereza, inanidad e insignificancia de su obra, etcétera, etcétera, con las que incordia a sus lectores a cada paso. Trataremos de mostrar que su posicionamiento, más que político, vital, tras la Guerra Civil, y a lo largo de las décadas del régimen de Franco, fue, lejos de toda facilidad oportunista y no menos que su obra escrita, un producto muy elaborado y complejo, dominado por una, no sabemos si calificar de «alta» pero, en todo caso, bien definida exigencia de dignidad personal y nacional. Simplemente, Cataluña y los catalanes no podían seguir desempeñando el papel de víctimas, de eternos fracasados (para muchos catalanes, la lista empieza en el «Compromiso de Caspe», sigue con la guerra «del Segadors», la desmembración impuesta con el Tratado de los Pirineos de 1659 y la Guerra de Sucesión, y termina con la Segunda República) frente al «enemigo castellano». Eso tenía que acabarse y él nunca más participaría, ni directa, ni indirectamente, en ese juego.

PLA EN MADRID, 1921: LITERATURA E HISTORIA

El primer libro en el que cuenta lo que sentía hacia España y las cosas españolas fue su Madrid, un Dietari, que elaboró en Estocolmo, en 1928, utilizando artículos y notas de su primera estancia en Madrid, en 1921, y que se publicó en Barcelona en 1929Madrid, un Dietari (Barcelona, Ed. Nova Revista, 1929) no se volvió a publicar en catalán hasta 1957, en el volumen VII de las abortadas Obras completas de la editorial Selecta, y no se publicó en castellano hasta 1986, en Alianza Editorial. Hay que advertir, por otro lado, que tanto en la edición en catalán de 1957 como en la castellana de 1986, que es una traducción de la edición de 1957, se omitieron casi todos los pasajes de la edición de 1929 en los que Pla contaba sus impresiones más negativas o críticas sobre Madrid, los castellanos, los españoles y España.. Empezaba su aproximación al problema con una nota de prudente autocrítica: «¡A los veinte años se tiene una visión tan simplista de las cosas! ¡Cuesta tanto comprender que la vida es enormemente complicada y viniendo de Cataluña, sobre todo, ocurre que una se nutre, por lo que hace referencia a España, de una literatura extremista, carente de toda finura incisiva, extremadamente pueril: viniendo de Cataluña produce un efecto extraño ver que el español, incluido el madrileño, es también un ser difícil de comprender, difícil de someter a nuestras ideas tradicionales, y a nuestro instrumental chapucero y aproximado»Madrid, un Dietari, págs. 80-81.. Sin embargo, esta inteligente prevención no le llevó a separarse de algunos tópicos sobre Castilla y sobre Madrid. Por ejemplo, en apuntes de aquella época recogidos en las Notas dispersasNotas dispersas, págs. 649, 837-838., las referencias a la «hidalguía castellana» o a ciertas peculiaridades de los madrileños. Pero, como señaló su amigo, Francisco de Cossío, en sus Confesiones –lo veremos un poco más adelante–, el pecado de Pla era menos venial que, meramente, dejarse vencer por algunos lugares comunes sobre Madrid y los castellanos.


Lo que Pla encuentra en Madrid y en el centro de la península, lo que va leyendo y sabiendo de la Historia de España despierta en él, sobre todo, animadversión, desconfianza o, en el mejor de los casos, indiferencia. Madrid, salvo el Museo del Prado, el agua de Lozoya y el clima, que considera excelente y tónico, no le gusta absolutamente nada. De la literatura castellana de los siglos XVI y XVII le gusta, sobre todo, la novela picaresca, aunque piensa que el Satiricón, de Petronio, es mejor «que todas las novelas picarescas españolas juntas»Obra completa, vol. A, Per acabar, Notes per a un diari, 1966, pág. 745.. La del siglo XIX (¡por no hablar de la del siglo XVIII !) no le interesa: cree que Galdós y Leopoldo Alas son novelistas muy malos, ignora a ValeraValera estaba considerado por los catalanistas como «anticatalán visceral», según dice Miguel Batllori en De la Edad Media a la Contemporánea. Conversaciones sobre mi obra , Barcelona, Ariel, 1994, pág. 64., Bécquer le parece insignificante (aunque se molesta en llevar a encuadernar un libro con sus poesías) y a Espronceda, ni lo menciona, aunque le gustan algunos artículos de Larra y siente simpatía por Zorrilla y su vida bohemia. Sin embargo, sí le interesan Baroja, Azorín o Machado, a los que, por su estilo o técnica, considera poco o nada «castellanos»; pero, incluso éstos, podría decirse, uno o varios escalones por debajo de los grandes autores europeos del momento, como Proust, Conrad, Joyce, Valéry, Gide o Pirandello. Respeta a Menéndez Pelayo, pero, dice de él que «como buen católico español […] resulta a menudo de un fanatismo indignante»Notas dispersas, pág. 644.. En cuanto a la literatura española del Siglo de Oro, tenemos dos significativas pruebas de cómo los prejuicios anticastellanos le influyeron, de modo casi absurdo, hasta el final de su vida.


Sabemos por las Conversaciones con Goethe, de Eckermann, que aquél consideraba a Shakespeare y a Calderón los dos grandes escritores de teatro desde los griegos; los trataba casi siempre en paralelo y pensaba que el inglés era superior como poeta y analista del alma humana, y el español, superior como dramaturgoJohann Peter Eckermann, Conversaciones con Goethe, trad. Jaime Bofill, Ciudad de México, Porrúa, 1984, págs. 64-65, 83-84, 94, 99, 106, 318, 356.. Pues bien, escribiendo en 1980, un año antes de su muerte, Pla recuerda y glosa la admiración de Goethe por Shakespeare, pero ignora absolutamente a Calderón, a quien, probablemente, había leído muy poco. Y en otra nota, escrita también en 1980, reconoce que hasta el momento en que leyó un libro de un especialista francés, publicado en 1971, no se había convencido de que San Juan de la Cruz era «un místico excepcional y un escritor incomparable», a pesar de que, como él mismo reconoce, Pedro Sainz Rodríguez ya se lo había dicho ¡en los años de la Segunda República!Obra completa, vol. 44, págs. 437 y 453..


Pasemos a la historia. En un apunte de las Notas para Silvia (no sabemos su fecha de redacción) dice: «Para tener una idea de España [de la clase dirigente] el primer documento que habría que leer son Las Provinciales, de Pascal. Es un documento muy eficaz para comprender cómo los jesuitas crearon esta clase –el barroco, las amnesias ante la injusticia, la cursilería irrespirable, la retórica, la hinchazón…–»Notas para Silvia, pág. 199.. En 1967, en una nota que lleva por título «Don Juan Prim como gobernante»Obra completa, vol. 33, pág. 508., y refiriéndose a los lamentos sobre las consecuencias para España de su asesinato, dice: «Estoy dispuesto a aceptar esta hipótesis […] típicamente española, mesiánica, es decir, de mesianismo fracasado». Muchos años antes había escrito que «la vanidad […] es el único sentimiento castellano próximo a la política»Citado por Marina Gustà, op. cit., pág. 257.. Y, en una polémica sobre la necesidad de hacer en Cataluña un periodismo de calidad, había prevenido contra el riesgo de que se diera «gato castellano por liebre europea», caracterizando el periodismo español como «rudimentario, provinciano o achacoso»Ídem, págs. 345 y 349..


Tratando de expresar la diferencia entre Castilla –toda la península menos Cataluña y Portugal, porque Pla no considera que el País Vasco o Galicia tengan entidad política propia, que haya que tener en cuenta, diferenciada de Castilla– y la periferia peninsular catalana, que es, para él, el área del catalán e incluye, desde luego, Valencia, dice: «La periferia peninsular ha comprendido, […] en ciertos momentos, las ideas abstractas y simbólicas que son la base del republicanismo y del liberalismo, como en cualquier otro país europeo. Donde no se han comprendido es en Castilla»Madrid, un Dietari, pág. 141..


El contacto con Castilla le impresionó fuertemente, y no precisamente porque sintiera simpatía o cercanía hacia su ambiente espiritual o político: «Cuando se dice que Castilla no es nada políticamente, se dice una estupidez. Castilla es una cosa: es un país ardientemente, profundamente, intensamente monárquico […] en el centro de España hay una única fuerza política activa, la Monarquía y la Casa Real»Ídem, págs. 26 y 140.. Pla no cree que, en contra de la visión tópica, los castellanos sean orgullosos: «Un pueblo dominado por ideales mágicos [la adoración monárquica] es un pueblo con un espíritu tribal. El espíritu tribal vive, sentimentalmente, del patetismo de la fidelidad al señor, de la emoción de servir al amo, del exclusivismo de la sumisión […] a medida que la periferia [española] camina […] hacia un régimen de cinismo tónico y saludable, Castilla refuerza sus sentimientos mágicos»Ídem, págs. 142-143..


Quizás el pasaje que expresa mejor lo que sintió Pla cuando visitó por primera vez Madrid y sus alrededores es el que cuenta sus impresiones de ToledoÍdem, pág. 192.: «Toledo es la ciudad más castellana de todas. Es el vértice medieval castellano, es decir, el punto más sensible y la clave del arco de la ambición nacional. Es el centro de la Reconquista, que es como decir el centro histórico de este país […] de la gran empresa nacional… hay muchas personas que dicen que los catalanes no saben nada de historia […] en Toledo, sin embargo, la aprendemos en un instante. Es en Toledo, en medio de estas magnificencias, donde se siente que somos hijos de una historia fatal. Toledo es el punto estratégico, diríamos, de nuestro drama. Deberíamos venir todos [obviamente, los catalanes] a meditar, porque en esta ciudad todo se explica con claridad». Esta es, quizá, la más fina y, a la vez, más profunda expresión del sentimiento victimista catalán frente a Castilla que nunca se haya escrito. Cuando Pla visitó por primera vez Toledo tenía 24 años.
Además de las confesiones del propio Pla, tenemos el testimonio de Francisco de Cossío. Se conocieron en París, en plena dictadura de Primo de Rivera, en 1924, cuando Cossío estaba exiliado y Pla era corresponsal allí de un periódico de Barcelona, La Publicitat. Cossío empieza diciendo de Pla que es «quizá el periodista español más inteligente que en estos años […] hay en París». Después de describir su aspecto físico –«le confunden con un japonés»– y su indumentaria, dice: «Oyéndole hablar, se le tomaría por un buen comisionista catalán con el estómago a prueba de todas las cocinas y el cuerpo a los vaivenes de todos los ferrocarriles. Y, sin embargo, no es nada de esto. José Pla ha nacido para que todos nos equivoquemos con él». Y, más adelante, llega a las cuestiones políticas y patrióticas: «Pla es un catalán muy catalán con todas las supersticiones catalanas metidas hasta los huesos. Ello quiere decir que siente un desdén olímpico hacia Castilla, sin que nunca se haya detenido a reflexionar sobre lo que el concepto "Castilla" significa. El profundo humorismo de Pla ha llegado a mitigar todas sus supersticiones sobre España y los españoles, menos ésta. Hablando, pues, de Cataluña y de Castilla, no se diferencia gran cosa de cualquier fabricante de Tarrasa » [la cursiva es nuestra]Francisco de Cossío, op. cit., págs. 246247..

CATALUÑA Y CASTILLA

A Pla, la historia de España le parecía «siniestra» (utiliza, de hecho, esta palabra en cierta ocasión en la que reprocha a la Monarquía dirigida o controlada por Castilla la pérdida del Rosellón y parte de la Cerdaña con el Tratado de los Pirineos de 1659)Notas del crepúsculo, pág. 556.. Conocía, probablemente, mejor Francia o Italia que España y se sentía mucho más cerca del paisaje, la arquitectura y las gentes de Toscana, o de algunas regiones de Francia, que de Castilla. No era, tampoco, una excepción. Poco antes de la instauración de la Segunda República, Joan Estelrich escribía: «La realidad es que los catalanes de hoy no conocen España; la desconocen psicológicamente más que Francia y, puede ser, más que Italia»Joan Estelrich, op. cit., pág. 84..

Pla creía que ningún pueblo peninsular, ni castellanos, ni catalanes, ni portugueses, habían aportado nada, o casi nada, al debate político, filosófico o cultural europeo de los últimos tres siglos. Sin ignorar –era demasiado inteligente, cultivado y viajado – las realizaciones literarias y artísticas de los españoles, identificados por él, casi siempre, con los castellanos, se interesaba mucho más por los escritores franceses e italianos. Podía recitarManuel Ortínez, op. cit., pág. 75.poemas de Manzoni, Foscolo o Leopardi, pero no parece que aprendiese –y, menos, que le divirtiese recitar en público– poema castellano alguno: «Yo no soy más que un italiano fracasado», escribió en 1980, al final de su vida, comentando su amor y admiración por ItaliaObra completa, vol. 44, pág. 333..

Con todo, el castellano era, obviamente, su segunda lengua. En realidad, tenía tal dominio del castellano que esta distinción es, en sí misma, algo injusta. Pla era perfectamente bilingüe, lo que no significa, y no entraña contradicción, que él quisiera ser, o se considerase, un escritor bilingüe. Sus catalanismos o barbarismos en castellano debían ser, muchos de ellos, intencionadosHay un interesante trabajo sobre la cuestión: Mariona Barrera i Aguilera, Estudi sobre les interferències lingüístiques en l'obra de Josep Pla, Barcelona, Universitat Pompeu Fabra, 2000.(quizás, una «compensación» por los muchos castellanismos del catalán corrientemente hablado y escrito), y conocía relativamente bien, aun con lagunas, lo esencial de la literatura castellana de los siglos XVI y XVII. Para alguien como él, para quien lenguaje y escritura lo eran casi todo en la vida, no podían dejar de afectarle ese perfecto conocimiento del castellano y su amplio y continuo trato con la literatura en castellano. Tenía que encajar, en su cabeza y en su corazón, Cataluña en España, la historia de Cataluña en la historia de España. ¿Cómo lo hizo? ¿Qué sentía realmente?

En el dietario que lleva por título Notas del crepúsculo , se apoya en un famoso texto de Marx sobre España, La Revolución española, para expresar, un tanto elípticamente, su rechazo a la «España unitaria», es decir, la España dominada por Castilla. Pla recuerda la explicación de Marx sobre el apoyo popular al carlismo y dice: «[el carlismo] representaba la Patria grande, como suma de las patrias locales, con sus peculiaridades y sus tradiciones propias»Notas del crepúsculo, pág. 656.. Para Pla, como para muchos catalanes, Castilla es la nación dominante, y Cataluña, la nación dominada. La relación de Cataluña no es con el conjunto de España, que incluye territorios y ámbitos culturales distintos de la Castilla tradicional, sino con esa Castilla tradicional que juega en España el papel de Prusia en Alemania, según la comparación utilizada por Joan EstelrichCuando estaban discutiéndose los aspectos financieros del Estatuto de Autonomía de Cataluña, en 1932, y Pla, corresponsal en Madrid, da cuenta de estas discusiones, explica las reuniones entre los técnicos enviados por Cataluña y los técnicos del Ministerio de Hacienda: a éstos, a veces, los llama «técnicos del Estado», y otras, simplemente, «los técnicos castellanos». Para Pla la discusión sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña durante la República lo fue entre Cataluña y Castilla; casi medio siglo más tarde no vio de modo muy distinto la discusión del Estatuto de Autonomía que se elaboró tras la Constitución de 1978. La comparación entre Castilla y Prusia en Joan Estelrich, Catalunya endins, Barcelona, Nagsa, 1930, pág. 86.. Su forma de entender la relación de Cataluña con el resto de España debía de estar cerca de la idea que, en 1954, expresaba Vicens Vives en su famosa Noticia de Cataluña : «No hemos sido [los catalanes] lo bastante fuertes para labrarnos nuestra propia historia: he aquí la gran tragedia colectiva [la cursiva es nuestra] […]. Cinco siglos ha que no sabemos adónde vamos, ora conformándonos con un menguado papel de circunscripción provincial, ora queriendo forzar la rueda de la fortuna hacia posiciones singulares en un mundo adverso a esa clase de tendencias»Jaume Vicens Vives, Noticia de Cataluña, Barcelona, Destino, págs. 19-20..

Pla no debió de estar lejos tampoco (y en estas coincidencias pudo fundamentarse la admiración que Pla sentía por el historiador) de estas otras tres ideas de Vicens Vives, recogidas también en Noticia de Cataluña y dirigidas frontalmente contra el victimismo catalán que, como ya hemos dicho, creemos que el Pla maduro sentía casi como un insulto a su dignidad personal e intelectual.

La primera, la afirmación de que los catalanes no debían «quejarse si Castilla se ha atribuido el mérito de haber hecho a España y si ha dado al Estado español sus virtudes y sus defectos. Quienes de ello se lamentan debieran meditar qué hemos dado nosotros, los catalanes, para que la comunidad política a la que pertenecemos fuese formada más a nuestro gusto»; la segunda, la conclusión de que la elección de Cataluña a favor de Castilla y no de Francia en el siglo XV «no admitía duda», y que este hecho «es irrevocable, a pesar de la decepción histórica posterior»Ídem, págs. 102 y 104.; y la tercera, quizá la más fundamental de las tres, que Pla expresa así: «En mis primeros contactos con el profesor Vicens Vives, este señor me dijo que la principal característica de Cataluña es su voluntad de ser […]. Yo creo que resume de modo exacto el espíritu de toda una generación –de nuestra generación–. La única arma importante que tenemos es la voluntad de personalización. Nosotros, la generación postnoucentista trabajamos y trabajaremos para acrecentar la voluntad de ser». Esta declaración –apenas cabe una proclamación de, digamos, voluntad nacionalista más radical– es el fundamento de la que viene después, que resume la justificación y la ambición de toda su vida de escritor en catalán: «Una literatura –en todas sus formas – es el espíritu de una lengua. Fundir literatura y pueblo es darle un espíritu. Es la primera obligación de un escritor. Esta es la labor primordial, y si resulta conveniente sacrificar a tres generaciones, hay que hacerlo sin dudar un momento»Notas dispersas, pág. 888..

LENGUA, LITERATURA Y POLÍTICA DE CATALUÑA: LA CENSURA FINAL A ESPRIU

Estas ideas venían de muy atrás, ya las había expuesto y repetido en los años veinteMarina Gustà, op. cit., págs. 364-365.. Desde muy joven, Pla quería que se escribiera una literatura que pudiera interesar a muchos, alejada de refinamientos, esteticismos y declamaciones intimistas, tan abundantes en la literatura catalana que él y su generación se encontraron al asomarse al mundo, una literatura rica en mala poesía y pobre en buena prosaEs muy divertida la clasificación de literatos catalanes del siglo XIX que propone, dice, a petición de una estudiosa alemana: «provincialistas floralescos, románticos floralescos, románticos épico-místicos, románticos descoloridos, poetas fluviales, naturalistas espiritualistas y naturalistas a ras de tierra». Véase Notas dispersas, págs. 833-834.. En 1927, defendiendo la necesidad de una literatura catalana «humanizada», puso a la literatura castellana como ejemplo de lo que no debía hacerse: «El desfondamiento [de la literatura castellana] además de ser en la historia literaria un fenómeno de una contundencia absoluta, es una lección de interés general […]. La literatura española se hundió – Cervantes y Lazarillo aparte– porque era una cosa puramente verbal y absolutamente deshumanizada»Obra completa, vol. 43, pág. 282.. Y lo volvió a decir por enésima vez en uno de sus últimos escritos: «Habiendo nacido en un país en que la casi-ciudadanía no sabe ni leer ni escribir la lengua, que habla de cualquier manera, he de tratar de hacer una cosa que la gente pueda leer sin dolor excesivo y real. No he compartido nunca las ilusiones del patrioterismo catalán, ni formado parte nunca de coterie alguna dedicada a la facilidad verbal»Obra completa, vol. 44, pág. 287..

Lo que había en el fondo de todo esto no era sólo, aunque también, una preferencia estética: era, en primer lugar, una exigencia política. No era un torneo intelectual, sino un llamamiento para darle a la lengua catalana las únicas armas con las que, pensaba, podría defenderse en el largo plazo: una literatura de calidad, una literatura de lo concreto que llegara a interesar a la mayoría. El siglo XIX había sido el de más intensa castellanización de toda la historia de la Cataluña española, mientras en el Rosellón y en la Cerdaña franceses el catalán estaba desapareciendo. Aunque hay retórica, obviamente, en la llamada de Pla al autosacrificio de los escritores catalanes, su idea de fondo es tan rigurosa –o, lo que es igual, tan radical– como cuando reordena su posición política después de 1939 frente al catalanismo político y España.
A largo plazo, sin duda, una lengua no se puede defender políticamente, es decir, mediante leyes, castigos y premios. Una lengua sólo puede sobrevivir si la gente la defiende en su vida diaria, sin designio, ni esfuerzo expreso, reconociéndose en ella, y eso es muy difícil sin una literatura y un periodismo que interesen a una mayoría de los que pueden hablarla y entenderla. Por eso, el primer deber de los escritores catalanes era, decía Pla, hacer una literatura alejada de toda retórica y de lo que él llamaba «romanticismo», una literatura atractiva, realista, que pudiera ser apreciada y entendida por «la generalidad» de los catalanes. Como lo prueba el último comentario que publicó sobre Salvador Espriu, mantuvo, hasta el final de su vida, esta exigencia, a la vez estética y política, antirretórica y antirromántica, de claridad y sencillez, imprescindibles, pensaba él, para provocar el interés del lector y seducirlo.

En 1960, Espriu publicó un poema que puede calificarse, sin duda de político, La pell de brau, «La piel de toro», es decir, «España», utilizando la imagen del pueblo judío, errante y perseguido, para simbolizar a los catalanes y su historia en la península Ibérica, y su difícil convivencia con Castilla y los castellanos. Aunque reprochándole suavemente su falta de amenidad y «voluptuosidad»Carta a Salvador Espriu fechada en 1948. Véase Obra completa, vol. A, págs. 201 y 204., Pla había expresado repetidas veces, a lo largo de muchos años, su admiración y respeto por Espriu, el escritor «que más allá ha ido en la prosa catalana moderna en su esfuerzo de retorcerle el pescuezo a la retórica»Notas dispersas, pág. 599.. También había dicho que de Espriu prefería la prosa al versoNotas para Silvia, pág. 184., lo que era ya, obviamente, una forma de crítica a su poesía. Pero, la anotación con la que cerró las Notas del crepúsculo, en 1979, dos años antes de su muerte, fue demoledora. Después de insistir en su vieja idea de que Espriu era un gran prosista y que habría podido ser uno de los mejores en lengua catalana si se hubiera dedicado a la prosa y no a la poesía «matizada por el grotesco vital más delirante […] que algunos entienden [pero que] resulta ininteligible para muchos más», y de afirmar que «el trato [no era éste], el trato, el compromiso de estas generaciones [de escritores catalanes] era acercar nuestro pueblo a la lengua y a la literatura», remachaba: « La pell de brau –un libro sobre España– es vulgar pero enormemente culto, lleno de aspavientos y gemidos personales»Notas del crepúsculo, pág. 760..

Sabemos que Espriu consideró que este juicio, por así decir, definitivo de Pla sobre su obra era un agravio imperdonable e irreparableXavier Bru de Sala, «El català retallat», Avui, 2 de septiembre de 1997. Espriu sufrió, cuenta Bru, «un acceso de cólera furibunda», sin entender realmente la justificación o razones de aquel juicio, para él injusto e inexplicable después de sus muchos años de relación amistosa y sus continuados elogios a la obra de Pla.y, en un sentido, tenía razón. Con estas pocas líneas, Pla repudiaba, finalmente, gran parte de la obra de Espriu, y esto iba más allá de la estética. Era también un repudio político en nombre de Cataluña y no parece aventurado suponer que esto fue lo que más dolió a Espriu, lo más angustioso para él. El comentario de Pla iba dirigido contra la oscuridad y la dificultad de la poesía de Espriu en general, y de su poema político sobre Cataluña y España, en particular, pero, no sólo contra eso. Pla no odiaba menos la exageración que se toma en serio a sí misma, los gestos y las declamaciones que, a veces, calificaba de «románticos» y, otras, de «barrocos». Y, aunque en su Homenot sobre EspriuObra completa, vol. 29, pág. 232., fechado en 1959, dio por buena la utilización de metáforas bíblicas o mitológicas, dada la falta de libertades políticas en la que debía escribirse desde la Guerra Civil, la metáfora del pueblo judío para representar a los catalanes en sus conflictos con los «castellanos» le pareció, según sus propias palabras, «vulgar» y, probablemente, excesiva. Naturalmente, no podemos estar seguros, pero ese exceso simbólico se compadecía mal, pensamos, con su repugnancia por la retórica, su susceptibilidad política y su sentido de la dignidad.

EL GUARDIÁN DE LAS RUINAS

En mayo de 1939, Pla se refugió en la casa familiar, el mas Pla, de Llofriu, junto a Palafrugell, que sería ya su residencia fija el resto de su vidaPla había vuelto a Barcelona a finales de enero de 1939, apenas ocupada la ciudad por las tropas «nacionales», de la mano de su amigo y protector, Manuel Aznar, nombrado director de La Vanguardia, quien lo nombró a él subdirector. Aznar se marchó a Roma en marzo y durante unas semanas, al parecer, Pla aspiró a ser nombrado director del periódico, la función que, de hecho, estaba ejerciendo. Pero en abril le llegó la noticia del nombramiento para ese puesto de Luis de Galinsoga, director del ABC de Sevilla, un exaltado y más bien primitivo «españolista» de sentimientos anticatalanes nada disimulados. Pla se dio cuenta de que no tendría ninguna posibilidad en la nueva situación y abandonó el periódico en mayo. Según Fabián Estapé, Pla nunca perdonó este agravio. Cuando, muchos años después, en 1960, Aznar fue nombrado otra vez director de La Vanguardia, le ofreció a Pla escribir en el periódico, pero Pla no aceptó, debido, al parecer, a su hostilidad hacia la familia propietaria del periódico, los Godó. Véase Fabián Estapé, Sin acuse de recibo, Barcelona, Plaza y Janés, 2000, pág. 165.. Teóricamente, Pla estaba entre los vencedores de la guerra. Había salido de Cataluña en septiembre de 1936La huida de Pla de Cataluña fue posible gracias a la ayuda de Jaume Miratvilles, secretario del Comité de Milicias Anti-Fascistas y después, hasta el fin de la guerra, comisario de Propaganda de la Generalitat., ante la amenaza, que no era imaginaria, de ser asesinado por cualquiera de las bandas de milicianos –sobre todo, anarquistas– que actuaron con total impunidad en Cataluña en las primeras semanas de la guerra. Había colaborado con el bando «nacional» en labores periodísticas y de información (cercanas al espionaje aficionado) y quien había sido, de hecho, desde finales de los años veinte, su «jefe político», Cambó, había dado su apoyo, junto con casi todo lo que quedaba de su partido, desde el primer momento y sin vacilaciones, a la sublevación militar y a Franco.

Tras superar algunas ilusiones, Pla se dio cuenta de que no había lugar para él, ni para nadie con su pasado catalanista y sus convicciones liberales, en la Cataluña de los vencedores, cualquiera que hubiera sido su actitud política y su colaboración con ellos en la guerra. Su aislamiento, incluso físico, fue casi completo y su ruptura con la política –con lo poquísimo que quedaba de política– y con el periodismo político, totalEn sus Casi unas memorias (Barcelona, Planeta, 1976, pág. 184), Dionisio Ridruejo cuenta, debía de ser a finales de 1939 o comienzos de 1940: «Fuimos a Aiguablava, donde Pla nos recibió con cortesía, aunque quizá con poco entusiasmo. Tuvimos que esperarle un poco, porque había salido a pescar y nos aseguró muy formalmente que de eso vivía».. Es significativo que no se conserve ningún escrito de Pla sobre las actividades de Joan Ventosa, el dirigente de la Lliga con el que había tenido más confianza, cuando Ventosa se atrevió, en 1940, a manifestar una tímida oposición «liberal» a la política económica intervencionista y autárquica, y en 1943, cuando promovió el primer intento de persuadir a Franco de que debía orientar el régimen hacia el restablecimiento de la monarquía parlamentariaBorja de Riquer, El último Cambó, Barcelona, Grijalbo, 1997, págs. 214 y 227.. Por descontado, tampoco tuvo relación alguna con Eugeni d'Ors, travestido en Madrid de falangista fantástico, ni se ocupó para nada de sus nuevos libros o de sus variopintas actividades entre 1939 y su muerte, en 1954Si no estamos equivocados, Pla no escribió apenas sobre la obra de Llorenç Villalonga, el autor de Mort de dama y Bearn, ni mantuvo con él relaciones de ningún tipo, aunque lo había conocido en Mallorca en 1931, y a pesar de que, en 1974, Villalonga había defendido la conveniencia de darle a Pla, antes que a él, el Premio de Honor de las Letras Catalanas (que él tampoco recibió finalmente, desde luego). Véase Jaume Pomar, La raó i el meu dret, Mallorca, Moll, 1995, pág. 391. Este es, realmente, un «agujero negro» en la obra de Pla, una ausencia extraña. La correspondencia entre Villalonga y Salvador Espriu –que hubiera podido, quizá, explicar algunas cosas– fue destruida por Espriu, y la que estaba en posesión de la viuda de Villalonga, por ésta, a petición expresa de Espriu. Véase Jaume Pomar, «Cartas de Salvador Espriu», Revista de Occidente, nº 229 (junio de 2000). Llorenç Villalonga mantuvo posiciones anticatalanistas durante la República y se afilió a Falange Española durante la guerra, aunque su militancia fue breve e intrascendente. Después se fue distanciando del Régimen y fue suavizando sus antiguas reticencias anticatalanistas, volviendo a escribir en catalán de modo habitual, aunque debido, al parecer, a su utilización de modismos mallorquines tuvo algunos conflictos con los puristas catalanes que le llevaron, incluso, a reescribir Bearn en castellano..

Después de la guerra, tampoco escribió nada, que sepamos, sobre las actividades de quien había sido, de hecho, su jefe político y protector, Cambó, ni parece que mantuviera ninguna relación con él, ni siquiera cuando Cambó visitó unos días Cataluña en 1940. A su muerte, en 1947, publicó una necrologíaObra completa, vol. 33, págs. 126-151.en la que, tras calificar de «tragedia pura y simple» la situación de Cambó e, indirectamente, la de todo el catalanismo moderado durante la Segunda República y la guerra, tragedia en la que, es seguro, él mismo se incluía, marcaba, con cierto sarcasmo, sus diferencias con los restos de catalanismo que creían posible o esperaban todavía una vuelta atrás: «Después, años después [de la tragedia] aparece el tono elegíaco. Demasiado tarde […] la Historia es irreversible»Obra completa, vol. 33, pág. 147..

Aun así, es razonable suponer que Pla nunca dejó de estar en sintonía con Cambó. Éste, unos meses antes de morir, le recordaba a un amigoBorja de Riquer, op. cit., págs. 254 y 324.los tres puntos que ya en 1909 había propuesto como «postulados» de la acción política catalanista y que le seguían pareciendo igual de importantes y urgentes después del desastre. Eran «el repudio enérgico y constante de toda veleidad separatista», «la aceptación sin reservas del régimen constitucional que haya en España, tanto si es monárquico, como si es republicano» y «la decisión de intervenir constantemente en la política general [española]». No sabemos si Pla llegó a conocer esta carta; pero, en todo caso, creemos que hubiera estado enteramente de acuerdo. Como les ocurría a otros catalanistas demócratas y liberales, su situación intelectual y política era imposible. En sus memorias, Néstor Luján lo recuerda así: «Pla era en aquellos momentos [1944] un hombre literalmente angustiado. Luchaba, como tantos de su generación, en una perpetua batalla de contradicciones. Hombre de derecha, pero demócrata, no podía aceptar de ninguna manera a los fantoches de la dictadura franquista. Esencialmente francófilo, admirador de la democracia inglesa, rechazaba el mundo de la retórica patriótica. Pero, entonces odiaba a los comunistas y a los socialistas con convicción» Néstor Luján, El tunel del anys 40, Memoria personal, Barcelona, La Campana, 1994, pág. 52..


Para el Pla de los años veinte y treinta, la defensa del catalán y la diferenciación de la cultura catalana frente a la cultura «española» o «castellana» eran, por supuesto, los cimientos de la reivindicación política catalana, que iba del federalismo españolista de Cambó al separatismo de formas semifascistas del Estat Catalá. El desastre de la Segunda República y la Guerra Civil arrasaron ese edificio histórico con muchos de sus habitantes dentro, y sólo quedaron los cimientos. La mayoría de los supervivientes pensaron que la Historia había sido, otra vez, injusta con Cataluña. Algunos se alejaron, no querían ni ver los escombros; otros se quedaron cerca, tratando de olvidar el pasado o esperando alguna reconstrucción milagrosa y una vuelta no menos milagrosa a 1931, o 1936.


Pla no hizo ni una cosa, ni otra. No sería, quizás, una imagen inadecuada decir que se quedó a vivir en las ruinas. Era demasiado inteligente para creer que cuando el edificio pudiera reconstruirse sería igual al desaparecido. Sabía que sería diferente, porque Cataluña, España y Europa serían diferentes, sobre todo cuando pudo constatarse que el régimen de Franco había superado su momento de mayor debilidad, el final de la Guerra Mundial, y que los aliados estaban dispuestos a convivir con ese régimen por tiempo indefinido.

Su decisión, a la vez esfuerzo moral y esfuerzo de dignidad política y personal, fue no quejarse nunca por el derrumbe del edificio, renunciar a cualquier idea del futuro que fuera una reedición del pasado, no embarcarse en más jeremiadas catalanistas, defender siempre la flexibilidad y el pacto, dejando en una especie de paréntesis civilizado sus sentimientos hacia España y sus prevenciones anticastellanas que, como Cossío se temía en los años veinte, nunca pudo o quiso superar.

La obra –enorme, fabulosa– de Pla no necesita, está claro, reivindicación, ni elogio. Su ambigüedad política y su reserva a partir de 1939, quizá sí. Evidentemente, así se protegió en la larga travesía del desierto. Pero, esa ambigüedad y esa reserva, que, a veces, podían parecer simple doblez, reflejaban también sus dudas y sus ideas acerca de cómo recuperar una convivencia pacífica para Cataluña y para España y un reconocimiento de, como él dijo utilizando una expresión de Vicens Vives, la voluntad de ser de Cataluña. Fue, en aquella circunstancia histórica, el recurso de un hombre muy civilizado y extremadamente lúcido. Lo menos que puede decirse es que el tiempo no le ha quitado la razón.

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