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La novela de un escritor

Jazz y días de lluvia

ANTONIO MARTÍNEZ SARRIÓN

Alfaguara, Madrid, 440 págs.

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Antonio Martínez Sarrión es un poeta de Albacete («¿Cómo, coño, puedes ser tan decadente, habiendo nacido en Albacete?», Jazz y días de lluvias, pág. 157, le dijo Jaime Gil de Biedma el día de su primer encuentro), a quien le habría bastado escribir El cine de los sábados o Thesaurus de I. M., esos dos poemas señeros, para mudarse en poeta imprescindible. Pero es que además Martínez Sarrión, a quien unos y otros llaman «moderno», por cosas ya bien añejas como su adhesión al rock o a las drogas expandidoras de la mente (curioso que en el libro que comento apenas salgan Jim Morrison, y en absoluto Huxley, entre los gurús del albaceteño), es un concienzudo memorialista y dietarista. Pues parece que habiéndole quedado corto el mundo poético (cual calzón de zangolotino), y en vez de optar por la ficción pura y dura como otros colegas suyos más jóvenes, ha preferido ilustrarnos acerca de una vida –la propia y por medio del camino confesional– no menos anodina que la de otros sujetos que eligieron hacer de las suyas materia novelable. Y digo anodina no en tono peyorativo, sino porque no parece que a Martínez Sarrión le hayan ocurrido cosas deslumbrantes; además, los escritores que aparecen en Jazz y días de lluvia atraerán, en el mejor de los casos, a una ínfima minoría. Y, sin embargo, este autor convierte en metales nobles un material que podría parecer ya muy sobado: la infancia y adolescencia, la juventud universitaria en aquellos años (últimos cincuenta, primeros sesenta) de tanta grisalla/grisura, si nos referimos a los dos tomos, Infancia yc orrupciones y Una juventud, anteriores a éste, el mundillo literario madrileño (con recaladas en el barcelonés), irremediablemente casposo y aun bajuno por utilizar un adjetivo caro a Martínez Sarrión, a quien de cuando en vez le sale la veta castiza/refitolera o incluso campanuda. Así cuando hablando de Aleixandre dice que: «Su generosidad y sentido de la amistad brotaba en hontanares» (pág. 250), o cuando al referirse a su maestro Benet y las fiestas que éste daba en su mansión de Zarzalejo: «Con los postres todo se había desordenado y los tragos desataban las vayas y las risas» (pág. 339). En todo caso el campaneo de Sarrión es episódico y nunca alcanza al «del peor y más genuflexo plagiario de César Gónzalez Ruano» (pág. 303), artífice de «"la abominable prosa sonajero", según certera acuñación de Juan Marsé» (pág. 368). Naturalmente, no hace falta el nombre (del hombre) para entender a quién se refiere Martínez Sarrión, escritor si no amable en todos sus juicios (los que se refieren a Rodríguez Padrón no lo son en absoluto), de los que suelen omitir venganzas personales en sus deposiciones memorialistas. Bien que en Jazzy días de lluvia salga muy malparado –pero como quedan a veces los viajeros amores– un viejo comilitón del albaceteño, Eduardo Chamorro, amigo a su vez de Juan Benet y sobre quien publicó recientemente Juan Benet y el aliento del espíritu sobre las aguas. Claro, el problema –y Antonio Martínez Sarrión no lo oculta– es que Chamorro se refiere a él en su libro con palabras sin duda displicentes. Lo que provoca en Sarrión singular ansia vengativa, que lo lleva a embestir a Chamorro donde más pudiera doler a éste, en la estima benetiana. Y, como cabría suponer, buenas –y largas– son las páginas que en Jazzy días de lluvia se dedican al ingeniero/escritor, sin dejar que el cariño y la admiración ofusquen el raciocinio ante un personaje controvertido y atrabiliario (sobre todo en materia política; a veces también literaria: «a mí En la penumbra me pareció un libro tremendamente divertido, lo que sin duda –escribir un libro humorístico en este caso– no era la intención del autor»). Es decir, que Martínez Sarrión, a pesar de la proximidad geográfica con su punto de partida, no convierte su apología benetiana en un «Viva Cartagena» mondo y lirondo. Y si Benet es protagonista del libro de Martínez Sarrión, no le van a la zaga Carlos Barral, Pere Gimferrer, Octavio Paz, Sánchez Ferlosio, Carmen Martín Gaite, Ángel González y sobre todo Juan García Hortelano, quien, además del testimonio de su amigo, se convierte en personaje de novela (el albaceteño aparecía como figurante en una escena de Gramática parda) al imaginar Martínez Sarrión un día de su vida en medio de la canícula madrileña, con tanta tradición literaria, por otra parte.

Deliberada o inconscientemente, el albaceteño se convierte a su vez en novelista, un poco al modo de aquellos apóstoles del realismo-social o socialrealismo en nuestro país: los López Salinas, Ferrés, Grosso, López Pacheco (y es muy revelador el retrato en penumbra que de éste se hace en Jazz ydías de lluvia). Al hablar de ellos, Martínez Sarrión resulta un nada desdeñable crítico literario: «con lápiz negro de punta bien afilada, que es la única forma seria de leer» (pág. 243).

Un libro, pues, de escritores y obras, peripecias autobiográficas en un Madrid, como no podía por ser menos, poblado de funcionarios, y Martínez Sarrión lo ha sido, y no de los más ejemplares a juzgar por su testimonio, y si no de qué tanto tiempo libre según del volumen se deduce. Y lleno de música, claro, que es la que predomina, más que la poesía, en el libro. Y el título no engaña: jazz, rock, bolero, tango y música –digamos– clásica para ilustrar una de las secciones del libro, Smokegets in your eyes. A esta sección, por amena, ilustrativa y bien escrita, uno podría incluso perdonarle –que ya es perdonar– el tono didáctico que le impone su autor, máxime cuando éste no es un musicólogo. Así, las páginas que van de la 212 a la 216, donde se explica la evolución en los gustos de Martínez Sarrión, que lo adentran en la música culta, podrían estar de más. Pero no lo están, y ello porque aquí hay estilo, un estilo elevado que salta las barreras peligrosísimas de lo obvio y que se hace poesía épica cuando se habla de Brahms, por ejemplo. Y es que el rockero revenido que podría ser Antonio Martínez Sarrión, ya se dijo, convierte en metal noble aquello que toca: incluso lo más evidente.

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