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La Gulag como historia

Gulag. Historia de los camposde concentración soviéticos

ANNE APPLEBAUM

Debate, Barcelona

Trad. de Magdalena Chocano Mena

688 págs.

25 €

The History of the Gulag: From Collectivization to the Great Terror

OLEG V. KHLEVNIUK

Yale University Press, New Haven y Londres

Trad. ing. de Vadim A. Staklo. Con colaboración editorial y comentarios de David J. Nordlander

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El vasto sistema soviético de campos de trabajos forzosos conocido como la «Gulag»El autor piensa que el término debe traducirse en femenino, como la Gulag, puesto que la palabra clave en el acrónimo es Upravlenie , «Administración» en ruso. Además, en el ruso original, fue técnicamente «GULag», tal y como se define en la pág. 18, aunque el autor ha optado por utilizar «Gulag», que es lo habitual. [N. del T.]ha sido reconocido desde hace mucho tiempo como el más vasto y brutal sistema de campos policiales que haya existido nunca dentro del mundo europeo en tiempos de paz. Aunque superado tanto en números totales como en muertes por el inmenso programa de campos de trabajo para esclavos y campos de exterminio de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, el sistema soviético sobrevivió en forma reducida hasta el final mismo del régimen soviético. Posteriormente fue reconocido como el símbolo central de la represión en la más totalitaria de todas las grandes dictaduras europeas.

En los países occidentales se publicó mucha información sobre las condiciones en las prisiones y los campos soviéticos ya en la década de 1920, pero se vio contrarrestada por las simpatías prosoviéticas que solían encontrarse entre la intelligentsia y por el apoyo engendrado a favor de la Unión Soviética por el Frente Popular y la alianza contra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial. En Europa occidental, el alcance y la idiosincrasia del sistema de campos no se reconoció plenamente hasta la publicación en 1973 de los tres volúmenes del magistral reportaje Archipiélago Gulag de Alexander Solzhenitsyn.

Con la desintegración de la Unión Soviética, los archivos soviéticos se abrieron parcialmente por primera vez y durante los años noventa se publicaron una serie de obras en ruso sobre la historia de la Gulag. Ya en 1989, el artículo de V. N. Zemsov «Arkhipelag Gulag», en Argumenty i fakty, presentaba datos estadísticos claves, y ocho años después el breve estudio comparativo de Galina Mikhailovna Ivanova Gulag v sisteme totalitarnogo gosudartsva (El Gulag en el sistema del Estado totalitario) presentaba un relato claro y preciso, y ofrecía estadísticas por lo general fiables.

Más tarde empezaron a aparecer nuevos estudios en Occidente. La tesis doctoral de Michael Jakobson, Origins of the Gulag: The Soviet Prison Camp 1917-1934 (1993), contenía un estudio claro y con documentación fiable de la primera fase del sistema de campos. Edwin Bacon, en The Gulag at War: Stalin's Forced Labour System in the Light of the Archives (1994), hizo lo mismo para el período crucial de la Segunda Guerra Mundial. La estructura organizativa del sistema aparecía explicada en todo detalle, tanto para los propios campos como para sus funciones económicas, en Ralf Stettner, «Archipel GULag»: Stalins Zwangslager-Terrorinstrument und Wirtschaftsgigant. Entstehung, Organisation und Funktion des sowjetischen Lagersystems 1928-1956 (1996).

Por ello, el nuevo estudio de Oleg Khlevniuk no ofrece una perspectiva marcadamente nueva, pero sí añade un buen número de detalles políticos y administrativos, y también trata otros grandes temas de la represión estalinista que reciben menos atención en otras obras históricas dedicadas a la Gulag. Khlevniuk es investigador del Archivo Estatal de la Federación Rusa y posee un conocimiento inigualado de los documentos en cuestión, además de un fácil acceso a los mismos, aunque subraya que, sin embargo, existen importantes secciones de los archivos que aún no se han abierto para su investigación. Su libro es parte de los «Annals of Communism Series» de la Yale University Press, organizada conjuntamente con los principales archivos estatales rusos, y presenta un comentario histórico-crítico, combinado con los textos de numerosos documentos cruciales, que aborda los principales temas de la historia soviética. (El volumen de esta serie que se conoce mejor en España es el estudio de la política soviética y el Comintern durante la Guerra Civil: Mary Habeck, Ronald Radosh y Grigory Sevostianov, editores, España traicionada, Barcelona, Planeta, 2002.)

El libro de Khlevniuk, a pesar de su título, no se propone presentar una historia general completa y exhaustiva del sistema de campos de trabajo. Más bien resume ese sistema y también contiene capítulos que tratan de otros importantes aspectos de la represión estalinista, como la hambruna masiva durante la colectivización de comienzos de la década de 1930 y el «Gran Terror» de 1937-1938. Su capítulo de cincuenta páginas sobre «Las "reformas" de Beria» constituye el análisis más amplio de los cambios introducidos por el jefe del NKVD en 19391940 para hacer que el sistema fuera más racional y económicamente productivo. Más importante aún, el capítulo de cuarenta y una páginas sobre «Las víctimas» aporta una generosa serie de estadísticas, aunque algunos de los datos básicos ya se habían publicado. Finalmente, los numerosos documentos, presentados completos, constituyen la única gran colección documental sobre la Gulag publicados en Occidente.

Para una amplia narración y una historia descriptiva de las condiciones en los campos y las vidas de los prisioneros, el lector querrá acudir al impresionante estudio de Anne Applebaum. Su cobertura es más amplia que la de Khlevniuk y no se basa casi en exclusiva en documentos oficiales –a pesar de que estos últimos se utilizan con precisión y eficacia–, sino que se vale también profusamente del gran número de recuerdos de supervivientes de la Gulag.

De todos los estudios históricos, el de Applebaum es con mucho el mejor y más elocuentemente escrito. No es una historiadora profesional, sino una periodista de gran talento que dedicó varios años de meticulosa investigación a este proyecto. No es sólo el tratamiento más completo y mejor escrito, sino el único que ha logrado revelar plenamente la «historia humana» de la Gulag, explicando con un detalle considerable cómo era la vida realmente en los campos, y cómo vivían, trabajaban, morían y, también en muchos casos, sobrevivían sus internos. Evoca los horrores de traslados frecuentes en camiones de ganado vacíos y la peculiar cultura del campo, que desarrollaba sus propias leyes, costumbres, literatura, jerga y moralidad. El régimen zarista había desarrollado un sistema de katorga, o trabajos forzosos, para una categoría limitada de prisioneros: aunque eran sólo 6.000 en 1906, habían aumentado a 28.000 diez años más tarde. El sistema de prisiones zarista albergaba aproximadamente a ciento cincuenta mil reclusos en vísperas de la revolución, una cifra nada llamativa en un imperio de ciento setenta millones de habitantes. La pena de muerte era infrecuente, excepto durante la Revolución de 1905.

El concepto de un sistema especial de campos para grandes números de refugiados o para prisioneros era un producto de finales del siglo XIX . Durante la última campaña cubana, el capitán general Valeriano Weyler organizó una amplia serie de campos para refugiados civiles, que habían sido trasladados desde zonas dominadas anteriormente por los insurrectos, denominando a estos lugares «reconcentraciones». Dos años más tarde los británicos adoptaron una política idéntica durante la guerra de los Boers en Suráfrica, alterando el uso español y acuñando el término inglés «campos de concentración». Los próximos en seguir una política así para refugiados civiles fueron los alemanes al hacer frente a una insurrección local en la África suroccidental alemana en 1904, pero exigieron que los habitantes de lo que llamaron Konzentrationslagern llevaran también a cabo trabajos forzosos. En torno a esa época el término kontslager se introdujo también en el ruso, y fue aparentemente Leon Trotsky quien impulsó inicialmente el uso de kontslager para prisioneros durante los primeros meses del régimen bolchevique en 1918. Pronto se añadió también el elemento de los trabajos forzosos, pero durante los años veinte el número de prisioneros en los campos de trabajo fue pequeño, sin superar nunca la cifra de sesenta mil.

El gran cambio vino determinado en junio de 1929, entre la «revolución estalinista» de la colectivización agrícola estatal forzosa y la masiva industrialización estatal de los planes quinquenales. En esa época el Politburó decidió reducir los gastos haciendo que la mayor parte del sistema de prisiones soviético fuera económicamente autofinanciado por medio de su transformación en lo que denominaron «campos correctivos de trabajo», tal y como se detalla en el primer capítulo del libro de Khlevniuk. A finales de 1930 el sistema quedó formalizado con el nombre de Glavnoe Upravlenie Lagerei (Administración Central de Campos), cuyo acrónimo dio lugar a GULag. Así nació uno de los términos más siniestros de un siglo pródigo en términos siniestros.

En conjunto, Khlevniuk presenta datos que muestran que durante los años 1930 a 1936, anteriores al Gran Terror, un total de doce millones de ciudadanos soviéticos fueron arrestados y condenados, aunque esta cifra contiene también los diversos arrestos de un cierto número de personas. En aquella época, sin embargo, la mayoría de ellas recibieron sentencias a penas de prisión que no llegaron a cumplir. Un total de dos millones y medio de personas aproximadamente, en su mayoría kulaky (un término en argot que significa «puños» y que hace referencia a los campesinos más prósperos) fueron condenadas a cadena perpetua en nuevas «colonias de población» en zonas remotas de Asia central o Siberia. Para los prisioneros normales con las condenas más breves se creó un sistema algo más suave de «Colonias correctivas de trabajo», con condiciones menos duras y restrictivas, y en total durante este período más de un millón de personas fueron condenadas a los campos y las colonias, cuya población total era casi de un millón en 1935. Durante ese período, la mayor pérdida de vidas vino provocada por la hambruna masiva de 1932-1933, que fue especialmente severa en el sur de la Unión Soviética y en Asia central. Khlevniuk calcula que al menos siete millones de personas murieron en la hambruna impuesta por las políticas de confiscación estatales, mientras que otro medio millón perecieron en las colonias de población y en la Gulag.

En 1934 la Gulag se integró dentro del recién formado Comisariado del Pueblo de Asuntos Internos (NKVD), o Ministerio del Interior, que se ocupaba entonces de llevar a cabo la purga masiva de la población de élite y urbana, conocida en la historia como el Gran Terror, en 19371938. Lo más espeluznante del Gran Terror fueron las oleadas masivas de ejecuciones ordenadas por Stalin y el Politburó. Según los documentos conservados del NKVD, durante los dos años 1937 y 1938 se llevaron a cabo un total de 681.000 ejecuciones.

El Gran Terror coincidió con la Guerra Civil española, y el lector español puede sentir curiosidad por establecer una comparación entre este siniestro proceso y las enormes represiones en España, que tuvieron lugar fundamentalmente durante los últimos cinco meses y medio de 1936. La mejor investigación ha indicado que fueron un total de ciento veinte mil ejecuciones las que se produjeron durante la Guerra Civil española. En aquella época la población de la Unión Soviética era entre siete y ocho veces mayor que la de España. Sobre la base de las poblaciones comparativas, puede verse fácilmente que el alcance proporcional de las ejecuciones españolas fue incluso mayor que las de Stalin, especialmente si se tiene en cuenta que la mayoría se concentraron dentro de un período de tiempo tan breve. La gran diferencia, por supuesto, era que en España había dos fuerzas de represión diferentes y sólo una en la Unión Soviética. Los comunes denominadores fueron la política de revolución continuada de Stalin y las fuerzas motrices de la revolución y la contrarrevolución en España.

Los datos reunidos por Khlevniuk indican que los tribunales soviéticos condenaron a un total de 7.100.000 personas durante el período de cuatro años que va de 1937 a 1940, pero la mayoría recibieron sentencias con penas comparativamente leves. A cientos de miles, sin embargo, les impusieron condenas más severas y la población total en los campos y colonias de la Gulag aumentó a 1.881.570 personas a comienzos de 1938 y a casi dos millones tres años después. Esto sucedió a pesar de una tasa de mortalidad comparativamente alta en los campos.

En 1939 el nuevo director del NKVD era Lavrenti Beria, probablemente el técnico supremo del totalitarismo después del propio Stalin. Georgiano, como su amo, parece haber tenido poco interés por el marxismo-leninismo, sino que se dedicó simplemente a hacer que el sistema de represión funcionara con más eficacia. Durante 1939 intentó «racionalizar» la Gulag para que resultara más productiva. Pero para entonces el sistema de campos y colonias de trabajo se había vuelto tan grande que estaba desempeñando un importante papel en la economía soviética, especialmente en sectores como la explotación forestal, la minería y la construcción. Beria buscó, por tanto, mejorar las raciones de comida y lograr una administración más eficaz, al tiempo que reforzaba aún más la disciplina. No se trataba de ninguna «liberalización», sino simplemente de un intento de exprimir a los prisioneros para que su producción fuera aún mayor. En 1941 el NKVD estaba recibiendo nada menos que el once por ciento del presupuesto de inversiones de capital de toda la Unión Soviética. Es dudoso que este fuera un uso productivo de la inversión de recursos. Al margen del tremendo coste en vidas y sufrimientos humanos –y a pesar de las larguísimas jornadas de trabajo con sólo tres días de descanso al mes–, la productividad proporcional de la Gulag no era, de hecho, tan grande. El principal técnico del totalitarismo parece haberse dado cuenta posteriormente de este hecho, ya que Beria tomó la iniciativa de empezar a cerrar la mayor parte del sistema de campos después de la muerte de Stalin.

La invasión alemana provocó una nueva crisis. Por un lado, durante un período de tres años, se permitió que casi un millón de prisioneros de la Gulag se alistaran como voluntarios en los shtrafny batalony (batallones de castigo) del Ejército Rojo, cuya tasa de mortalidad era desmesuradamente alta. Por otro, la invasión provocó una crisis alimenticia gigantesca en un sistema en el que la producción de alimentos era ya muy pobre. Durante los dos primeros inviernos de la guerra, las raciones de comida en la Gulag, ya de por sí bajas, cayeron vertiginosamente. Alrededor de medio millón de prisioneros –posiblemente más– murieron simplemente de hambre. Durante la guerra, la disciplina en el Ejército Rojo era draconiana. Hubo casi un millón de condenas dictadas por tribunales militares, posiblemente con doscientas mil ejecuciones. Además, hubo muchos más arrestos entre la población civil. Aun así, la población de la Gulag había descendido hasta un mínimo de 1.180.000 personas a comienzos de 1944.

Durante 1944 el censo de la Gulag empezó a crecer de nuevo, ya que el régimen había dejado de mostrarse reticente al envío de soldados condenados a los campos, y aumentaron los arrestos de civiles, especialmente en las regiones occidentales de la Unión Soviética que habían vivido durante dos años o más bajo ocupación alemana. La población de la Gulag creció entonces progresivamente, alcanzando su máximo en 1949-1952, con un total de más dos millones y medio de prisioneros.

Pero esto apenas revela el alcance de los trabajos forzosos en la Unión Soviética, ya que al total habría que añadir aproximadamente los cuatro millones de prisioneros de guerra enemigos –en su mayor parte alemanes y japoneses– en campos soviéticos en agosto de 1945. Casi todos ellos se encontraban en campos de trabajo del tipo de la Gulag y casi un tercio murieron durante los nueve años siguientes hasta que los últimos supervivientes pudieron regresar finalmente a casa.

El relato –elocuentemente escrito– de Applebaum no describe simplemente las diversas dimensiones de la vida y la muerte a lo largo de estas décadas, sino que es el único que detalla la posterior historia de la Gulag hasta el final de la Unión Soviética. Las revueltas en los campos pasaron a ser cada vez más frecuentes durante los últimos años de vida de Stalin, y en 1949 los prisioneros de un campo en el remoto norte lograron reducir a sus guardianes y liberaron una serie de campos vecinos antes de ser aplastados por destacamentos del Ejército Rojo.

Tras la muerte de Stalin, la mayoría de los campos empezaron lentamente a cerrarse. No se trataba simplemente de una medida humanitaria, ya que los sucesores menos ideologizados de Stalin reconocieron que la vasta «economía de la Gulag» era esencialmente no rentable. Con posterioridad a mediados de los años cincuenta sólo sobrevivió una miniGulag, con unos pocos cientos de miles de prisioneros como parte del sistema penal ordinario soviético.

Y, sin embargo, la Gulag sigue viva. Técnicos soviéticos mostraron a partir de 1945 a los norcoreanos y los comunistas chinos cómo organizar campos de trabajo al estilo soviético. Estas Gulags del este de Asia siguen existiendo en el siglo XXI , y en el caso chino fabrican productos para la economía globalizada. Y Applebaum se hace eco de un artículo aparecido en Moscow Times de 2001 que informaba de que los prisioneros norcoreanos estaban actualmente trabajando duro en minas especiales y campos de tala de árboles en Siberia para pagar antiguos préstamos recibidos de Rusia.

En contra de lo defendido en anteriores estudios, un gran número de prisioneros de la Gulag –la mayoría, de hecho– lograron sobrevivir, aunque su salud física quedó afectada a menudo de manera permanente. Quienes completaban sus condenas eran normalmente liberados, y en el período de grandes cantidades de arrestos tras la Segunda Guerra Mundial hubo años en que casi se liberaban tantos presos como se encarcelaban nuevos. Reducidos números de prisioneros escapaban siempre de estos campos remotos, y los datos soviéticos indican que alrededor de un tercio –hasta un total de varios miles al año– no volvían nunca a ser capturados. Así, la experiencia del comunista español Valentín González («El Campesino»), cuando consiguió escapar con éxito de la Gulag, no carecía de precedentes soviéticos.

¿Cuál es el total de prisioneros que pasaron por la Gulag? Khlevniuk, consciente de las lagunas en los archivos, se muestra algo reacio a ofrecer estadísticas globales, aunque la mayoría de sus datos concluyen en 1941. De modo que es de nuevo Applebaum quien ofrece la cifra más completa, aunque con un menor apoyo archivístico. Sus datos, basados en cálculos rusos y soviéticos anteriores, indican que durante el cuarto de siglo de Stalin de 1929 a 1953, aproximadamente dieciocho millones de personas pasaron por la Gulag, de los que casi tres millones murieron. A esto habría que añadir los cuatro millones de prisioneros de guerra y en torno a seis millones más de ciudadanos soviéticos condenados a colonias de población, los primeros con una tasa de mortalidad incluso mayor que los segundos. La Gulag se erige en la mayor empresa individual de ingeniería represiva totalitaria en la Europa del siglo XX . Los líderes del régimen reconocieron su error fundamental aun antes de que concluyera el sistema soviético, pero sus avatares del este de Asia siguen sobreviviendo en la actualidad.


Traducción de Luis Gago.

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