Buscar

La recuperación de un clásico

Historia de la conquista de México

WILLIAM H. PRESCOTT

Antonio Machado Libros, Madrid

Trad. de Rafael Torres Pabón Introd. de Juan Miralles

608 págs.

28 €

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Publicada por primera vez en 1843, Historia de la conquista de México de Prescott se convirtió de inmediato en un best seller. Harper and Company, la editorial neoyorquina de Prescott, vendió su tirada inicial de cinco mil libros en tan sólo unos meses. Las cifras de ventas en Inglaterra fueron igualmente altas; como puede leerse en una carta, «todo el mundo en Londres está leyendo la conquista de México» The Literary Memoranda of William HicklingPrescott, ed. C. Harvey Gardiner, 2 vols., Oklahoma, Norman, 1961, vol. 2, pág. 116. . El libro fue recibido con críticas favorables. Un bibliotecario de Nueva York lo describió como «historia perfecta, que une todos los atractivos de una narración hermosamente vivaz con la autenticidad de la historia documental» William H. Prescott, The Correspondence ofWilliam Hickling Prescott, 1833-1847, ed. Roger Wolcott, pág. 425. . Alexander von Humboldt, el mayor experto europeo en la historia de México, quedó tan impresionado por el libro que envió sus felicitaciones a Prescott y le informó –en enero de 1845– de que ya estaba preparándose una traducción alemana. Pero, aunque Prescott se mostró complacido con la recepción favorable en Londres y Berlín, estaba especialmente nervioso sobre cómo reaccionarían los españoles, «mis compatriotas adoptivos», como los describió en una ocasión Ibid., pág. 390. Prescott realizó esta observación en una carta fechada el 29 de diciembre de 1843 dirigida a Pascual de Gayangos, uno de sus íntimos colegas españoles. . La conquista de México no se publicaría en España hasta 1847, si bien Prescott quedó encantado cuando, en febrero de 1844, supo que la Real Academia de las Bellas Letras de Sevilla –«del presidente al conserje»– estaba tan entusiasmada con el libro que hizo extensiva una cálida bienvenida a uno de sus amigos, Georg Sumner, sencillamente porque era «un conciudadano del Sigr. Prescott». Las palabras del propio Prescott fueron estas: «Agradezco mucho este homenaje de un pueblo a cuyos anales me he dedicado» Prescott, Literary Memoranda, vol. 2, pág. 116. .

¿Por qué tanto entusiasmo, especialmente cuando no había ya escasez de libros sobre la conquista, entre ellos obras de autores españoles como López de Gomara, Herrera y Tordesillas y Solís, por no mencionar al propio Cortés en sus famosas Cartas de Relación? Para empezar, William Hickling Prescott (Salem [Massachusetts], 1796-Boston, 1861) poseía ya una reputación internacional como historiador de primera fila. Miembro de una familia de Boston adinerada y socialmente prominente, Prescott se educó en la Universidad de Harvard, donde, de resultas de un accidente insólito, su visión se vio afectada hasta el punto de que podía leer sólo unas pocas horas al día. Su interés por escribir historia surgió más tarde, y aun entonces no tenía claro qué tipo de historia quería escribir. Pero Prescott conoció pronto a George Ticknor, famoso entre los estudiosos de la literatura por su pionera History of the Spanish Literature (1849), que fue el primero en introducir a Prescott a la historia y la cultura de España. En 1826 –y no 1830, como apunta erróneamente el ensayo introductorio de este volumen– Prescott había encontrado ya su tema: una historia de los Reyes Católicos que, justo una década después, se publicó finalmente el día de Navidad de 1836 como A History of the Reign of Ferdinand and Isabella. Un éxito clamoroso a ambos lados del Atlántico, el libro fue calurosamente recibido en Madrid y ayudó a preparar el terreno para el nombramiento de Prescott como miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia en agosto de 1839.

Varios ingredientes explican parte de la popularidad de Ferdinand and Isabella, incluidos los no muy diferentes de los que se encuentran en la Conquista de México, así como los posteriores libros de Prescott sobre la conquista de Perú (1847) y Felipe II (1855). Uno era la dependencia del autor de lo que consideraba documentos y manuscritos autorizados, muchos de los cuales se encontraban únicamente en los archivos recientemente abiertos en España y que, con unos gastos considerables, había hecho copiar a un pequeño equipo de amanuenses y enviar a Boston (donde pueden consultarse en la Massachusetts Historical Society). Estos mismos materiales contribuyeron a asegurar que los especialistas reaccionaran favorablemente a los libros de Prescott, ya que éste era precisamente el momento en que el gran historiador positivista alemán, Leopold von Ranke, defendía que las únicas historias «verídicas» eran las que se basaban en documentos originales y en la investigación archivística.

Más importante aún para la reputación de Prescott como historiador fue la calidad poética de su prosa, especialmente su capacidad para pintar vívidos retratos textuales concebidos para «transportar» a sus lectores en el tiempo a la época y el país acerca de los que estaba escribiendo. Prescott cultivó cuidadosamente lo que él llamaba un estilo «natural» de escritura que se adecuaba a su personalidad, pero que, como indican sus valiosos Literary Memoranda, solían requerir que dedicara hasta cuatro días para dar forma a una sola página. Prescott ponía también un gran empeño en captar la atención del lector, recordándose constantemente la necesidad de que sus narraciones fueran «interesantes». Logró esto en parte transmitiendo una cierta sensación de intriga a todos sus libros, así como modificando el ritmo de la narración, yuxtaponiendo momentos de acción dramática, como batallas, con otros que aportaban la información de fondo que juzgaba necesaria. Por encima de todo, Prescott aspiraba a conseguir que sus libros fueran «interesantes» y accesibles a un público amplio aunque medianamente cultivado.

De ello se deduce que Prescott se tomaba muy en serio las ventas de sus libros, y lo cierto es que sus Literary Memoranda indican que sumaba regularmente el número de copias que se habían vendido. Sin embargo, Prescott no escribió nunca simplemente por dinero o, como confesó en el momento en que estaba a punto de empezar a trabajar en la Conquista: «Afortunadamente, no me empuja a escribir el tener que ganarme el pan; y nunca escribiré por dinero» Prescott, Literary Memoranda, vol. 2, pág. 10. . Lo que quería era escribir historia «honesta». También quería que sus libros fueran «útiles» hasta el punto de que transmitieran mensajes filosóficos relacionados con sus grandes inquietudes intelectuales, entre ellas, el nacimiento de la civilización –que él equiparaba en gran medida con Europa– y la marcha del progreso, una palabra que definía en términos de libertad política, intelectual y religiosa, y que asociaba principalmente con los Estados Unidos. De hecho, todos sus libros pueden relacionarse temáticamente con estas ideas. Su Historia del reinado de los Reyes Católicos D. Fernando y D.aIsabel (el título con que se tradujo al castellano), por ejemplo, se ocupaba fundamentalmente –y aquí vuelvo a referirme a susLiterary Memoranda – de la sustitución de la anarquía por el orden, la ignorancia por la civilización, el libertinaje por la moral, el endeudamiento real por la economía y la riqueza, todo lo cual preparaba a España para una época de «empresas heroicas» y la «brillante carrera de gloria que estaba destinada a extenderse un siglo» Prescott, Literary Memoranda, vol. 1, pág. 140. . Debo añadir que Prescott también reconoció que la época de Fernando e Isabel tenía su lado oscuro en la Inquisición y en el aumento de la intolerancia religiosa, elementos que, especialmente cuando se combinaban con el absolutismo que él equiparaba con Felipe II, garantizarían el posterior declive de España.
 

La conquista de México también contiene lo que Prescott, en el prólogo, denominaba un «philosophic theme» (traducido, en la página 22, como «un carácter ligeramente filosófico»), y es una pena que el ensayo introductorio de esta nueva edición española omita examinarlo. Aquí es de crucial importancia el tema de la raza como un factor explicativo de la historia. Prescott, como muchos de sus contemporáneos, estaba fascinado por la raza, hasta el punto de que no se deslinda fácilmente de la sección «histórica» del libro –los capítulos centrales dedicados a la narración de la conquista– y el capítulo «biográfico» conclusivo sobre la personalidad de Cortés. Es cierto que Prescott atribuye la caída de Tenochtitlan a la «ambición» de los conquistadores, y también a su valor y a su pericia militar. También alaba a Cortés por «la constancia de su propósito» (pág. 573; «constancy of purpose» en el original) y le atribuye en última instancia el éxito de la conquista: «es […] no sólo el alma, sino el cuerpo de la empresa» (pág. 573).

Existían otros factores, sin embargo, que ayudaban también a explicar la victoria de España. En todos los libros de Prescott, determinadas personas –la reina Isabel, Montezuma, Cortés, Pizarro, Felipe II– son los polos en torno a los cuales gira la narración. Las mismas personas sirven también como la encarnación de la nación –y la civilización– a que pertenecen. Para Prescott, por tanto, Cortés era no sólo la personificación de España, sino también de la cristiandad y de la civilización europea, fuerzas a las que no podía oponer resistencia la «semicivilización» bárbara de los mexicanos. Prescott reconoció los muchos logros del pueblo al que llamó los aztecas –admiraba sus leyes, su sistema de justicia, el orden de su sistema de gobierno–, pero las deficiencias de su religión –superstición, sacrificios humanos, canibalismo ritual– aseguraron su derrota. La raza también explicaba la derrota de los mexicanos. Para Prescott, los aztecas eran «asiáticos» y, por ello, inferiores naturalmente a los españoles que, a pesar de sus propios defectos, el fanatismo religioso en particular, seguían siendo europeos y destinados, por tanto, por la Providencia a rescatar a otros pueblos de la «salvaje superstición» (pág. 66; «brutish superstitions» en el original). Este tipo de pensamiento era consustancial a la obra de muchos historiadores del siglo XIX, y presumiblemente muchos de los lectores de Prescott, especialmente los de Europa y Estados Unidos, acogieron con agrado sus teorías sobre el carácter natural, otorgado por Dios, de sus culturas y su civilización. Por otro lado, estas mismas ideas explican también por qué los editores de la traducción de la Conquista publicada en México en 1844 se sintieron obligados a incluir un amplio prefacio que ofrecía una versión de la civilización azteca que se oponía a la presentada por Prescott.

Al final, la preocupación de Prescott por conceptos como nación y raza como factores causales en la historia convierten a La conquista de México en algo parecido a una pieza de museo y en un ejemplo del tipo especial de interpretación histórica que gozó de popularidad durante gran parte del siglo XIX, pero que es acertadamente rechazada por la mayoría de los historiadores en activo en la actualidad. Si es así, ¿cuáles son los motivos para una nueva edición y traducción de La conquista, especialmente cuando hay otras aún fácilmente accesibles? En honor a la verdad, la nueva traducción de Rafael Torres Pabón parece enteramente fiable e incorpora la totalidad de las copiosas notas a pie de página y finales de Prescott junto con su apéndice original sobre los orígenes de la civilización mexicana. No hay índice, pero la edición incluye notas que indican las fuentes de Prescott junto con una serie de mapas útiles. Su punto débil es el ensayo introductorio, que ofrece sólo un esbozo muy elemental de la biografía de Prescott, unas pocas palabras sobre el romanticismo y algunos breves comentarios sobre la importancia historiográfica de La conquista, pero es poco lo que aporta a nuestro entendimiento actual de Prescott, su metodología, o incluso sus ideas sobre la historia. No hay siquiera una bibliografía, por no hablar de una lista de otras ediciones y traducciones disponibles. ¿Una oportunidad perdida? Hay que admitir que los estudios españoles sobre Prescott son exiguos, pero en inglés pueden encontrarse muchísimos y, como mínimo, el autor de este ensayo podría haber consultado las cartas y memorandos literarios de Prescott con vistas a preparar una introducción más útil e informativa de la traducción posterior.

Nada de todo esto disminuye, sin embargo, el valor global de un volumen que anuncia orgullosamente –en la contracubierta– que «la aparición de una nueva edición del libro de Prescott siempre es novedad bibliográfica». La conquista de México es, posiblemente, la mejor obra de Prescott y los lectores actuales pueden seguir disfrutando con la elegancia de la prosa luminosa de Prescott, así como con su «contemplación imaginativa del pasado» David Levin, History as a Romantic Art, Stanford, Stanford University Press, 1989, pág. 85. . Pero no hay mejor modo de describir los atractivos del libro que citar directamente a Prescott. Como romántico que era, Prescott percibió su tema en términos elevados, casi etéreos, refiriéndose alternativamente a él como «una epopeya en prosa», «el más grande milagro en una época de milagros» o «el tema más poético jamás ofrecido a la pluma de un historiador». De ello se sigue que estaba cautivado por las «cualidades románticas» de la historia de la conquista, comparando incluso las hazañas de Cortés con las que encontró en Orlando innamorato de Boiardo, Orlando furioso de Ariosto y otros romances de caballería. «La narración –señaló– es una hermosa epopeya. Posee todo el interés que pueden otorgar las empresas audaces y caballerescas, los logros formidables, dignos de una época de caballeros errantes, un país mágico, los esplendores de una rica corte bárbara y extraordinarias cualidades personales en el héroe» Prescott, Literary Memoranda, vol. 2, pág. 29.. Si este tipo de lenguaje es de su gusto, esta nueva edición de La conquista merece un lugar en su biblioteca, suponiendo, por supuesto, que no tenga ya en ella una edición anterior de esta obra ya clásica.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

8 '
0

Compartir

También de interés.

Alfred Polgar: un vienés pura sangre