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Ut Ars Scientia?

Gramáticas de la creación

GEORGE STEINER

Siruela, Madrid, 356 págs.

Trad. Andoni Alonso y Carmen Galán

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La concesión del Premio Príncipe de Asturias y la aparición en un breve lapso de tiempo de varias de sus últimas obras han suscitado en nuestro país, de manera generalizada, más allá del círculo de especialistas, un general reconocimiento por la obra del crítico y ensayista de origen judío George Steiner, extranjero de nacimiento, se diría, cosmopolita y trilingüe de formación y vocación, tal como él mismo se encargó de evidenciarnos en su peculiar autobiografía, Errata, reseñada en estas mismas páginas hace un par de años.

Ahora, junto a una obra magna y de largo aliento como Gramáticas de la creación, de la que enseguida daremos cuenta, aparecen casi a la par estas conversaciones sostenidas con Antoine Spires para una programa de Radio France, en 1997, bajo el sugestivo y humanista título (casi erasmista) de La barbarie de la ignorancia, y un librito, Nostalgia del absoluto, fruto también de cinco intervenciones radiofónicas, esta vez en inglés, para la CBC, en 1974.

En ambos opúsculos se suscita el mismo tema: el vacío que ha provocado la caída de las grandes creencias sustantivas de Occidente (básicamente el cristianismo) tanto en la búsqueda de sustitutos totalizadores y mitologizables (a saber, marxismo, psicoanálisis, estructuralismo y New Age) como en las derivas relativistas, o no, de sus correlatos morales, artísticos y epistemológicos, sustituidos por ready-mades artesanales más o menos provocadores y doxas deconstruccionistas.

Conviene subrayar la lucidez con que examina las raíces cristianas (a fuer de hegelianas) y judías (proféticas, su fe en la futura restauración) del marxismo y su capacidad de regenerar el tejido mitológico de ambas religiones sustituyendo la noción soteriológica de Otro Lugar por la de Otro Tiempo: en vez de paraíso ultraterreno a costa del sacrificio del hoy, paraíso proletario a través del sacrificio de esta generación, como decía Stalin.

Aprovecho para recomendar la lectura de la entrevista con Spire como una excelente introducción a la vida y la obra de Steiner, ya que al hilo de su biobibliografía se suscitan casi todos los temas (y los autores) nucleares de su pensamiento: la Shoah como catalizador del impulso creativo contemporáneo y su correlato en la teología negativa, el sano y aristocrático elitismo de la verdadera y esforzada sabiduría, la enmarañada pero indisoluble y platónica interrelación entre el yo subjetivo, el nosotros intersubjetivo y el ello objetivo, así como los sucesivos intentos (Aristóteles, Kant, Husserl) de sistematización en forma de estética, ética y ciencia natural.

Y, en fin, el pesimismo radical del autor sobre la imposibilidad de la «salvación por la fe» en ningún dios o mito, moderno o antiguo, moral o estética, ciencia o filosofía política y, junto a ello, o por ello, su optimismo suicida en que, a pesar de todo, la evidencia intuitiva de lo real, y su presencia fehaciente en la gratuidad de las obras de arte, en los actos morales y en la investigación científica, apelan a un absolutamente otro despojado de todo intento de significado, más allá de toda retórica o trampa de la mente, de todo discurso, incluso del musical, pura inteligencia que, literalmente, anima, alienta este loco ¿y desmedido? afán del ser humano por alcanzar su dignidad como tal en el orden de la naturaleza.

A vueltas con este obsesivo y radical argumento, Steiner entreteje los hilos de su discurso en Gramáticas de la creación, honda y vibrante glosa a la pregunta de Leibniz: ¿por qué el ser y no más bien la nada? Esta reflexión sobre el comienzo (¿creación o invención?, ¿emanación gnóstica o acto ex nihilo de un Deus Absconditus más motor inmóvil aristotélico que Abba?) se va trabando de acuerdo con un latente diapasón que, a la vez que echa un vistazo a la cultura occidental y sus diferentes soluciones (concluyendo que «ya no nos quedan comienzos»), no deja de enfrentar las posibles simetrías entre la respuesta científica (el ello), la artística (el yo) y la política (nosotros) a lo largo de estos casi tres milenios de civilización judeo-helénico-cristiana.

Notables son las relecturas que se hacen del Libro de Job, de la Comedia de Dante, el teatro de Shakespeare, la obra de Hölderlin y, deseo subrayarlo especialmente, el agónico gañido poético de Paul Celan, verdadera respuesta pragmática a la pregunta de Adorno sobre el horror de Auschwitz.

Una reflexión que no deja de lado el problema irresoluble del tiempo, la presunta historicidad del arte y de la ciencia, el cambio de paradigma romántico (apuntado en el Renacimiento) a propósito de la consideración hipertrofiada del ego del artista, que no ha tenido, afortunadamente, correlato científico alguno; que hasta se atreve a incoar una breve incursión sociológica sobre la Red y los nuevos formatos digitales y la consiguiente reflexión que todo ello está propiciando sobre el concepto de auctoritas; o las finales, y valientes, consideraciones sobre la soledad, la muerte y el silencio, que rubrican un cierre colosal a un libro muy importante en la bibliografía de su autor, un ensayista lúcido que ha puesto toda su capacidad de raciocinio y comprensión al servicio no de una idea, sino de una iluminación (en el sentido heideggeriano del término), ésta con la que concluye su libro: «La intuición razonada de un advenimiento al ser que no comprendemos, pero cuya eficacia se muestra a través de las analogías de la creatividad humana, no ha perdido nada de su carácter provocador».

Si la hipótesis de Dios es la que ha conformado toda la ciencia, la moral y el arte de los últimos tres milenios; si la armazón teórica de la poiesis ha sido teológica, metafísica; si en Esquilo, Dante, Bach o Dostoievski vemos un compromiso explícito con lo trascendente; si el aleteo con lo desconocido, con lo absolutamente Otro (repárese en Rilke, pero también en Proust o en Joyce) ha fundamentado la creación humana, ¿será el ateísmo ontológico, el que sustituya al actual y fláccido «agnosticismo de aspirina», capaz de obras tamañas como la Divina comedia, la Capilla Sixtina o el Rey Lear? Ese es el reto de la civilización que, en este cambio de era tan radical al que asistimos, pugna por nacer sobre las ruinas de la Shoah.

Y si ya no nos quedan comienzos, ni gramáticas capaces de fundamentar radicalmente la pregunta (¿una pregunta tramposa en tanto que en sí misma exige y presupone una respuesta que ella misma suscita, inventa?), sigue latiendo y con crecida potencia la perplejidad de Leibniz por el ser y por el yo, la meditación sobre ese koan subversivo de Occidente que consiste en interrogarse: ¿quién soy yo? Naturaleza y psique se funden en la retórica del discurso en pos de un imposible sosiego, in-quietud germinadora del arte y de la ciencia en busca de la quietud (¿del silencio? ¿De «comprender» el instante previo al bigbang, al fiat lux?), o más sencillamente, como proclama el verso de Eliot, el don impagable de aprender «a estar sentados tranquilos», esa claridad que, como todo don, viene del cielo.

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Ficha técnica

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