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Sobran palabras

Falta alma

JAVIER GARCÍA SÁNCHEZ

Planeta, Barcelona, 288 págs.

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Seguir la trayectoria literaria de Javier García Sánchez es transitar el recorrido de un río caudaloso y vehemente, aunque provisto de un desconcertante comportamiento guadianesco que afecta, no a la periodicidad de sus entregas narrativas, sino al acierto de sus propuestas. La actitud literaria de García Sánchez constituye una rara expresión de fidelidad a la vocación y el oficio del escritor pero, acaso por la ambición impulsiva de esa vitalidad artística, no son pocos los tropiezos que jalonan su producción narrativa.

En todo caso, desde los más que discutibles excesos de La historia mástriste o El Alpe d'Huez, García Sánchez parece haber moderado su tendencia a la torrencialidad grafómana, recuperando ese modelo novelesco, más morigerado en la extensión y en la expresión, que explica la excelente acogida de sus dos primeros libros. Falta alma se puede inscribir en una etapa más sosegada, no ya por sus dimensiones, sino sobre todo por el austero utillaje con el que da forma a la sustancia narrativa. Esa contención se manifiesta en la elección de un espacio acotado como es el anacrónico escenario donde se desarrolla la peripecia (la casa a la que acude la joven María para cuidar a un anciano con fama de excéntrico y gruñón), así como en el reducido número de personajes que sustentan la trama. En estos sucintos pilares el narrador apoya el desarrollo de una historia más cercana a lo dramático que a lo narrativo. Y no sólo por la importancia del diálogo, sino por la modulación del mismo conforme a las exigencias de diversos conflictos y antagonismos, característicos de los planteamientos teatrales. Uno de ellos es el que se establece entre la espontaneidad de María y el ambiente cerrado, de asfixiantes formas y vetustas convenciones, que preside la casa donde, mal que bien, Leonor y Begoña sobrellevan el bíblico castigo de cuidar a su tío, don Rafael. Pero sin duda el enfrentamiento medular es el que se entabla entre la joven y el anciano. Un enfrentamiento complejo que engloba dicotomías muy diversas: la juventud y la belleza frente a la imparable decrepitud de la enfermedad; la animosa ingenuidad de María contra el desengaño y la lúcida misantropía del viejo don Rafael; el mundo apresurado en el que vive la joven y el tiempo detenido por el que transita la memoria del convaleciente. Conforme avanza la novela, y paralelamente a las confidencias autobiográficas del anciano, todas estas contraposiciones confluyen hacia el planteamiento del conflicto medular de la novela. Se trata de la lucha agónica de un mundo que desaparece devorado por la exaltación de la inmediatez y la fruslería del mundo actual. En este sentido, don Rafael, con su figura caricaturesca y su dicción decimonónica, se revela como un adalid quijotesco de ciertos valores y actitudes excluidos del maleable paradigma ético de la modernidad, como son el compromiso excluyente del artista (el músico, en especial) con su creación, la fe en el valor de la palabra o la defensa del apasionamiento ideológico frente a la salmodia de los discursos oficiales.

La novela se articula, por tanto, en torno a dos ejes: la reconstrucción de la biografía de don Rafael y la exposición de su visión del mundo. Ambos elementos se encuentran íntimamente ligados, dada la naturaleza de la personalidad de un protagonista en quien se encarna la absoluta coherencia entre el ser y el pensar. Por consiguiente, en el discurso del narrador se alternan dos vertientes, la estrictamente narrativa y la digresiva o, por decirlo mejor, la oratoria, si consideramos la florida facundia con que el anciano elabora sus reflexiones. Sin embargo, quizá la mayor objeción que se puede poner a la novela afecta precisamente a la convivencia de ambas facetas. Y ese reparo atañe a la constitución de los diálogos que sirven de cauce fundamental para el desarrollo de estos ejes. Por un lado hay una notable artificiosidad tanto en el desarrollo como en la justificación de las largas conversaciones entre la joven y el anciano. Éstas parecen constituir una simple excusa para poder dar cuenta de ciertas peripecias autobiográficas del protagonista, o bien para que éste pueda dar rienda suelta a unas floridas soflamas cuya solvencia humorística, por cierto, es discutible. Así, aunque los personajes hablan y discuten, aunque el narrador precisa los cambios que opera en ellos esta relación, es difícil eludir la impresión de que el comportamiento de ambos no discurre por los caminos tortuosos de la dialéctica, sino por los cauces prefijados de la tesis. De hecho, toda la narración se ve perjudicada por la sucesión de lugares comunes e instancias previsibles que permiten que la peripecia cumpla con sus aspiraciones, pero que al mismo tiempo las desvirtúa al mostrar con excesiva transparencia los resortes en que se apoya. En lugar de complicarse, los caracteres de los personajes se van empobreciendo al ajustarse a modelos harto conocidos: el viejo huraño que acaba revelando su indefensión y su ternura, las sobrinas solteronas cuyo pedernal es más blando de lo que parece, la joven que recibe el inesperado magisterio del ogro, y transforma así su vida…

Esta cercanía al tópico (y por tanto, la vecindad con lo inverosímil) puede ser en parte una consecuencia de la tendencia al exceso que, si bien bastante mitigada, aún sigue siendo un lastre en la narrativa de García Sánchez. En Falta alma, ese exceso adopta la forma perniciosa de la reiteración y el detallismo prescindible. El ejemplo más notorio viene dado por las casi cien páginas iniciales, destinadas a describir la entrevista entre María y las dos solteronas, aunque es en las conversaciones entre aquélla y el anciano donde este comportamiento narrativo ofrece su peor saldo. La suma indiscriminada de anécdotas intrascendentes y edulcoradas con los pasajes reflexivos conduce a una mezcolanza desconcertante y forzada. El extravío al que conduce esta desnortada opción compositiva termina por nublar las buenas intenciones y los momentos brillantes de una novela que, quizá, hubiera merecido los beneficios de una buena purga.

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Ficha técnica

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