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Esquemas de serie B

Un caso de inocencia

JUAN LUIS CONDE

Debate, Madrid, 1997

196 págs.

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El largo aliento (1993), primera novela de Juan Luis Conde, obtuvo en su momento críticas elogiosas. La segunda, que ahora comentamos, no sólo dista de aquella en muchos aspectos, sino que parece apuntar algunas formas narrativas que se mantienen hoy vigentes en el mercado editorial. El autor, animado tal vez por las alabanzas, ha variado el rumbo y ha elegido el camino fácil de la narración esquemática, es decir, la que se construye sin matices en la caracterización de los personajes, sin riesgos en la urdimbre de la trama y sin poner en peligro la comodidad lectora, ya que presenta una sucesión lineal de anécdotas donde no escasean los diálogos de apariencia y normalidad coloquial.

Estamos, por tanto, ante una novela que, a su modo, practica un costumbrismo muy actual, organizado en escenas y representado por personajes tipos, aunque no se oriente, como hace la mayoría, por la pintura de ambientes y tipos callejeros y juveniles o por el retrato mimético de interiores femeninos. El costumbrismo de Un caso de inocencia no hay que buscarlo en las calles o en los folletines de color rosa, sino en los clichés aprendidos en no pocas obras literarias y en bastantes películas de gran difusión. La lectura de esta novela deja en el lector, por un lado, la sensación de pérdida de tiempo, y por otro, la no menor sensación de haberla visto en la tele después de comer.

Porque a estas alturas, creemos, no sorprende la historia de la relación entre un enfermo mental de amplia cultura, con una desquiciante ruptura amorosa detrás, y una joven y hermosa terapeuta, también con cruciales antecedentes familiares, que se propone curarle por orgullo profesional. A estas alturas, creemos, tampoco sorprende que, en su desarrollo, la terapeuta entre en el juego del enfermo fascinada por su personalidad y se deje atrapar por sus enredos erótico-intelectuales, mientras él intenta demostrar que sabe más que nadie. A estas alturas, en fin, no sorprende que la actuación de la terapeuta novata suscite los recelos correspondientes en sus veteranos superiores, acodados en el estatu quo de su poder establecido.

Lo que sí sorprende, por el contrario, es que Juan Luis Conde haya tentado un asunto tan socorrido, y al tiempo tan difícil de llevar a buen término, con la frivolidad con que lo ha hecho, más propia de los telefilmes que de la literatura. En sus manos tenía el autor las piezas apropiadas para indagar en las zonas oscuras del ser humano, en sus ilusiones perdidas y en el dolor de sus frustraciones, en sus instintos irrefrenables y en sus respuestas psicológicas. En una palabra, el novelista contaba con los elementos necesarios para crear un mundo de ficción tenso y de límites imprevisibles, de búsquedas y preguntas sobre el significado del deseo y la realidad, del dolor y la enfermedad, de la inteligencia y la desesperación. Sin embargo, se ha limitado a vertebrar la historia mediante una serie de anécdotas, o mejor, de escenas, en las que la trama discurre a saltos de clímax que surgen sin coherencia y anticlímax que se disuelven sin justificación lógica, y en las que cuatro personajes sin matices se mueven como piezas rígidas extraídas de una fotografía en movimiento. Su caracterización carece de la intensidad psicológica que requiere toda narración psicológica, y en cambio, repite el esquema estático de los tipos genéricos que pueblan las novelas costumbristas. Nada hay en su interior de contraste o contradicción, de evolución o cambio, que los individualice, que los diferencie de sus congéneres.

El resultado, pese a la buena voluntad por algún detalle técnico, como el de variar el punto de vista del narrador a través de algún salto atrás en la voz de los protagonistas y de algunos escritos del enfermo, es una novela que no traspasa el nivel de los productos clasificados como Serie B, es decir, una obra de género que, aparte lo mencionado hasta ahora, cuenta con un argumento previsible, una escritura irrelevante y unos diálogos torpes, que se acompañan normalmente, porque siempre viene bien una nota de color, de citas literarias pedantes que rechinan en medio de tanta mediocridad.

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Ficha técnica

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