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Esperando a Robert Capa

ESPERANDO A ROBERT CAPA

Susana Fortes

Planeta, Barcelona

236 pp.

19,50 €

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Desde que, en 1999, el Museo Reina Sofía inauguró la retrospectiva Capa: cara a cara, las exposiciones sobre el fotógrafo de nuestra guerra –y de tantas otras guerras– no han hecho más que sucederse unas a otras, culminando con las que ahora mismo se celebran en Barcelona, la del Museo del Raval y la que pronto se inaugurará en la Pedrera. Este «torbellino Capa» ha sido propiciado, en parte, por el reciente hallazgo de una maleta en México con fotos inéditas del maestro, pero responde, sobre todo, a los deseos de las generaciones más jóvenes de ver –más que de leer– la Guerra Civil. Como parte de este fenómeno, vemos también que triunfan los periodistas de nuestra Guerra Civil –los Hemingway, Malraux, Matthews, Vincent Sheen o mi padre, Henry Buckley– por encima de los historiadores. En realidad, ha sido uno de estos últimos, Paul Preston, quien ha desempolvado la labor de estos hombres, que vivieron nuestra guerra en directo y dejaron constancia de ello en sus crónicas y en sus libros. El libro de Preston (Idealistas bajo las balas) es un canto a la inmediatez, a la frescura de la crónica periodística que se leía en las primeras páginas de los periódicos de todo el mundo, acompañando a las fotografías de la guerra de Robert Capa o de su compañera Gerda Taro.

Es en este contexto donde hay que situar el libro de Susana Fortes Esperando a Robert Capa. No hace falta presentar a esta gran especialista de novela histórica. Baste recordar su exquisito Quattrocento, la historia de una historiadora del arte que se traslada a Florencia para buscar las claves de un suceso histórico –conocido por el nombre de «la conjura de los Pazzi»– en un cuadro de uno de los maestros florentinos de la época. La habilidad de la narradora para que vivamos a la vez en dos tiempos –el siglo XV y el XXI– hacen de esta obra lo que la novela histórica debe ser: un continuo trasvase del presente al pasado y vuelta de nuevo al presente, un espejo distante donde contemplemos lo que fue para entender mejor lo que hoy es.

Triunfaba Fortes en Quattrocento, pero fracasa, en cambio, en esta última obra, quizá porque no ha sabido distanciarse lo suficiente de su personaje, quizá porque no ha sabido deslindar entre el ensayo y la novela, sea o no histórica. No es de recibo que en el París de los años treinta Capa conozca a Edith Piaf, Cartier-Bresson, Dalí, Hemingway, Brassaï, Joyce, Huxley, Mann y un tan largo etcétera que uno no sabe muy bien si se encuentra ante un catálogo de celebridades o un directorio telefónico. Seguro que Capa los conoció a todos en la realidad, o al menos tuvo ocasión de estrecharles la mano en alguna ocasión, pero al lector se le atragantan simplemente porque se supone que lo que está leyendo es una novela y no un «Quién es quién».

El mayor acierto de Fortes en esta novela es el cambio de protagonista. No es Capa la figura que centra su atención, sino su compañera Gerda Taro. Tal como ocurría en Quattrocento, Fortes se siente muy a gusto reencarnándose en estas mujeres liberales y liberadas que viven aventuras al filo de lo imposible. Así es como contemplamos a Capa a través de los ojos de ella y llegamos a comprender los entresijos de su relación, tanto la sentimental como la profesional. Fue él quien le enseñó a ella todos los secretos del arte de la fotografía, pero fue ella la que creó el personaje Robert Capa, fotógrafo estadounidense, cuando su verdadero nombre era André Friedmann, ciudadano húngaro que jamás había pisado América. Robert Capa sonaba parecido al famoso director de cine Frank Capra y el nombre adoptado por ella –Gerda Taro– guardaba cierto parecido con el de Greta Garbo, la actriz idolatrada de aquellos años. Con aquel cambio de nombres pretendían ocultar su ascendencia judía –había comenzado ya la persecución nazi–, pero querían, sobre todo, contagiarse del glamour de Hollywood, dar prestigio a su propia profesión al tiempo que se daban prestigio a sí mismos. Las fotos de Capa comenzaron a ser valoradas sólo a partir del momento en que se publicaron con su nombre, sólo cuando los lectores de prensa se percataron de que aquellas fotos habían sido realizadas supuestamente por el audaz fotógrafo norteamericano. El talento artístico que se manifestaba en todas sus fotografías era de él, pero la creación del mito Robert Capa que hizo que su talento triunfara en todo el mundo era obra exclusiva de su compañera.

No cabe duda de que Susana Fortes ha hecho los deberes y de que ha realizado una exhaustiva investigación sobre estas dos figuras históricas, pero tan cercanas aún a nosotros. El problema es que se queda en esa tierra de nadie donde el lector no sabe muy bien si se halla ante un ensayo o ante una novela. Y ello se debe, a mi manera de ver, a que la autora no ha sabido dejar reposar toda esa información, no ha sabido esperar a ese momento mágico que es siempre el nacimiento de una novela. Porque una novela –y más aún si es histórica– puede estar basada en personajes y hechos reales del pasado, pero siempre y cuando éstos adquieran nueva vida y se manifiesten ante nuestros ojos como si estuvieran viviendo en estos instantes, como si fuera en este preciso momento cuando Capa toma la instántanea del miliciano que muere en Cerro Murriano. La función de una novela ha de ser la de dar nueva vida a esas fotos que Robert Capa captó hace ya más de setenta años y a la persona que se escondía detrás de la cámara.

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Ficha técnica

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